La loable contribución de los buenos padres

Muchos padres ignoran la tremenda contribución que pueden hacer a la obra del Señor en educar bien a sus hijos. Debemos tener los ojos puestos en lo porvenir. La recompensa vendrá más adelante. Es parecido al campesino que espera la cosecha. El pasa el verano cultivando y cuidando su sembrado con la esperanza de tener una buena cosecha. El sabe que su negligencia dará rienda suelta a la mala hierba para crecer con el resultado de que la cosecha será achicada.

Muchos padres se rinden a la flaqueza cuando llega el momento de dedicar tiempo al bienestar de sus hijos. Están ocupados en el momento y piensan que más adelante tendrán una ocasión mejor para enseñar o corregir a su hijo. Muchas veces esta «ocasión mejor» no llega.

En el día de hoy no es por casualidad que un niño salga bien. Por todos lados hay malas influencias. La corriente del mundo tiende a llevar a los niños por el mal camino. Por eso, hace falta un esfuerzo cada vez mayor para educar bien a los hijos. La obra del Señor demanda hombres y mujeres que son humildes, amables, respetuosos y diligentes. Estos son cualidades que los padres tienen que enseñar a sus hijos. Si los padres han hecho bien su trabajo, vendrá el día cuando tendrán el gozo de ver a sus hijos llenar el papel de servir fielmente a Dios con los talentos que él les ha dado.

Padres tienen que empezar desde temprano enseñando a sus hijos a ser respetuosos y obedientes. Niños tienen que saber que es su deber respetar y obedecer a los mandatos de sus padres. Si ha sido negligente en enseñar esto a su hijo, puede ser que va a costar mucho corregirle. El niño es como un árbol que crece mal inclinado. Cuando el árbol es pequeño, es fácil enderezarlo por atarlo con un hilo atado a una estaca en el suelo. Con el tiempo, llega a ser cada vez más difícil corregirlo. Es igual con los niños. Puede ser que va a pensar que la corrección no tiene ningún efecto sobre su hijo. En vez de rendirse, debe esforzarse más. Tal vez la corrección tiene que ser más severo, más pronto o más a menudo. Es dudoso que hay a un niño tan terco que no puede aprender que es su deber hacer caso a sus padres.

Muchas veces los padres no se dan cuenta que esta es una lección imprescindible. Quieren creer que más adelante, de una forma u otra, sus hijos van a darse cuenta y cambiar. Es un sueño que raras veces se realiza.

Muchos de los ancianos hoy en día están preocupados por la gran falta de cortesía que ven en la juventud. No saben decir «por favor» y «gracias», o respetar a los mayores. Es algo que los padres tienen que enseñar con su ejemplo y por precepto. Yo sé que lleva trabajo ayudar a sus hijos escribir una nota de agradecimiento a su abuelo por un regalo de cumpleaños, pero es de suma importancia. Los varones deben saber esperar en la fila y dejar a las chicas pasar primero.

Otra cosa que los padres deben enseñar a sus hijos es la gran necesidad de ser salvos y andar fielmente en el camino del Señor. Un niño que sabe y hace caso a todas las reglas de la ética está mal educado si no ha entregado su vida a Dios para hacer su voluntad.

Algunos piensan en llegar a ser ricos y tener mucho dinero para dar al Señor para facilitar su obra. No hay nada malo en esto, pero un solo hijo bien educado puede facilitar mucho más a la obra del señor que millones de dólares. Aun los padres pobres pueden dedicarse a enseñar bien a sus hijos, y así ofrecer a Dios algo de mucho más valor que los millones de dólares del hombre rico.

Si Dios le ha dado un hijo o más, es su responsabilidad a educarle bien y prepararle para aquel día cuando entrará en las filas de los que llevan las cargas de los mayores. Tal vez algunos de mis lectores se dan cuenta de que sus hijos ya son grandes y que han fracasado en educarlos bien. Si es así, pida perdón a Dios y anime a los jóvenes a aceptar el desafío de educar bien a sus hijos.

 

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