¡Cristo viene! Sermón elocuente de 1918

“He aquí viene, con las nubes, y todo ojo le verá, y también los que lo traspasaron, y todos los linajes de la tierra se lamentarán sobre él. Así es. Amén.” Rev. 1:7.

Uno de los encantos de la Biblia es que es un libro de promesas cumplidas, y de promesas que están por cumplirse. Promesas de bendiciones temporales; promesa del Mesías que había de venir y vino; promesa de que él moriría para salvarnos, y murió en la cruz, conforme a la promesa; promesa de darnos vestido y alimento; promesa de salud; promesa de larga vida; promesa de protección divina; promesa de seguridad; promesa de paz; promesa de consuelo; promesa de reconciliación y adopción; promesa de oír nuestras oraciones; promesa de la fe; promesa de ayuda contra la tentación; promesa de victoria sobre el mundo; promesa de la gloria; promesa de vestiduras blancas; promesa de un hombre nuevo; promesas generales y personales; promesas a los hombres a las mujeres y a los niños; y promesas “grandes y preciosísimas” para todos los que creen en su Nombre y para los que le temen y le aman.

Y la promesa más grande de todas es esta: Que Jesús viene la segunda vez. No vendrá como vino la primera vez, como un niño tierno, para encarnar nuestra naturaleza y ser nuestro Redentor y el Mesías enviado para salvar al mundo, ni vendrá para ser sacrificio de nuestros pecados, ni como Cordero para morir y derramar su sangre en rescate por muchos. ¡No! Ahora viene como Rey, y Señor, y Juez de toda la tierra. Viene en juicio y en justicia. Viene a establecer el gran día de las recompensas y las reparaciones. Viene para hacer la gran separación final apartando a los buenos de los malos, como aparta el pastor a las ovejas, de los cabritos.

“Viene con las nubes” quiere decir que las nubes serán su pabellón, y su carro de triunfo en que descenderá de lo alto: y al ser disipadas se verán otras nubes más inmensas en torno de él: nubes de ángeles, y las nubes formadas por el inmenso concurso de todos los santos que le acompañan; y él se sentará en el trono de su gloria.

Todo ojo le verá

Los Herodes, Caifás, los escribas, los ancianos, los fariseos, los sacerdotes, los que se burlaron, los que gritaban como locos “¡crucifícale!” y Barrabás, y Pilato, y el esbirro que hirió su divino costado con la lanza, los que le pusieron la corona de espinas en las sienes, los que le enclavaron en el madero de la cruz, los que le escupieron, los que le abofetearon, los que le dieron a beber vinagre y hiel, el ladrón malo y el ladrón arrepentido, los santos y los pecadores, los creyentes y los incrédulos, los impostores y falsos maestros de la religión que se hacen llamar “cristos de la tierra,” los reyes, los pobres, los ricos, los vivos y los muertos, porque “la mar dará sus muertos, y la tierra dará sus muertos” y todos los que yacen en los abismos del sepulcro saldrán a vida, y todo ojo le verá!

Un grupo de personas, por reducido que sea, al dirigir todos la vista en una misma dirección, despiertan vivísimo interés. ¿Y cómo será en aquel momento cuando se descubra la gloria del Señor que desciende de lo alto? ¿Cuál no será la tremenda sensación que ha de sentirse cuando la tierra se aparte de nuestros pies y quedemos todos en el aire, y viendo todos a un mismo punto, clavando nuestras miradas en el Rey que viene?

Para los creyentes hay una inmensa consolación en el hecho de que todo ojo le verá. San Agustín decía: “Si morir es verte, o si verte es morir, déjame morir, Señor, para que te vea.” Eso será bastante. ¿Quién no desea mirar a Jesús? ¿Quién no tiene ese deseo y lo acaricia como la ambición más noble del espíritu? ¿No se llama él el Deseado de todas las gentes? No suspira nuestra alma cada día por la vista de él y de su gloria? Porque ver a Jesús será la suma de todo bien y la realización más bella y más completa de todas nuestras esperanzas. Verle cara a cara. Oír su voz. Acercarnos a él. Ese es el ardiente deseo de todos los corazones que le aman y que aman su venida. Y esa será la hora de transición gloriosa en que seremos cambiados a su propia semejanza y alcanzaremos la mayor de las gracias al pasar de nuestra condición de santificación terrena al estado permanente de criaturas glorificadas y perfectas.

Empero para los incrédulos y rebeldes hay una tremenda amenaza y una infinita amargura en el mismo hecho de que todo ojo le verá. ¡Ver a Cristo! ¡Contemplarle cara a cara en medio de su gloria y rodeado de su majestad! ¡Ver a Aquel a quien han aborrecido, a quien han negado, a quien han despreciado y su sangre han hollado con soberbia; a Aquel que les amó a ellos también, y les trató con infinita misericordia y paciencia, pero a quien ellos correspondieron denigrándole, y escribiendo o profiriendo contra él mentiras y embustes diabólicos; a Aquel a quien hicieron el blanco de sus insultos y calumnias; a Aquel cuya gloria se atrevieron a usurpar y suplantar llamándose dueños de las llaves del cielo y del infierno, y jactándose de tener poder para perdonar pecados y poder para salvar; a Aquel de cuya religión de amor, santa, sencilla y pura, han hecho un semillero de maldades, convirtiendo los templos en cuevas de ladrones; entronizando en los altares santos mentirosos para adorarlos en lugar de Dios; blasfemado contra el Espíritu Santo al perseguir y matar a los que él santificó y selló para la redención; alterando la Ley de Dios y descomponiendo las ordenanzas divinas, y enseñando como doctrinas mandamientos de hombres! ¡Hora terrible de angustia y de quebranto para los avaros, los amadores de sí mismos, los jactanciosos y soberbios, los desobedientes y rebeldes, y los ingratos y los impuros! Hora de juicio espantoso para los desleales y calumniadores, los incontinentes y los crueles, y los aborrecedores de lo bueno! Para los traidores, los hipócritas, los temerarios, los abominables, los idólatras, los adúlteros, los mentirosos y malvados. Para los insensatos que han negado la existencia de Dios, para los que se han rebelado contra su Hijo, para los que han resistido el Espíritu y para los que no han guardado la fe. Ese será el instante de la desesperación, del remordimiento y de la reflexión tardía para todos aquellos a quienes se dirige Cristo mismo en estas sentenciosas palabras: “Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando viéreis a Abraham, y a Isaac, y a Jacob, y a todos los profetas, en el reino de Dios, mas a vosotros echados fuera».

Un ciego cristiano se gloriaba de haber nacido ciego porque decía tener sus ojos reservados para ver primero a Jesús. Sus primeras miradas serían en el gran día para ver al Señor en el trono de su gloria!

Pero los que no aman a Cristo se espantarán de su venida. Cuando él aparezca en las nubes, cuando el cielo se abra de par en par como inmensa cortina que se corre, y los montes y las islas sean movidos de sus sitios, “los reyes de la tierra, y los magnates, y los ricos, y los capitanes, y los fuertes, y todo siervo y todo libre, se esconderán en las cavernas, y entre las rocas, y dirán a las montañas y a las piedras: Caed sobre nosotros y encubridnos de la cara de Aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero. Porque el gran día de su ira es venido y, ¿quién podrá estar firme?”

Los lamentos

De todos los linajes de la tierra serán en aquel día la prueba más eficiente de que “el camino de los pecadores es duro.” Por el pecado se perdió el paraíso terrenal, por el pecado vino el diluvio, por el pecado la destrucción de Sodoma, por el pecado el exterminio de los cananeos, y la muerte de los hijos de Elí, la muerte de Saúl, la cautividad de Babilonia, la muerte de Judas y la muerte de Zafira y Ananías. Y por el pecado vendrá el gran día del juicio y los pecadores de toda la tierra se lamentarán como se lamenta el sentenciado que no tiene escape ni esperanza. “Amén” dice el texto. Esta palabra es un signo que indica estabilidad y verdad. “Así es” dice el texto, o, ciertamente, las cosas sucederán así como han sido predichas. Esta claridad y certidumbre en el maravilloso mensaje de la Revelación es para fijar los ojos de la iglesia intensamente en esa bendita esperanza de la venida de Cristo y a la vez para mostrar cuál será el fin de “aquellos que no obedecen al evangelio.”

Las señales

El día y la hora nadie lo sabe. La fecha de la vuelta del Señor no es posible que hombre alguno pueda determinarla, porque ni los ángeles la saben. Pero según la profecía en el capítulo 13 de Marcos, algunas señales precederán la llegada del gran día del segundo advenimiento del Señor. Las más notables son estas:

Jerusalén será hollada de los gentiles; lo cual sucedió desde el año 70 en que los ejércitos romanos la sitiaron y la destruyeron. Tito, el general de estas fuerzas, quiso escapar el templo de Jerusalén, y dio órdenes a sus soldados para que lo respetasen … pero Uno más grande que Tito había dicho: “No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada” … y en aquella noche de la toma de Jerusalén un soldado romano luchando con un judío, ciego de ira, cogió un hachón, y dio fuego a las cortinas del templo y en breves horas, lenguas de lumbre de hasta treinta metros de alto se alzaban por el espacio y lo iluminaban, y a poco, las cenizas del vetusto santuario indicaban que las palabras de Cristo se cumplieron …

Otra señal: La dispersión de los judíos “como perros” por toda la tierra. Y dispersos están. Hay millones de judíos, hoy día, pero no tienen patria, no tienen gobierno, no tienen nación, no tienen bandera. Y sufren las vejaciones a que fueron sentenciados por su incredulidad y rebeldía. Es la nación que ha llevado las más duras aflicciones. En casi todo el mundo se les aborrece y se les persigue. Pero particularmente en ciertos países de Europa, y con más dureza y amargura en Rusia, en Finlandia, en donde los tratan y estiman por menos que a perros y los matan como a tales. Muchos años hace que sufren allí el maltrato más cruel. Les cortan las manos y las orejas. Las mujeres y los niños son asesinados y nadie se fija en una cosa de tan poca monta … es como si se matase un perro ni más ni menos. En Nueva Orleans hay un cementerio judío y sobre la puerta principal de entrada hay este letrero: “Los dispersos de Judá.” ¿Quién no halla en esas palabras una nota conmovedora y un cumplimiento de la severa profecía?

Otra señal: La predicación del evangelio en todas las naciones. Hoy se predica en las cinco partes de la tierra. En América, Europa, Asia, África y Oceanía. Y la congregación más grande y la más importante, por mil razones, no se halla en Nueva York, ni en Londres, ni en Berlín, ni en París, sino en África: ¡allí hay una iglesia compuesta por quince mil miembros que acuden a los servicios con fidelidad y devoción porque aman a Cristo y le siguen y obedecen su Palabra! Tenemos una “puerta abierta que nadie podrá cerrar.” Hay persecuciones y se nos tienden lazos y se busca nuestro mal por los enemigos de la Verdad, pero la Palabra del Señor no puede faltar: Y nadie nos cerrará esta puerta abierta de par en par para la evangelización de las naciones.

Otra señal: la corrupción de la cristiandad. (2º Tim. 3 y 4). Hay ministros que predican sin creer en Dios y sin creer en la Biblia. Generalmente se hallan en las iglesias del neo-pensamiento, y en las otras que enseñan doctrinas de demonios. La “ciencia-cristiana” y la “ciencia—divina” se apartan de la verdad y apartan a los fieles que no lo son, y los sujetan al famoso tratamiento a distancia o lo alucinan con sus oraciones silentes. Los unitarios menosprecian a Cristo para enseñar la salvación por el carácter. Y en un sermón publicado últimamente por un pastor unitario en el periódico New York American mal usaba el texto bíblico quitándole la palabra “Cristo” y poniendo en su lugar: Democracia. Quedando de esta manera: “Que habite la democracia por la fe en vuestros corazones.” Ef. 2:17. Pero no solo estas sectas indican señal de la corrupción que se verá en los últimos días, sino que nuestras mismas iglesias muestran cada vez menos escrúpulo en guardar las cosas santas, y hacen prácticas mundanas, diversiones, cenas, y profanaciones en vez de avivar la consagración y la reverencia que son debidas al Señor.

Otra señal: Guerras y rumores de guerras. De las guerras, no se necesita añadir ni una palabra más sobre lo mucho que leemos cada día. Hay ya veintitrés naciones empeñadas en esta enorme lucha que alguien ha llamado “el diluvio de sangre,” y los rumores de guerra abarcan al mundo, como huracán exterminador que siembra inquietud y apretura en todos los rincones de nuestro globo. Es posible que antes de muchos días entren en el conflicto Holanda, España, Suecia, Suiza, México, Argentina, y todos los demás países que hasta ahora han escapado de tener mala parte en esta horrenda desgracia mundial.

Otra señal: Pestilencias y terremotos. El cólera está matando más gente que la guerra. Solo en la capital de Rusia mueren de quinientas a seiscientas personas por día. La última vez que el cólera cobijó al mundo con su manto de exterminio y desolación hizo veinticinco millones de víctimas. El cólera y las pestilencias en cualquier forma, resultan de la guerra, y hacen más destrucción que ella. ¿Y los terremotos? No hace mucho tiempo leíamos de Messina y sus temblores en los que perecieron cincuenta y cuatro ciudades y cerca de doscientas mil personas; y los temblores de Cartagena y de Catania; más tarde perecieron treinta y cinco mil almas y se hundieron treinta y cinco ciudades de la Italia; y no hace ni ocho meses que los terremotos en la América Central sembraron la muerte y la consternación en El Salvador y Guatemala.

Otra señal: los tiempos trabajosos. La inquietud entre los hombres. Apretura y opresión de los ricos. El socialismo ateo en Alemania y Francia. El escepticismo en Inglaterra. El nihilismo en Rusia. El anarquismo en Estados Unidos. El comunismo en todas partes.

Otra señal: el aumento de la ciencia. La ciencia nos asombra con sus prodigiosos adelantos; vivimos en tiempos admirables; las fuerzas del bien son gigantescas y lo mismo lo son las del mal: por todas partes se oye y se lee de inventos y de maravillas tales como el horno eléctrico que produce un calor tan intenso como el de las fuerzas primarias de la naturaleza, de las turbinas de vapor, del automóvil de gasolina que ha revolucionado por completo los métodos de la locomoción, de los cines que con el principio falso de ser un factor importante en el sistema educativo ha resultado un medio eficacísimo y poderoso para la corrupción de la sociedad, en general, y para dañar las mentes infantiles, en particular; de la telegrafía sin hilos, del motor de inducción que utiliza y transmite las corrientes eléctricas alternadas, del linotipo, del soldador eléctrico que hace la más perfecta amalgama entre metales antagónicos, aeroplano que tenía antes de la guerra una fuerza de sólo trescientos caballos y hoy ya llega a un mil, y se busca de hacerlo enorme de dimensiones y con una máquina de potencia de diez mil caballos para cruzar los océanos y llevar pasajeros de hemisferio a hemisferio en breves horas. … y de mil cosas más que no tenemos espacio para enumerar y analizar.

Otra señal: en Daniel se anuncia la destrucción de los cuatro imperios del mundo: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. Esto ya se ha cumplido, y solo falta la “piedra que fue cortada, no con mano,” y que desmenuzó a la imagen que representa a las naciones de toda la tierra.

¡Todas estas señales, y muchas más, aparecen visibles en nuestros días, y por tanto, hoy, con más seguridad que nunca, podemos decir que la venida del Señor se acerca y que nos hallamos, por lo tanto en vísperas del acontecimiento más grande de todos los siglos!

Cristo viene a reinar entre los hombres, y a juzgar a los vivos y a los muertos, para separar a los justos a la derecha y a los malos a la izquierda, y para decir a los primeros: “Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino aparejado para vosotros desde la fundación del mundo,” y a los otros: “idos de Mí, malditos, al fuego eterno, que está aparejado para el diablo y sus ángeles.”

El fin

El segundo advenimiento de Cristo no es un misterio sino una esperanza bendita, gloriosa y purificadora. Encierra la promesa de que seremos al fin puestos fuera del alcance del pecado, implica la redención de nuestras almas y de nuestros cuerpos; nos asegura que estaremos con el Señor y que le veremos tal como él es; y nos anticipa que seremos sabios, que llegaremos a conocer como somos ahora conocidos y que allá comprenderemos los caminos de la providencia y muchas cosas que ahora ignoramos y que los limitados poderes de nuestra inteligencia humana no nos permiten entender. Allá apreciaremos en toda su magnitud todos los misterios de la ciencia, analizaremos las maravillas de los cielos que hoy apenas vislumbra la astronomía, escudriñaremos los secretos impenetrables de la naturaleza; y las relaciones del alma y sus perfectas facultades que hasta hoy hemos considerado como profundidades insondables para la inteligencia humana.

El segundo advenimiento del Señor es el complemento de la redención consumada en el Calvario. Él tuvo su corona de espinas, ahora se ceñirá la corona de gloria en presencia de sus enemigos; fue escupido y abofeteado, ahora todos doblarán la rodilla delante de él; sus manos estuvieron sujetas por los duros y filosos clavos, ahora empuñarán la vara de justicia, el cetro de su reino; fue desechado y despreciado de los hombres, ahora viene para ejercer su soberanía universal y para reinar para siempre. Esta esperanza nos purifica porque con el deseo de recibirle a él, vemos con desprecio los goces mundanos y los placeres pecaminosos. La tierra aparece en su fealdad y en su desnuda pequeñez ante la consideración de la venida de nuestro Rey eterno.

Y nos conviene velar, y estar apercibidos. Él dijo: “Ocupaos entre tanto que vengo.” No estéis ociosos. Yo quisiera que el Señor al momento de aparecer en las nubes me hallase en la iglesia, predicando, orando, enseñando en la Escuela Dominical, estudiando un sermón, cantando un himno, visitando a los enfermos, haciendo las obras que él nos ordenó para que anduviésemos en ellas.

La noción de la tardanza de su venida es perjudicial y peligrosa. “Por tanto, también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del hombre ha de venir a la hora que no pensáis. ¿Quién pues es el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su familia para que les de alimento a tiempo? Bienaventurado aquel siervo, al cual, cuando su señor viniere, le hallare haciendo así. De cierto os digo, que sobre todos sus bienes le pondrá. Y si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor se tarda en venir: y comenzare a herir a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos; vendrá el señor de aquel siervo en el día que no espera, y a la hora que no sabe, y le cortará por medio, y pondrá su parte con los hipócritas: allí será el lloro y el crujir de dientes.” Mateo 24:48-51

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