Libro: Épocas en la vida de Jesús

PREFACIO

No me disculpo por presentar otro libro acerca de Jesús. El tema es inagotable. ¿Quién puede presentar todas «las riquezas inescrutables de Cristo?» Cada época tiene que interpretar a Cristo por sí misma. En verdad cada hombre tiene que hacer lo mismo. Hemos vivido en un siglo de crítica aguda de sus orígenes. Hablando en general, el resultado ha sido sobre manera provechoso. Todo cuanto tiene que ver con los aspectos históricos de la carrera de Cristo ha sido investigado. Ya sabemos más de los tiempos y del pensamiento de ese período. Ya ha sido examinado bien el fondo de la obra de Cristo. Estamos entrando en otro período de controversia teológica sobre la persona de Cristo. Esta es aún la idea dominante en los pensamientos de los hombres modernos.

Este librito procura hacer una discusión franca y constructiva de la carrera de Jesús, como está manifestada en los Evangelios. No hay crítica técnica de los orígenes, aunque el que lo escribe ha sacado sus propias conclusiones sobre muchos puntos que se mencionan incidentalmente. Los ocho capítulos fueron pronunciados como discursos populares en julio de 1906 ante un auditorio compuesto de ministros y un cuerpo grande e inteligente de otros obreros cristianos. La asamblea pidió la publicación de los discursos. Se espera que, como publicaciones, sean útiles a algunos que desean una presentación positiva de la carrera de Jesús a la luz de la ciencia moderna, y en plena simpatía con la posición que se da a Cristo en los Evangelios.

No se procura aquí decir la historia de la vida de Jesús, excepto cuando es necesario hacer un breve resumen para la interpretación de aquella vida. Antes bien se llama la atención al movimiento y poder climatérico en la carrera de Jesús. Las fuerzas históricas de esa vida parecen mezquinas desde un punto de vista, pero la corriente es profunda y rápida. Se presentan claramente los puntos decisivos en la vida de Cristo, acentuando menos otras cosas, a fin de que se sienta mejor la lucha titánica que Jesús tuvo que trabar con la tiranía y el fanatismo eclesiástico. Si el lector puede así «realizar» a Jesús, hallará los Evangelios luminosos con una nueva luz. Se omite aquí toda la tablazón de la erudición, para que toda la atención del lector se fije en Cristo, quien luchó por la libertad humana en el más heroico de todos los conflictos. Ganó la libertad del espíritu humano al costo más alto posible. Ahora los gentiles pueden en verdad ver a Jesús sin meter en pánico a ningunos predicadores. Todo el mundo puede ahora ver a Cristo, si es que los hombres tienen ojos para ver. «En medio de vosotros está uno a quien no conocéis» (Juan 1:26).

Podría añadir que por veinte años he estado enseñando a estudiantes de Teología “Las cosas de Cristo”. No doy bibliografía, pero mis agradecimientos a los grandes escritores sobre la vida de Cristo son demasiado numerosos para que los mencione. Sin embargo, no puedo menos que confesar que debo muchísimo a la enseñanza sin par de Juan A. Broadus en esta institución. Pero los mismos Evangelios han sido mi inspiración principal en este estudio.

A. T. Robertson,
Louisville, Ky.,
Septiembre, 1907

CAPÍTULO I

LA CONCIENCIA MESIANICA DE JESÚS

 

«Este es mi amado hijo, en quien tengo mi complacencia» (Mat. 3:17).

HAY MUCHAS maneras de acercarnos a la vida de Jesús. Ningún otro tema como éste ha producido tantos libros, y sigue produciéndolos de continuo. El conocimiento de Jesús es, por cierto, la más excelente de las ciencias. Y, sin embargo, nadie ha agotado el asunto ni escrito una discusión completa de Cristo. Siempre ha sido así. Ninguno de los Evangelios da un retrato completo del Maestro; tampoco nos dicen los cuatro Evangelios todo cuanto quisiéramos saber, ni, en verdad, todo cuanto antes se sabía de Jesús. En esto se encuentra un fuerte argumento en favor de la deidad de Cristo–esto es, lo inagotable que es el asunto. «Las riquezas de Cristo» son “inescrutables,” no se pueden sondear; y además, son inagotables.

1. El problema de Jesús. Es un reto constante para los hombres, para los más grandes de los hombres. Fue así al principio, y es así hoy día. Los hombres han estudiado el universo bajo el encanto de una gran teoría de desarrollo. Un desarrollo ordenado ha sido hallado en las distintas esferas de la ciencia humana. ¿Pero qué hemos de decir acerca de Jesús de Nazaret?

¿Acaso será él el producto del mezquino ceremonialismo y del fanatismo eclesiástico del farisaísmo de Palestina? No se puede descubrir ninguna conexión entre Cristo y Platón, Sócrates, Buda, o algún otro de los grandes pensadores que estén fuera del judaísmo. Aquí está la verdad universal y absoluta que brotó de una atmósfera de intenso orgullo y odio raciales. Aquí está el hombre que dio más énfasis a los aspectos espirituales y morales en medio de los maestros que diezmaban la menta, el eneldo y el comino.

Pero esto no es todo. Aquí está un hombre que vivió sin pecado en presencia de enemigos malignos, cuyo carácter es el ideal inaccesible de cuantos hombres han leído su historia. Aquí está uno que tenía las más grandes pretensiones, que se decía ser igual al Dios viviente, según el testimonio de los Evangelios que nos relatan la historia de su carrera. Aquí está uno que proclama su derecho a la lealtad de todos los hombres, que ofrece rescatar a todos los que vienen a él, del pecado y sus efectos. Su perfecta vida y sus sublimes enseñanzas dan un aspecto serio a lo que de otro modo serían pretensiones absurdas.

El tremendo poder de Jesús sobre el mundo exige respeto, sea cual fuere la explicación. Los hombres que son más leales a Cristo son precisamente los que se han destacado como los más prominentes en el adelanto de la civilización y en el mejoramiento de la raza. Las naciones donde la influencia de Jesús es más grande son las más respetadas entre los reinos de la tierra. Hace mucho que las naciones protestantes que están libres de la dominación sacerdotal han sido las más influyentes en el mundo.

Aun aquellos que desechan las pretensiones de Jesús a la deidad por razones filosóficas, como el Profesor G. B. Foster (siguiendo a Pfleiderer) o por razones críticas deshaciéndose de la evidencia de su carrera como el Profesor N. Schmidt (siguiendo a Bousset y a Wrede), son reverentes al tratar de la persona de Jesús, y hasta entusiastas acerca de su carácter.

«¿Qué pensáis de Cristo?» En verdad fue puesto para la caída y el levantamiento de muchos no sólo en Israel, sino en todo el mundo. Es el imán de los corazones humanos y la piedra de toque de la vida de todo hombre. Como Carlos Lamb, todos sentimos que si Jesús viniera a nuestra presencia, instintivamente nos arrodillaríamos. Jesús se impone en nuestros corazones y en nuestras mentes. No espera que dejemos a un lado la razón al llegar a resolver la cuestión con él. Necesitamos entonces toda la inteligencia que tenemos. La dificultad es ver el problema como un todo y como es en realidad. En este estudio nos fijamos en las cosas principales en su desarrollo histórico y procuramos entender su relación mutua y sus resultados. No es posible ninguna explicación meramente natural de Jesús. Es absurdo, en vista de todos los hechos, procurar hacerlo. Uno «mayor que Jonás» está aquí, el Hijo de Dios. Los hombres no siempre han podido mostrar a Jesús a los que han deseado verle. Felipe y Andrés estuvieron perplejos por la súplica sencilla y cortés de los griegos. A veces nuestros sermones esconden a Cristo–es triste decirlo–en vez de revelarle. Nuestra teología puede llegar a ser un velo que esté sobre el corazón de modo que no se vea a Jesús cuando se lee el Evangelio. Puede ser que nuestras disputas retraten a un Cristo ausente y reflejen las ambiciones eclesiásticas de los primeros discípulos en lugar de la elevación espiritual de Jesús.

La luz escrutadora de la investigación histórica moderna ha puesto en un relieve más claro al Cristo histórico y las circunstancias en que vivía. Podemos pasar por alto a Calvino y Agustín en nuestra busca de Cristo. Hasta podemos pasar por alto a Pablo, Pedro y Juan para llegar a Cristo mismo. Podemos ver cómo comprendió a Jesús cada uno de los apóstoles, con lo cual cada uno contribuyó a nuestros conocimientos del Maestro. Podemos ver cómo al principio fueron ofuscados por la gran luz que los dejó perplejos, cómo paulatinamente llegaron a comprenderle a él, a su mensaje y su misión. La revolución obrada en los primeros discípulos es el milagro eterno del cristianismo y se repite todos los días en el mundo.

Es la visión del Cristo Eterno. En nuestro estudio de Jesús no podemos rodearle con limitaciones solamente históricas. Mientras estudiamos la lucha, la más grande de todos los siglos, que trabó con las fuerzas humanas y sobre-humanas que hubo en su derredor, somos conscientes de un elemento más sublime en él. Él mismo habló de este hecho trascendental, y esto dejó perplejos y aturdidos a todos los que estaban en su derredor. Su vida no comenzó cuando nació, ni terminó cuando murió. El día de hoy el mundo no se arrodilla delante de un héroe de odio cuyo cuerpo está todavía sobre el cerro del Gólgota, sino delante del Cristo resucitado que está sentado sobre el trono de la majestuosa gloria a la diestra del Padre. Este es el retrato novotestamentario del Redentor que ha triunfado sobre la muerte y el sepulcro, y quien está dirigiendo una guerra victoriosa contra las huestes del mal. Este es el Salvador del pecado, quien ha hablado paz a nuestros corazones y en cuyo nombre trabajamos ahora. De modo que, cuando estudiamos juntos las condiciones humanas y las distintas épocas históricas en la carrera de Cristo, no pensemos que semejante esfuerzo puede explicar cuanto sea verdadero acerca de Jesús entonces y ahora. Pero, que ardan nuestros corazones dentro de nosotros; que Jesús venga, ande y hable con nosotros entre tanto que procuramos explicar algo del misterio del Nazareno.

2. La Primera Vista de Jesús. Cuando el jovencito Jesús viene a Jerusalén a los doce años de edad, sabe que es el Hijo de Dios, y esto, en un sentido que no es verdadero de otros hombres. «¿No sabíais que debo ocuparme en los negocios de mi Padre?» Sus padres estuvieron admirados por la facilidad y poder que mostraba en semejante lugar de dignidad, enseñando y asombrando a los doctores de teología en el seminario teológico rabínico. Pero no está menos admirado él porque ellos ignoren que éste es el lugar más apropiado del mundo para él ¿Quién puede adivinar cuáles son los sueños dorados del futuro de un jovencito hasta que un día el sol sale en su plena gloria? El jovencito ha desaparecido para siempre por la revelación del hombre, y el propósito varonil ha llegado para llenar el corazón y la vida. La palabra «debo» arroja una luz muy atrás sobre los años sosegados de la vida del jovencito en Nazaret. Los teólogos modernos especulan con mucha erudición acerca del tiempo en que Jesús llegó por primera vez a ser consciente del hecho de que él era el Hijo de Dios y tenía que desempeñar una misión mesiánica. Esta es una especulación ociosa. Sólo sabemos que a la edad de doce años Jesús sabe que Dios ha puesto su mano sobre él. Se siente a gusto en la casa de su Padre y se regocija en discutir cosas altas y santas.

Todo el problema de la persona de Jesús se nos presenta en este incidente. Lado a lado con esta temprana conciencia mesiánica está el otro hecho de que «Avanzaba en sabiduría y en estatura.» Era un verdadero muchacho no obstante el elemento divino que había en él, y también un muchacho obediente, porque estuvo sujeto alegremente a sus padres después de este incidente. El único muchacho que realmente sabía más que su padre y que su madre era un modelo de obediencia.

Nos impresiona la soledad del jovencito Jesús en este tiempo. No fue comprendido por los profesores de teología en Jerusalén, ni por sus padres, ni aun por su madre a quien hacía mucho había sido revelado el futuro de su hijo. ¿Acaso había ella escondido su secreto tan profundamente en su corazón que faltaba poco para que fuera perdido? Pero había pasado mucho tiempo y probablemente hacía poco, o nada, de las cosas tontas relatadas por los evangelios apócrifos. Solamente una vez se levanta el velo durante los años silenciosos, y así se arroja luz sobre la conciencia mesiánica de Jesús. Durante esos años en Nazaret tuvo una educación humana, en su casa, en la sinagoga, en los campos con los pájaros y las flores, con sus compañeros de juegos, en su trabajo en el taller de carpintería.

Lucas es quien escribe este incidente, y su introducción se parece mucho a la del historiador griego Tucídides. Es Lucas quien dijo que había examinado cuidadosamente los orígenes y había puesto cuidado para escribir con exactitud. La narración lleva el sello de la veracidad con la sencillez y realidad de ésta. Es muy probable que María misma haya dicho a Lucas lo que se narra aquí. Es la moda actualmente, para algunos, poner en duda lo que dice Juan acerca de Jesús, pero nótese que Lucas es el historiador.

Se necesita decir una palabra, de paso, acerca de lo natural y real de una vida que tan pronto tiene conciencia de una misión sublime. La explicación se halla en los hechos. No hay vestigio de artificialidad, de jugar un papel, en la carrera de Jesús. Pasamos por alto a los que voluntariamente ciegos niegan que Jesús alguna vez pensara que era el Mesías y aun dicen que el Antiguo Testamento no predice un Mesías. Este resultado sorprendente se obtiene o desechando los pasajes o por una maravillosa exégesis de cuanto insinúa un Mesías. No es extraño que el Hijo de Dios conociera a su Padre. ¿Qué mejor lugar para que aquella conciencia llegara a una actividad más amplia y viva que en el templo del pueblo de Dios?

Este jovencito de doce años, que amaba a los pájaros y las flores y trabajaba bien en el oficio de carpintero, progresaba en favor para con Dios y los hombres. Y no es esto extraño. Combinaba la piedad precoz con la popularidad. Cuando murió José, sin duda llegó a ser, en cierto sentido, el principal apoyo de su madre. ¿Ha habido jamás otra madre que tuviera tantas cosas por qué regocijarse o tantas cosas que no entendiera acerca de su maravilloso hijo?

3. ¿Nació Jesús de una virgen? De propósito antes pasamos por alto su nacimiento para tratar de él hasta aquí. Esto ha llegado a ser una cuestión palpitante en la actualidad. El temperamento científico desea profundizarlo todo y a veces cree que ha logrado hacerlo; pero este sentimiento de omnisciencia no es monopolizado por el espíritu científico. Los rayos X, el telégrafo inalámbrico, el radio, para no decir más, hacen hoy día que el verdadero científico tenga dificultad para decir lo que puede suceder en la naturaleza, aun cuando no existiera Dios. Si en efecto existe Dios, no hay verdadera dificultad desde el punto de vista de Dios.

Pues bien, tanto Mateo como Lucas relatan la historia del nacimiento sobrenatural de Jesús, pero desde distintos puntos de vista; Lucas desde el punto de vista de María, Mateo desde el de José. Evidentemente, pues, hay dos relatos independientes de este gran acontecimiento, viniéndonos ambos relatos de cerca de Jerusalén, mientras vivían aún Santiago y Judas, hermanos de Jesús, y posiblemente, mientras vivía María, la madre. Lucas pasó dos años en Cesarea, y era un historiador cuidadoso. En los primeros capítulos de este evangelio que relatan este maravilloso acontecimiento hay indicios de que usó un documento aramaico o hebreo y de que oyó la historia de alguno que hablaba el aramaico. La primera cosa que se relata, después de la introducción de este cuidadoso historiador, es la narración del nacimiento. Se narran aquí milagros, no necesariamente hermosas leyendas para idealizar o deificar a Jesús. Serían posibles las leyendas si la encarnación de Jesús fuese inherentemente imposible. ¿Pero quién puede afirmar esto con confianza?

El silencio de Marcos no puede alegarse contra Mateo y Lucas. Este Evangelio se escribió probablemente en Roma bajo la influencia de Pedro y lejos del círculo de Jerusalén. No es sorprendente que no se dijera nada al principio acerca del verdadero nacimiento de Jesús. Fue conocido como el hijo de José y María. El nuevo manuscrito siriaco de Mateo hallado en Sinaí dice, por cierto, en un pasaje, que José engendró a Jesús, pero en otro lugar se deja la declaración original. El texto estuvo probablemente sujeto a la escritura de los ebionitas, los cuales negaron la deidad de Cristo.

Aunque el prólogo de Juan, que tiene un reconocimiento maravilloso del estado de Jesús antes de su encarnación, omite, en efecto, una discusión del nacimiento de Jesús y así no tiene nada acerca del nacimiento de una virgen; no es para darnos una interpretación fácil del origen de la persona de Cristo. Ciertamente Juan, porque no dudo que fue él quien escribió el cuarto Evangelio, no encierra la carrera ni la persona de Jesús dentro de límites puramente humanos. La carrera terrenal de Jesús no es sino una porción muy pequeña aunque importantísima, de la existencia eterna del Hijo de Dios, quien estuvo con el Padre en el cielo antes de la encarnación y quien ha vuelto al Padre después de la resurrección y la ascensión. No es meramente una preexistencia ideal en lo que está pensando Juan aquí, sino la presencia personal con el Padre. Juan va más allá todavía. Él dice claramente acerca del Logos: «Era Dios.» Este es un concepto capaz de comprenderse, que el Padre tuviera un Hijo, que es en efecto un corolario necesario de Padre. Pero Juan aun dice que este Hijo o Logos se hizo carne y habitó entre nosotros. El Hijo de Dios, que era Dios y coexistió con el Padre, se hizo carne. ¿Cómo? Me aventuro a preguntar: ¿Sería esto una mera teofanía? ¿Era Jesús un verdadero hombre? ¿Tenían razón después de todo, los gnósticos docéticos, que sostenían que Jesús sólo parecía ser hombre? La interpretación propia del lenguaje de Juan se halla en el nacimiento de una virgen, y sólo allí. Él lo da por sentado como bien conocido. Si fuera en verdad el hijo de José, no sería «Dios unigénito» (El verdadero texto).

La dificultad es igualmente grande si volvemos a Pablo. Dice que Jesús nació de una mujer, deshaciéndose así del gnosticismo docético. Según Pablo, era verdadero hombre. ¿Pero sostuvo Pablo que también era verdadero Dios como Juan claramente creía? No aplica a Jesús el término Dios, a menos que así lo indique en Rom. 9:5, y leemos iglesia de Dios (el texto correcto) en Hechos 20:28. Pero en Col. 1: 15-18, y en otras partes (como en II Cor. 8:9 y Fil. 2:6) Pablo describe a Jesús de tal manera que no puede ser para él otra cosa sino Dios. Puede ser que la cuestión del nacimiento de Jesús de una virgen no fuese presentada a Pablo. Pero la verdadera deidad de Jesús es enseñada por Pablo, y esto es la cruz de todo el asunto. No tiene nada de inconsecuente con ello, ni tampoco lo tiene Juan. Todo el testimonio positivo del Nuevo Testamento favorece esta explicación, y no hay ni una palabra en contra de ella. En verdad los conceptos teológicos de Pablo y Juan la demandan. El Prof. Briggs (en North American Review de junio, 1906) afirma osadamente que el negar el nacimiento de una Virgen es negar la base filosófica de la encarnación de Cristo. Puede uno creer aun en la deidad de Jesús y ser lógico. Esto inquieta poco a muchas personas. La lógica hace poco papel en la teología de muchos. Pero no es posible pensar que Dios llegara a ser hombre sino por el nacimiento de una Virgen a menos que ha de tener así dos personas en la una en quien Dios ha entrado. Entonces la herejía del nestorianismo o dos personas es inevitable. Y aun cuando Dios pudiera entrar así en semejante hombre, haciéndolo no afectaría a ningún otro hombre. Si Jesús es en verdad el Dios-Hombre, Hijo de Dios e Hijo de hombre, el nacimiento de una Virgen es la única manera concebible en que se efectuara aquel gran acontecimiento. Y en verdad, este problema no es más difícil que ninguna otra cosa relacionada con la deidad de Jesús. Esto es, después de todo, el problema. La deificación del emperador romano y de otros héroes y semi-dioses en tiempos antiguos no prueba que esto es lo que sucedió en el caso de Jesús.

Por esto pongámonos entre los pastores en los cerros de Belén para oír cantar a los ángeles acerca de la paz en la tierra a los hombres que reciben el beneplácito de Dios. Encantémonos con este misterio trascendental. El niño en el pesebre ha dado nueva esperanza a toda madre que hay en el mundo, nueva gloria a todo niño que existe en la tierra, nueva dignidad a todo hombre que ha sentido la influencia del Hijo de Dios. En verdad salvará a su pueblo de sus pecados. Zacarías y María, Simeón y Ana vislumbraron la luz que ilumina al judío y al gentil. Estos cantaron los primeros himnos cristianos. Habían visto la salvación de Israel. Los sabios caen a sus pies y los Herodes y Satanás todavía están procurando obrar la ruina del Cristo. Pero ni sacerdote, ni rey, ni diablo pueden detener la marcha del reino de Dios.

¿Quién, pues, es Jesús? Ninguna doctrina que nosotros podamos manifestar expresará todos los hechos. Las teorías Kenolis de la humillación de Cristo meten en la palabra de Pablo en Filipenses 2:9, más de lo que tenía. Multiplican en vez de aminorar los problemas. Se deshacen en vaguedad. ¿De qué se desprendió Cristo cuando dejó el lugar que tenía al lado de su Padre en las alturas? ¿Se aplicaba esto a su naturaleza divina o solamente a su gloria divina? ¿Cuánto del conocimiento de Dios y del poder de Dios tuvo Cristo mientras fue hombre? ¿Cómo podría el infinito Hijo de Dios someterse a limitaciones humanas? ¿Cómo podría el Impecable morar en la carne y no tener pecado? Si tuviera pecado, no podría salvarnos a nosotros del pecado. Si el verdadero teólogo se siente humilde aquí, debemos acordarnos de que el verdadero científico no se jacta de conocer la vida, la vida fundamental, la Fuente de todas las cosas. No entendemos ni la primera ni la segunda mitad de este problema, Dios u hombre. No es extraño que la combinación causara nuevas dificultades. Tal vez cuando lleguemos a tener una visión clara acerca de Dios y el hombre, nos pondremos a estudiar con más confianza el asunto del Dios-Hombre. De todos modos estamos seguros de que esta unión sublime de Dios y hombre ofrece la única resolución verdadera de la carrera y carácter de Jesús de Nazaret. Es en la personalidad donde Dios y el hombre pueden propiamente encontrarse. La filosofía puede ayudar un poco aquí por el nuevo énfasis dado a los problemas de la personalidad. Podemos por medio de Cristo formar un concepto inteligible de Dios. Sin Cristo nuestras ideas de Dios tienden a deshacerse en lo abstracto.

4. El Padre Sanciona al Hijo. La nueva de que se hacían cosas extrañas junto al río Jordán llegó a Jesús cuando él estaba en Nazaret. Ya era hombre entonces, el hombre Jesús, y la nueva le interesó. No fue el llamamiento del desierto sino el llamamiento de su Padre el que oyó aunque tuvo que ir al desierto. Un nuevo profeta había aparecido en el desierto, un hombre que se vestía con ropa vieja, que tenía hábitos extraños y un mensaje maravilloso. Pero el encanto de Juan no consistía en su manera de vestirse ni en su alimento. La grandeza no se adquiere imitando las excentricidades de otros, así que, no era el vestido semejante al de Elías el que distinguió al Bautista, sino el espíritu y el poder del profeta. El mensaje era la cosa más maravillosa acerca del hombre. Dijo que el reino de Dios estaba cercano, en vez de estar en el futuro lejano. ¿Era verdad? La noticia se extendió hasta que toda Jerusalén y Judea salieron a ver lo que era más que tina caña mecida por el viento. Al fin los predicadores y maestros salieron para oír a este profeta de las montañas, algunos tal vez para burlarse de él y escarnecerlo. ¡La osadía del hombre los admiró! Dijo que aún los predicadores debían arrepentirse como cualesquiera pecadores: publicanos y gentiles, y ser bautizados. ¡Cómo si no fuéramos los hijos de Abraham! Pero este profeta no perdonó ni a los encumbrados ni a los humildes: soldados, publicanos, ni sacerdotes. A los que se arrepintieron los sumergió en el Jordán, y el nuevo rito hizo que muchos supusieran que él era el mismo Mesías. Por un poco de tiempo Juan fue estimado en más de lo que realmente valía (como sucede con frecuencia con los reformadores), pero pronto disipó semejantes opiniones falsas diciendo bruscamente que él no era el Mesías. No era sino la voz del heraldo que clamaba en el desierto. No era digno de desatar los zapatos del Mesías, el cual tendría un bautismo del Espíritu Santo.

¿Diría Jesús a su madre a dónde iba cuando salió de Nazaret? Había llegado su crisis y él lo sabía. Juan y Jesús se encontraron en la ribera del río. Juan había recibido una señal por la cual habría de reconocer al Mesías. Sin duda había esperado cada día aquella señal mientras bautizaba a las multitudes, y anhelosamente había examinado cada rostro que se levantaba al emerger de las aguas. Tal vez nunca había visto a Jesús, y si lo había visto antes, fue sólo brevemente, y no sabía quién era el Mesías. ¡Pero antes de que viniera la señal sintió instintivamente que estaba en presencia de él! Era incongruente que el Mesías le pidiera a él el bautismo. Parece que Juan mismo no había sido bautizado. Su bautismo exigía la confesión de pecado, y en presencia del Impecable, Juan sentía de nuevo su propia indignidad y suplicó que Jesús le bautizara. Pero Jesús se mantuvo firme. Juan hacía bien en sentir así, pero Jesús era hombre y judío y debía obedecer el mandato que el Padre había dado de que todos fuesen bautizados confesando sus pecados. El hecho de que no tenía pecado que confesar no le eximía de la obligación de cumplir con este acto recto de obediencia. No olvidemos nunca que a Jesús le parecía que valía la pena venir desde Nazaret al Jordán, no para salvarse, porque no necesitaba ser salvo, y el bautismo no salva a nadie sino simbólicamente. Sancionó por su propio ejemplo el bautismo en el Jordán, y más tarde lo exigió de todos sus discípulos. En verdad de un modo simbólico manifestaba su propia muerte y resurrección también, pero no es nada probable que Juan viera este punto.

Pronto Juan vio que Jesús tenía razón para ser bautizado, porque el Padre habló en alta voz al Hijo, y el Espíritu de Dios descansó sobre Jesús cuando salió del agua orando. Fue un momento augusto. El Padre, el Hijo y el Espíritu se unieron para celebrar este acontecimiento. Es claro que el bautismo de Jesús tuviera una maravillosa significación personal. Ha sido interpretada de distintos modos. Algunos imaginan que en esa ocasión Jesús llegó a saber por primera vez el hecho de que él mismo era el Mesías, el Hijo de Dios, pero esta interpretación no es justificada por los hechos. La protesta dirigida a Juan precisamente antes del bautismo no era una negación de que era el Mesías. Toda su conducta para con Juan fue la de quien ha arrostrado su destino y lo ha aceptado. Algunos de los gnósticos cerintianos imaginaron que el Cristo, como un Aeón o Emanación de Dios, bajó sobre Jesús en su bautismo semejante a una paloma, y que este Cristo Aeón era lo divino, siendo Jesús mismo un mero hombre. Sin embargo, su bautismo era el principio de la obra pública mesiánica. Jesús ahora se presentaba públicamente. Había cruzado ahora el Rubicón y no era posible volver atrás. Había puesto su mano en el arado y tenía que seguir hasta el fin y meterlo profundamente. Fue la venida del Espíritu Santo lo que constituyó el ungimiento de Jesús y no el bautismo.

No confundamos las dos cosas. Podemos comparar con esto la dotación profética del Antiguo Testamento.

5. La Significación Moral de la Tentación. Los que escribieron los Evangelios no podían haber conseguido esta narración sino de Jesús mismo. Es probable que, mucho tiempo después, relatara a los discípulos esta fiera lucha que, al principio de su ministerio, sostuvo con el príncipe del mal, como con frecuencia sucede con el joven predicador. Marcos apenas menciona el hecho, pero Mateo y Lucas dan los detalles de la lucha titánica. No podría ocurrir sino al principio del ministerio. Satán desearía retar de una vez al Mesías. Como un león de la selva reta al que se mete en sus dominios. Con derecho o sin él, el diablo pretendía que este mundo fuera suyo y de nadie más. Él había hecho mucho para hacerlo un matorral de pecado y dolor. Sentía que no podría existir sino la enemistad entre él y Jesús. Los Evangelios Sinópticos todos están de acuerdo en poner la tentación exactamente después del bautismo. Era el momento psicológico. Todo converso nuevo tiene que sostener una nueva lucha con el diablo después de su bautismo, «Te has portado locamente» dirá el diablo.

No podemos detenernos para discutir si fue una visita objetiva del diablo o meramente la influencia de una sugestión diabólica sobre la mente de Jesús. Lo más probable es que existieron ambos elementos. No es más difícil pensar que el diablo hiciera una manifestación visible de sí mismo a Jesús, que creer de alguna manera en la existencia del diablo. Este es el verdadero problema. Si existe un verdadero espíritu del mal que tiene acceso al alma del hombre y poder sobre ella, no necesitamos inquietarnos acerca de lo demás. Sería un consuelo creer, como lo hacen algunos, que el diablo ha muerto. Ciertamente el pecado no ha muerto. Si no hay diablo, no lisonjeamos al hombre haciéndole originalmente responsable de todo el mal que está en el mundo. Pero sea o no que el diablo apareciera objetivamente a Jesús, fue en la región espiritual donde se verificó la tentación. Marcos aun dice que Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado del diablo. Esto parece al principio ser un dicho duro, pero probablemente no quiere decir otra cosa sino que Dios deseaba que su Hijo encontrara de una vez al tentador para resolver la cuestión inmediatamente. No es que el diablo no hiciera otro esfuerzo, sino que se hiciera clara la manera de afrontar los conflictos futuros.

Es evidente que el diablo hace alusión a la aprobación del Padre en el bautismo de Cristo cuando dijo: «Si eres el Hijo de Dios,» como Dios había dicho. No es que el diablo niegue que sea así; por cierto, la forma de la condición da a entender que es verdad, y él dice, en efecto, «un Hijo de Dios,» y no «el Hijo de Dios,» como Dios había dicho, pero sugiere a Jesús que haría bien en comprobar lo que había dicho Dios. En esto no haría mal. Entonces tendría la experiencia personal para sostenerle. Tenía mucha hambre y seguramente, si era Hijo de Dios, podría hacer obra creativa como la había hecho Dios. Era una sugestión sutil. Jesús haría milagros a favor de otros. ¿Por qué no había de empezar haciendo uno a favor de sí mismo? En una palabra, ¿Había Jesús de ser un Mesías egoísta? Pero la tentación no habría sido tentación si hubiera sido puesta en aquella forma. En esto consiste el peligro de una tentación, en que, al principio, su verdadero carácter está oculto y difícil de descubrir. Aquí se ocultaba la desconfianza en Dios.

Los judíos esperaban que la venida del Mesías fuese un gran espectáculo. Con frecuencia suplicarán a Jesús que dé una señal, que no meramente obre milagros, sino que, por ejemplo, obre algún gran portento en el cielo. El diablo sugiere que Jesús se acomode a la expectación popular dejándolos verle bajar por el aire desde el pináculo del templo, como si descendiera directamente del cielo. Le saludarían con aclamaciones. Pero Jesús no era un mero prestidigitador, no era un aeronauta de globo o paracaídas. El diablo se hace piadoso y cita la Escritura, no citándola mal como lo hacen algunas buenas gentes, sino que la aplica mal. En esto también el diablo no tiene monopolio. Pero Jesús vio que sería presuntuoso, en lugar de confiado, osar hacer semejante hazaña. Además de esto, haría mejor resolviendo la cuestión ahora, en lugar de más tarde, si habría de ser la clase de Mesías que el pueblo deseaba o la que el Padre había ideado. Todo predicador en una manera más humilde, tiene que resolver un problema semejante. Es tan fácil seguir con la corriente, tan fácil caer desde una gran altura cuando está uno nervioso y lleno de miedo.

Pero el diablo no había acabado. Apeló a la ambición de Jesús. Le ayudaría a hacerse el rey del mundo. En esto el diablo había tenido mucha experiencia. No que abdicaría exactamente; él y Jesús podrían gobernar juntos. Esto sería mejor que la guerra declarada. Ofreció a Jesús todos los reinos del mundo y la gloría de ellos. Era un cuadro fascinador que se presentó a la mente de Jesús. Sólo suplicó como recompensa que Jesús se arrodillara delante de él aquí, en la montaña. Nadie más estaba presente, y sería meramente un reconocimiento de los hechos del caso. El diablo realmente tenía los reinos del mundo en su poder; por ejemplo, el gran Imperio Romano. ¿No sería mejor hacer la paz y ser amigos en lugar de pelear? Podría volver este gran Imperio Romano, contra Jesús, quien todavía no tenía discípulos, y si ganara algunos, podría usar este imperio contra el reino de Jesús. Esto fue el busilis de la tentación. Jesús deseaba el mundo. En verdad había venido para ganar el mundo, pero tenía que quitar el mundo al diablo, y no tomar el mundo en las condiciones propuestas por el diablo y con el diablo como dictador. Cristo no fue confundido por la expectativa. Sabía lo que significaba su decisión. Pero amaba demasiado al mundo para traicionarlo así. No quería tener una mezcla del reino del cielo con el reino del mundo. Estaba dispuesto a morir por el mundo. Es extraño decirlo, pero el diablo, en efecto, hizo que el Imperio Romano peleara con Jesús y lograra injertar mucho del mundo en la iglesia de la Edad Media. Pero Jesús desechó todo compromiso y rendición y mandó a Satanás que se fuera. Se fue, sojuzgado por el momento pero esperaba aprovechar otra oportunidad. Así es que Jesús tuvo que arrostrar la muerte en el mero principio. Tenía que estar dispuesto a morir por los hombres antes de poder salvar a los hombres. Así es que Jesús escogió la sublime pero áspera senda que conducía al Calvario, camino solitario y cansado. Su decisión significó un conflicto eterno con Satanás hasta vencer a éste, y hasta que los reinos de este mundo hayan llegado a ser los reinos de nuestro Señor y de su Cristo.

6. La Presentación de Jesús hecha por Juan. Esta se halla de acuerdo con la descripción sinóptica, como se ve, por ejemplo en la tentación. En el Evangelio de Juan, Jesús es presentado como consciente desde el mismo principio de que es el Mesías a quien ha sido encargada una gran obra para Dios, consciente también de que habría de morir por los hombres. Debemos notar también que este concepto de Cristo es presentado también en los Evangelios Sinópticos. Juan no ha hecho más que acentuar lo que está implícito en la tentación y expresado por el Padre en el bautismo. Jesús es el Hijo de Dios. Juan presenta a Cristo reconocido como el Mesías ya en el principio, y que aun entonces pretendía ser el Mesías. Esto no es extraño, sino natural. Así Juan relata que al principio los discípulos de Jesús bautizaban, lo que según parece dejó de hacerse a causa de la popularidad de Jesús con el pueblo y la hostilidad que resultó de parte de los fariseos; del mismo modo relata las pretensiones mesiánicas que pronto dejaron de mencionarse por la misma razón. El choque con las autoridades de Jerusalén en la primera pascua evidenció que la crisis se precipitaría de una vez si Jesús persistía en pretender abiertamente ser el Mesías o en permitir que le llamaran así. Por lo tanto llegó a ser necesario que Jesús usara de reserva en cuanto a la pretensión mesiánica. Pero esta reserva no significa de manera alguna que Jesús comenzara su carrera pública meramente como otro rabí o como profeta, a semejanza de Juan cuando esperaba al Mesías, inducido finalmente por la expectación pública a pensar que él era el Mesías o a proponerse como el Mesías. Estas alternativas son muy inconcebibles e inconsistentes con cuanto sabemos de Jesús. No era un mero soñador, no era fanático, ni actor, ni demagogo ni charlatán. Es difícil pensar en Jesús como sabiendo él al principio de su ministerio que él mismo era el Mesías y que tendría que sufrir la muerte, pero tal destino está delante de todo verdadero soldado. Jesús sigue valerosamente caminando para encontrar su hora y cumplir su tiempo. La experiencia nos muestra que el tipo más alto de varonilidad se desarrolla en tiempos difíciles.

7. Los Términos Aplicados a Jesús Tienen un Interés Peculiar. Su propia frase favorita, Hijo del Hombre, tenía una significación mesiánica, aunque no se entendía generalmente así en ese tiempo. Servía como una pretensión a su oficio, aunque en una forma oculta. Ciertamente significaba más que la insípida palabra aramaica «barnasha,» hombre. En algunos pasajes esta idea es positivamente ridícula. Además de esto el término acentúa la encarnación de Cristo. Es el hombre representativo. En pocas ocasiones Jesús se llamó el Hijo de Dios (en los Sinópticos así como en Juan) en un sentido que no es verdadero de los otros hombres. Los judíos consideraban como blasfemia esta pretensión, porque pretendía ser igual a Dios y recibía adoración como Dios. Después del principio de su ministerio no permitía que le llamaran claramente el Mesías hasta que suplicó a Pedro directamente que dijera lo que pensaba de él. Aun entonces amonestó a Pedro y a los discípulos a no llamarle Mesías públicamente. Y sin embargo, bajo juramento delante del Sanedrín, Jesús afirmó que él era el Mesías, el Hijo de Dios, y el Hijo del hombre. Sufrió en su muerte la pena de aquella confesión. No era blasfemia que el verdadero Mesías hiciera esta pretensión. Y Jesús había sido identificado por Juan como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La última vez que el Bautista viera al Mesías se paró mirándole, extasiado, con la gloria de la visión. «Él está en medio de vosotros» había dicho, «y no le conocéis.» Y con frecuencia esto es cierto ahora con respecto al Cristo invisible y no reconocido.

CAPÍTULO II

LA PRIMERA INVITACIÓN DE JESÚS

 

«Venid y veréis» (Juan 1:39).

SE NOS dice en Hebreos 5:8 que, «Aunque Jesús era Hijo, aprendió la obediencia por las cosas que padeció.» Tenía que ser hecho perfecto por la disciplina de la experiencia (Heb. 2:10). Sólo así podría llegar a ser el Capitán (o Autor) de la salvación, y podría alcanzar poder para ayudar a los tentados (Heb. 2:18). La experiencia no viene como un don o una herencia, ni puede comprarse. Jesús ya ha dado a entender al gran tentador el carácter de su trabajo. La larga guerra para el rescate del mundo ha comenzado, porque Jesús vino no para traer paz, sino espada.

1. Conexión con el Trabajo de Juan el Bautista. Cristo no estuvo completamente solo en su trabajo que desempeñaba en favor del Reino de Dios. Unas pocas personas espirituales como Simeón y Ana, Zacarías y Elisabet, de una generación anterior, se quedaron, esperando la consolación de Israel, aunque, generalmente hablando, la semilla del cristianismo se sembró en suelo estéril. Pero Juan el Bautista, como Precursor del Mesías, había descubierto algunos espíritus escogidos que recibirían al Mesías con gozo.

Juan el Bautista nunca vaciló ni por un momento acerca del Mesías. Podía medirse a sí mismo perfectamente–cosa muy difícil de hacer. Nos equivocamos en esto muy fácilmente. No permitió que las lisonjas ni las intrigas le apartaran de su cordial lealtad a Jesús como el verdadero Mesías, la Esperanza de Israel. El Evangelio de Juan no narra el bautismo de Jesús por el Bautista, aunque lo insinúa aludiendo a la señal del Espíritu Santo descendiendo sobre él (1:33). Después del bautismo de Jesús, Juan no le vio sino dos veces, por lo que sabemos, y esto en dos días sucesivos. Pero en cada ocasión su alma se extasió con la visión. ¡Allí está el Cordero de Dios! Nada merecía ser mirado mientras Jesús podía ser visto. «Miró a Jesús que iba pasando» (Juan 1:36). Se regocijó de poder dar su testimonio de identificación. «Yo he visto, y he testificado que éste es el Hijo de Dios» (Juan 1:34). Vio claramente también el aspecto sacrificial del Mesías. «Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). El Bautista no equivocó completamente, como sostienen algunos, la obra del Mesías, porque dijo expresamente que Jesús desempeñaría un ministerio espiritual (bautizar con el Espíritu), no obstante que su venida trajo inevitablemente juicio sobre el mundo.

2. Los Primeros Discípulos. Estos eran discípulos del Bautista, Andrés y probablemente Juan el Evangelista, quienes creyeron al Bautista y dejándole siguieron a Jesús. Fue un momento de mucha significación para Jesús. Aquí, al menos, hubo un principio: dos almas preparadas por la obra del Bautista. Juan el Evangelista escribió de ello cuando era anciano, pero nunca olvidó a través de los años el acontecimiento ni la hora del día, las diez de la mañana (tiempo romano). Pasaron el día con Jesús, el primero de muchos días semejantes. La levadura del reino ya obraba. A Andrés pertenece la distinción de esforzarse primero para ganar a otro. El texto correcto (Juan 1:41) realmente dice que ésta fue la primera cosa que hizo Andrés después de su entrevista con Jesús. Puso las cosas primordiales en primer lugar. No tenía tiempo para hacer otra cosa. A Simón su hermano dice sencillamente: «Hemos hallado al Mesías.» Fue una nueva de tremenda importancia. ¿Podría ser la verdad? Pronto Simón mira cara a cara a Jesús. Desde luego este hombre impresionó a Jesús. «Te miró» con toda la penetración de la naturaleza humana que caracterizaba tanto a Cristo. Vio en Simón lo que en ningún otro jamás había visto–vio en verdad la inestabilidad, la mutabilidad, lo impulsivo, la debilidad de su naturaleza, pero más allá de todo eso vio las posibilidades más profundas y fuertes de este hombre y apeló, como lo hace siempre, a lo mejor de él. Profetizó un nuevo nombre para Simón, el de Cefas o Pedro. No merecía aún ser llamado Roca pero lo merecería. Lo que hizo Jesús con Simón lo hace con todo hombre. La cosa más notable acerca de Jesús es que él pone en un hombre, lo que no ve en él. Así Cristo ha levantado al mundo, hallando la mejor cosa en el hombre, desarrollándola, e introduciendo nueva vida en él, el Reino de Dios.

El día siguiente Jesús halla a Felipe y le dice explícitamente: «Sígueme.» Fue un mandato extraño. Felipe no conocía a Jesús. ¿Por qué había de seguir al extraño? Puede ser que fuese él discípulo del Bautista, pero de todos modos Felipe era de Betsaida, la población de Andrés y Pedro, los cuales estaban ya con Jesús. Este hecho cedió ante la demanda de Jesús. Así es actualmente. Seguimos a Cristo en parte porque lo hacen nuestros amigos. Además de esto, hubo un tono de insistencia en las palabras de Jesús. Parecía tener derecho de pedir este servicio supremo a Felipe. Es claro ahora que los hombres escucharán la invitación de Jesús. Será posible ganar a los hombres para el reino de Cristo en oposición al reino del diablo.

Así como Andrés (y probablemente Juan el Evangelista) fueron movidos por el poder de la levadura, así Felipe es movido para hallar a Natanael. Cada uno trae uno. ¿Por qué no? Esta es la obra normal del reino de Dios. «Le hemos hallado,» dice Felipe. Eurékamen. Fue el mayor descubrimiento del mundo. Ni el oro, ni los diamantes, ni los planetas, ni un nuevo sol, ni el radio pueden mencionarse al lado de este descubrimiento de quien escribió Moisés y los profetas. Pero Natanael no era impulsivo como Simón. Era escéptico. «¿De Nazaret acaso puede salir cosa buena?» (Juan 1:46). Como otros muchos escépticos resolvió todo el asunto refiriéndose a una cosa subordinada. Felipe le había llamado «Jesús de Nazaret hijo de José.» Natanael no vivía lejos de Nazaret. Ser ciudadano de aquella población le parecía un reproche. Nazaret tenía mala reputación, y de todos modos no era el lugar mencionado en el Antiguo Testamento; por lo tanto el Mesías no podía vivir allí. Después de todo la lógica no sirve como coche en qué viajar. Ha dicho alguien que la mejor cosa del mundo salió de Nazaret. Pero Felipe tuvo paciencia. Sólo suplicó que lo probara. «Ven y ve.» Las pretensiones de Jesús no han de resolverse por las discusiones abstractas. El argumento de la experiencia es un argumento científico. Felipe apoyó su argumento precisamente en esto. Sabía lo que Jesús había hecho por él. Natanael no podía rehusarse a venir. De modo que vino para investigar a Jesús, pero halló que Jesús ya lo había diagnosticado diciéndole que era «verdaderamente un israelita en quien no había engaño.» Así, pues, es una cuestión personal entre Natanael y Jesús. «¿De dónde me conoces?» Es la primera vez que Jesús exhibe a los hombres su conocimiento sobrenatural. El escepticismo de Natanael se desvanece ante esta experiencia sobrenatural. Acepta a Jesús como el Hijo de Dios y el Rey de Israel. Salta al fin del camino y reconoce el elemento divino de Jesús «el hijo de José.» Jesús profetiza cosas mayores que las que Natanael ha de ver, porque Jesús es el vínculo entre la tierra y el cielo. Los ángeles ascienden y descienden sobre el Hijo del hombre, como Cristo se llama ahora por primera vez. Es significativo notar cómo los términos principales aplicados a Jesús después se presentan juntamente al principio. Él es el Mesías, el hijo de José, de Nazaret, el Hijo del hombre, rabí o maestro, el Rey de Israel, él Cordero de Dios, el Hijo de Dios.

3. El Primer Milagro. El diablo había procurado hacer que Jesús obrara su primer milagro para su propio favor. Nunca obró milagros sencillamente para sí mismo, aunque él mismo era el gran milagro. Juan Bautista no obró milagros, de modo que no podemos decir que era dado por sentado que un profeta obrara milagros. Es verdad que los milagros de Cristo presentan dificultades a la moderna mente científica. En ese tiempo crearon una dificultad también; y tanto fue así, que los enemigos de Jesús atribuyeron al diablo ese poder milagroso. Pero los modernos consideran los milagros como relacionados con la persona de Cristo. Si era en realidad el Hijo de Dios no es sorprendente que ejerciera el poder de Dios. La otra dificultad se halla en la relación de Dios al mundo. Si Dios no ha agotado su poder en las leyes de la naturaleza que nos son conocidas, no podemos limitar la expresión de su voluntad. Mientras más real y espiritual sea Dios, menos razón tenemos para negar su poder en la naturaleza. La sugestión para este milagro vino de la madre de Jesús, y muestra que ella sabía que había entrado en su obra mesiánica y creía en él. Y, sin embargo, aunque la demanda era perfectamente natural e indica una relación íntima de compañerismo entre madre e hijo, una demanda fue creada por ella para que se precisara la nueva situación. El mismo hecho de que había entrado en su obra mesiánica hizo imposible que María ejerciera ya el poder de madre sobre él. Jesús no manifestó aspereza usando la palabra «mujer,» pero era necesario que ella llegara a entender la nueva relación. Tal vez no había llegado su «hora» para una demostración pública como la que llegó más tarde en Jerusalén. En efecto adoptó la sugestión de su madre y cambió el agua en vino, en verdadero vino. Así, pues, Jesús tenía poder sobre la naturaleza. Su primer milagro es tan difícil como otro cualquier, él es Señor de la naturaleza y el agua reconoció ese hecho y respondió a su voluntad.

«El agua consciente vio su Dios y se sonrojó.»

Jesús sabía cómo mezclarse en la vida social en una manera tal que bendijera y regocijara a otros. No era un asceta que se guardara separado de los hombres. Vivió en el mundo pero no fue contaminado por el mundo. El que ama la temperancia, como lo hacía Jesús, no tiene que hacer una exégesis falsa de este hermoso incidente para justificar su defensa de la prohibición. Los vinos poco intoxicantes de aquel tiempo fueron tomados con tres partes de agua y eran semejantes a nuestro te o café en sus efectos. Jesús no abogaba por la cantina moderna con su tráfico en almas humanas. La gloria de Jesús se manifestó al pequeño grupo de media docena de discípulos quienes ahora ya ejercían más fe que antes en el nuevo Maestro. Una visita breve a Capernaum con su madre y el grupo de discípulos siguió a la fiesta de las bodas de Caná.

4. La Crisis con las Autoridades de Jerusalén. Era propio que fuera Jesús a la fiesta de la Pascua. No hubo ocasión mejor para que el Mesías llegara a conocer a los líderes religiosos del pueblo que esta gran fiesta. Aquí, por primera vez vemos una nota de tiempo en el ministerio público de Cristo, y es Juan en su evangelio quien la da, y no uno de los Sinópticos. Tomando en consideración sólo lo que ellos dicen, la obra de Cristo podría haber ocupado un solo año, aunque un año muy lleno de trabajo. Pero Juan, si tomamos su evangelio como regularmente cronológico, lo hace ocupar por lo menos dos años y medio con tres pascuas, con la posibilidad de tres años y medio. De modo que fue en la primavera del año 27 D. de C. cuando Jesús estuvo en Jerusalén por primera vez desde su bautismo, el cual se efectuó seis meses antes. Está en el templo, la casa de su Padre, donde al estar tuvo gusto siendo un jovencito de doce años. Sabe que la casa de su Padre es contaminada con el tráfico y venta de palomas y ovejas, el sonido del dinero y la gritería de los cambistas posados en los corredores del Atrio de los Gentiles. No se ocupa en la discusión teológica como antes, pues este ultraje, pues estas supercherías que enriquecían a las autoridades sacerdotales, conmovieron tanto a Jesús que desde luego se volvió reformador y manifestó su autoridad profética y mesiánica. Se objeta que los Sinópticos dan el incidente al fin del ministerio de Cristo y no al principio como lo hace Juan. Pero seguramente era de tal naturaleza que es probable que volviera a suceder cuando los traficantes contaminaron así el templo otra vez. La influencia de Jesús no era sino personal y momentánea. Los hombres volvieron en sí y quedaron admirados de que se hubieran salido. Los judíos demandaron una señal en defensa de sus pretensiones, pues hacía lo que solamente el Mesías tenía el derecho de hacer. De modo que aquí, al principio, la cuestión se suscita entre Jesús y las autoridades eclesiásticas. Podría haber hecho una gran señal y hecho afirmación verbal de que él era el Mesías. ¿Le habrían aceptado? Al contrario, le habrían matado entonces en lugar de haberlo hecho tres años más tarde. En efecto, les da una señal, pero de tal manera que ni ellos ni los discípulos la entienden. Les dio la señal de su muerte y resurrección, la gran señal en que basaba toda su carrera. La dio en forma simbólica y parabólica, pero por ese mismo motivo se grabó en la mente del pueblo, aunque mal entendida, como se ve cuando en el juicio de Jesús esta mala interpretación es la única cosa que los enemigos de Jesús pueden hallar en su contra. Y en la cruz le arrojarán a su rostro su dicho de que destruiría el templo y volvería a levantarlo en tres días. No había dicho esto. Había dicho que, si ellos destruyeran el templo de su cuerpo, volvería a levantarlo en tres días. Esta no es meramente la interpretación que Juan hace de la parábola de Jesús. Es la única interpretación que está de acuerdo con la carrera de Cristo. Se objeta que es un anti-clímax que Jesús anunciara su muerte así, al principio, y que no habría tenido ánimo para seguir adelante si éste hubiera sido el fin previsto. Pero esta objeción mira de una manera demasiado mezquina la carrera de Jesús, y hace demasiado pequeña su alma. Su único objeto al venir al mundo fue el de morir por los pecadores. No se suicidaría. Dejaría cumplirse los acontecimientos. No apresuraría su «hora,» pero seguiría valerosamente hasta encontrarla. Quitar de la mente de Cristo este anticipado conocimiento de su muerte le robaría de este elemento trascendental de heroísmo, le representaría como un ciego andando a tientas buscando el bien, en lugar de ser el gran espíritu constructivo quien vio que la única esperanza de la raza era que pusiera su vida por ella. Pero haciéndolo y antes de hacerlo hará también la parte de un hombre. Atacará las condiciones malas en la religión y en la vida que hay en todo su derredor. Presentará a los hombres lo ideal, tanto en la palabra como en el hecho. Su muerte descansará sobre una vida que merecía vivirse, y esto le recomendará a los hombres por todos los siglos. Este es un concepto digno de Cristo, y es el que se da en los evangelios. Comenzará con la casa de Dios. Esta necesita ser limpiada, aun cuando los hombres investidos de privilegios concedidos o permitidos por las autoridades profanaran la casa de Dios, protestará. Protestará aun cuando vuelvan. Levantará su voz y su mano en contra de los que violan la ley y la decencia. La mano está levantada todavía y azota a todo violador de la ley y del orden.

5. Una Entrevista con un Erudito Judío. Nicodemo se sentía atraído a Jesús como lo es un erudito a otro. Era un espíritu semejante, un hombre versado en las cosas más profundas. Pero había más. Las señales que él obró en Jerusalén probaron que Dios estaba con el nuevo maestro. Y sin embargo Jesús era Persona non grata al Sanedrín, del cual Nicodemo era miembro. Cristo era ya un hombre desechado por los doctores en teología. Se debía en parte al hecho de que Jesús no era técnicamente hombre así como ellos lo entendieron, no era graduado de su seminario rabínico, no había aprendido de ellos; pero en parte también a que había un elemento novedoso en sus enseñanzas. Su punto de vista era tan extraordinario y tan distinto, que al principio no podían comprenderle. Ponía en peligro la teología de ellos. Su choque con ellos en el templo lo acentuaba todo. Los rabíes recelaban dificultades. No obstante todo esto, Nicodemo se sentía atraído hacia él. Podemos imaginar a este erudito tímido pero inquisitivo yendo a una tienda de campaña fuera de la ciudad, mirando recelosamente por todos lados. Sus observaciones introductorias abrieron el camino para una conversación más íntima. Aquí está un hombre muy distinto, tanto de Simón como de Natanael. Es el erudito investigador limitado por las costumbres y por una abstracción intelectual, atraído por la verdad a fin de hallar el camino que lo lleve fuera del laberinto. Nicodemo es el esclavo del sistema ceremonial, y no lo sabe. Por esto Jesús inmediatamente le presenta el corazón de todo el asunto, la necesidad del nuevo nacimiento para la entrada al Reino de Dios. La impotencia de Nicodemo en presencia de la idea fundamental en el reino de la gracia muestra cuánto estuvo enredado en la red del legalismo. Jesús procura ayudarle sugiriéndole una idea más adelantada que su propio punto de vista. Debe haber no solamente un nacimiento nuevo ceremonial, lo cual era fácil para Nicodemo, sino un nacimiento espiritual, que es dado por sentado entre nosotros. «Os es necesario nacer de nuevo.» Nicodemo había venido para pedir luz y había recibido más de la que sabía utilizar, aunque era destinada a atraerle hacia el reino. Pero Jesús insistió en que esto era una verdad meramente elemental y terrenal en el reino y no una verdad celestial que tuviera su origen en el propósito eterno de Dios como se muestra en la necesidad de la muerte propiciatoria de Cristo. Este «necesario» era demasiado profundo para Nicodemo, y todavía estamos admirados por la profundidad del amor manifestado en Juan 3:16, ya sea porque estas palabras fueran la interpretación del evangelista o las últimas palabras de Jesús a Nicodemo.

Jesús tuvo más éxito en su obra realizada en Judea que en la que hizo en Jerusalén, no obstante que, aun allí, más gente creía nominalmente en Jesús que la que merecía su confianza. En Judea la ola de la popularidad se levantó tan alta que se despertaron los celos de los fariseos. Pero el Bautista no permitió que los celos entraran en su corazón, cuando Jesús le ganó en el favor popular. El arresto de Juan meramente mostró lo que sucedería a Cristo cuando llegara la hora de la crisis.

6. Una Entrevista con una Mujer Samaritana. Es difícil ponernos en el lugar de Jesús mientras hablaba con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob. Todo se oponía a su esfuerzo para ganar a esta mujer solitaria. Tenía las fuerzas agotadas por el largo viaje del día sobre los montes. Tenía hambre. Era mujer, y los judíos no esperaban que un rabí platicara en público con una mujer. Era samaritana, y odiada aún más enérgicamente por los judíos por ser media judía. Era una mujer que había tenido maridos en demasía y cuyo carácter y reputación creaba un caso muy delicado y difícil de manejar. Seguramente éste era un caso más desesperado que el de Nicodemo. Todo motivo de raza, preocupación e inclinación personal le sugeriría que la dejara sola. Pero Jesús nunca llegó a mayor altura que cuando se despertó para ganar a esta mujer pecadora. Comenzó con pedir un poco de agua: El único tópico que tenían en común. No hay estudio más fino en el método de ganar almas que en la pericia suprema mostrada por Jesús aquí para vencer todo obstáculo y para despertar al fin la conciencia de la mujer misma. Anheló una controversia teológica cuando llegó a sospechar que Jesús era profeta. No veía que un predicador fuera necesario para otra cosa, sino para disputar con él. Pero Jesús no le permitió divagar y le reveló la palabra más alta que tenía que pronunciar acerca de Dios y del culto, y le dijo claramente que él era el Mesías, cosa que no había dicho a Nicodemo. El resultado justificó la paciente perseverancia de Jesús, porque la conversión de ella condujo a la de otros muchos. Jesús vio en la salvación de esta mujer samaritana la promesa de la victoria. En verdad, los campos del mundo estaban blancos y listos para recibir la hoz del segador, ya que una mujer como ésta podía ser convertida. La mies está todavía blanca esperando a los segadores, pero el alma de Jesús se alimentó con este bendito fruto. Ya no deseaba alimento ni agua. Le bastaba la voluntad de Dios. Ahora se estaba haciendo el Salvador del mundo, para que aun los samaritanos pudieran ser salvos.

7. El Llamamiento a Nazaret. No es sorprendente que Jesús deseara visitar a Nazaret. En verdad, más tarde hizo una segunda visita, según la narración de Marcos y Mateo. Era justo que diera a Nazaret, el lugar de su niñez y juventud, una buena oportunidad. Por cierto, Jesús se ausentó después de su bautismo, hasta que hubo iniciado bien su ministerio. Vino después de haber adquirido una reputación como rabí, y aún más, porque muchos habían oído hablar de sus milagros. Pero quedaron dudas en la mente de algunos de que un joven carpintero, creado en su población, a quien conocían, pudiera hacer todas las cosas que le eran atribuidas. Les parecía que habían oído informes equivocados. Pero al principio Jesús fue tratado con suma cortesía. Después de haber leído el famoso pasaje en el rollo de Isaías y de haberlo devuelto al ayudante, Jesús se sentó junto al pupitre de lectura. Esta era la señal de que iba a pronunciar un discurso, y al momento todos los ojos se fijaron en él. Estuvieron muy alertas porque entonces podrían juzgar ellos mismos lo que había en él para justificar su reputación repentina ganada desde que los había dejado. No tenían que esperar mucho porque Jesús se apropió el cumplimiento en este día de la promesa mesiánica que acababa de leer. La misma osadía de la pretensión los hizo escuchar al principio con simpatía. ¡Pensar que el Mesías haya aparecido en nuestra población! Se despertó su orgullo, y fueron encantados por sus maravillosas palabras. Sin embargo, ¿no era éste el hijo de José? La incredulidad se expresó en sus rostros y tal vez hubo murmullos. Algunos son mortalmente ofendidos cuando sus vecinos y amigos tienen más éxito en la vida que ellos. No pueden admitir en ellos dones y trabajo superiores a los suyos propios. Es este resentimiento oculto que encuentra Jesús cuando lo interpreta con la parábola o proverbio, «Médico, cúrate a ti mismo.» Anhelaban que hiciera algunos de los milagros de que habían oído hablar. Después de todo, era fácil hablar. Haznos uno o dos milagros. Jesús podía interpretar con exactitud la psicología de una multitud. Pero en vez de satisfacer su curiosidad ociosa, les dio una reprensión severa, citándoles el ejemplo de la soberanía de Dios como se muestra en el caso de la viuda de Sarepta y el de Naamán el siro. Nazaret no tenía más privilegios naturales en el reino que cualquiera otra población. Entendieron esto como una ofensa a su orgullo de pueblo, e inmediatamente todos se llenaron de ira, de modo que procuraron quitar la vida al héroe de la hora anterior. Fue un resultado triste, pero Jesús no fue sorprendido, porque dijo, “Ningún profeta es acepto en su misma patria”. Ya era claro que Nazaret no podía ser el centro de su trabajo en Galilea. Jesús había tenido demasiada popularidad en Judea y por esto había tenido que poner fin a su trabajo allí. Pero no tiene demasiada popularidad en Nazaret.

8. El Nuevo Hogar. ¿Dónde había de poner Jesús ahora el centro de su obra? Tenía que estar en alguna parte de Galilea. Se había hecho imposible tenerla en Judea, y por supuesto no podía estar en Samaria. En Galilea no había otra ciudad más cosmopolita que Capernaum. Los fariseos tenían menos influencia en Galilea que en Judea, y al menos había aquí una oportunidad de sembrar la semilla del reino libre de la influencia dominante de los eclesiásticos de Jerusalén. El elemento gentil en Galilea era todavía considerable, especialmente alrededor del mar de Galilea, que era el centro de un gran comercio. El mundo exterior se hacía sentir en Capernaum, aunque los judíos tenían allí una sinagoga, dádiva de un generoso centurión romano. Nazaret misma estuvo cerca de uno de los grandes caminos que había entre Egipto, Siria y Mesopotamia para las caravanas. El aramaico y el griego eran los idiomas que se oían con más frecuencia, y Jesús y los discípulos probablemente hablaban ambos, según la ocasión, así como lo hacía Pablo también.

Parece que la media docena de discípulos que habían estado con Jesús en Judea y Samaria no fueron con él a Nazaret, sino antes bien a sus distintos hogares. Cuatro de ellos, que eran dos pares de hermanos, habían vuelto a ocuparse de la pesca. Cuando Jesús vino a Capernaum para vivir, pronto halló a Andrés y a Simón, a Santiago y a Juan. Es verdad que no habían tenido en esta ocasión ningún éxito, y estaban remendando y lavando sus redes. Jesús sugirió a Simón que guiara su barca más adentro para hacer otro esfuerzo. Un pescador siempre puede hacer un esfuerzo más. Pero Simón ya no tenía esperanza. «A tu palabra echaré las redes.» Si eso agradaba a Jesús, haría otro esfuerzo, aunque había trabajado toda la noche sin coger nada. El resultado humilló a Simón y fue posible que Cristo enseñara una lección espiritual valiosa para Simón y para todos los otros. ¿Tendrá tan poca fe como pescador de hombres? Esta es la segunda vez que estos cuatro hombres siguen a Cristo, aunque todavía no como Apóstoles. Continúan con él, dejando definitivamente de pescar.

En la sinagoga de Capernaum Jesús se pone frente a un extraño auditorio, aunque no hostil. Lo que asombró a la asamblea fue la independencia personal de Jesús como maestro. No era esclavo del pasado, como lo era el rabí ordinario que temía una opinión nueva que no tuviese el apoyo de algún rabí de la antigüedad. Pero Jesús no enseñaba como los escribas, sino como uno que tenía autoridad. Tenía la autoridad de la verdad en lugar de la de algún custodio que se había apropiado el deber de la ortodoxia. Había pasado mucho tiempo desde que una nueva idea se había expresado en esta sinagoga, e hizo una conmoción. Lo que necesita el mundo es la verdad, sea nueva o antigua. Una mentira no es una verdad por habernos llegado desde muchos siglos pasados. Un púlpito no debe tener el afán de cosas meramente antiguas, ni la comezón de cosas meramente nuevas. En este caso la verdad era una sensación. «¿Qué es esto? ¿Una nueva enseñanza?» Tenemos aquí el primer caso de muchos en que Jesús sanó a un pobre endemoniado. El demonio reconoció a Jesús como el Santo de Dios, pero su testimonio no fue bien recibido por motivos obvios. No sería provechoso para Jesús recibir tal atención. Pero el pueblo se asombró por su poder de echar fuera al demonio. Hay dificultades serias en conexión con los demonios, su realidad y su relación con la enfermedad. Sabemos muy poco del mundo de los espíritus y de los fenómenos psíquicos para poder negar la realidad de los demonios. Si existe el diablo, sin duda pueden existir los demonios. Los misioneros en China actualmente afirman que han visto fenómenos semejantes. No quisiéramos dar a entender que Jesús meramente condescendió con las ilusiones del tiempo. Las enseñanzas de los babilonios y persas acerca de los demonios no prueban necesariamente que la idea de Jesús fuera una ilusión o un engaño.

Es claro que la vida en Capernaum era llena de actividad. En este mismo sábado Jesús sanó a la suegra de Pedro, de una fiebre. Notad que no se hace protesta alguna en este sábado contra las curaciones hechas en este día. Los fariseos no han comenzado todavía a obrar en su contra en Galilea. Una de las escenas más bellas en la vida de Jesús se ve al fin de este día. Al ponerse el sol, se paró en la puerta de la casa y sanó a todos los que pasaban. Su nombre y su fama llenaron toda la población.

9. La oposición comienza también en Galilea. La tensión sobre Jesús fue ahora muy grande. Le vemos levantándose mucho tiempo antes del amanecer para hallar un lugar tranquilo y dedicarse en él a la oración, y aun así la multitud le busca. Jesús ya no se queda en Capernaum, sino que hace un viaje por casi toda Galilea, según parece, con estos cuatro discípulos. No nos quedan ningunos incidentes de este primer viaje formal por el país, aunque puede ser que la curación del leproso sea uno. Debemos ampliar las declaraciones generales hechas en los evangelios e imaginar la gran cantidad de trabajo hecho. En el caso del leproso se hizo tanta excitación que Jesús tuvo que retirarse de nuevo al desierto para orar. Había mandado estrictamente al hombre que no dijera nada, pero, como sucede con frecuencia, mucho más se divulgó la noticia.

Se nos dice, sin embargo, de varios incidentes que acontecieron en Capernaum después de su vuelta allí. Uno de ellos es el del caso del paralítico que fue bajado por el techo a causa de la multitud que estaba al derredor de la puerta. La cosa significativa aquí es que los fariseos están presentes, anhelando culpar a Jesús y hacer acusaciones contra él. Esta es la primera vez que vemos a los fariseos oponiéndose a él en Galilea.

Cristo ya no tendrá libertad de obrar aquí en Galilea. Ha de observarse también que vinieron no sólo de toda aldea de Galilea, sino también de Judea y Jerusalén estos fariseos y doctores de la ley que estaban sentados allí (Lucas 5: 17). El viaje reciente había perturbado las aguas en Galilea, y evidentemente los teólogos locales habían pedido ayuda a los de Jerusalén. ¿Qué había de hacer Jesús en medio de tanta ortodoxia tradicional? Ya le habían condenado en su corazón como culpable de herejía. Los ojos de estos hipócritas de larga barba, brillaban de envidia y sonrieron de satisfacción. Han de haber dicho: ¡No procurará engañar ya que estamos nosotros aquí, porque estamos prontos para descubrir sus imposturas! Jesús de una vez les dio la oportunidad. Ofreció al paralítico el perdón de sus pecados. Esto irritó sus corazones porque según su teología nadie sino Dios puede perdonar pecados. Por lo tanto Cristo había pretendido ser Dios. Pero aun así no hicieron más que sentir indignación y manifestarla por sus miradas. No tenían tanto valor como suponían tener. Pero Jesús conocía sus corazones y aceptó el reto no expresado. Mandó al paralítico que alzara su cama y anduviera inmediatamente allí mismo como una prueba de su poder sobre la tierra, y como el Hijo del hombre, para perdonar pecados. Era audaz. ¡La mayor ofensa de todo fue que el paralítico en efecto se levantó sin pedir el permiso de ellos! «¡Jamás vimos semejante cosa!», dijo el pueblo. ¿Y los fariseos? Ya le temieron; y aún más, resolvieron arruinarle. Si le dejamos sólo destruirá toda la teoría farisaica. ¡El mundo no podría sobrevivir aquella calamidad!

Jesús ganó un discípulo notable cuando Leví aceptó su invitación. Los fariseos no le habrían invitado a ser discípulo de ellos. «Los publicanos y los pecadores» eran reprochados como los hombres más bajos. Esto era peor que tomar unos pescadores ignorantes como discípulos. Tal vez fue el mismo hecho de que Jesús menospreciaba la casta social por buscarle, lo que impresionó a Leví. Este publicano era un verdadero hombre, y al momento siguió a Jesús. Fue lleno de gratitud al nuevo ministro y leal a sus viejos amigos. Por esto hizo un banquete para Jesús y convidó a una gran multitud de publicanos y pecadores, y Jesús aceptó la invitación. ¡No convidó a los fariseos pero ellos fueron! Habrían rehusado una invitación formal. Eran demasiado piadosos para asociarse con semejante «gentuza.» Era la costumbre en ese tiempo que vinieran a un banquete cuantos quisieran y se pararan junto a la pared para mirarlo, si querían hacerlo. Estos piadosos fariseos y sus escribas (estudiantes) hicieron esto. Ellos, parados allí, comentaron la conducta de Jesús–¡Ocupación deleitosa!–mientras él comía a su gusto. «Come y bebe con publicanos y pecadores.» Jesús oyó lo que decían y dijo: «Id y aprended.» ¡Esto a los doctores en teología! Sí, id y aprended que el espíritu es más que el formulismo ante los ojos de Dios, aunque no ante los vuestros. Estimando a los fariseos así como ellos se estimaban, Jesús había venido para sanar a los enfermos, no a los sanos.

Después de esta disputa viene la discusión acerca del ayuno. Aun algunos de los discípulos de Juan el Bautista son influenciados por los fariseos para que se quejen de que los discípulos de Jesús no observan los ayunos prescritos. Por esto no son ortodoxos. Esta queja da a Cristo una oportunidad para bosquejar por medio de tres ilustraciones (la del esposo, del vestido nuevo, de los cueros para el vino), la distinción vital entre el Cristianismo y el Judaísmo. El Cristianismo es espíritu y el Judaísmo es forma. Es imposible injertar el judaísmo en el cristianismo. El dejar de ver esto casi hizo naufragar el Cristianismo en el tiempo de Pablo, y al fin hizo un tipo híbrido que dominó al través de la Edad Media, perjudicando así permanentemente la causa de Cristo.

Por primera vez vemos a Jesús junto al lecho de un moribundo. No tomó sino a Pedro, Santiago y Juan, y al padre y la madre de la muchachita. Tomó a ésta de la mano, y ella se levantó. La muerte no podía permanecer donde estaba la vida cuando la vida habló. Si este milagro nos parece difícil de creer, podemos recordar que todos son difíciles para nosotros y fáciles para Dios. Jesús deseaba guardar secreto este gran hecho, porque ya se había despertado la envidia de los fariseos, y él preveía una nueva hostilidad de parte de ellos. Así como en el caso de los dos ciegos, mandó que nadie lo supiera, pero fue inútil. El resultado fue lo que previó Cristo. Ya osaban decir los fariseos, «Por el príncipe de los demonios echa él fuera los demonios.» No negaron la curación, mas la atribuyeron al diablo. Los demonios simplemente obedecieron a su príncipe.

Jesús no es ya oscuro ni desconocido. Su pretensión ha sido oída por toda la tierra. Es el blanco de todas las miradas. ¿Pero ha ganado en la rápida y creciente lucha con los fariseos?

CAPÍTULO III

LA NUEVA PARTIDA

 

«Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí» (Mat. 11:29).

JUAN REANUDA la narración, y estamos en Jerusalén en una fiesta (Juan 5:1). No sabemos sin embargo cuál fiesta será, ni en qué tiempo del año Jesús está aquí. Considerándolo todo, podemos mirarla como una pascua, aunque con mucha reserva e incertidumbre. Si es así, el ministerio de Jesús ha seguido un año y medio. De todos modos, es la segunda vez que hallamos a Jesús en Jerusalén, siendo ambas ocasiones descritas por Juan, quien por regla general escribe del ministerio de Jerusalén o Judea, mientras los Sinópticos generalmente presentan, la obra en Galilea. Cuando Jesús estuvo aquí antes, tenía cierta popularidad entre el pueblo, tanto en la ciudad como en el país alrededor. Pero los gobernantes le eran hostiles. Jesús ya no viene como un rabí oscuro de Nazaret, sino como un maestro y obrador de milagros que ha conmovido toda la Galilea. Ya tiene una gran reputación.

1. Un Conflicto Sobre el Sábado. Los fariseos no se atenían sencillamente a las ordenanzas literales y ceremoniales del Antiguo Testamento, sino que habían añadido muchas más.

En verdad habían hecho que el día fuese una carga en lugar de una bendición. Una gran parte de la religión farisaica consistía en cuidar de que otros obedecieran al pie de la letra todas las reglas insulsas que habían inventado. Apenas podía uno voltearse en el día del sábado sin quebrantar una de aquellas leyes farisaicas. Si una mujer se miraba al espejo en el día del sábado, podría ver una cana y ser tentada a arrancarla. Usar dientes postizos en el sábado era llevar una carga. Pero en el caso de Jesús la cuestión del sábado era más ocasión que causa. Y hacía mucho que se habían resuelto oponerse a él y a sus enseñanzas. En Galilea lo culparon de comer con publicanos y pecadores, por no hacer que sus discípulos ayunaran, por arrogarse el poder de perdonar pecados y por lo tanto de la blasfemia, por estar en liga con el diablo. Cada nuevo eslabón que pueden añadir a la cadena es bien recibido. No se le suplicó a Jesús que sanara al hombre que estaba junto al Estanque de Betesda. No era conocido al hombre impotente que por mucho tiempo había esperado una curación junto al estanque. Era el día del sábado y Jesús tomó la iniciativa. Aunque el pobre hombre no sabía quién era el que le decía que se levantara y llevara su cama, la misma cosa que no podía hacer, sin embargo, se sentía impelido a procurar hacerlo. A los judíos que le vieron no les importaba su curación. Esta les parecía cosa comparativamente insignificante. La cosa de importancia para ellos era que cargaba su cama en sábado. El hombre sentía que era culpable, y echó la culpa en el que le había curado–seguramente una gratitud extraña. Para colmo de todo, cuando llegó a saber quién lo había curado, fue y lo dijo a los judíos.

Jesús no había buscado inquietudes sobre el asunto, pero no quería esquivarlas. No se nos dice cuál fue la forma de persecución que usaron al principio contra Jesús, pero se defendió alegando el ejemplo del Padre. La defensa era peor que la ofensa. Esta vez procuraron matarle porque se hizo igual con Dios, llamándole su propio Padre. Jesús no negó la acusación. Antes bien la admitió, y prosiguió, haciendo la primera apología formal que de sí mismo y su trabajo poseemos (Juan 5:19-47), para probar que es igual al Padre en todas las cosas esenciales, sin embargo no hace nada contrario al Padre. Más bien se regocija en hacer la voluntad del Padre, y el Padre le ha puesto su sello de aprobación, y lo hará así hasta el fin. Era, como se dice, lanzar el guante a sus enemigos, aunque ellos no lo alzaron. No sabían exactamente cómo sería mejor proceder, porque el hombre que había sido curado era un argumento tremendo a favor de Cristo. No podían igualarle en el debate, a pesar de todas sus sutilezas dialécticas. Pero la cuña había entrado más profundamente.

2. La Batalla se Renueva en Galilea. Para los fariseos de Jerusalén Jesús era ahora un mero violador del sábado. Vuelto a Galilea los fariseos no tardan en presentarse otra vez. Pasando por los campos de trigo en el sábado, sus discípulos cortaron las espigas y restregaron el grano con las manos. La ofensa técnica para los fariseos era el restregar el grano. Esto era trabajo. Al momento los fariseos hacen el ataque contra los discípulos. Es cansado y mezquino tener que tratar seriamente semejantes quisquillas. Pero Jesús procedió a defender lo que habían hecho sus discípulos con cinco argumentos. Apeló al ejemplo histórico de David quien comió los panes de la proposición en sábado, cuando huía. Les recuerda que los sacerdotes trabajan en el templo el sábado, y Jesús se dice ser más grande que el templo. Recuerda el mensaje de Dios en Óseas: «Deseo la misericordia, y no el sacrificio.» La ceremonia no valía nada ante los ojos de Dios a menos que el culto espiritual la acompañara. Una lección que los escribas habían obscurecido y uno de los profetas tenía gran dificultad en reforzar. Además de esto, el hombre no fue hecho para el sábado, sino el sábado para el hombre, una verdad obvia, pero que con frecuencia se esconde de la vista. Esto sucede con la misma Biblia. Los hombres no son salvos para que haya quien obedezca la Biblia, sino que la revelación se da para ayudar a los hombres a venir a Dios. Y, para poner fin a todo el negocio, Jesús es Señor aun del sábado. Jesús acataba la enseñanza del Antiguo Testamento, pero no se esclavizaba a la mera forma. Negó que lo que habían hecho los discípulos contradecía la verdadera significación del Antiguo Testamento. Pero aun cuando lo hiciera, dio a entender que tenía derecho a introducir un nuevo orden de cosas, porque él era y es más grande que el sábado. No amplificó este punto, pero en él se halla el germen de la actitud del Nuevo Testamento respecto al día de descanso. Se había librado de sus enemigos pero les había dejado una picadura molesta afirmando su supremo poder sobre el día de descanso.

La controversia acerca del sábado sigue todavía hasta ahora en varias partes de Palestina, y sin embargo los enemigos de Cristo no pueden alegar en contra de él algo que sea bastante serio para que sirva a su propósito. Una dificultad que tenían los rabíes era que ni ellos mismos acataban estrictamente lo que tan diligentemente predicaban a otros. Ellos tenían ortodoxia farisaica, pero no la practicaban. Por esto nunca podían llegar hasta el límite del negocio. El sábado siguiente, sin embargo, en una sinagoga de Galilea vuelve a trabarse de nuevo la lucha. Esta vez los fariseos están prevenidos. Parece que sabían que Jesús asistiría a esta sinagoga, y querían ver si sanaría allí al pobre hombre que tenía una mano seca y que estaba presente. ¿Lo haría estando ellos allí para delatarle? Estuvieron muy conscientes de su importancia, estos defensores de la fe. Pero Jesús sabía sus pensamientos–pensamiento solemne para nosotros–y se refirió al asunto. Hizo que el hombre se parara donde todos pudieran verle. Entonces trabó la lucha con sus enemigos: Mucho depende de la manera en que se manifiesta una cosa. Jesús les preguntó si era recto hacer bien o hacer mal en el día sábado. Esto era incontestable. Entonces preguntó si un hombre valía más que una oveja. Esto era el nudo de toda la cuestión. Temían contestar esto. Los ojos de Jesús chispearon disgusto al mirarlos, mientras mandaba al hombre que extendiera su mano, precisamente delante de los fariseos y muy cerca de ellos. Para los fariseos esta completa derrota les era insoportable, y sin embargo, ¿qué podían hacer? No podían evitar que el hombre extendiera su brazo. No hubo sino un remedio. Matarían a Jesús. Un hombre nunca os perdonará por contestarle con un argumento incontrovertible. Es una ofensa mortal. Hasta consultan con sus antiguos enemigos, los herodianos, sobre el asunto, tan amargo era ahora su odio al Nazareno.

3. La Nueva Organización. La necesidad de ella es ahora manifiesta. No necesitamos especular sobre cuál sería el plan de Jesús antes de este tiempo, ni decir que ahora hace un cambio radical en sus ideas. No hay nada que justifique semejante declaración. Lo que es claramente cierto es que ahora ya no puede más esperar que los acontecimientos sigan su curso. Hay una oposición organizada contra Jesús la cual tiene su centro en Jerusalén, una verdadera conspiración resuelta a no perdonar esfuerzo para lograr la destrucción de Jesús. Satanás ya está apresurándose a llevar a cabo su amenaza.

Ha puesto en contra de Jesús a los líderes religiosos de la época, los expositores de la ortodoxia tradicional del día. El diablo ansía conservar la fe inicua de los fariseos. Se muestra como el campeón de la fe. Presenta a Jesús como un innovador, un hereje. Si Jesús ha de ganar la victoria, tendrá que vencer el Judaísmo rabínico así como los poderes del pecado. Por más que Jesús previera todo esto, el resultado sería inevitablemente el aislamiento. Vino como el Mesías de su pueblo, y los maestros acreditados del tiempo le cerraron la puerta en su rostro.

Ni es esto todo. Tenía unos pocos creyentes sinceros, pero hasta ahora ningún grupo organizado de adherentes, ningunos discípulos unidos a él con ganchos de acero. Era un conflicto tan amplio como el mundo y que tenía que durar por los siglos. Debían darse pasos respecto al futuro. Ya había pasado la mitad del ministerio público.

El propósito de este grupo se manifiesta en Marcos 3:14. Han de estar con Jesús, de predicar, y tener autoridad sobre los demonios. Este cuerpo de predicadores no era una iglesia local, ni la iglesia general. Es un cuerpo especial de hombres escogidos para un propósito especial. A ellos ha de ser encomendada la obra de hacer que el Cristianismo inicie su carrera universal. Han de estar con Jesús hasta que vuelva al Padre, a fin de que aprendan de Cristo y sean verdaderos expositores de él y sus ideas. Estos hombres deben ser maestros del Reino. El propósito de Jesús es, pues, el de enseñar a los maestros. Así garantizará la interpretación correcta de su mensaje y misión y la obra del Reino de Dios. Es verdad que el trabajo de Jesús con estos hombres necesitará también la enseñanza del Espíritu Santo, pero el cimiento en que edificarán será puesto por Jesús mismo. Cuando este grupo de hombres haya sido educado por Jesús, los dejará para que hagan el trabajo bajo la dirección de Espíritu Santo. El gran Maestro, pues, tenía una clase de doce para que le acompañasen de continuo por casi dos años. El escogimiento se hizo bajo circunstancias muy solemnes. Jesús había pasado toda una noche en oración. Fue una crisis, porque, humanamente hablando, todo dependía de la selección de estos hombres. Habló con el Padre acerca de ello toda la noche. En el vago crepúsculo de la mañana bajó la montaña con el rocío del cielo sobre su frente. Ya, tan temprano, en el día se había reunido una gran multitud de creyentes e incrédulos. Parece que llamó a unos hombres, a «los que él quiso,» para que subiesen a él, dejando la multitud. Entonces los nombró como Apóstoles. Este era un término antiguo, pero desde entonces habría de tener para ellos una nueva significación. Después bajó con ellos a una planicie de la montaña. Aquí, al menos, está un núcleo. ¿Justificarán la elección de Jesús? Había arriesgado su todo en ellos escogiéndolos, como dijo después, porque los conocía. Algunos de ellos, en verdad, los más de ellos, habían estado con él bastante tiempo. A los demás, probablemente Jesús los había observado cuidadosamente.

¿Pero quiénes son estos hombres? Seis de ellos probablemente, Andrés y Simón, Santiago y Juan, Felipe y Natanael, se hicieron discípulos al principio en Betania, más allá del Jordán. Otro, Leví, dejó su asiento de publicano algún tiempo después. A los otros cinco, Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo, Tomás, Simón el Cananeo, y Judas Iscariote, los encontramos aquí por vez primera. Todos son de Galilea con excepción de Judas Iscariote, quien es de Judea. Este hecho le separa de una vez, pero parece tener capacidad para los negocios (no obstante que era predicador), y pronto llega a ser el tesorero de la compañía. Hay tres grupos de hermanos, Simón y Andrés, Santiago y Juan, Santiago hijo de Alfeo y Judas el hermano de Santiago. Simón el Cananeo, o Celotes, había pertenecido al partido de los Celotes que más tarde instigaron la guerra con los romanos. Cuatro de ellos eran pescadores. Ninguno de ellos había tenido educación teológica hasta ahora. Con Jesús habían de estar en la escuela más excelente que el mundo había visto. Aristóteles enseñó a Alejandro el Grande, pero Jesús era el maestro de estos hombres. Aprendieron menos que lo que merecía olvidarse, de lo que tendrían que olvidar si hubieran estudiado en las escuelas de Jerusalén; pero todavía participaron de las opiniones teológicas comunes al tiempo. Será una tarea demasiado difícil aún para el poder de Cristo levantar a estos hombres a la interpretación espiritual del Reino de Dios antes de su muerte y resurrección.

¿Se equivocó Jesús al escoger estos hombres? ¿Dónde podríamos haber hallado hombres mejor adaptados a su propósito? Ni en Jerusalén ni en Judea, y Judas salió de Judea. Todos eran hombres de habilidad, como enseña el resultado. Jamás ha vivido un espíritu más raro que Juan. Simón Pedro era versátil y alerta. Andrés era hombre prudente. Tomás era cauto. Natanael (Bartolomeo) era libre de engaño, aunque un poco escéptico. Leví tenía los hábitos metódicos del hombre de negocios. Simón el celote tenía abundante celo. Santiago, hermano de Juan, era uno del círculo de los tres escogidos, y hombre en quien se podía confiar. Parece que Felipe era práctico y prudente. De Santiago el Menor y de su hermano Judas (Tadeo) no podemos formar un retrato muy claro, aunque no podemos asegurar que fuesen caracteres negativos. En una ocasión Judas muestra una falta de entendimiento espiritual (Juan 14: 22). Había así una gran variedad en características personales, y cada uno tenía su lado fuerte. Aun Judas Iscariote no carecía de aptitudes especiales pues de otro modo no habría sido escogido como tesorero (así es en cuanto a los tesoreros actuales que se fugan con el dinero; no se les hubiera confiado al no haber tenido ellos capacidad para manejarlo). Tenía su oportunidad, aunque hacía mal uso de ella.

4. La Declaración de Principios. El Sermón del Monte había causado mucha discusión y aun controversia. Ningunas otras palabras de Jesús resaltan tan decisivamente como éstas. Comúnmente se entienden como típicas de la mente de Cristo. El ideal de la justicia manifestado aquí es todavía la meta del mundo civilizado a pesar de la idea de unos pocos de que las enseñanzas de Jesús carecen del todo de consonancia con la vida moderna.

Parece que la ocasión de este discurso fuese la elección de los doce apóstoles. Lucas representa así el asunto, y por lo general él es cronológico. Según Mateo el Sermón está al principio del ministerio en Galilea más bien como un tipo de las enseñanzas de Jesús. Pero tanto Mateo como Lucas, lo dan como un verdadero discurso en un lugar definido. No se diferencian esencialmente en las circunstancias, porque el lugar «llano» de Lucas, como dice la versión nueva, era probablemente un lugar llano en la falda de la montaña tal como el que se ve en los Cuernos de Hattin cerca de Tiberias. Desde este lugar llano es probable que Jesús subió un poco la falda de la montaña y se sentó para dirigirse al pueblo.

Pero no hemos de pensar que Jesús se dirigía solamente a los doce o simplemente a los creyentes, porque tanto Mateo como Lucas mencionan la presencia de las multitudes, narrando Lucas, en verdad, que vinieron de Jerusalén y de Tiro y de Sidón. Es probable que hubiera muchos gentiles allí, o ciertamente muchos judíos que hablaban el griego. Es posible, aunque no indubitable, que Jesús en esta ocasión hablara en griego. Pero aunque el discurso era general en su naturaleza e idóneo para todos, tenía una aplicación especial para los doce y puede compararse con el discurso final dirigido a ellos la noche antes de su muerte, como se narra en Juan 14-17. Estas dos ocasiones distan mucho la una de la otra. La realidad y la unidad del sermón, por lo tanto, pueden asumirse.

Mateo relata mucho más que Lucas, pero son en su mayor parte cosas concernientes a su actitud respecto a la enseñanza judaica. Los informes dados por Mateo y Lucas comienzan y concluyen de la misma manera y están de acuerdo en sus argumentos generales. Es posible, aunque no necesariamente cierto, que algunos de los dichos subsecuentes de Jesús hayan sido introducidos en este gran discurso. Pero es mucho más probable que los mismos dichos, o dichos semejantes que se hayan aquí, fueron sencillamente repetidos por Jesús en otras ocasiones. La repetición no es sencillamente permisible; sino que es necesaria para el servicio efectivo, especialmente en el caso de un maestro popular que tenía que hablar a auditorios distintos en partes diversas del país. Todos admiten que este sermón tiene esencialmente la unión retórica como está narrado por Mateo y Lucas. El Sermón del Monte es un buen ejemplo de Jesús. El elemento de la parábola no es tan conspicuo como en algunos de los discursos subsecuentes, pero está aquí en el caso de los dos caminos, los dos edificadores, y en numerosas alusiones figurativas. Aquí se hacen distinciones claras, antítesis, invectivas, paradojas, ilustraciones, preceptos, amonestaciones, ruegos. Pero no debemos cometer la equivocación de suponer que Jesús haya dicho en esta ocasión, en forma condensada todo cuanto tuvo que decir. De ninguna manera. A muchas ideas grandes enseñadas por Jesús ni siquiera se hace alusión aquí. Otras meramente las asume o implica, como por ejemplo el nuevo nacimiento. Los discípulos no estaban listos todavía para todo lo que tenía que decir Cristo, ni estaban listos para todo cuando Cristo llegó a morir. El Espíritu Santo reanudará la enseñanza y la llevará a cabo. Pero Cristo había planteado principios muy importantes relativos al Reino del Cielo. De ninguna manera deseaba que los hombres entendieran que no necesitaban otra enseñanza, aunque puede uno fácilmente admitir que esto sea suficiente, y demasiado para muchos. Los que desacreditan más la teología y apelan al Sermón del Monte como el único modelo del hombre son probablemente los mismos que menos alcanzan el ideal de la vida humana bosquejada aquí. Este ideal de justicia es imposible, excepto a aquel que tiene un nuevo corazón para comenzar y la ayuda del Espíritu Santo hasta el fin. Pero el epítome claro de principios éticos hizo una impresión decisiva entonces, y en la actualidad supera a todos los modelos humanos. El pueblo se admiró de estas palabras y el mundo está aún admirado. Este es probablemente un informe incompleto del Sermón, un abstracto breve, las cosas más notables que fueron recordadas y repetidas con frecuencia.

Hay una poca de diferencia en cuanto al tema del Sermón (como sucede con frecuencia hoy día acerca de los sermones), porque Lucas no da lo que tenemos en Mateo 5:17-20. Allí la idea de Cristo acerca de la Justicia parece manifestarse como el tema. Y aun en Lucas éste es el asunto sobreentendido de la discusión. Está introducido por las Bienaventuranzas e ilustrado y discutido desde distintos puntos de vista. La idea de Cristo respecto de la Justicia es hoy día el ideal de Justicia del mundo, aunque no se puede afirmar que hasta ahora el mundo se aproxima a su ideal. Pero es una ganancia haber puesto esta meta delante del mundo. Con un solo golpe Jesús derribó los modelos levantados por los escribas y fariseos. Hasta dijo que si sus oyentes no obraban mejor que ellos no tendrían nada de esperanza. Los escribas y fariseos eran los líderes religiosos del tiempo. ¡Qué lastimera la situación! La osadía de los conceptos es manifiesta aquí. No transigió ni vaciló. Estaba poniendo fundamentos para todo el tiempo. Vio todo lo escondido de las cosas, y las vio como son en realidad. Por esto, su enseñanza es universal, penetrante, eterna.

Las Bienaventuranzas forman la introducción a este gran discurso. No es un nuevo estilo de discurso, pues ocurre a menudo en los Salmos. Cada Bienaventuranza tiene dos partes, y hay una significación especial en cada una. Lucas no da sino cuatro que son contrastadas con cuatro ayes. La cosa más llamativa en las Bienaventuranzas es que el concepto que tiene Cristo de la felicidad es radicalmente muy distinto del de los maestros de esos tiempos, tanto judíos como griegos. El ceremonialismo formal de los fariseos fue reducido a la nada por la sublime espiritualidad que se exige aquí. El mismo saduceo hallaría poco que le atraería en esta filosofía espiritual trascendental. Si estuvieron allí han de haber estado igualmente perplejos. Los epicúreos preferirían el mundo sensible a esta felicidad de espíritu. El estoico entendería mejor la apelación espiritual, pero era todo demasiado altruístico para él. Todos ellos preferían ser los perseguidores que sufrir persecución. La venganza les era más dulce que la misericordia, el orgullo que la humildad, el egoísmo que el anhelo de ser mejor. La pureza de corazón no convenía al mundo de los negocios. Solamente en algunas partes del Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos, hallamos algo semejante a este sublime ideal sino espiritual. Las Bienaventuranzas implican un nuevo corazón o sea la regeneración. El Reino del cielo pertenece a los que se regocijan en estas cualidades. En verdad ningunos se regocijarían en ellas. No debe olvidarse nunca que la posesión de la renovación espiritual está a la base de la idea de Cristo acerca de la justicia. Es imposible para todos los demás. No es sino una imitación meramente mecánica procurar llegar a este ideal sin comenzar con el fundamento puesto por Jesús. El Reino de Dios está antes que la justicia. «Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia.»

El ideal de la justicia se desarrolla desde distintos puntos de vista. Debe exceder al modelo de los escribas, los maestros aceptados de ese tiempo entre los judíos. Estos escribas enseñaban el Antiguo Testamento y además su propia interpretación de él, que era una segunda Biblia que tapaba la primera. Un ejemplo de aquella enseñanza es condenada aquí por Jesús, «Y odiarás a tu enemigo» (Mat. 5:43). Pero no basta procurar una obediencia meramente formal al Antiguo Testamento. La revelación es progresiva. Jesús no desecha las enseñanzas del Antiguo Testamento sobre estos puntos como incorrectas. Es meramente inadecuada para el nuevo tiempo. Lleva más adelante la enseñanza en la misma dirección, desde la letra hasta el espíritu, como por ejemplo en los casos del asesinato, del adulterio, del juramento, del desquite, de los enemigos. Sus propias palabras aquí no han de entenderse en todos los puntos. Usaba la paradoja y aun la hipérbole para hacer una impresión. Pero su punto es claro. En verdad, el ideal de la enseñanza de Cristo es el Padre. «Sed pues vosotros perfectos así como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mat. 5:48). La mera adaptación forzosa a este o aquel detalle no servirá. Ni es en lo más mínimo mejor la justicia práctica de los fariseos que esta enseñanza incorrecta. Fue contaminada por una falta grave, la del egoísmo. Limosnas, oración, ayuno, todo fue hecho para ser visto de los hombres. No ser visto no significaba nada para el fariseo. Para él la virtud no era su propio premio. Debe saberse que un hombre da limosnas. Si es necesario, ¡hágase sonar una trompeta para atraer una gran multitud y ser visto! La oración modelo de Jesús trae toda la vida en relación con el Padre y pone primero su Reino. No es original en muchas de sus frases. ¿Cómo podría una oración modelo ser del todo original?

La amonestación en contra de la mundanalidad toca una parte sensitiva. Puede ser muy bueno confiar en Dios, pero los sabios en las cosas de este mundo prefieren aprovechar las oportunidades. Pero es mejor que ambos ojos miren al mismo punto. No es la prevención la que condena Jesús, sino la ansiedad. No es el trabajo, sino la inquietud que gasta la maquinaria de la vida. Cuando la máquina hace demasiado ruido siempre se sabe que algo va mal. Los pájaros cantan al tomar lo que Dios les da. La mayoría de los hombres cree que tienen razón. Por esto tienen el privilegio de juzgar a otros. Es su segunda naturaleza, si acaso no es la primera. Es más fácil ver la paja en el ojo del hermano que la viga en el propio ojo. Jesús no quiere decir que no debemos formarnos opiniones acerca de los otros. Esto no puede evitarse. Quiere decir que no debemos ser precipitados, capciosos, ni injustos en nuestras críticas. El hábito de criticar es un vicio. Es muy fácil ser agrio y desagradable. Jesús no originó la regla de oro, aunque él fue el primero que la expresó en forma tan vigorosa y positiva. La práctica de ella es la cosa que originó Jesús. El hombre que dice que ésta es su religión tiene algo de justificación en teoría, porque dijo Jesús que es la ley y los profetas. Es claro que Jesús quería decir que ésta era la suma de la ley y los profetas como se relacionaban con nuestros semejantes. Si se extiende hacia Dios, todo se incluiría sin ningunas reservas. Sin embargo, se necesita una palabra de amonestación; es necesaria para uno que se satisface con tanta facilidad. Este principio inclusivo de la vida es muy difícil de cumplirse. Significa mucho más que meramente desear el bienestar para todo el mundo y todas las cosas. Es la práctica del amor para con Dios y el hombre en el sentido más amplio. Es más que la mera abstinencia del mal para con nuestros vecinos. Es el ser exponente de toda gracia y virtud positiva.

La puerta angosta y el camino ancho son figuras favoritas en la enseñanza ética. La idea está en el Salmo primero. Se ve en los Dos Caminos, en Barnabás, etc. Es una parábola obvia de la vida. Es el camino estrecho, no necesariamente el camino recto. La prueba suprema es la de la vida. El carácter, y no la profesión es el elemento que sufre el crisol de estos exámenes. Muchos entonces dirán volublemente que no están dispuestos a obrar ahora. Las excusas y explicaciones están siempre a la mano, y es muy fácil hablar por hablar. No se debe imaginar que Jesús haya cambiado su teología haciendo la demanda de que el árbol sea juzgado por sus frutos. Si el Reino de los cielos con el nuevo nacimiento descansa sobre la base de la idea de Cristo acerca de la justicia, el hombre cuya casa es estable por estar construida sobre la roca representa gráficamente la consumación de aquella justicia. El buen árbol no deja de dar algún fruto bueno. Hay una nota de confianza así como de amonestación aquí. Jesús se diferencia de todos los demás maestros éticos precisamente en esto. Da el poder para que uno ponga en práctica estas ideas éticas. Es precisamente porque el reino está dentro del hombre que al fin puede llegar al ideal de Cristo. Puede y lo hará. La prueba final y suprema de la semilla es el fruto. El hombre cuya vida perfecta se conforma al gran ideal es indubitablemente una persona cuyo corazón fue renovado por el Espíritu de Dios. Aquí, pues está un sistema vital de ética. Es la justicia aplicada a la vida, y ésta da fruto. La enseñanza ya no está en las nubes, sino que está bajada hasta el nivel de los hombres. No es extraño que el pueblo se asombre por semejantes palabras. Fue el brillo del sol a través de las nubes del rabinismo. Jesús realmente tenía ideas propias y hablaba con la autoridad de la verdad transparente, no con la repetición mecánica de otros rabíes. Sus palabras todavía compelen nuestra admiración y se dirigen a lo mejor que está en nosotros. El ser lo que Jesús recomienda aquí es ser el tipo más noble de los hombres que alguna vez se haya presentado al mundo, porque la conciencia de Jesús ha llegado a ser el delicado modelo para todo el mundo. La condenación de él no deja lugar para apelar a otro.

5. La Desesperación de Juan el Bautista. Al mismo tiempo que Jesús hacía planes para una campaña agresiva con alguna organización, Juan el Bautista languidecía en la cárcel de Machaerus. A sus amigos se les permitía verle, pero era una vida triste muy distinta de la completa libertad del desierto y del favor de las grandes multitudes. Después de toda la excitación, el llegar a esta obscura soledad era demasiado para una naturaleza robusta como la de Juan. Le acometieron dudas aun acerca de Jesús, a quien había bautizado e identificado como el Mesías. La lógica en una celda y fuera en la ribera del Jordán no es la misma cosa. Si Jesús era el Mesías, ¿por qué se tardaba tanto en establecer el reino? ¿Por qué dejaba que Juan se quedara en la cárcel? Quizás, después de todo, haya habido alguna equivocación. Tal vez Jesús no era sino otro precursor, como Juan mismo, y el verdadero Mesías habría de venir después. De vez en cuando llegaban a Juan algunos informes acerca del trabajo de Jesús. Probablemente la resurrección del hijo de la viuda de Naín le llegó, y reanimó en su espíritu oprimido un nuevo interés. Por esto envió a dos de sus discípulos a Jesús con una súplica patética de que le diera más luz. Jesús estaba ocupado en esa hora con sus curaciones y siguió haciéndolas hasta acabar. Entonces mandó a estos dos discípulos que fueran a decir a Juan lo que habían visto y oído. Añadió una bienaventuranza al efecto, de que era feliz quien no hallaba en él ocasión de tropezar–una reprensión suave para Juan. Jesús no carecía de simpatía para Juan en semejante prueba, pero la respuesta más efectiva eran las obras, no las palabras. Hacía la obra del Mesías. Jesús trató seriamente esta súplica de Juan. No hay nada que indique que Juan fingía dudas. Si nos admiramos de que Juan cayera en dudas, acordémonos del caso de Elías, su prototipo, y aun de la madre de Jesús, más tarde. Después de todo, Jesús no era el Mesías esperado, y escondido en la oscuridad como estaba Juan en este tiempo fácilmente podría desviarse.

Pero Jesús aprovechó la ocasión para dar a Juan un maravilloso tributo uno que le habría alegrado mucho si pudiera haberlo sabido. Recuerda a las multitudes que acudieron al desierto para ver, no una caña mecida del viento, no un hombre afeminado de la ciudad; sino un profeta y más, un hombre como cualquiera nacido de mujer, hombre que hacía una época dividiendo el pasado del futuro. Él era el fin de la vieja edad y el principio de la nueva, de modo que en cierto sentido todos los que están en la nueva tienen una ventaja sobre él. Él es Elías que habría de venir. Es verdad que no fue aceptado por todos los hombres así como Jesús no lo fue. Los fariseos y los saduceos desecharon su bautismo, mientras las masas y aun los publicanos justificaron y glorificaron a Dios por causa de Juan. Para los líderes Juan era demasiado ascético. Era peculiar, distinto de otros. Su vestido, su alimento, su vivienda, todos le señalaron como hombre distinto de otros. Pero para los mismos hombres Jesús era igualmente desagradable. El sí vivía con los hombres, comía su alimento, vivía en sus casas. Por esto le llamaron un bebedor de vino y un glotón, una mentira palpable. Pero tenían que culparle por algo. ¡Dijeron que se parecía demasiado a otras personas para ser rabí! Y así por el estilo. ¿Qué puede hacer un predicador? ¿Cómo puede complacer al pueblo? Es dudoso que pueda tener éxito, y no debe tener éxito si hace que esto sea su meta. Lo mejor que puede uno hacer es obrar bien y dejar que el resultado hable por él. La sabiduría es justificada al fin por sus hijos (u obras). Al fin gana el hombre que sigue el recto camino haciendo su deber. No faltaba mucho tiempo para que Herodes cediera a las intrigas de su mujer Herodías y fue cogido en su trampa para matar a Juan. Nunca le había perdonado el que la hubiera reprendido. Lo tenía en contra de él. Los discípulos de Juan «fueron y lo dijeron a Jesús.» Él lo entendería.

6. La Relación del Hijo con el Padre. En esta gran crisis de su carrera, Jesús está plenamente consciente de que el Padre está con él. En Mat. 11:25-30 tenemos una sección que es idéntica en tono y punto de vista y aun en estilo con el Evangelio de Juan. Corazín, Betsaida, Capernaum le desecharán y serán castigados, pero Jesús ve la victoria en el futuro. Todas las cosas han sido entregadas en sus manos por el Padre. No hay quien realmente le conozca sino el Padre, así como nadie conoce realmente al Padre sino el Hijo. El camino para el Padre depende de la voluntad del Hijo, y ésta es una apropiación maravillosa de poder electivo. Basándose sobre ese poder extiende una invitación sumamente bondadosa a los cansados y trabajados. Convida a todos a venir a su escuela y promete que su yugo será fácil y ligera su carga. Los doce apóstoles ya están en su escuela. Busca más discípulos que estén dispuestos a aprender de uno que, aunque es el Hijo de Dios con todo conocimiento y poder, es, no obstante, manso y humilde de corazón. ¿Quién puede rehusar aprender de semejante maestro cuyas palabras se quedan en la mente como la dulce música de unas campanas al caer la tarde? Ningún otro maestro ha hecho semejante oferta como ésta que hace Jesús aquí. Por cierto nos pondrá bajo el yugo, pero después de todo el yugo es fácil y la carga se hace ligera.

CAPÍTULO IV

LA CAMPAÑA EN GALILEA

 

«¿Os iréis también vosotros?» (Juan 6:67).

JESÚS PROCURARÁ ahora, por medio de trabajo vigoroso, establecer el reino en Galilea. Ya ha predicado mucho en distintas partes del país, pero los resultados no han sido grandes. Las multitudes han sido grandes y la excitación intensa.

1. Hace un Segundo Viaje por Galilea, llevando consigo a los doce, su nuevo grupo de discípulos. Será una experiencia de mucho valor para ellos. Ciertas mujeres, una compañía noble de trabajadoras, le siguieron también durante este viaje de predicación. ¡Cuán temprano comenzaron las mujeres a trabajar por Jesús, y con cuánta fidelidad le han servido! Una iglesia nunca es mejor que sus mujeres, y no siempre tan buena como ellas. Estas buenas mujeres contribuyeron de sus bienes para el sostenimiento de Cristo y su compañía. Tal vez Judas más tarde fue influenciado por este hecho cuando resintió que María de Betania gastara tanto dinero para el ungimiento, aunque al mismo tiempo habló de los pobres. María Magdalena era una de este grupo, y es mencionada aquí por primera vez. No es la mujer pecadora que en el banquete fariseo lavó los pies de Jesús. Aquella leyenda es una calumnia imperdonable contra María Magdalena. Tampoco era María Magdalena la María de Betania, hermana de Lázaro. No sabemos nada de este viaje con excepción de las declaraciones generales que se hacen, pero fácilmente podemos imaginar el carácter del trabajo que se hizo.

2. Jesús Repela los Ataques de sus Enemigos. Tiene que llevar una nueva cruz, la de ser mal entendido en su propio hogar. Su madre y sus hermanos han llegado a estar perplejos acerca de toda esta conmoción y confusión. Las multitudes son tan grandes que hasta suprimen su comer. La familia llega a creer que está fuera de sí y vienen a llevarle para casa. ¡Está extraviado! ¡Pobre de María! Debió de haber sido una hora triste para ella. Aun Juan el Bautista había tenido dudas, y ahora su madre ha perdido las buenas esperanzas que tenía acerca de él. Todo ha sido tan distinto de lo que había esperado del Mesías. Sin duda María oyó la explicación de la conducta de Jesús dada por algunos de sus amigos que deseaban representar la situación de la mejor manera posible. Nuestros «amigos» son excesivamente bondadosos en sus explicaciones que dan acerca de nuestra conducta. El pueblo todo procuraba explicar la conducta de Jesús, mientras él cuidadosamente evitaba decir algo que fuera una excusa a sus enemigos. Así el misterio acerca de él creció y se hizo más profundo.

Pero los fariseos no eran tan caritativos en su explicación del asunto. Ya habían insinuado su opinión. Un día, cuando las multitudes asombradas llegaron a preguntar, ¿Es este el hijo de David? los fariseos replicaron que estaba en liga con Belcebú, ¡el príncipe de los demonios! Esta es la verdadera explicación de estos milagros, dijeron ellos. Esto asombró a la multitud y fue un ataque público hecho en presencia de Jesús, ataque que no podía ser pasado por alto. Estaban un poco retirados de él, pero él sabía sus pensamientos, y los llamó hacia sí. Habían hecho un ataque osado y desesperado. Jesús pretendía ser el siervo de Dios; aunque en realidad según ellos, era el agente de Belcebú. La contienda era clara. Jesús contestó con una sarta de aforismos (parábolas) que los hirió en lo vivo. Les señaló lo absurdo de su acusación, porque Satanás estaría echando fuera a Satanás, cosa que nunca haría. Usa con ellos el argumentum ad hominem. Ellos pretendían también echar fuera demonios. ¿Por quién lo hacían? Era una pregunta justa; Jesús podía usar esta arma sin consentir en la realidad de su pretensión. Aquí tenemos un reductio ad absurdum. Cristo entonces afirma lo alternativo, esto es, que él echaba fuera a los demonios por el Espíritu de Dios en vez de hacerlo por el diablo. La conclusión es que el Reino de Dios les había llegado. Volvió contra ellos su argumento, pero Jesús no ha acabado todavía. Ellos mismos han cometido el pecado imperdonable de atribuir la obra manifiesta del Espíritu de Dios al poder del diablo. Esto era inexcusable y nunca sería perdonado. Eran culpables de un pecado eterno. Sería más excusable el blasfemar a Jesús, quien era hombre y también Dios. Él era el Hijo del hombre. Aún ahora Cristo no ha acabado su acusación. Con algo del fuego de Juan el Bautista y su propia acusación, que más tarde hace, de sus enemigos (Mat. 23), vuelve contra ellos y los llama «Generación de víboras.» Son malos y no pueden hablar sino cosas malas. Creería uno que los fariseos se habían marchitado bajo esta acusación justa. ¡Pero algunos de ellos blandamente se adelantaron y suplicaron a Jesús que hiciera una señal! Probablemente lo hicieron como una burla, pero recibieron aún más acusación. Cristo los llama una «generación mala y adúltera.» Ellos repiten la idea judaica usual del Mesías, de que él vendrá con una ostentación aparatosa. Jesús les da la señal de su muerte y resurrección refiriéndose a la historia de Jonás. Por supuesto, la señal de Jonás dejó de hacer impresión en ellos, aunque Jesús dijo claramente que el Hijo del hombre habría de estar tres días y tres noches en el corazón de la tierra, esto es, tres días como los hombres cuentan los días, no queriendo acentuar demasiado la distinción entre día y noche. Les recuerda, sin embargo, cómo los hombres de Nínive se arrepintieron por la predicación de Jonás, cosa que ellos no estaban haciendo.

La madre y los hermanos de Jesús se abrieron camino hasta la casa para tener una palabra con él y llevarle a casa. Jesús «miró en su derredor a los que estaban sentados en torno suyo» y dijo «He aquí mi madre y mis hermanos.» Ya no había de ser mandado ni aun por su madre. Había entrado en una comunión más amplia de espíritu en la que admitía a todo aquel que hacía la voluntad de Dios. Sus discípulos eran sus verdaderos parientes, porque en este momento los que estaban ligados a él con los vínculos de la carne habían dejado de entenderle. María, aunque tan cerca de Jesús, se había extraviado. Pero ya volverá a hallar, el camino y algún día aun sus hermanos creerán.

3. Jesús Adopta un Nuevo Estilo de Enseñar. No es la primera vez que Jesús usa parábolas, pero es la primera vez que las usa con especialidad. Las que había usado antes habían sido breves y aisladas. En esta ocasión hay muchas y amplias. Pero desde ahora en adelante forman una notable característica de su enseñanza y hacen un cambio definido en su método de instruir. Jesús pudo soportar el escrutinio más exigente como maestro que seguía las leyes más profundas de la naturaleza en sus esfuerzos para influir en los corazones de los hombres, las seguía de la manera más natural y sencilla mientras nosotros andamos a tientas y dificultosamente descubrimos algunos de los grandes principios de enseñanza. Es una de las señales de los tiempos modernos que da más esperanza: que vemos la importancia de estudiar al discípulo así como el asunto que ha de enseñarse. Jesús en este mismo contexto instó a sus oyentes a cuidar de lo que oían y cómo lo oían.

La parábola no es una invención de Jesús. Los rabíes judaicos tenían gusto de usar esta forma de instrucción. No hay nada que prohíba a cualquier maestro moderno usar la parábola, y algunos lo hacen. Pero las parábolas de Jesús superan tanto a las de todos los otros hombres, que las demás se pierden en el olvido. Sus parábolas son claras, verdaderas y perfectas. No son demasiado elaboradas ni faltas de detalles. Ilustran más bien que obscurecen el punto. Esto no es de manera alguna el hecho menos digno de notarse. El término parábola se usa de distintas maneras, pero la idea esencial es la de un objetivo paralelo a la verdad moral o espiritual (parábola). En esta ocasión, como de costumbre, las parábolas de Jesús resultaron de las circunstancias. La actitud hostil de amigos y enemigos en su día tan ocupado dio el tono a este grupo entero. Le habían acusado de estar en liga con el diablo. Por esto no merecieron recibir más de la enseñanza de Jesús. El uso de las parábolas sirvió entonces para esconder de estos enemigos los misterios del reino, mientras que los de mente espiritual recordarían la maravillosa historia y algún día entenderían la enseñanza contenida en ella. La dureza de este juicio sobre los enemigos de Cristo parece aminorarse mucho cuando se perciben las circunstancias actuales de este día. Vendrá el día cuando los fariseos verán el propósito de aquellas parábolas dirigidas contra ellos.

No es extraño que Jesús deseara salir de la atmósfera cargada y hostil de la casa para gozar del aire vigorizante de la hermosa Galilea. Pero aun aquí halló una multitud y se sentó en el barco y enseñó a las multitudes en la ribera. El pueblo se asombró oyéndole enseñar por parábolas, y ni los discípulos pudieron entenderle. Somos tan esclavizados a la rutina y al ritual intelectual que lo nuevo nos choca. No sabemos cuántas parábolas pronunció Jesús en este día. Mateo da siete y Lucas una más, pero se agrega que dijo «muchas cosas en parábolas.» Jesús trajo de su tesoro cosas nuevas y viejas. Algunas fueron dichas después de que dejó la ribera y volvió a la casa. Dos de ellas (la del Sembrador y la de la Cizaña) fueron explicadas por Jesús a súplica de los discípulos. Sirven como modelos para la interpretación de las parábolas que no son explicadas.

Las ocho que se nos han conservado de la enseñanza de este día se dividen en cuatro pares: el Sembrador y la Semilla, la Cizaña y la Red, la Levadura y la Semilla de Mostaza, el Tesoro Escondido y la Perla de Gran Precio. Juntas ilustran muchos aspectos del Reino del Cielo, que en verdad se parece a un diamante de muchas facetas; y también el Reino de Dios es un crecimiento vital que no puede realizarse, así como la vida se rehúsa a ser puesta debajo del microscopio. El reino de Dios tiene resultados distintos debido a la diversidad de suelo, y el secreto de su crecimiento en el corazón es como el de la naturaleza. La línea de separación entre los que tienen el reino y los que no lo tienen aún no está hecha perfectamente clara. Crecen en el mismo campo (el mundo) hasta el tiempo de la siega. El crecimiento del Reino, aunque lento y de principios pequeños, es seguro y penetrante. Al fin cubrirá la tierra. Entre tanto, a pesar de mucho mal y muchas decepciones, muchos hallarán gozo en el reino y lo considerarán el más grande tesoro de la tierra. Habrá otros grandes grupos de parábolas, pero ninguno superará a este primero en cuanto a lo sugestivo.

4. Jesús en Territorio Pagano. Había sido un día de violencia y tempestad, como otros muchos en la vida de Jesús. La cuña había entrado más profundamente y la separación entre Jesús y los jefes era más ancha. En verdad el fierro había entrado en el alma de Cristo. Con el corazón triste y el cuerpo cansado se dejó caer en la popa del bote, «así como estaba,» y salió con los discípulos al atardecer para cruzar el lago. Probablemente el aire y las olas le traerían descanso. No es extraño que pronto se durmiera Jesús. Cuando la repentina borrasca del norte cayó sobre el pequeño lago y agitó el agua con furia, Jesús siguió dormido hasta que los discípulos, excitados, le despertaron con un grito de desesperación. Habló al viento y al mar y ellos le obedecieron; le obedecieron, aunque los fariseos acababan de menospreciarle. Los discípulos se admiran preguntándose qué clase de hombre es. Le habían tomado como el Mesías, pero no tenían una idea perfectamente clara de cómo sería el Mesías. Su percepción en cuanto a la significación del término Mesías crecía hasta el fin de su carrera. Hubo pues, un desarrollo doble. Jesús se reveló cada vez más a los discípulos, y su comprensión de él iba creciendo. En la ribera el Maestro tuvo una experiencia de horror. Estaba en la región de Decápolis, en la villa de Khersa (Gérasa) no lejos de Gadara. El furioso endemoniado, corriendo violentamente entre las rocas, no era una escena que diera descanso al espíritu. Y aun en el mar se había levantado una tempestad. Al menos Jesús dio paz al corazón de este desdichado hombre. El misterio de la posesión por demonios nunca parece más oscuro que en este incidente. La destrucción de los puercos añadida a los gritos frenéticos del hombre hace un fondo terrible en el crepúsculo de esta ribera pagana. El misterio del mal no se resuelve por la negación del diablo y los demonios. La presencia de la enfermedad aquí puede estar o puede no estar en unión con el poder del malo. La suposición de que Jesús meramente se acomodaba a la costumbre al hablar de los demonios no puede resolver todas las dificultades acerca de la posesión de los demonios. Como ya hemos dicho, sabemos poco acerca de los asuntos psíquicos para decir la última palabra sobre este particular. Pero al menos podemos regocijarnos de que Jesús tiene dominio tanto sobre el pecado como sobre la enfermedad. A veces bendecirá a los que no lo aprecian. El pueblo de la comarca rogó a Jesús que se fuera definitivamente de sus riberas, pero el cuadro del hombre, antes tan violento, vestido y sentado, en su juicio, es un consuelo para los que batallan con el pecado ya sea en el campo o en la ciudad. Aquí, donde no hay fariseos para molestar, Jesús dice al hombre que vaya a su casa y diga qué cosas tan grandes Dios ha hecho por él.

5. Jesús Hace su Última Visita a Nazaret. Nazaret no merecía la segunda oportunidad. Es verdad que algunos eruditos niegan que así fue, pero considerándolo todo parece probable que ésta no es la visita que hizo al principio y que es narrada por Lucas. No es sorprendente que Jesús volviera a visitar Nazaret, la villa de su niñez, a pesar del trato que había recibido. Era su propio país. Es verdad que, como él lo dice, un profeta no tiene honra, ninguna honra perdurable, en su propio país, entre su propia parentela, y en su propio hogar. Pero quería darles su oportunidad. Se asombran. Son incrédulos. ¿Cómo puede ser? ¿De dónde vino todo esto? Conocemos a su familia y le conocemos a él. Tropezaron por él y hasta rehusaron creer lo que veían con sus propios ojos. En semejante atmósfera Jesús hizo pocas obras grandiosas. Tan grande, en efecto, era su incredulidad que se admiró de ella. Y esto en Nazaret. Debe haber sido una mirada triste la que dio Jesús a Nazaret al verla por última vez cuando la perdió de vista al pasar sobre la colina. ¿Quién le dará la bienvenida a Jesús ahora? La región pagana de Decápolis le había desechado. Su propia villa le había hecho a un lado. Jerusalén procuraba su destrucción. ¿Le soportará Galilea cuando llegue a saber la verdad?

6. Un Tercer Viaje por Galilea. Este viaje resolverá el asunto por lo que toca a Galilea. Será el último. La ocasión fue la compasión de Jesús por las multitudes. Tenía en verdad una pequeña compañía de obreros, pero eran del todo incapaces para competir con la situación en Galilea. La mies era mucha y los obreros pocos. El remedio sugerido por Cristo para este nuevo dilema de reclutar es la oración al Señor de la Mies. Por algún motivo dejamos de acentuar el único encargo dado a los predicadores por Jesús, que supliquen que otros predicadores sean levantados. No puede haber celos aquí porque es una necesidad mundial.

Pero estos doce deben ir y segar lo que puedan. Así es que Jesús los envía por vez primera sin ir con ellos. Han tenido mucha instrucción y observación. Ahora pueden poner eso en práctica. Una cosa es estudiar acerca de la predicación. Cosa enteramente distinta es predicar. ¿Tendrán éxito al ir a predicar el reino de Dios? ¿Serán convertidos los pecadores bajo su predicación? ¿Saldrán los demonios a su mandato? ¿Quién no se acuerda de su primera experiencia en conducir un pecador a Cristo? El Maestro los seguirá para ver el resultado de su trabajo, porque mucho depende de estos hombres. En la lucha con las autoridades de Jerusalén éstos tenían el poder y el prestigio del Estado y la fuerza de la preocupación. ¿Sería triste si los discípulos fracasaran completamente después de su educación? Jesús repite las instrucciones que les ha dado, o antes bien les da en forma condensada las ideas principales que necesitarán para este viaje, detalles incidentales así como principios fundamentales. Algunas de las cosas aquí ordenadas fueron, después, expresamente cambiadas por Jesús, así como el mandato de que no fueran por el  camino de los gentiles ni por el de los samaritanos. El espíritu «Anti misionero” siempre ha interpretado literalmente las palabras de Jesús sobre este punto, pero obscureciendo ciegamente la situación histórica y los mandatos posteriores del Maestro. Pero que no piense nadie que los detalles dictados por el sentido común en cuanto a la comida, el vestido y a los costumbres tienen poco valor. Tienen mucho que ver para determinar el éxito final de todo ministro.

El punto que acentuó más Jesús fue el del espíritu en que deberían ir. Salen como ovejas en medio de lobos, un retrato vivo de impotencia. Pero no deben temer a los lobos. Si son perseguidos en una ciudad irán a otra. Aquel a quien debían temer es Dios, no al hombre. Después de todo Jesús vino para enviar una espada, no la paz. Esto parece ser clara contradicción de lo que Cristo había dicho en otras partes. Pero debemos reunir todo cuanto dijo por más paradójico que parezca. Entonces el resultado será claro. El hombre que falte al cumplimiento de su deber por el miedo a los lobos, perderá su vida. Esta es la paradoja del valor y del sacrificio, pero es la ley de la vida. Juntamente con la inocencia de la paloma, han de tener la sabiduría de las serpientes. Es la combinación que manda Jesús, no la posesión aislada de cualquiera de estas cualidades. Así, pues, los nuevos predicadores del Evangelio salieron por toda Galilea. Echaron fuera muchos demonios y predicaron el Evangelio del Reino.

El miedo de Herodes Antipas fue uno de los resultados. Los discípulos manifestaron el debido valor y lograron algún grado de éxito. Aparentemente Galilea fue conmovida profundamente por esta campaña concertada. Noticias de la conmoción llegaron a Herodes que ya era víctima de sus temores. Su conciencia nunca había aprobado la muerte de Juan el Bautista, y ansiaba ver si era Juan que había vuelto a la vida. Otros pensaban que Jesús sería Elías u otro de los profetas. Pero Jesús cuidadosamente se apartó de Herodes, nombre que no presagiaba ningún bien para él.

7. ¿Aceptarán los Galileos a un Mesías Espiritual? Hasta ahora no entienden claramente lo que Jesús se dice ser. Lo conocen como un Maestro maravilloso, un obrador de milagros, hombre que ha incurrido en la enemistad de las fuerzas eclesiásticas en Jerusalén, que es mofado por los fariseos en Galilea, pero que es inmensamente popular entre el pueblo. No les había dicho que era el Mesías. ¿Quién será él? Aunque era muy grande el favor del pueblo de que gozaba Jesús, el dar de comer a los cinco mil hombres, además de las mujeres y los niños, levantó el entusiasmo fuera de todo límite. Cristo y los discípulos habían acabado de volver del gran viaje por Galilea y se dirigían a las faldas de las montañas que estaban cerca de Betsaida Julias para descansar. Pero una gran multitud de gente le esperaba allí. Cubrieron la montaña, ansiosos de oír sus palabras y ver sus obras. Jesús se puso a plena vista de todos los que habían venido. Su corazón se enterneció en favor de la multitud. Le dio enseñanzas, e hizo más. Ofreció dar de comer a todo el gentío con unos pocos panes y peces de un jovencito que estaba allí. Fue una escena preciosa, cuando en sus vestidos de muchos colores se reclinaron en hileras como arriates de un jardín sobre la hierba verde. Vieron como las manos de Jesús proporcionaron de continuo peces y panes, y, lo que era más, los comieron. No hubo sino una sola conclusión. Él era el Mesías. Le llevaremos a Jerusalén y le haremos rey. Piensen lo que quieran los fariseos. Sabemos que Jesús es el Mesías. Estableceremos el Reino Mesiánico en Jerusalén y echaremos fuera a los odiados romanos y ganaremos el mundo para Jesús. Esta era la esperanza Mesiánica de los fariseos. Era la voz del pueblo pero no la voz de Dios. La voz del pueblo es vox dei, si no es vox diaboli. Esta vez fue la misma tentación que Satanás había ofrecido a Jesús en el principio. Cristo vio que le era menester obrar con prontitud. Y por esto despidió a la gente para que fuese a sus hogares e hizo que los discípulos tornaran a la barca. Él mismo subió a la cumbre de la montaña para estar con el Padre quien era el único que comprendería a él y a su soledad. Allí encontró la simpatía que necesitaba. Volvió a ganar la victoria sobre esta nueva tentación, pero perdió a los galileos como pronto veremos. A los discípulos, Cristo les parecía ser, al principio, un espectro cuando le vieron deslizándose sobre el agua hacia ellos. Pedro tuvo la osadía de desear andar en el agua con él, pero se dio cuenta de que soplaba el viento, perdió el valor y comenzó a hundirse. En el barco los discípulos adoraron a Jesús como el Hijo de Dios.

Cristo gozaba entonces del elevado favor de los galileos. Era el hombre de la hora con el pueblo; sí, el hombre de la hora. ¿Sería el hombre de todo el tiempo con ellos? Jesús estaba resuelto a dar a entender a la multitud su verdadero carácter. Ellos andaban equivocados. No empleará términos para poner en manos de sus enemigos un garrote que puedan usar contra él, pero es preciso hacer saber a los galileos que él no pretende ser un Mesías temporal. No ha venido para cumplir sus sueños políticos. Ha venido para darles la vida eterna, una bendición mucho más grande, tan sólo con que lo sepan. Por esto Jesús cuida de venir a la sinagoga la mañana siguiente para decir la verdad al pueblo. Quisiera tener su amor y lealtad, pero en condiciones apropiadas. El Maestro les dijo terminantemente que todo cuanto ellos deseaban era recibir los panes y los peces. Procura guiarlos paso por paso a desear la comida que dura para vida eterna, a comer el verdadero pan de Dios, que es Jesús mismo, a tomarle a él como el pan de la vida, en una palabra a «comerle.» Al fin una verdadera tempestad se desató en la sinagoga cuando el pueblo llegó a entender que él decía que había bajado del cielo y que él era el pan de la vida eterna. Su ira fue aumentada por un vivo escepticismo que desechaba sus pretensiones y la posibilidad de comerle. Estos racionalistas al fin disputaron el uno con el otro y se fueron disgustados. Una cosa era ya cierta. Y era que Jesús deliberadamente había perdido su influencia sobre gran parte del pueblo de Galilea. Ya no era un ídolo popular para ellos.

Pero el asunto no terminó aquí. Cristo tenía entre los que profesaban ser sus discípulos algunos a quienes les parecía esto ser un dicho duro, especialmente duro ya que tantos se habían levantado y salido. Sus dificultades teológicas se aumentaron hasta que ellos mismos comenzaron a irse. La gente se va en tumulto. Ellos mismos salieron. Al fin todos habían dejado a Jesús con excepción de los doce. Esto fue, pues, el resultado en Capernaum cuando el pueblo comenzó a entender lo que Jesús realmente decía que era. ¡Si esta es la clase de Mesías que es, no le queremos! La campaña en Galilea ha fracasado definitivamente. Cristo no tenía lugar seguro ni en Judea ni en Samaria. No falta sino un año ahora, para el fin. Ha trabajado probablemente dos años y medio, y casi nulo ha sido el resultado espiritual. Conocía a las multitudes, pero se entristeció Cristo cuando bajo esta prueba fatal estas multitudes se dispersaron.

Jesús se volvió a los doce. ¿Qué harán ellos? Fue un momento solemne en su ministerio. Una vez más, todo dependía de ellos. ¿Se irían ellos, también, con la corriente? Estaban todavía en la casa, pero ¿desearían irse? ¿Serían leales en su corazón a Cristo? «¿Os iréis también vosotros?» Fue Simón quien contestó. Su contestación indica que habían pensado en irse. ¿Cómo podrían evitarlo? Pero ya habían resuelto quedarse con él por un motivo: ¿A quién irían? No habría esperanzas si volvían a los fariseos. Además de esto, ellos tienen una confianza firme y un conocimiento experimental de que él es el Santo de Dios. No es una experiencia nueva para ellos. La han tenido desde el principio, pero la bendita esperanza ha sufrido variaciones de luz y sombra. Ya que él ha dicho más acerca de sí mismo, se sienten más atraídos a él. Desearían acercarse más y aprender más. Esto, pues, es el gozo de Jesús. De todos modos tiene a estos hombres. Pero aun uno de ellos es un diablo.

8. Los Fariseos de Jerusalén Renuevan Su Ataque. Era un tiempo oportuno después de la ruptura entre Jesús y el populacho en Capernaum. Por esto la comisión reguladora de Jerusalén osadamente retó a la ortodoxia de Jesús sobre la cuestión de comer con manos no lavadas. Habían hallado a sus discípulos culpables de este odioso crimen. A la mente de ellos vino toda la cuestión de la religión ceremonial. Los discípulos de Jesús habían quebrantado la tradición de los ancianos. No dijeron, sino asumieron, que ésta era también un mandato de Dios. Precisamente en este punto es donde se equivocaron. Jesús no se oponía a que las manos fueran lavadas antes de comer. Esto era y es una cosa buena y necesaria. Sólo se oponía a hacer de esta costumbre tan conveniente una doctrina, una doctrina con asuntos espirituales, fundamentales.

Con una ironía mordaz, el Maestro reveló la hipocresía de estos campeones de la ortodoxia ceremonial, los cuales violaban con impunidad el mandato de Dios y obligaban a otros a cumplir la tradición de los hombres, hombres que sabían ganarse el crédito de la observancia puntillosa de estas tradiciones sin la molestia y la abnegación de obedecerlas y cumplirlas estrictamente, hombres cuya ortodoxia consistía en cuidar de que otros las obedecieran estrictamente, y no en obedecerlas ellos mismos a su vez. Habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición. «Y muchas cosas semejantes a éstas hacéis.» Esta espada penetró la armadura de la complacencia hipócrita con que se acercaron a Cristo. Hasta disimulaban el robo del padre y de la madre bajo el uso tradicional del «Corbán,» especialmente si una parte del dinero caía en manos de ellos.

Jesús no se contentó con esta terrible revelación y acusación, porque sentía que todo el caso entre él y los fariseos se resumía en estas palabras, una religión espiritual, –versus, contra,– el ceremonialismo. Llamó así a las multitudes y las amonestó especialmente sobre ese punto. No fue la observancia exterior la que hacía al hombre bueno o malo, sino el estado de su corazón. Jesús aquí puso el hacha a la raíz del árbol del judaísmo común. Fue un conflicto, en una palabra, entre la verdad espiritual y el tradicionalismo. Tan fuertemente había hablado Jesús que se inquietaron los discípulos. En la casa preguntaron a Cristo si no había notado que los fariseos se habían ofendido por lo que él había dicho. Todavía temían el poder de los fariseos. Temían que el Maestro hubiera dicho demasiado. Pero Cristo no tenía idea de retroceder en cuanto a este asunto. Vio que era imposible que él cooperase con estas personas tan obstinadas en el cumplimiento de las cosas insignificantes de la mera observancia religiosa mientras descuidaban la vida espiritual. «Dejadlos: son ciegos, guías de ciegos.» Esta es la descripción patética de los fariseos en la respuesta de Jesús. Se exhiben como luces religiosas para guiar a otros a la verdad, siendo ellos mismos ciegos y andan tropezando en la oscuridad. Viajeros sin éxito son los que siguen semejantes guías espirituales. Pedro aún insistió en que Cristo explicara esta descripción parabólica de los fariseos, y recibió una reprensión de Jesús por su torpeza al no entender lo que él había dicho acerca de lo espiritual y lo ceremonial. En términos claros dice a Pedro que del corazón proceden todos los pensamientos y los hechos malos. Esta lección, que era tan difícil entonces, es cosa dada por sentada entre todos los cristianos evangélicos. Pero aun ahora la mayoría de los que se llaman cristianos se han ligado a las cosas externas, obscureciendo así o aun destruyendo las realidades espirituales.

Marcos añade que al decir esto purificó así todas las viandas. Fue, en verdad, una posición revolucionaria desde el punto de vista del judío ordinario, por no decir del fariseo. Tal vez no sea extraño que los discípulos tropezaran en ello. Es digno de notarse que es Pedro quien recibirá la visión, sobre la azotea de la casa de Simón el Curtidor cuando será invitado a comer toda clase de carne. Lo enérgico de su protesta entonces mostrará cuán lejos está aquí de comprender cuanto Cristo quería dar a entender cuando habló. Pero se ha sembrado la semilla que dará fruto. Sin embargo el primer resultado de la discusión fue el de acentuar las diferencias entre Cristo y los fariseos. Tienen otro motivo definido de queja contra él. La lucha por la religión espiritual no se ganará en un día, en verdad no se ha ganado todavía en todas partes de la cristiandad. Pero Jesús ve claramente que la senda del deber está recta guiándole hacia delante. No obstante ha llegado a una verdadera crisis en su ministerio. Y se multiplican las evidencias de que su trabajo efectivo en Galilea ya se acabó. Cada vez más sus esperanzas se fundan en los doce. A éstos debe dedicarse más exclusivamente si es que han de ser preparados para llevar a cabo la obra sin él y soportar los eventos decisivos que ya se acercaban rápidamente. ¿Están ahora listos para soportar el pesar de su muerte? Falta menos de un año para aquel terrible acontecimiento.

CAPÍTULO V

LA ENSEÑANZA ESPECIAL DADA  A LOS DOCE

 

«Pero vosotros ¿quién decía que soy?» (Mat. 16:15).

1. Las Razones de Semejante Instrucción Son Obvias. Falta menos de un año para que venga el fin. Por casi seis meses Jesús se dedicará principalmente a la compañía de hombres escogidos con quienes se ha rodeado. Si estos hombres llegan a entenderle no le preocuparán tanto los demás. Hasta ahora no aprecian plenamente ni al Mesías ni su mensaje. Es sumamente difícil que uno se levante sobre sus propias circunstancias. El punto de vista tiene mucho que ver con lo que ve uno. Una de las pruebas más grandes de que Jesús es más que hombre es precisamente esto que, aunque rodeado con frío ceremonialismo y miramiento externo, vino con vida abundante y poder espiritual. Hasta aquí Jesús ha procurado principalmente enseñar las grandes ideas acerca del reino. Los discípulos no entendieron todo cuanto habían oído ni lo harían hasta más tarde. Pero entre tanto era necesario que aprendieran más del Mesías mismo. Desde ahora Jesús hablará más acerca del Rey y menos acerca del Reino. Este no es un orden histórico incorrecto, sino que es el justo. Las primeras revelaciones mesiánicas eran personales y cesaron en gran parte por razones obvias. Sobre el ancho fundamento de su enseñanza acerca del Reino Jesús había edificado; pero ahora ellos deberían, por más que dejara de hacerlo el pueblo, alzarse hasta la verdadera idea del Mesías. Los discípulos tuvieron que crecer antes de que pudiera decirles más cosas. Pero ahora tenía más que decirles. El tiempo había venido cuando no podía esperar más. La sombra de la cruz avanzaba rápidamente hacia él. El eclipse total hallaría a los doce del todo sin preparación para la catástrofe. No es cierto que, aún ahora, los discípulos sean capaces de apreciar cuanto tiene Jesús que decir acerca de sí mismo y de su misión. Últimamente han dado señales de desarrollo que le animan. De todos modos era preciso decirles la verdad.

Jesús ve que le será difícil dedicarse exclusivamente a los discípulos en Capernaum o en Galilea. Las distracciones son demasiadas y las interrupciones demasiado frecuentes en medio de las multitudes excitadas. Además de esto la tensión ahora en Capernaum es aguda desde la crisis en la sinagoga. El resultado será más definitivo y la separación más marcada entre él y los fariseos. Hay peligro de un levantamiento fanático de parte de sus adherentes, como se veía después de dar de comer a los cinco mil. Además de esto, Herodes mismo se había hecho celoso e inquieto y probablemente causaría dificultades. Por esto Jesús pasa el caluroso verano lejos de Galilea, principalmente en las comarcas montañosas. Tiene una escuela de verano de teología. Quién nos diera haber sido uno de aquellos del pequeño grupo. Aparecen en varios lugares y no están del todo solos ni en los distritos paganos. Pero, después de todo, es un verano de libertad y comunión íntima. Jesús abre su corazón a los hombres que ha escogido hasta donde ellos se lo permiten.

2. El Viaje a Fenicia. El trabajo de Jesús se limitó a los judíos por motivos claros. Eran el pueblo escogido, el pueblo de la promesa. Debían tener la primera oportunidad. El trabajar mucho en Samaria o Fenicia despertaría las preocupaciones de los judíos en general en contra del evangelio. Por esto Jesús pasó la mayor parte de su ministerio en territorio judío. Ahora está en un país pagano, y estará allí la mayor parte del verano, pero su trabajo es, en su mayor parte, con los discípulos.

Jesús es el Salvador del mundo como él mismo lo dijo con énfasis, pero había de comenzar con el judío. Al judío primero y después al gentil. Todo esto debe recordarse y sin embargo sí se detenía entre los gentiles y fue destinado por su evangelio de gracia y libertad a derrumbar la pared divisoria que había entre judíos y Gentiles, así como ya lo había indicado en su enseñanza acerca de comer con las manos sin lavar. Parece que entró en una casa gentil (Marcos 7:24), aunque deseaba que nadie lo supiese. Sin embargo, parece que su reclusión se debía al deseo de retirarse de las multitudes más bien que al temor de contaminarse ceremonialmente tal como lo pensó Pedro en casa de Cornelio.

La repugnancia de Jesús para sanar a la hija de la mujer Sirofenisa no es difícil de entender a la luz de lo que se ha dicho. No fue dureza de corazón de parte de Cristo. Debe notarse que Jesús no la envió bruscamente como sugirieron los discípulos. Oyó su ruego, aunque explicó que su misión era primeramente a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Probó a la mujer e hizo manifiesta la grandeza de su fe.

En efecto, concedió su súplica, cosa que los discípulos no habrían hecho. El discípulo es con frecuencia más mezquino que su maestro. La inteligencia de esta mujer es tan notable como su fe. «Los perrillos también comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores.» Merecía ser oída por dar este giro vivo a la protesta del Maestro. Jesús no se quedó mucho tiempo aquí, sino que siguió desde Tiro hasta Sidón, aunque no tenemos más detalles sobre este viaje. Inferiría uno que hiciera menos trabajo aquí que en Galilea, aunque ha de recordarse que cuando Jesús predicó el Sermón de la Montaña hubo personas presentes que procedían de las costas de Tiro y de Sidón. Por esto Jesús no era del todo extraño a los fenicios y otros muchos habían oído hablar del admirable rabí de Galilea.

3. En Decápolia. Se quedaron en las montañas después de partir de Sidón. Marcos narra brevemente el viaje desde Sidón por los confines de Decápolis a la ribera del mar de Galilea. Esto querría decir probablemente un viaje hacia el oriente, luego hacia el sur y hasta la ribera oriental del mar de Galilea donde se internarían entre los altos peñascos del sudeste. Este es todavía territorio pagano. Decápolis era una liga de ciudades griegas que fueron enteramente helenizadas después de la conquista de Alejandro. La enseñanza de Jesús en esta región, así como en Fenicia, muestra que usaba el griego cuando le era necesario. Las gentes de aquí «quedaron sobre manera asombradas» por la curación del hombre sordo-mudo, y se admiraron al oír hablar al mudo, y vieron sanos a los paralíticos, andar a los cojos, y que los ciegos veían: Y glorificaron al Dios de Israel. Así como en otras partes, aquí también, la obra de Jesús hizo una impresión maravillosa. En el sentido moderno del término Jesús fue aquí un Misionero extranjero. Estos griegos glorificaron «Al Dios de Israel.» Un poco al norte de este distrito Jesús había venido cuando sanó al endemoniado furioso que tenía una legión de demonios. Como un resultado de aquella excitación, aunque no hay fariseos aquí, Jesús les da a todos que no digan nada de la curación de sordo-mudo. «Pero cuanto más se los encargaba, con tanto más celo lo divulgaban» (Marcos 7:36).

Hubo aquí también un milagro de dar de comer a cuatro mil, semejante al de dar de comer a los cinco mil en Betsaida Julias. Algunos críticos no pueden ver cómo semejante cosa podría haber sucedido dos veces, no obstante que Marcos y Mateo mencionan detalladamente ambos incidentes, y cada uno narra que Jesús se refería a ambos incidentes como separados. Otras distinciones, tales como el nombre de las canastas en las dos ocasiones, son conservadas. Puede uno ser demasiado preciso así como demasiado crédulo. La naturaleza obra con grande variedad pero también con maravillosa similaridad. Es notable que en cada gran región donde Jesús trabajó sucesos semejantes aconteciesen, así como en Judea, Galilea, Perea, y en menos grado en Samaria, Fenicia, Decápolis, y la región de Cesarea de Filipos. Hay mucha semejanza entre las gentes, después de todo. Cristo enseña las mismas cosas en estas regiones con modificaciones aquí y allí, y obra la misma clase de curaciones. En todas partes el pueblo se asombra. La tardanza de los discípulos en obedecer al Maestro en el caso de los cuatro mil después de su experiencia con los cinco mil no debe admirarnos demasiado. La torpeza y el olvido de los discípulos acerca de estos dos incidentes fueron distintamente condenados por Jesús. Y además de esto su tardanza aquí no es un caso aislado, sino que es una característica de toda su experiencia antes de la venida del Espíritu Santo. Las circunstancias en el caso de los cuatro mil son muy distintas y los puntos de semejanza son tales que pertenecen a la naturaleza del caso.

4. Una Visita Breve a Galilea. Un día Jesús fue con los discípulos al otro lado en Galilea. No sabemos exactamente dónde estaban las partes de Dalmanutha o Magadan, excepto que estaban en el lado occidental, posiblemente no muy lejos de Tiberias. Hace algún tiempo ya que ha estado ausente de Galilea. ¿Cómo será recibido? Inmediatamente los fariseos omnipresentes salen y comienzan a preguntarle, como si lo hubieran extrañado y se regocijaran de volver a verle. Los saduceos están con los fariseos: una combinación extraña. Los herodianos ya se habían hecho de la parte de los fariseos en contra de Jesús y ahora lo hacen los saduceos. Cristo había unido los tres partidos sobre un punto: la hostilidad a él mismo. Esta es la primera vez que se mencionan los saduceos en los evangelios y la única vez hasta la Semana de la Pasión. El último día del ministerio de Cristo en el templo, estos tres partidos se presentarán juntos contra Jesús. Aquí no tiene nada nuevo que decir. Piden una señal del cielo como prueba de lo que se decía ser, como antes lo habían hecho los fariseos.

Jesús “gimió profundamente en su espíritu”. ¡De modo que ésta es su recepción en Galilea! El caso es tan sin esperanzas como antes, y en verdad es más aún. Jesús les contestó con reproche y negación. Podían adivinar el tiempo leyendo el cielo, pero no las señales de los tiempos. No podrían reconocer una señal del tiempo si la vieran. Repite esta respuesta a la misma demanda hecha en Capernaum. Les daré la señal de Jonás. Esta alusión enigmática quizás no hizo más que dejarles perplejos. De nada servía explicar. De modo que Jesús bruscamente los dejó y se marchó de Galilea. Se embarcó con los discípulos y volvió la proa hacia Betsaida Julias en la ribera septentrional.

En el camino, claramente amonestó a los discípulos en contra de la levadura de los fariseos, los saduceos, y Herodes. Acababa de estar en la tierra de Herodes y había sido atacado por los fariseos y saduceos. Los discípulos están completamente perplejos con esta comparación sencilla y contestan algo insípidamente, «¡No tenemos pan!» (Marcos 8:16). No tenían pan de ninguna clase y por eso Jesús no necesitaba amonestarles contra el que llevaba la marca de los fariseos, los saduceos, y Herodes. No es extraño que Jesús fuese movido a reprenderles duramente. Les preguntó si no tenían memoria, si no tenían ojos, si no tenían oídos. La torpeza de ellos le parecía incomprensible. Tal vez todo maestro tenga momentos de simpatía con este humor de Jesús manifestado aquí. Cristo explicó pacientemente acerca de los cinco mil y los cuatro mil y en seguida dijo que con levadura quería decir enseñanza. ¿Entendieron ahora? Vieron indistintamente, como el pobre ciego que al ser sanado comenzó viendo a los hombres como árboles que andaban.

5. El Examen de los Doce. Era el tiempo de los exámenes. Ya habían tenido un curso de verano especial con Jesús en adición con todo lo demás. Por esto llevó a los discípulos a las faldas del Hermón, en la región de Cesarea de Filipos. Todavía se alejaba de Galilea. Felipe era un gobernador más moderado y mejor hombre que Herodes Antipas. Había probado Galilea (Betsaida, Corazín, Capernaum, y todas las demás) y «había sido hallada falta.» Pero después de todo importaba poco lo que Galilea pensara de él, con tal que estos hombres fuesen entendidos y leales. Habían sido fieles ese día en Capernaum, pero era necesaria una prueba más. Están aquí por sí mismos y Jesús había estado orando solo.

De modo que en el camino comenzó a considerar la cuestión con ellos. En primer lugar preguntó lo que pensaban de él los hombres, o qué decían que él era. Bien sabía ya todo esto, pero servía como un fondo para su propia actitud. Fue un momento decisivo cuando Jesús preguntó bruscamente: «Pero vosotros, ¿quién decís que soy?» (Mat. 16:15). Al principio lo habían tomado por el Mesías, es cierto, pero entonces sabían poco acerca de él. Tenían sus propios conceptos anticipados de cómo sería el Mesías. Él no los había llenado. El descubrimiento de ese hecho había causado que el populacho de Galilea lo abandonara disgustado. Los doce habían sido leales. Les había dicho mucho más acerca de sí mismo. ¿Qué piensan ahora, ya que saben tanto de la verdad acerca de él? ¿Piensan todavía que él sea el Mesías, el Hijo de Dios? ¿0 habían ellos sentido la fuerza de la vacilante opinión popular que está ahora muy dividida? Pocos entre el pueblo le tienen ahora por el Mesías, aunque muchos le consideraban Juan Bautista vuelto a la vida o Elías o Jeremías o uno de los profetas.

Fue Pedro quien habló primero, como lo había hecho aquel día en la sinagoga estando en Capernaum. Se levantó a la dignidad de la ocasión. Jesús había dicho que Simón sería una Roca. «Tú eres el Cristo, el hijo del Dios vivo» (Mat. 16:16). Son palabras nobles y expresan rectamente su propia convicción y la de los demás. Por cierto no entendían todo cuanto significaban estas palabras, pero podían usarlas gustosamente como su credo acerca de Jesús. El corazón de Jesús se alegró por estas palabras y no se esforzó para ocultar el hecho. Ahora Simón era digno de su nombre. Sobre esta verdad, la fe en Jesús como el Hijo de Dios, descansaba el Reino de Dios, su gloriosa iglesia. Lo que ha hecho Pedro, harán todos los que entran en el Reino. Tomarán a Jesús como el Hijo de Dios y Salvador. En esta confesión clara Jesús ve la segura promesa de la victoria. Satanás había procurado con frecuencia vencerle, pero ahora es claro que estos hombres serán fieles y llevarán adelante la obra del Reino. Las puertas del Hades no podrán prevalecer contra la iglesia o el Reino de Cristo. Pedro y todos los demás, todos los que enseñan y predican a Cristo, tienen las llaves del Reino, todos los que proclaman la vida a los hombres bajo estos términos. Dios sostendrá la aceptación o el desechamiento que los hombres hagan de Cristo como su Hijo.

Jesús no quiere todavía que digan a otros lo que es un gran secreto. Encendería una gran conflagración en la tierra si ahora llegara a predicarse la gran verdad. Hay mucho más que ellos mismos necesitan saber. Han hecho buen progreso sobre este punto. ¿Serán fieles cuando aprendan más? Cuando sepan que ha de morir, ¿qué harán? Así se arroja una sombra sobre la hora de gozo, pero Cristo no duda del resultado final. La situación presente ha vindicado lo que dijo Cristo. Mirad el Reino de Dios actualmente en el mundo.

6. La Nueva y Gran Lección. Parecía burlar todas sus esperanzas el hecho de que, cuando habían vuelto a hacer la gran confesión, Jesús anunciase su muerte. No era posible entender mal sus palabras. Por cierto, había usado antes un lenguaje simbólico que indicaba su muerte, pero todo estaba tan velado que hacía poca impresión. Es en verdad una época distinta en la carrera de Jesús, y Mateo dice que «desde aquel tiempo comenzó Jesús a manifestar» (Mat. 16:21), que era necesario que fuese muerto en Jerusalén. Obsérvese «era necesario» y «en Jerusalén» y a manos de «los jefes de los sacerdotes, y de los escribas.» De modo que él espera que, después de todo, los saduceos y fariseos le hayan de matar. Todo esto no sólo era desconcertante para los discípulos; era absolutamente depresivo. Es verdad que Jesús dijo también que se levantaría al tercer día, pero este rayo de esperanza siempre fue obscurecido por la terrible lobreguez de su muerte, ésta sombreaba todo lo demás. Venía el eclipse y ellos estaban en la penumbra. Jesús habló de su muerte «sin reserva» y sin parábola.

Pedro sentía tan fuertemente este enfriamiento de sus esperanzas mesiánicas que hasta tomó aparte a Jesús y osó reprenderle porque hablaba así. ¡Por supuesto Pedro sabía más de lo que Jesús debía hacer que Jesús mismo! Esta audacia se basaba en la solicitud, ciertamente, pero no obstante esto era inexcusable. Además de esto andaba absolutamente equivocado. No entendía la filosofía del Reino Mesiánico. No sabía que la abnegación era la ley de la vida, que el que procura salvar su vida la perderá, que todo hombre tiene que tomar su propia cruz si es su propósito seguir a Jesús. Jesús ya ve delante de él su cruz, pues ya era una figura familiar para todos los judíos en los tiempos romanos.

Todo esto va a explicar la severidad de la reprensión que dio Cristo a Pedro por su presunción. «Apártate de mi vista Satanás» (Mat. 16:23). Satanás era un nombre duro para aplicarlo a un discípulo, y especialmente a Pedro, quien tan recientemente había hablado por todos al llamar a Jesús el Hijo de Dios. Está haciendo el papel de Satanás ahora como del mismo modo hizo el semejante a una roca entonces. «De tropiezo me sirves.» Este era el punto. Pedro tentaba a Jesús para que hiciera la misma cosa a que el diablo le había instado que hiciera. ¡El más prominente de los discípulos realmente quería persuadirlo a que no muriera por los pecados de los hombres! ¡Una coalición extraña ésta de Pedro y Satanás! El diablo había usado una vez a Pedro y procuraba hacerlo de nuevo. Ha descubierto una manera de manejar al más prominente de los discípulos. ¡Si pudiera ganarlo completamente! Pedro estaba ateniéndose a las cosas de los hombres, y no a las de Dios. Inconscientemente había adoptado el punto de vista del diablo acerca de la carrera de Jesús. Para Jesús fue un golpe que esto viniera de Pedro. Fue un despertamiento brusco para Pedro esta agonía de Jesús, pero le era necesario. Ya era claro que los discípulos no estaban listos para la gran catástrofe. ¿Será posible prepararlos a tiempo? ¿Cómo podrán reconciliar con su muerte el hecho de que él era el Mesías? Esto era un nudo teológico difícil de desatar.

7. Luz Celestial Sobre el Asunto. Desde el punto de vista humano Jesús carecía absolutamente de simpatía en las cosas más profundas de su vida. Una vez el círculo se había hecho más amplio, pero ahora estaba muy pequeño, reducido casi a un punto. Los apóstoles le eran en verdad fieles, pero no podían comprender la naturaleza espiritual de su ministerio ni la necesidad y significación de su muerte. Ellos estaban en una condición triste para ser dejados solos en un mundo que a él le entendía mucho menos. ¿Cómo podrían pasar la hora dolorosa de su muerte? No puede uno imaginar la soledad de Jesús en este tiempo. El Padre era el único que simpatizaba con él. Como una semana después de la reprensión de Pedro, Jesús subió una noche a una montaña para orar. Llevó consigo a Pedro, Santiago, y Juan; el círculo interior dentro del de los doce. Jesús no guardaba ningún rencor contra Pedro. Después de todo, ¿el resto de ellos sabía más? No hay indicio de que Jesús esperaba lo que sucedió, aunque por supuesto, eso es posible. Ciertamente los tres discípulos no lo esperaban. En efecto, mientras Jesús oraba se durmieron, o de todos modos estuvieron a punto de dormirse. Si el espíritu estuvo pronto la carne estuvo muy débil, como en el Huerto de Getsemaní. La transfiguración se verificó mientras oraba. ¿Sería ella la gloria traída del cielo por Moisés y Elías? ¿O sería la restauración de Jesús a su estado preencarnado, mientras hablaba con estos visitantes celestiales? El milagro no consiste en la gloria, sino en la presencia de Moisés y Elías. Si era genuina, como yo la creo, tenemos plena prueba de que hay vida más allá del sepulcro, y del reconocimiento celestial.

Hubo algo inusitado en la muerte tanto de Moisés como de Elías. Dios sepultó a Moisés y llevó a Elías arriba en un carro de fuego. Pero Moisés representaba la ley y Elías la profecía. Tanto la ley como la profecía tienen representantes que hablan con Jesús, quien es el evangelio de la gracia. Hablaron de la muerte de Jesús, de su éxodo de la tierra. Ellos al menos entendieron, y el corazón de Cristo fue consolado en esta hora espantosa. No hay que dudar que el Padre envió a Moisés y a Elías para consolar al espíritu de Cristo en este tiempo de tristeza. Con la fuerza de este alimento pudo ir con firmeza, hacia la cruz. No sabemos las palabras que se dijeron, pero sin duda eran palabras de consolación.

Parecería que otro objeto de este acontecimiento sería el de ayudar a estos discípulos a mirar la muerte de Cristo desde el punto de vista del cielo, más bien que desde el del mundo o Satanás. Se les concedió aquí un destello de la visión más amplia, pero estaban tan cargados de sueño que Pedro volvió a tropezar. En efecto le gustó tanto la gloria que percibió en todo su derredor, que deseó quedarse allí para siempre. Lucas dice (9:33) que no sabía lo que decía cuando sugirió hacer las tres viviendas, pero aunque deslumbrado hablaba. Tuvieron miedo al ver que la nube les hacía sombra y los envolvía, y al oír la voz viniendo de fuera de la nube. La voz no sólo identificó a Jesús como Hijo de Dios, sino que exhortó a los discípulos a que le oyesen, que le oyesen especialmente en el asunto de su muerte.

Pero pronto se acabó, y con Jesús bajaron la montaña. Cristo rompió el silencio diciéndoles que no hablaran de lo que habían visto y oído sino hasta que el Hijo del Hombre se levantase de entre los muertos. Entonces podrían decirlo para consolar a los otros. Entre tanto esto serviría para esforzarlos a ellos. ¡Pero de nuevo dejaron de entender y comenzaron a preguntarse qué querría decir el levantarse de entre los muertos! Al fin se fijan ahora en que menciona la resurrección. Pero si él se refería a la resurrección al fin del mundo ésta estaba muy lejana todavía. De modo que volvieron a caer en la confusión. Ciertamente, preguntaron a Cristo acerca de la venida de Elías, pero no acerca del verdadero problema que él tenía en su corazón.

Al pie del monte hallaron a los demás discípulos acosados por los escribas porque habían fracasado en sus esfuerzos para sanar a un muchacho endemoniado. Cuando Jesús logró sanarlo, supieron que el fracaso de ellos se debía a su falta de oración.

8. De Regreso a Galilea y Nuevas Enseñanzas Acerca de su Muerte. Jesús desea que nadie sepa que está en Galilea ahora (Marcos 9: 30). Ya se acabó su verdadero trabajo en Galilea. Procura de nuevo explicar acerca de su muerte y resurrección. “Penetren estas palabras en vuestros oídos» (Lucas 9:44). Penetraron en efecto, «mas ellos no entendían.» Parecía que de alguna manera estaba ocultado de ellos; y temían preguntarle más, y ellos se entristecieron en gran manera. Realmente no había esperanza y la hora se acercaba. Los galileos llegaron a saber que Jesús había vuelto, al menos lo sabía el recaudador de impuestos, porque se hizo la demanda de que pagara el medio siclo que era el impuesto del templo. Jesús pagó el impuesto por sí mismo y por Pedro, aunque de una manera algo inusitada.

9. Rivalidad entre los Doce. Seguramente la copa de Jesús estaba bastante llena sin esto. Y sin embargo, no obstante toda su enseñanza cuidadosa acerca de su muerte y resurrección, ellos siguen repartiendo entre sí mismos los puestos principales de un reino terrenal. ¡Suscita entre ellos una querella sobre la gran cuestión eclesiástica de cuál de ellos es el mayor en el Reino del Cielo! El celo eclesiástico es común, y por esto, se manifiesta entre los amigos más íntimos de Cristo y en su misma presencia. Cuando les preguntó de qué disputaban no querían decírselo. Ya le habían preguntado quién era el mayor en el Reino. No querían que él conociera la envidia de ellos. Por esto Jesús llamó hacia sí un niñito. ¿Sería el niño de Pedro? Este niñito debería enseñarlos. Se habían equivocado de nuevo y completamente, pues no sabían la ley del servicio, por la que el menor, el que se humillara más para servir, sería el mayor.

Este es un incidente patético, pero lo más triste de él es que la lección no fue aprendida esa vez, ni lo ha sido hasta ahora. Pronto Juan, el amado Juan, mostró un espíritu de mezquina intolerancia que causó una reprensión de Jesús. Juan había visto a un hombre echando fuera demonios en el nombre de Cristo. ¡Y realmente los echó fuera! ¿Cuál fue su ofensa? «¡No nos sigue!» Esto fue todo. ¡Juan pensó estar adelantado por su mucho celo en cuanto a la ortodoxia! Aquí tenemos una lección necesaria en la tolerancia acerca de los métodos de trabajo para Cristo. Cuán poco entendía Juan aquí el espíritu de Jesús. Pero Cristo era paciente con la mezquindad de Juan como lo es hoy día con la nuestra. Después de todo, somos miserables vasijas de barro, con nuestras disputas, celos y preocupaciones. Es una maravilla que Jesús pueda usar a cualquiera de nosotros en su servicio. Predicamos el espíritu de servicio para otros, y con demasiada frecuencia practicamos el egoísmo, buscando nuestro propio provecho. Fue lastimoso entonces, y es lamentable ahora.

Cristo cuida de los pequeños, de los que son débiles y tiernos en la fe. Es fácil obrar precipitadamente y ser indiferentes en cuanto a las consecuencias para los que aman a Jesús. A veces la piedra de molino está colgada al cuello de los que perjudican al pueblo de Dios. No es la voluntad de Dios que uno de, aquellos pequeños perezcan. El espíritu del perdón de las injurias está opuesto al de la exaltación propia. Jesús no quiere decir que un hermano, para su propio provecho, puede perjudicar a otro y luego volverse y demandar que le perdonemos. Se necesitaría mucha sangre fría para hacer esto. Pero sí quiere decir que el verdadero arrepentimiento será correspondido con el perdón. Y el verdadero perdón es «del corazón.» La necesidad eterna de este espíritu se acentúa en casi todas las iglesias que hay en la tierra.

Hay quienes son muy oficiosos en el servicio de Cristo por no decir impertinentes. Jesús desanima semejantes adherentes y les recuerda las privaciones que tendrán que sufrir. En este tiempo especial Cristo no tenía en qué recostar la cabeza. Fue un proscrito en la tierra de su pueblo. Por otra parte si alguno quiere seguir a Cristo no volverá atrás después de poner la mano en el arado. No volverá atrás para quedarse aún con su padre hasta que muera. Esto es lo que significa la expresión «sepultar mi Padre.» Esto era un deber piadoso, pero el padre bien podría vivir muchos años, y el servicio para Dios era imperativo.

10. Consejo Fútil de los Hermanos de Jesús. ¿Iba Jesús a la fiesta de los tabernáculos? Este tiempo ya se acercaba, pues estaban a fines de septiembre. Parece que había pasado un año y medio desde que Cristo estuvo en Jerusalén. El ir ahora ofrecía poca esperanza. Los hermanos de Jesús habían notado su larga ausencia de Jerusalén y de las fiestas públicas. Probablemente también tenían conocimiento de su ausencia larga y reciente de Galilea. Y por esto vienen y le reprochan de ser un Mesías secreto, como si tuviera vergüenza de ello. Le dicen que suba a Jerusalén y que haga su trabajo manifiestamente. Hay siempre gente que sabe manejar nuestros negocios mejor que nosotros mismos, especialmente si les somos antipáticos. Es admirable cuánta sabiduría se aplica mal. Parece a veces como si todos nosotros tuviéramos la tarea que no nos pertenece, si hemos de juzgar por el consejo que se nos da con tanta liberalidad y tanta generosidad. Pero Jesús afirma su independencia. Irá a Jerusalén cuando le plazca y conducirá los negocios del Reino como le parezca bien. Subió privadamente en lugar de hacerlo públicamente como ellos habían sugerido, y cuando le pareció bien ir.

11. Enfrentándose con Jerusalén. De modo que iba otra vez a Jerusalén. Es un evento significativo en su carrera. Ha vuelto de su exclusión, pero no para hacer nuevas campañas en Galilea. Se propone fines más altos. Irá a Jerusalén y precipitará la crisis de los asuntos. Cuando esto se haga, no estará lejos el fin. ¿Ganará a Jerusalén? Vuelve a pasar por Samaria y despierta el odio de los samaritanos porque su rostro estaba dirigido hacia Jerusalén. Cuando iba para el norte todo estaba bien.

De nuevo Santiago y Juan muestran un espíritu de amargura y una falta de moderación deseando que descendiera fuego del cielo sobre una villa Samaritana. No sabían de qué espíritu eran, y ciertamente dejaron por completo de tener el espíritu de Cristo. ¿Llevará Jesús su corazón apesadumbrado al seguir adelante hacia el tempestuoso centro del judaísmo militante y endurecido? No quieren tenerle en Galilea y ya había sido desechado en Jerusalén. Hasta ahora Cristo había estado a la defensiva en la Ciudad Santa quedándose lejos de sus enemigos no sólo en Jerusalén, sino últimamente en Galilea también. Pero ahora el Maestro se presenta osadamente en Jerusalén, no a la defensiva del todo. Su aparición, pues, es en la naturaleza de un ataque sobre el país del enemigo. ¿Tendrá éxito? Supongámonos que Jesús gana a Jerusalén para su causa. ¿Vale la pena procurar hacerlo?

CAPÍTULO VI

EL ATAQUE SOBRE JERUSALÉN

 

«¡Oh Jerusalén, Jerusalén! tú que matas a los profetas, y apedreas a los que a ti son enviados» (Lucas 13:34).

JESUS AHORA lanzará una serie de ataques sobre Jerusalén misma. Había venido aquí al principio; acabará su carrera aquí. Por ciento, no podrá quedarse de continuo en Jerusalén, pues, haciéndolo así, el fin vendrá desde luego. Pero no hay lugar en Palestina donde Jesús pueda establecerse mientras la ciudad de Jerusalén está del todo en manos de sus enemigos. Están atrincherados tras de siglos de tradición y muros de preocupaciones y orgullo. De alguna manera se ha divulgado la idea de que Jesús podría venir esta vez a la fiesta de los tabernáculos, posiblemente se supo por sus hermanos, posiblemente por las multitudes de Galilea. Pero en los primeros días de la fiesta no está presente. Desde luego Jesús es el tópico principal de la conversación. ¿Vendrá? ¿Dónde está él? Después de todo ¿qué pensáis de él? Las multitudes de Galilea piensan de distintos modos acerca de Jesús. Antes estaban casi unánimemente de su lado, pero ahora no es así. En las murmuraciones como las de la sinagoga de Capernaum, algunos le defienden diciendo: «Es un buen hombre.» Esto, de todos modos, sea el Mesías o no. Pero otros resueltamente protestan: «No, sino engaña al pueblo.» Esta controversia se conducía casi siempre en voz baja porque todos sabían que los judíos de Jerusalén odiaban a Jesús. Nadie de Galilea quería tener algo que ver con el asunto. Pero un día en medio de la discusión Jesús resolvió toda la especulación sobre este punto apareciendo en el templo y enseñando.

1. Los Conspiradores de Jerusalén Hallan Otros más Listos que Ellos. ¡Allí está! ¿Qué harán sus enemigos? Esta era su oportunidad, dejan de arrestar a Jesús en la fiesta. El primer efecto de su enseñanza es el asombro de los judíos hostiles porque puede hablar muy bien a pesar que no estudió en su seminario teológico en Jerusalén. Había estado en la escuela de Dios aunque ellos no lo sabían. Pero no querían admitir aquella alternativa. Jesús puso fin a las discusiones acusándolos osadamente de querer matarle. Están reducidos al silencio, pero la multitud de Galilea protesta asegurando que nadie quiere matarle. Ellos sabían poco; pero el pueblo de Jerusalén lo entendía bien y un grupo de ellos hace comentarios sobre el hecho cuando ven a Jesús (Juan 7:25) y aun hacen burla de los jefes porque no arrestan a Cristo. Su teología en cuanto al origen del Mesías es interesante y Cristo tomó nota de ello. Sus enemigos resintieron la burla del pueblo de la ciudad y realmente procuraron prenderle inmediatamente. Pero Jesús era invulnerable por lo pronto. Su hora no había llegado. Algunos de la multitud de Galilea llegan a ser campeones osados de Cristo. En esta ocasión los fariseos y los saduceos (sumos sacerdotes) mandaron a algunos alguaciles para que le arrestasen. Entretanto Jesús, en lenguaje místico anuncia su independencia de ellos, lo cual sus enemigos no logran entender, pensando que enseña a los griegos (¡Lo cual hizo en verdad!). El pueblo se excita más sobre sus palabras, tomando parte en favor y en contra, y aun otros están listos para prenderle. Pero los soldados enviados para este propósito se pararon y oyeron su maravilloso discurso y volvieron tímidamente al Sanedrín sin Jesús. El Sanedrín estalló en ira contra los oficiales y la gentuza ignorante que seguía a Cristo. Los oficiales habían sido encantados por las palabras de Jesús, que era un tributo a su carácter también. Debe decirse para el crédito de Nicodemo que, cuando Jesús estuvo acosado por el Sanedrín, él osó citar un punto de la ley en favor del mismo Jesús. Ahora tiene más valor que cuando fue a ver a Jesús de noche; pero recibió escarnio por su valor. Los gobernantes son exasperados por Cristo después de la fiesta. Las multitudes habían partido para sus hogares distantes, pero Jesús se quedó una temporada en la ciudad y siguió enseñando en el templo. Su enseñanza consistía de dichos cortos y vigorosos que llamaban la atención. Uno de estos conmovió poderosamente a los fariseos: «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8:12), dijo él. Es un dicho asombroso, si no está uno preparado para aceptar por completo la deidad de Cristo, de otro modo es un dicho imposible. Los fariseos disputaron inmediatamente. La disputa se basó en la declaración de Jesús de que Dios era su Padre. Esto era su justificación, pero los fariseos no querían admitir esta verdad. Jesús los hirió de nuevo diciéndoles que si no creían en él, morirían en sus pecados. “¿Quién eres tú?» preguntaron. ¡Ojalá que dijera una palabra clara que le comprometiera! Pero señala a la cruz como prueba de que es lo que pretende ser (Juan 8:28), prueba que para ellos no era sino una piedra de tropiezo. Sin embargo, algunos de los fariseos fueron impresionados y dijeron que creían en él. Pero Jesús había tenido sospechas acerca de los conversos de Jerusalén desde su primera visita (Juan 2:24), y procedió a probar a estos nuevos creyentes. Les ofreció la libertad de la verdad, la cual desecharon; ofreció hacerles verdaderos hijos de Abraham, pero se consideraron insultados; les mostró que no eran hijos de Dios en el sentido pleno y ellos lo probaron procurando matar a Jesús, hombre que les dijo la verdad. Esta declaración sublime de que él existía antes de Abraham les era intolerable.

Los fariseos están exasperados porque un ciego había sido sanado por Jesús. Había sido un limosnero bien conocido y tenía cierto lugar en donde sentarse. El que abriera Jesús los ojos de él hizo una conmoción entre sus vecinos. No estaban satisfechos con su sencilla narración. Llevaron al hombre a los fariseos que lo sabían todo, pero fue lastimoso el embarazo de estos presumidos de sabios. La curación fue hecha en el sábado y por esto no fue Dios quien la hizo. Pero de todos modos fue hecha, ¿y quién, además de Dios, podría haberla hecho? Algunos sostuvieron que Jesús era pecador, pues de otro modo no la habría hecho en sábado: otros, que el hombre nunca había sido ciego. ¡Procedieron a resolver los hechos del caso por medio de la lógica! Hubo una diferencia entre estos eruditos y apelaron a los padres del hombre. Estos identificaron al hombre y probaron su ceguera. De modo que los fariseos no tuvieron salida. Su lógica y su teología tenían que estar correctas, pero cómo habían de explicar este miserable hecho sin admitir la impresión natural en cuanto a Jesús, ¡esto los tenía perplejos! Habían apelado al diablo como la explicación de la expulsión de los demonios, pero aquella falacia había sido contradicha. De todos modos era más probable que el diablo cegara los ojos que los abriera a alguien. Adoptaron este nuevo método. Admitimos el hecho, pero negamos la conclusión. ¡Tan sólo con que confieses que Jesús es pecador, nosotros confesaremos que tú puedes ver! El hombre vio lo chistoso de la situación. No era teólogo, pero podía comprender un asunto tan claro como lo era éste. ¡Abrió mis ojos, y vosotros no podéis decir de donde es! ¡Esto es extraño, siendo que vosotros lo sabéis todo! Además de esto, nosotros sabemos que Dios no oye a los pecadores. ¡Pero mis ojos están abiertos! Volvieron contra él llenos de ira. «¡Tú naciste enteramente en pecados! ¿Y tú nos enseñas a nosotros?» Los había herido en lo vivo. Lo echaron fuera de la sinagoga, pero entonces Jesús le condujo al Reino de Dios y le dio la vista espiritual también. Los enemigos de Cristo tienen su retrato dibujado por Jesús. No posaron para él voluntariamente, sino que provocaron la caracterización preguntando a Jesús. «¿Somos nosotros también ciegos?» (Juan 9:40). Les refirió la alegoría del buen pastor que conoce sus ovejas y cuyas ovejas le conocen a él. Hay ladrones y salteadores que desean tomar las ovejas, pero que correrán al ver un lobo como corre un asalariado. Pero el buen pastor morirá por sus ovejas y el rebaño, que es único, tiene ovejas gentiles así como judías. Era un cuadro vivo y algunos de ellos exclamaron: «¡Demonio tiene, y está loco!» Pero dijeron otros, «¿Puede acaso el demonio abrir los ojos a los ciegos?»

2. Una Campaña en Judea. Había habido un ministerio judío anterior en el que tuvo demasiado éxito. Ya que Jesús tiene que partir de Jerusalén, vuelve de nuevo a las comarcas que están al derredor. Hasta ahora ninguna impresión permanente había sido hecha aquí. Judas Iscariote había venido de la población de Kerioth, y en Betania Jesús tenía un hogar que casi podía llamar propio. Lo necesitaba como un lugar en el que pudiera hallar descanso y simpatía. Lázaro, Marta y María, todos amaban a Jesús aunque tenían distintos modos de manifestarlo, y Jesús los amaba muchísimo.

Este ministerio judío es narrado sólo por Lucas quien suple en gran parte los eventos de los últimos seis meses; es su contribución distintiva a la vida de Jesús. Muchos de los eventos son semejantes a los que sucedieron en Galilea y muchas de las enseñanzas son casi idénticas. Todo esto es perfectamente natural. Había fariseos en Judea y por esto la acusación blasfema se repite. Algunos de los fariseos de aquí mostraron cortesías como otros lo habían hecho en Galilea. Pero el almuerzo con el fariseo no tuvo feliz éxito. Se le subieron los humos porque Jesús no se bañó antes de la comida y por esto él y sus convidados, que eran abogados, fueron severamente reprendidos por insistir en lo exterior descuidando lo moral y lo espiritual. Parece que el almuerzo acabó en desorden. Uno de los abogados astutos que procuraron atrapar a Jesús cayó en el hoyo, pero le perdonamos puesto que por él se presentó la ocasión para que Cristo refiriera la Parábola del Buen Samaritano que ha bendecido tan ricamente al mundo. No es extraño que Jesús enviara a un grupo de predicadores en Galilea con instrucciones semejantes a las que se dieron a los doce. Lucas narró también el envío de los doce. Cristo siguió tras ellos también y su éxito fue para él una profecía de la destrucción de Satanás.

Algunos de los dichos de Jesús en este período (Lucas 12) son muy semejantes a partes del Sermón de la Montaña. No debemos olvidarnos de que repetía sus dichos con frecuencia y que como maestro debió haberlo hecho. En lo abstracto es posible que Lucas narrara aquí lo que dijo Jesús en Galilea, pero no puede suponerse que Jesús no repetiría sus enseñanzas en distintas partes del país, o aun en la misma región.

Se revela el deseo ardiente de Jesús de cumplir con su destino (Lucas 12:49). Anhela ver el fuego arder, y recibir su bautismo de sangre. No podemos admirarnos de esto recordando lo que el Maestro ya ha sufrido y cuán sin esperanza parece la tarea. Cuán pocos entienden lo que él tiene que decir, y menos son los que lo llevan a la práctica. Esta explosión no es impaciencia, pero nos ayuda a vislumbrar el volcán de emoción encerrada en el corazón del Salvador.

3. En Jerusalén de Nuevo. Sin sonidos de trompetas Cristo viene de nuevo. Es invierno (la fiesta de la dedicación), como el tiempo de nuestra Navidad, y él está andando por los corredores del templo. Los judíos hostiles le rodean inmediatamente con una cuestión enojosa e impaciente. Desean saber quién es él y qué tiene que decir acerca de sí mismo. Evidentemente su última visita les hizo una impresión profunda y todavía están discutiéndola. «Si eres el Cristo, dínoslo claramente» (Juan 10:24). La pregunta era legítima, pero deseaban hacer un uso malo de su respuesta. Sabían bien quién se decía ser, pero deseaban acusarle de blasfemia. Pero Jesús no quería pronunciar la palabra Mesías, por otra razón: porque provocaría al populacho tanto que después no podría ser dominado. Por esto se mantuvo firme, y sólo repitió su declaración de ser uno con el Padre. Se fijaron en esto, y arrojaron contra él la acusación de blasfemia, por hacerse igual con el Padre. Hizo esto, pero no era blasfemia, porque ciertamente él era igual al Padre. No quiso argüir sobre el punto, sin embargo, usó un argumentum ad hominem mostrando cómo en su ley los gobernantes con la autoridad son llamados dioses. Fue un bonito giro, pero no los aplacó. Si no pudieron argüir con él, podrían matarle. Pero luego se retiró.

4. De Nuevo más allá del Jordán. La estancia de Jesús en Jerusalén había sido breve, y el choque severo y acabado pronto. No se detuvo en Judea, sino que fue primero a Betania más allá de, Jordán donde Juan el Bautista le había identificado y donde había ganado sus primeros discípulos. Qué recuerdos no tendría Jesús al pensar en el pasado. En cierto sentido es ahora fugitivo de Jerusalén. ¿Acaso se había equivocado al comenzar la lucha tan pronto con los jefes religiosos de Jerusalén y seguir tan persistentemente en ella? ¿Podría haber sido más conciliativa y más efectiva? El diablo le había ofrecido compromiso y poder. Seguirá como comenzó. Hay una circunstancia que glorifica la predicación de Juan el Bautista: esta gente conocía a Jesús por lo que Juan había dicho de él. Esta es una prueba pertinente y penetrante de la predicación moderna.

Lucas es el único que nos da la historia de este ministerio en Perea, con excepción de unos pocos versículos dados por Juan, pero no se ha conservado mucho sobre dicho ministerio. Tenemos que pensar en lo que sabemos de la obra llevada a cabo en Galilea y en Judea e imaginar semejantes escenas desarrollándose aquí. Hubo un hombre que estuvo perplejo sobre un punto teológico. Quería saber cuántos se salvarían. Jesús le dijo que haría mejor en procurar ir al cielo él mismo. Un punto que se descubre es el temor de que Jesús caiga en las manos de Herodes Antipas en cuyo territorio está ahora. Cristo entiende a «aquella zorra» muy bien y afirma que es independiente tanto de Herodes como de los fariseos. Es difícil descubrir el modo de pensar de estos fariseos, si en realidad eran amigos de Jesús, o si eran meros instrumentos de Herodes, quien deseaba que Jesús se fuera, o si procuraban hacer que Jesús volviera a Jerusalén. Cristo vio todo cuanto abarcaba el caso y dijo que iría a Jerusalén a morir en el tiempo oportuno. Entre tanto su corazón se entristeció por Jerusalén.

Un fariseo, también en Perea, convida a Jesús a almorzar y tres parábolas fueron dichas por Jesús, una a los invitados, otra al huésped, y la tercera a un invitado que hizo una observación piadosa y común (Lucas 14:15). Aquí también hubo grandes multitudes y Jesús las probó como lo hizo en Galilea y probablemente con el mismo resultado. Las condiciones difíciles de ser discípulos, como la de odiar al padre de uno, etc., han de ser interpretadas a esta luz. Si hay que escoger entre nuestros padres y Cristo, no debemos vacilar.

Fue en Perea también donde los fariseos y los escribas hablaron con desprecio en contra de Jesús porque recibía a los pecadores y comía con ellos como lo había hecho en Galilea. En la defensa formal que él hizo de su propia conducta al tratar de ganar a los publicanos más bien que a los fariseos, los considera conforme a la opinión que ellos tienen de sí mismos, dando a entenderles que no era correcta. Pero su respuesta fue completa. Ellos sostuvieron que eran justos. Bueno, pues, ellos no necesitaban a Cristo, mientras que los publicanos sí lo necesitaban. Por esto Cristo vino buscando a la oveja perdida, a la moneda perdida, y al hijo perdido. Ellos eran como el hermano mayor y estaban disgustados porque los publícanos y las rameras entraban en el Reino del Cielo. Cuando añadió la parábola del Mayordomo Injusto, los fariseos se burlaron de él, porque eran amantes del dinero. Pero dejaron de hacerlo cuando relató la parábola del Rico y Lázaro, aunque le odiaron más. Podemos agradecer a los fariseos una cosa. Ellos dieron ocasión para que fueran narradas las más maravillosas parábolas de todo el mundo.

5. El Sanedrín Desesperado. La resurrección de Lázaro tenía por propósito glorificar a Dios y a Jesús el Hijo de Dios (Juan 11). Fue premeditada y por esto era una expresión deliberada del poder divino en la misma presencia de los enemigos de Jesús. El milagro ha sido atacado fieramente en los tiempos modernos, pero si Cristo es divino, el argumento en favor de esta verdad queda firme. El propósito más amplio que Cristo tenía aquí explica su aparente indiferencia a la súplica de las hermanas y también su aparente temeridad, desde el punto de vista de los discípulos y especialmente de Tomás quien se mostraba sin la esperanza de que Lázaro resucitara. Cuando llega Jesús, es Marta quien insinúa que el mismo Jesús tiene poder con Dios aun en esta ocasión. Es a Marta a quien dirige el lenguaje supremo de la deidad; «Yo soy la resurrección y la vida.» Es Marta también quien hace una confesión tan noble como la de Pedro (Juan 11:27). Con María se muestra muy emocionada a pesar de sí mismo, y hasta en el sepulcro le es difícil contener su emoción. Marta se retiró por fin, pero Jesús quedó tranquilo y dominante. Fue un momento majestuoso cuando por su mandato Lázaro salió del sepulcro. El porte de Jesús nunca fue más lleno de dignidad ni de sublimidad que en este momento. Sabía que Lázaro saldría.

Los judíos habían venido de Jerusalén en grandes grupos para consolar a las hermanas, porque Lázaro era hombre de riqueza y alta categoría. Muchos de los que vieron a Lázaro salir del sepulcro creyeron en Jesús. Otros fueron y dijeron a los fariseos lo que había ocurrido, como si buscasen ayuda. Ellos también estaban a punto de creer. Era claro que algo tenía que hacerse, y esto inmediatamente, o todo se perdería, y, para siempre.

Fue en verdad afrentosa. Jesús había hecho este maravilloso milagro tan cerca de Jerusalén y sin la ayuda o el permiso de ellos. Se convocó al Sanedrín para que deliberasen sobre la situación. Cada uno preguntó a otro: “¿Qué hacemos?» La respuesta era fácil, porque no estaban haciendo nada. Predijeron la pérdida de su rango y de su nación que sería dominada por los romanos, poniendo el rango antes que el patriotismo. Caifás notó que ellos no sabían nada, en lo cual tenía razón. Sugirió que sacrificaran a Jesús por amor a la patria. Había un sentido más profundo en sus palabras que lo que él pensaba, pero el sentido de su proposición era un fracaso. En efecto sacrificaron a Jesús, pero la nación fue destruida por los romanos y, también perdieron su rango y sus puestos. Es una manera fácil y antigua la de salir de una dificultad deshaciéndose del contendiente. Por la muerte de Jesús han sido reunidos en uno los hijos de Dios en todas las partes del mundo, pero ése fue el plan de Dios, no el propósito de Caifás. Pero ahora, al menos el Sanedrín ha llegado a una decisión formal de dar muerte a Cristo lo más pronto posible. Fue intolerable que Cristo levantara un muerto casi a sus puertas. ¡Por supuesto, era un engañador! ¡Ningún poder o prueba podía cambiar este hecho!

6. En la Montaña de Efraín. Jesús se retira al desierto que está cerca de la región donde fue tentado por el diablo después de su bautismo. Fue una hora triste desde el punto de vista humano. Esto pues fue el resultado de la campaña en Jerusalén. Galilea al menos no había procurado matarle sino en Nazaret. Es verdad, que varias veces antes Jerusalén había procurado matarle, pero de una manera esporádica. Ahora tenía que defenderse de la decisión formal del Sanedrín. Parece que los saduceos están ahora más activos que los fariseos en su odio. No puede uno dudar de que en las montañas de Efraín el diablo traería a la mente de Jesús todos los puntos que hubiera en su contra. Podría recordar a Jesús cómo hubiera sido el resultado si hubiese seguido su consejo. Habría resultado exactamente como él lo había predicho.

No era tarde para remediarlo sobre los mismos términos. ¡El diablo tenía influencia con el Sanedrín y fácilmente podría hacerles cambiar su propósito de darle muerte! Pero Jesús había peleado esta batalla ya hacía mucho. Soportaría lo que le trajera su hora. Tenía a los discípulos consigo en el desierto, pero cuán poco entendían de la tragedia que se verificaba delante de sus ojos.

7. Yendo a Aceptar el Resultado. La hora ya está cerca y Jesús deja las montañas de Efraín. Al principio parece que se alejará de Jerusalén porque se vuelve hacia el norte pasando por Samaria y entra al límite de Galilea. Pero sólo piensa unirse con una de las caravanas de Galilea que van a la fiesta de la Pascua. Una vez sus hermanos le habían sugerido que fuera públicamente. Ahora lo hará. Irá a Jerusalén como un Rey, el Rey y el Mesías. En la multitud habría algunos adherentes de Jesús y muchos que serían más o menos amigos. Los fariseos que lo acompañan parecen sentir que algo va a suceder. Preguntan a Jesús cuándo ha de venir el Reino de Dios. No contesta aquella pregunta, sino que dice lo que serviría de fondo a ella, el carácter del Reino. Los hombres no lo verán con los ojos ni lo señalarán aquí o allí. Está en los corazones de los hombres, «dentro de vosotros» (Lucas 17:20). Los fariseos no contestaron, porque la respuesta hizo más ancho que nunca el abismo entre ellos. Esta no era la clase de reino que ellos deseaban. Jesús procedió a hablar de su segunda venida a los discípulos. Ese asunto se presenta insistentemente delante de su espíritu ya que su muerte está tan cerca. El Hijo del hombre será plenamente manifestado. Entre tanto hizo un cuadro inmortal del fariseo que subió al templo y dio al Señor mucha información piadosa acerca de sí mismo y la llamó oración. El publicano era «el pecador,» y lo sabía, pero el fariseo tenía que esperarse hasta llegar a la otra vida para saber cuán gran pecador era. La procesión sigue por Perea. Ahora la historia es relatada por todos los Sinópticos.

Los fariseos procuran enredar a Jesús sobre la cuestión del divorcio. Ellos mismos estaban divididos acerca de ella, un partido favorecía el divorcio fácil, y el otro el divorcio difícil. En cualquier caso Jesús se perjudicaría. Pero se admiraron al verle destruir sus escrúpulos acerca del principio eterno del matrimonio y mostró que la carta de divorcio que permitió Moisés se debía a la dureza de los corazones del pueblo y fue un gran adelanto para ese tiempo. La actitud de Jesús hacia los niños se ve bien aquí. Aun los discípulos los miraban como a un estorbo. Cristo ha hecho un verdadero lugar para el niño en el mundo. No es extraño que le amen.

Jesús tenía que corregir las ideas que los discípulos tenían acerca del dinero. ¡Realmente suponían que el dinero probaba que al tenerlo uno era favorecido del cielo! ¡La tendencia es ahora pensar que la pobreza es una prueba de piedad! Un joven halló que amaba mucho más a su dinero que a Cristo. Jesús hace otro esfuerzo para enseñar a los discípulos acerca de su muerte y usa la palabra «crucificar» esta vez. Su apariencia asombró a sus discípulos y les infundió temor, pero no lo entendieron. Estuvieron aturdidos por un momento. ¡Y desde luego Santiago y Juan, con su madre, vienen y piden los dos lugares principales del Reino para ellos mismos! ¿Qué Reino? ¿Qué lugares? ¡Era lastimero, y en semejante ocasión! Jesús les ofreció la copa del martirio, el bautismo de la muerte, el cual ellos aceptaron ligeramente. ¡Cuán poco entendían la filosofía del Reino! Aun el Hijo del hombre había venido para dar su vida en rescate por muchos (Lucas 18:45). Los diez, por supuesto, se indignaron, y no porque estuvieran despojados del mismo espíritu de ambición.

8. El Reto a Jerusalén. Jesús está en Jericó y hay mucha excitación. Lo del ciego Bartimeo y Zaqueo no son sino incidentes de la historia. Estaba cerca de Jerusalén y el pueblo suponía que el Reino de Dios había de aparecer inmediatamente (Lucas 19:11). Lo sentían en el aire. El reino que ellos deseaban ya debía de aparecer. El verdadero Reino ya había venido y venía de continuo.

Jesús dijo la parábola de las minas para corregir sus falsas expectativas, y sin embargo había resuelto gratificar al pueblo hasta cierto punto. Siguió su camino hacia Jerusalén hasta Betania. Aquí con la familia de Betania puede pasar el sábado tranquilo y quietamente. Grandes acontecimientos están cerca de él y necesita una tregua. En Jerusalén misma todos estaban preguntando si Jesús vendría a la fiesta o no, ya que el Sanedrín había resuelto matarle. Habían pedido públicamente su arresto, tal vez por medio de carteles puestos en los atrios del templo. A Betania vinieron muchos para ver no sólo a Jesús, sino a Lázaro también. La excitación fue intensa en ambos lugares, en Jerusalén hubo antagonismo, en Betania simpatía. En Betania con sus queridos amigos tenía un descanso como el del cielo, y el sol brillaba sobre el Olivete, pero las nubes arrojaban su sombra sobre Jerusalén.

Jesús sabía que, sin un lenguaje más claro del que había usado, el pueblo no podría entender la declaración que había hecho de que él mismo era el Mesías. Ahora empleará el lenguaje de la acción, sabiendo bien que su osadía le traería la muerte. Hacía mucho que sus enemigos habían deseado que dijera en términos claros que él era el Mesías. Ese deseo no será cumplido. El cuadro de Jesús, ese domingo por la mañana, al caminar sobre el pollino, como había dicho Zacarías que andaría el Rey Mesías, no era tal que infundiera terror al corazón. Era Rey de Paz, y sin embargo, cuando la multitud de la ciudad se unió con la multitud de la villa, y todos comenzaron a bajar la pendiente del Olivete hacia Jerusalén los fariseos pensaban que ya se había acabado todo. Esta demostración popular les parecía que daba a entender que Cristo había ganado. No osarían echar mano de él mientras tuviera tantos amigos. Y por esto comenzaron a culparse unos a otros de este resultado. «Ya veis que no aprovecháis nada. He aquí que el mundo se va tras él” (Juan 12:19). Otros de los fariseos, avergonzados, procuraron hacer que Jesús reprendiera a sus discípulos por el alboroto (Lucas 19:39).

Pero están aclamando a Jesús como el hijo de David. El Reino de Dios ha venido al fin. ¡Hosana! Paz en el cielo y gloria en las alturas. Si éstos se hubieran callado ahora las mismas piedras hubieran clamado. El clamor se hizo peor, porque en el atrio del templo los mismos muchachos se unieron en las aclamaciones a la multitud, enfadando así a los jefes de los sacerdotes y a los escribas quienes hasta procuraron hacer que Jesús pusiera fin a ello. Después de mirar toda esta escena en su derredor Jesús volvió a Betania con los discípulos. ¿Qué pensaban del maestro ahora? Por el momento era en verdad el Maestro, el héroe de la hora, y esto aun en Jerusalén.

9. Prueba Anticipada de la Lucha. Jesús había cruzado el Rubicón y ahora tendría que luchar hasta el fin. La irritación de sus enemigos se aumentó cuando vino al templo al día siguiente para enseñar. Volvió a limpiar el templo como había hecho al principio, y esto indignó más aún a los jefes. La popularidad de Jesús les era intolerable. Vinieron temprano para pararse cerca del gran Maestro y escucharon atentamente todas sus palabras. Era el centro de todos los ojos. Los jefes habían llegado a saber muy bien donde estaba, pero qué habrían de hacer con él era el problema, porque temían esta multitud.

Algunos griegos estaban en la fiesta y cortésmente suplicaron a Felipe que se los presentara. Pero Felipe se sintió acortado por la súplica y consultó con Andrés, el hombre de los consejos. Pero ni Andrés podía desatar este nudo. Traen el problema, pero no a los griegos, ante Jesús para recibir su decisión. Jesús había venido para derrumbar la pared que se interponía entre los judíos y los griegos, pero no había sino una manera de hacerlo, los griegos, en verdad, vendrán hacia él, como lo harán todos los hombres, cuando sea levantado. La ley de la vida es la muerte, como Cristo explica refiriéndose al grano de trigo. Jesús, con palabras profundas manifiesta el principio de su muerte propiciatoria, el dar voluntariamente su vida por los hombres. Tan vivo llega a serle todo esto, al contemplar su hora, que en su agonía, en el Getsemaní, clama: ¡Padre, sálvame de esta hora! (Juan 12:27), pero con una sumisión instantánea. «Padre, glorifica tu nombre.» Esta, pues, es la idea que tiene Cristo de su muerte: es la glorificación del nombre del Padre. Una vez más, la tercera vez, el Padre habla en voz audible, palabras de aprobación. El Padre sí entiende esta idea de su muerte. Nadie más, en aquella hora, entiende a él ni al Padre. La oscuridad del eclipse se acerca.

10. El Debate Victorioso. Los jefes comprendían claramente su desventaja en presencia del pueblo. Allí estaba el levantamiento de Lázaro, la entrada triunfal, el limpiamiento del templo, la maravillosa enseñanza. De alguna manera el encanto tiene que romperse. Tenía que ser refutado y ridiculizado, si es que no podía hacerse otra cosa. El martes por la mañana, mientras Jesús andaba y enseñaba en los corredores del templo rodeado de una muchedumbre de los que le escuchaban admirados, de repente se vio en frente de una compañía de los gobernantes quienes retaron su autoridad. Pero desde luego hallan que ellos mismos tienen que defenderse; con una pregunta pertinente les pidió su opinión acerca del bautismo de Juan. Juan había presentado, bautizado e identificado a Jesús como el Mesías. Sí, el bautismo de Juan era de Dios; esta sería la respuesta a su pregunta, porque él era el Mesías. Pero la pregunta de Jesús les puso en una perplejidad desesperada, y con timidez le suplicaron que los dispensara, de modo que los demás se rieron de ellos y no de Jesús. Cristo utilizó su ventaja diciendo parábolas que, según los jefes vieron, eran en contra de ellos mismos, pero que no sabían cómo contestar. Retrocedieron humillados, entristecidos pero en nada más sabios. Los fariseos y los herodianos se reanimaron y vinieron en su socorro enviando a algunos de sus estudiantes más inteligentes para hacer una pregunta acerca del tributo pagado a César. El pueblo, por supuesto, se oponía a los impuestos romanos y odiaban a los publicanos que los colectaban. Pero el oponerse públicamente a los impuestos era una traición a César. Fue con mucha palabrería piadosa con lo que estos jóvenes le presentaron lo que les parecía un dilema desesperante. Pero oyendo la respuesta de Jesús se vieron muy simples, callaron, y retrocedieron, muy admirados de hallar a otro más sabio que ellos. Los saduceos vieron con gusto la derrota de los fariseos y de los herodianos, y vieron qué podrían hacer ellos con una anécdota acerca de la resurrección que los fariseos nunca habían podido contestar. Pero Jesús mostró por la palabra de Dios a Moisés que ellos estaban en error, no sabiendo la Escritura. Ellos, también, callaron, pero los fariseos (escribas) no pudieron guardar silencio. «¡Bien has dicho Maestro!» (Lucas 20:39).

Con esto los fariseos se reunieron muy alegres y uno de los abogados ofreció sus servicios a sus amigos desconcertados. Tentó a Jesús con una pregunta que era de su propia especialidad, la ley. Sólo pudo dar su aquiescencia a la respuesta de Jesús y retirarse. Nuestro Señor entonces volvióse hacia los fariseos reunidos y les hizo una pregunta acerca de la persona del Mesías, la misma cosa que ellos con tanta frecuencia le habían preguntado. ¿Cómo podría él ser el Señor de David y al mismo tiempo el Hijo de David? El problema era realmente el de la humanidad y la divinidad del Mesías. Había llevado la guerra a África y había derrotado a todos. Nadie osó hacerle otra pregunta. «El populacho le oía con gusto.»

Todavía se humillaban delante de Jesús, y esta vez derramó el tazón de su ira sobre sus enemigos implacables. Llama la atención al alto puesto de estos maestros y cómo habían degradado su oficio. Ellos escondieron la verdad, e hicieron a sus prosélitos peores de lo que habían sido antes, eran quisquillosos, pusieron mal el énfasis sobre las verdades, eran ceremonialistas sin el espíritu, eran religiosos por profesión, orgullosos de su ascendencia, en una palabra hipócritas, serpientes, generación de víboras, con el juicio del infierno sobre ellos. Fue terrorífico; ante esta tempestad de truenos y relámpagos sus enemigos retrocedieron y la multitud se dispersó. El corazón de Jesús rompió en un lamento sobre Jerusalén que pronto habría de ser desolada, mientras los discípulos se reunían silenciosos en un grupo. Jesús se sentó cansado y miró a la gente que ponía sus donativos en el tesoro, especialmente a una pobre viuda cuya piedad, sin duda, le dio gusto. Todo estaba quieto después de la tempestad. Salió del templo, la casa de su Padre, abandonándola para siempre. Sus enemigos eran como avispones enfurecidos.

11. La Profecía del Juicio. Al salir, Jesús señaló los magníficos edificios del templo y profetizó la destrucción de todos ellos. Sonó, como lo era en efecto, como el eco de la reciente denuncia de sus enemigos. La desolación de Jerusalén será debida a su conducta para con él. El debate se había cerrado con Cristo completamente victorioso. Pero Jesús sabía que los hombres rara vez se convencen contra su voluntad por medio del debate. Le contestarían de alguna otra manera. Detrás de la muerte de Cristo está la destrucción de Jerusalén. Más allá, en el fondo, todavía está el fin del mundo. Sentado Jesús sobre el Olivete y mirando la ciudad que había anhelado salvar de todas estas catástrofes, se le presentaron y se mezclaron en un cuadro común. Después de todo, el lenguaje es pictográfico. Apenas es posible separar los detalles de cada parte de este cuadro mixto del juicio. Y Jesús expresamente negó tener conocimiento del tiempo del fin del mundo, aunque esperaba que la destrucción de aquella ciudad se verificara en aquella generación, como en efecto sucedió. La escatología no es un asunto lucido en manera alguna y en esta ocasión el tema doble la hace para nosotros extremadamente difícil. Pero el reino de Dios será quitado de los judíos y dado a los gentiles. La destrucción de la ciudad será en un sentido una venida de Jesús para juicio y simbolizará la venida final. La principal lección práctica para nosotros es la de estar listos. La misma incertidumbre demanda la diligencia, no el descuido. Es fácil decir que Jesús se equivocó porque no ha venido todavía, pero el que cree en Jesús como Señor preferirá esperar, confiar y estar listo. Dejaron la cumbre del Olivete y fueron a Betania aquella noche. ¡Qué día tan notable había sido! iQué pensamientos estaban en los corazones de Cristo y los discípulos!

CAPÍTULO VII

LA RESPUESTA DE JERUSALÉN

 

«¡Crucifícale! ¡Crucifícale!» (Lucas 23:21)

1. Un Grupo Apreciativo en Betania. No se reunieron en casa de María y Marta sino en la de Simón, el que había sido leproso (no era Simón el fariseo), quien deseaba mostrar su amor y gratitud para con Jesús. Cristo había dicho a sus discípulos que después de dos días sería crucificado, poniendo así por primera vez una fecha para el acontecimiento. ¡Sus corazones, estarían más apesadumbrados que de costumbre durante la fiesta! Juan menciona esta fiesta fuera de su lugar en conexión con su última mención de Betania, pero seguimos el orden sinóptico.

Lázaro estuvo allí de regreso del sepulcro, y Jesús estaba allí pronto para morir. Así fue que la ocasión causó emociones mixtas. Era María de Betania, no María Magdalena, cuyas devociones espirituales se expresaron de una manera idónea en el ungüento con el que ungió su cabeza y sus pies. Enjugó sus pies con sus cabellos. Había llegado a entender la verdad acerca de su muerte y así con mucha delicadeza expresó su amor para con el Maestro. Parecería que aun aquellos que no habían mostrado sus sentimientos hacia Cristo, al menos no tendrían inconveniente en que María lo hiciera así. Pero cada uno de los discípulos siguió a Judas Iscariote en su protesta brutal contra el desperdicio hecho por María. Sin embargo, halló un defensor en Jesús, quien entendió sus motivos y aprobó su hecho, interpretándolo para los discípulos despreciativos. Pero fue una reprensión distinta para Judas y, como se vio después, fue la última gota que se necesitaba para llenar la copa de su impaciencia.

2. El Sanedrín Recibió Ayuda Inesperada. A la mera hora de esta fiesta, cuando los jefes se habían reunido en Jerusalén para considerar la situación, fueron heridos intolerablemente por el desafío triunfante que Jesús hizo aquella mañana en el templo, y sufrieron aún más por verse tan impotentes. Antes de la pascua habían hecho una proclamación pública de su propósito de arrestar a Jesús, pero ahora temían su poder con el pueblo. Es evidente que tendrán que coger a Jesús secretamente, y después de acabada la pascua. Esta es la medida sabia como opinan todos. Todavía están resueltos a matarle para salvar al Estado y a ellos mismos. Pero de repente Judas, uno de los discípulos, entra en el aposento. Al principio, tal vez, los conspiradores están asombrados y temen algún ataque nuevo por parte de Cristo. Pero Judas alivia sus temores diciendo: «¿Qué queréis darme para que yo os lo entregue?» (Mat. 26:15). ¿Qué más dijo para convencerlos de su sinceridad? No lo sabemos.

Puede ser que les dijera que se había cansado de todo el negocio. Que no ofrecía nada para él; que quería ver romperse la burbuja lo más pronto posible. En su corazón estaba decepcionado de que Jesús iba a morir y no iba a ser la clase de Mesías que él esperaba; quizás había despertado envidia hacia Pedro, Juan y Santiago. Jesús había mostrado ser un soñador ocioso y había echado a perder su oportunidad. En la fiesta de esta misma noche, le había inferido un insulto público mientras estaba vacía la bolsa. Conocía los hábitos de Cristo y los sitios a donde solía ir en la noche, su lugar de oración, por ejemplo, y así podía cogerlo fácilmente con tal que ellos dieran los soldados. No debían esperar hasta después de la fiesta de la pascua. Podría hacerse desde luego. El Sanedrín se convenció. ¡A estos piadosos asesinos les parecía providencial este converso oportuno que había venido del mismo círculo de los amigos de Jesús! ¿Quién habría creído posible tan buena fortuna? Se alegraron como no lo habían podido hacer por mucho tiempo. El precio convenido era el precio de un esclavo, treinta piezas de plata, y tal vez se acordó dar esa cantidad con esa idea. Sólo restaba que Judas cumpliera con su contrato. Sean cuales fueran los motivos de Judas es claro que estuvo en ese momento completamente bajo el poder del diablo. Es admirable cuán comunes son los desertores, son fácilmente insultados y desean mostrar su despecho. El acto de Judas era secreto, pero no dejó de ser conocido de Cristo. ¿Sospechaba Judas al día siguiente que Jesús lo sabía? Pasaron el día descansando en Betania, porque no serviría de nada volver antes a Jerusalén para enseñar a alguno. La cosa es decidida y Jesús recibirá las consecuencias.

3. El Cuidado de Jesús por los Discípulos. ¿Cómo soportarán la terrible catástrofe que está delante de ellos? Cristo hará un esfuerzo más a fin de prepararlos para cuando ocurran su arresto, condenación y muerte. Pedro y Juan son enviados para preparar la pascua, y al caer la noche, a la hora acostumbrada de la comida de la pascua, los discípulos se reúnen en Jerusalén con Jesús en el cenáculo, tal vez en la casa de María, la madre de Juan Marcos. El corazón de Jesús está conmovido de emoción antes de sufrir (Lucas 22:15). Judas había tenido la osadía de venir, pero además de su presencia la contención de los doce por el primer lugar perturbó el espíritu de Cristo (Lucas 22: 24), e hizo que los reprendiera por medio de una lección objetiva de humildad (Juan 13:15). Lástima que esta última pascua comenzara de semejante manera.

Pero esto, aunque era triste, era cosa pequeña comparada con lo que Cristo tenía que revelarles. Uno de ellos iba a entregarle al Sanedrín. La cosa parecía increíble, pero Jesús lo había dicho. Con rostros asombrados se miraron unos a otros y en seguida miraron a Jesús, uno tras otro, preguntando «¿Soy yo Señor?» Por supuesto Judas tuvo que preguntar también. Pedro hizo señas a Juan que preguntase quién era, pero parece que los discípulos no entendieron la señal dada por Cristo ni oyeron lo que él dijo a Judas cuando éste salió. Pero ya se había ido y era de noche.

Jesús se acercó más a los once y su corazón se enterneció con ellos. Instó a que se amaran unos a otros, a los que acababan de contender por los lugares principales. Satán quería tomarlos a todos, ya tenía a Judas, y se apresuraba a tomar a Pedro.

Pero Jesús había orado especialmente por Pedro de modo que él soportaría el zarandeo. Pedro realmente pensaba que la ansiedad de Cristo era inútil en el caso de él. Había olvidado cómo en una ocasión había hecho el papel de Satanás. Así se sentían todos, pero Pedro era vehemente en su declaración de estar listo para morir por Jesús, si esto llegara a ser necesario. ¡Si supieran! Necesitarán luchar ahora, aunque no literalmente con espadas como ellos entendieron a Cristo, pero Jesús no puede hacer más explicaciones, porque ellos no lo entenderán. Es probable que la Cena del Señor haya sido instituida por Cristo después de que salió Judas, si hemos de seguir el orden de Marcos y Mateo y no el de Lucas. Todos callaron en el aposento alto mientras Jesús hablaba de su muerte, simbolizada por esta ordenanza. Realmente pensaba morir. Esto era perfectamente claro. Es Juan quien ha conservado para nosotros esta revelación del corazón de Cristo. Les dijo todo cuanto podrían soportar y más de lo que podían entender acerca del Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, y el futuro del cristianismo. Pero la nota insistente en todo esto fue la necesidad de fe en Cristo después de su muerte. Debían creer en él como creían en Dios, porque él era uno con el Padre a quien les había manifestado en sí mismo. Ellos podrán dirigir sus oraciones a él también y él oirá. Además de esto él enviará al Espíritu Santo para tomar su lugar como consolador y guía a la verdad y a la vida. En una palabra, deberán permanecer en él y amarse los unos a los otros, porque el mundo los odiará y los perseguirá. Pero después de todo fue mejor para ellos que él se fuera, mejor para su propio desarrollo, mejor para el progreso del Reino de Dios. El nuevo Maestro les explicará a Jesús mismo y entonces sabrán lo que está ahora procurando hacer claro. Además de esto él volverá a ellos. Le volverán a ver cuando vuelva del sepulcro. Tendrán su presencia por medio del Espíritu Santo aun después de su ascensión. Además de esto, cuando ocurra la muerte de ellos, él llevará a cada uno al Padre. Vendrá otra vez cuando acontezca el fin del mundo. El mismo vino del Padre y vuelve al Padre.

Tomás, Felipe, Judas (no el Iscariote), al principio hicieron algunas preguntas mientras hablaba, pero pronto todos escucharon en silencio. Ahora, al fin, todos parecen comprender lo que Jesús dice. Cristo les ha dicho todo cuanto merece decirse. Mas él podía hablar al Padre acerca de ellos. O, tal vez mientras estuvieron en el aposento alto, o posiblemente a la luz de la luna, ya en la calle, Jesús se detuvo e hizo una maravillosa oración acerca de sí mismo, de estos once hombres y de los otros discípulos que tendría durante todos los siglos. En cuanto a sí mismo, anhelaba volver al Padre, a la gloria, a la comunión. En cuanto a los once apóstoles, tenía grande solicitud. Había hecho lo mejor que pudo mientras estuvo con ellos, pero ahora ha de dejarlos solos en el mundo. ¿Serán como levadura en el mundo o el mundo los vencerá? Satanás procurará ganarlos. Ruega que el Padre los guarde del malo. Tan sólo con que todos los discípulos, en todos los siglos, pudieran evitar las contiendas, las rivalidades personales, los celos, los rencores, las divisiones sobre asuntos no importantes el mundo pronto sabría que Jesús es el Salvador de los hombres y el Hijo de Dios. No es la unidad orgánica en la que Cristo está pensando. Es una cosa mucho más profunda, la unidad de espíritu y libertad de contiendas tales como las que habían afeado la conducta de los discípulos esta misma noche.

4. La Lucha de Jesús Consigo Mismo. El Maestro se había mostrado valerosamente mientras exhortaba y consolaba a los discípulos, pero en realidad él mismo estaba en las profundidades. Todo verdadero predicador sabe lo que es consolar a otros corazones mientras el suyo está quebrantándose. Pero la reacción tuvo que suceder después de la tensión de tantas pláticas emocionantes. Había unas pocas horas antes de que llegara la crisis, y Jesús las pasaría orando. Tenía la costumbre de ir al Huerto de Getsemaní para hacer oración en la noche y Judas sabía esta costumbre y se aprovechó de ella. En su mayor agonía naturalmente Jesús buscaba este sitio. Además de otras muchas ventajas obvias, le era un consuelo estar en un sitio donde con frecuencia había tenido comunión con el Padre. Los mismos objetos inanimados le ayudarían en su hora de depresión que sabía se le acercaba. Nunca había necesitado tanto el apoyo de la oración, ni aun en las terribles tentaciones al principio de su ministerio.

Cristo sabía que Judas vendría acá y por esto dividió a los discípulos, dejando a ocho cerca de la puerta y tomando a Pedro, a Santiago y a Juan más adentro para velar mientras él oraba. Al instante Jesús «Comenzó a atemorizarse en gran manera» (Marcos 14:33). Nunca se había sentido así antes. Volvió a los tres y les dijo: «Orad que no entréis en tentación» (Lucas 22:40). Ya estaba sufriendo la mayor de todas las tentaciones, el rechazamiento de la copa que había ofrecido tomar. No sabía que sería tan amarga. Era libre de pecado, y que el pecado le hiriera ahora era duro. Rostro a tierra oró, «Padre mío,» «Abba, Padre» en el arameo de su niñez. ¿Cómo podría él ser mirado como pecado? Clamó en contra de la copa, pero al momento se sometió a la voluntad del Padre «Sea hecha tu voluntad.» En eso consistía la victoria en someterse al Padre. Un ángel del cielo lo esforzó, y esta fue la respuesta del Padre a su oración. Pero la agonía se aumentó hasta que su sudor llegó a ser como grandes gotas de sangre (texto probable de Lucas). Pero en todo esto Jesús había vencido y ahora tenía más calma. ¡Vuelve a los discípulos y los halla durmiendo! No estaban sino como a un tiro de piedra, pero habían dormido mientras el Hijo de Dios luchaba consigo mismo por la redención humana. Pareció triste que no pudieran velar en semejante ocasión ni una sola hora. No tenían excusa que ofrecer, sino el cansancio, pero se volvieron a dormir durante las luchas sucesivas de Cristo. Cuán poco entendieron lo que significaba todo eso. Cuán poca simpatía dieron a Jesús en su hora de grande necesidad. Pero Cristo había ganado la última gran batalla que libraba consigo mismo. Ahora sí ya podía ir al Calvario. Podía beber la copa. Importa poco ahora si duermen o no.

5. Jesús se Entrega a sus Enemigos. No debe olvidarse nunca que Cristo se rindió voluntariamente a sus enemigos. En vano los soldados romanos con todas sus armas y antorchas, en vano toda la hipocresía de Judas, en vano el odio persistente del Sanedrín, si Jesús no hubiera consentido en morir. Podía llamar legiones de ángeles en su ayuda. En verdad hirió hasta la tierra a los soldados al salir a su encuentro. Jesús les recordó su timidez al venir hasta allí de noche en lugar de haberle arrestado abiertamente en el templo.

Pero Judas no perdió su osadía. Se había aprovechado de su conocimiento de los hábitos devocionales de Jesús a fin de entregarle. Su infamia había de aumentarse aún más cuando dio el beso como señal a los soldados. Cristo se asombró por esta depravación. La sangre de Pedro ardía por esta bajeza y deseaba pelear. Procuró matar a Maleo, un criado del sumo sacerdote, y le tajó la oreja derecha. Pero Jesús no consentía en que la espada se usara así en su defensa. Sanó la oreja e insistió en que las escrituras debían cumplirse. Él tenía que tomar la copa. Era la hora y el poder de las tinieblas (Lucas 22:53). La hora de Cristo y el poder de la luz vendrá más tarde. Los discípulos se paralizaban de miedo cuando Cristo rehusó usar su poder para protegerse a sí mismo y les prohibió que hicieran algo con ese fin. El espectáculo de Cristo en cautiverio les era insoportable. Siempre, antes, había derrotado a sus enemigos, pero ahora no podía hacer nada. Evidentemente ya debían ellos cuidarse a sí mismos. Pedro huyó también, después de todo lo que había dicho acerca del valor. Un joven, que posiblemente era Marcos, estuvo a punto de sufrir por seguir a Jesús después del arresto. Tuvo que huir desnudo. Seguramente las densas tinieblas de la noche ya habían llegado. Para Judas todo era más fácil de lo que había pensado.

6. Jesús en Presencia de sus Acusadores. Pedro y Juan le siguieron hasta el palacio del Sumo Sacerdote. Juan siguió hasta adentro, pero Pedro se quedó en el atrio de afuera. Ahora Jesús está en las redes de sus enemigos. Al fin le tienen en su poder después de los esfuerzos hechos durante tres años. Cómo se rieron de satisfacción en su interior. Ahora le enseñarán quiénes entienden la ley y cuál teología es la correcta. Contestarán todos sus argumentos con la muerte. La lógica de la persecución cojea mucho. Pero la verdad no puede ser muerta aunque muera el hombre que la enseña. La vitalidad de la verdad es maravillosa. Pero el perseguidor nunca aprende nada y sin vacilación se arroja contra la verdad eterna y el Dios eterno. Hay dos juicios, el judaico y el romano, aunque, a decir verdad, sólo el romano era pertinente, porque el Sanedrín ya había resuelto matarle, y no tenía el poder de la muerte. Sin embargo parecería extraño que ellos demandaran su muerte sin un juicio, así que lo harían por pura fórmula. Pero realmente casi toda fórmula de ley y todo principio de justicia se pasan por alto para poder condenarle.

El juicio judaico tiene tres partes, aunque el comparecer delante de Anás es meramente un examen preliminar, probablemente por el sumo sacerdote, mientras se reúne el Sanedrín. Pregunta a Jesús acerca de sus discípulos y su enseñanza tratando despreciativamente a ambos. Cristo con dignidad apeló a la publicidad y al éxito de su obra. Su protesta hizo que uno que estaba presente hiriera a Jesús, quien no volvió la otra mejilla, sino que negó con calma y firmeza la justicia de aquella herida. Pronto se reúne el Sanedrín, posiblemente en el mismo lugar, con todos los miembros presentes, exceptuando probablemente a José y a Nicodemo. Caifás preside y obra también como acusador principal. De todos modos no era legal juzgar semejante caso en la noche. Los testigos eran alquilados y después de todo no dijeron nada. La farsa se acabó cuando dos testigos relataron lo que había dicho Jesús acerca de la destrucción de Jerusalén tres años antes, interpretándolo mal. Pero el sumo sacerdote tuvo que pretender que algo había sido dicho en su contra, y muy enojado demandó que Jesús se defendiera. No había nada contra qué defenderse, y aunque hubiera habido no tenía que acusarse a sí mismo. Sólo cuando el Sumo Sacerdote exigió a Jesús bajo juramento que dijera si era el Mesías o no, habló. Después de todo, esto era la cuestión. El rehusar contestar ahora hubiera sido legal, pero se habría entendido como una negación de que era el Mesías. Entonces Jesús habló con claridad, «Yo soy.» Además de esto, vendrá el día cuando este Sanedrín estará parado delante de Aquel que estará sentado a la diestra del poder. Esta declaración trascendental hizo más fácil para ellos pretender obrar rectamente al votar que él era culpable de blasfemia. Después de amanecer se verificó una reunión para ratificarlo todo, pero ninguna ratificación puede jamás hacer buena una cosa mala.

En unos momentos, durante el juicio judaico la negación de Pedro se verificó. Es una historia triste y extremadamente humillante. Pedro había sido especialmente honrado y amonestado por Jesús, y había hecho más protestas de fidelidad que ningún otro. Procuró esconderse en medio de una turba de criados, junto a la lumbre, en el atrio abierto, pero la lumbre tenía luz así como calor. Siendo reconocido allí fue a la puerta de la calle, pero también aquí fue reconocido. Logró esconderse por una hora, pero al fin un pariente de Maleo, el criado del Sumo Sacerdote, cuya oreja había cortado, dijo: «¿No te vi yo en el huerto con él?» (Juan 18:26). Con eso bastaba, y Pedro perdió todo dominio de sí, y echó maldiciones, y juró, como otro cualquiera para probar que no conocía a Jesús. Vio que Jesús le miraba por la puerta abierta, y la mirada le despedazó el corazón. Salió y lloró amargamente, y no volvió a aparecer sino hasta después de la resurrección. Se dan muchos y distintos detalles en los Evangelios, pero de alguna manera parece que estas cosas ocurrieron así.

Los acusadores se presentaron delante de Pilato con acusaciones muy distintas. Ahora hacen acusaciones políticas, en lugar de religiosas. La primera acusación de pervertir la nación, fue una mera ficción. La segunda, la de prohibir dar tributo a César era una mentira sin excusa, la misma cosa que habían procurado que Jesús dijera. La tercera acusación, la de decir que era rey, era verdadera, pero no un rey en el sentido en que lo era César, como ellos bien lo sabían. En verdad la queja principal que tenían los judíos contra la declaración de Jesús de que él era el Mesías fue precisamente ésta, que no quería ser un rey temporal. La entrada triunfal dio suficiente color a la acusación para que la usaran. Cuando Pilato llega a saber que es en verdad un rey, ve que esto no tiene que ver en manera alguna con el oficio de César. Hasta procura persuadir a los judíos a que consientan que Jesús sea puesto en libertad, anunciando su propia decisión de que él es inocente. Seguramente ésta era una actitud extraña para que un juez la asumiera. Pilato se apresura a aprovecharse de la mención de Galilea para enviarle a Herodes Antipas, quien no tarda en devolverle. Para él no era sino un enigma. Procura ganar favor para Jesús proponiendo al pueblo que le escojan en lugar de Barrabás como el prisionero que habría de ser puesto en libertad. Pero los sumos sacerdotes incitan al pueblo a que pidan a Barrabás. Pilato procura hacer burla del asunto y saca a Cristo con una corona de espinas sobre su cabeza. Con disgusto se rinde, repitiendo la inocencia de Jesús y no su culpabilidad. Con recelos supersticiosos vuelve a retroceder del hecho y el pueblo le recuerda a gritos el nombre de César. Dirán a César que Pilato perdonó a un hombre que se anunciaba como un rey rival. La acusación podría ser fuerte y Pilato se rindió ante ella. En vano recordó a los judíos que ellos, en lugar de él, lo habían hecho. Podía lavarse sus manos, pero no su alma. En verdad el Sanedrín, el motín, Pilato, Judas, todos, participaron en el crimen supremo de los siglos. Bastaba la culpabilidad para todos. El grito del pueblo de que Cristo fuese crucificado fue una pesadilla para Pilato, sobre el Sanedrín, los saduceos, los fariseos, sobre todos ellos, que nunca ha sido borrada.

7. Jesús muere de una Muerte Vergonzosa. Es una historia terrible, una narración lastimosa, la tragedia del universo. Jesús vino para redimir a Israel e Israel le crucificó. Vino a los suyos y no le recibieron, prefirieron dejar libre a un salteador de caminos, evocaron la sangre de él sobre sus cabezas con una alegría maliciosa.

Jesús comenzó el viaje hacia la cruz, llevando su propia cruz, pero Simón el Cirineo pronto fue compelido a llevarla tras él, probablemente a causa de la fatiga de Cristo, causada por la terrible noche. Las mujeres de Jerusalén que lloraban sus padecimientos tenían poca idea de lo que sucedería a su hermosa ciudad a causa de este hecho. Jesús les recuerda la suerte del árbol seco una vez que el follaje se cae. En un sentido Cristo tomó literalmente el lugar de Barrabás, quien debió haber sido crucificado entre estos dos ladrones como el jefe de ellos. Sobre el cerro que tenía la forma de una calavera, que mira hacia la ciudad, clavaron a Jesús en la cruz. No quiso tomar el vino mezclado con hiel o mirra, que le fue ofrecido por alguna persona compasiva para aliviar sus padecimientos. Quería entrar en la sombra con la inteligencia despejada. Quería gustar toda la copa.

Las primeras tres horas sobre la cruz, desde las nueve de la mañana, fueron horas de tortura y escarnio. Pero Jesús mostró la sublimidad de su espíritu orando por sus asesinos, quienes no supieron, en su ciega ira, lo que hacían. Practicó en estos momentos lo que había predicado. Pero mientras oraba, los soldados echaron suertes sobre su vestido al pie de la cruz. Pilato tuvo un espasmo de obstinación después de su débil rendición sobre el punto principal. Resueltamente rehusó cambiar la acusación escrita sobre la cruz. Era en verdad la acusación sobre la cual Jesús había sido sentenciado por él, pero hirió en lo vivo al Sanedrín. Quería mostrarles que no podían imponerse ellos a él todo el tiempo. El corazón de Jesús fue conmovido por su madre que estuvo junto a la cruz. En verdad, la espada ya había penetrado en su alma. Los hermanos y las hermanas de Jesús no creían en él, y así pues, el discípulo amado es el único que puede consolar a María en esta hora de sufrimiento indecible. La condujo lejos de la terrible escena, a su casa en Jerusalén.

Una de las gotas más amargas de la copa fue el escarnio de las multitudes y el orgulloso desprecio con que le miraban al pasar. Jesús era ya un ídolo caído, y alegremente le echaban en cara sus grandes pretensiones de ser Salvador, Hijo de Dios, El Cristo, Rey de Israel, de edificar el templo en tres días. ¿Por qué no desciendes de la cruz para que podamos ver y creer? ¡Esto nos convertirá a todos! Así hablaron las multitudes, los miembros del Sanedrín, quienes perdieron su dignidad en su hora de triunfo, así los soldados con rudeza recia, así también los ladrones, en sus cruces, estando a cada lado de él. Aun los ladrones menospreciaron esta víctima propiciatoria en medio de ellos, hasta que uno volvió a su juicio y se dirigió al otro reprendiéndole. La reacción fue tan grande en él que llegó a tener fe en Jesús. Esta fue grande confianza, el creer que en una hora como ésta, Jesús tuviera un Reino. Confió en que vendría otro día mejor para Cristo, y Jesús honró su fe inmediatamente, y le abrió las puertas del Paraíso. Aun en la cruz Jesús salvó un alma, sí, en la cruz salvó a todos los que son salvos.

Al medio día vinieron las negras tinieblas, como si la naturaleza ya no pudiera soportar más la escena. El velo de la noche descendió sobre estas tres lentas horas mientras reinaba el silencio. El escarnio cesó y un extraño miedo se apoderó de todos. No fue un eclipse de sol, pues era el tiempo de la luna llena. El silencio al fin fue interrumpido por un grito de Jesús. Sentía que de alguna manera, en medio de los sufrimientos de estas horas, el Padre le había retirado su presencia. Fue hecho pecado aquel que no conocía pecado, y fue dejado para sentir el aguijón de la muerte por el pecado. No podemos penetrar más en el misterio, pero alguno ha dicho que la respuesta a este clamor fue Juan 3:16. Fue el amor de Dios por el mundo lo que hizo posible esta hora de indecible tristeza. Jesús retuvo el conocimiento de lo que hacía. Tomó un traguito de vinagre y clamó, «Consumado es» (Juan 19:30). El vio la victoria donde el Sanedrín y el diablo no vieron sino la derrota. Murió con un grito de resignación en sus labios, y entregó su espíritu al Padre.

Y Jesús estaba muerto. Su cabeza estaba inclinada y no había luz en sus ojos. Los grandes pintores de todos los siglos han procurado representar en todos sus lienzos esta tragedia sublime y terrible. El velo fue roto desde arriba hasta abajo por el terremoto que vino cuando Cristo murió. Los sepulcros de muchos santos fueron abiertos, y ellos mismos salieron después de su resurrección, como narra Mateo (Mat. 27:53). El centurión romano que estuvo encargado de la crucifixión fue muy impresionado por la oscuridad, el terremoto, y la conducta de Jesús. Comprendió que se había cometido una terrible equivocación y había sufrido la muerte un buen hombre. El pueblo fue herido de terror y huyó a la ciudad. Las fieles mujeres se quedaron solas y lo miraron todo.

Cuando vinieron los soldados para acabar la obra, para que los cuerpos no se quedaran durante el sábado, hallaron que Cristo ya estaba muerto. Juan había vuelto a la cruz y vio a un soldado atravesar un costado de Jesús de donde salieron sangre y agua, probando dos cosas: una que era un verdadero hombre, y no un mero fantasma a causa de la sangre; la otra, que había muerto algo repentinamente porque todavía quedaba en él algo de sangre, probablemente la muerte ocurrió debido a una ruptura del corazón, según la sugestión de Stroud. De otro modo, la sangre, según el argumento del doctor Stroud, no se hallaría en el cuerpo después de la muerte. Pero Juan, sea cual fuere la explicación, insiste en que su testimonio es veraz (19:35). El valor de José y Nicodemo no es, después de todo, extraño; así como las mujeres tímidas con frecuencia serán tan osadas como los leones en una gran crisis. Se pusieron del lado de Jesús después de que su estrella se había eclipsado. Que se relate para el crédito de aquellos dos hombres de alta alcurnia que, aunque se tardaron mucho, al fin se pusieron abiertamente al lado de Cristo cuando les costó mucho para hacerlo, cuando de hecho muchos de los discípulos principales se habían escondido. Pero las mujeres eran fieles. Vigilaron el lugar, el nuevo sepulcro de José en el jardín, cuando Jesús fue puesto allí, esperaron hasta que llegó el sábado (amaneció), y entonces descansaron con corazones apesadumbrados esa noche. Los jefes pasaron un sábado inquieto, porque aunque Cristo estaba muerto, había dicho que se levantaría de la muerte. Ellos mismos no creían semejante tontería, pero el caso de Lázaro los puso intranquilos. Temieron a Jesús, aunque estaba muerto, como Herodes Antipas había temido a Juan el Bautista. Dijeron a Pilato que temían a los discípulos de Jesús. De todos modos lograron que una guardia fuese puesta frente al sepulcro y que éste fuese sellado con el sello romano. Entonces el Sanedrín pudo ir a orar y dar gracias a Dios de que «Aquel engañador» ya no podría estorbarles. Ya no podría violar sus reglas y enseñar herejías al pueblo. Ya no podría ridiculizarlos delante del populacho. El rabinismo y el sacerdotalismo estaban todavía triunfantes.

¡Habían salvado al Reino de Dios de este impostor! Este sábado podían felicitarse con satisfacción piadosa. ¿Los estigmatizó con el nombre de «hipócritas»? No volverá a hacerlo, gracias al cielo. Sin embargo, aún podían oír aquellas palabras resonar en los corredores del templo mientras el pueblo aclamaba a Jesús. ¿Estaría él realmente muerto, o sólo imaginaban ellos que él estaba repitiendo aquellas palabras? Quizás sólo sus nervios estaban un poco afectados.

8. Jesús en el Sepulcro. El sábado les parecía una eternidad. La excitación ya se había acabado. El austero Sanedrín era dueño de la situación. La conciencia vacilante de Pilato todavía le inquietaba a veces, y tal vez su mujer tenía aun sueños. Los soldados romanos hablaban curiosamente acerca del extraño prisionero que había sido crucificado. El pueblo de la ciudad tenía un respeto nuevo por el Sanedrín, el cual, después de todo, había llevado a cabo su amenaza contra el profeta de Nazaret. Las multitudes de Galilea que habían participado con tanto entusiasmo en la entrada triunfal aceptaron filosóficamente la situación. Muchos de ellos dijeron, «Yo os lo dije.» Siempre habían sabido que llegaría a algún mal fin su osado maestro que no había vacilado en oponerse a los maestros de Jerusalén. Ellos eran los eruditos y los custodios de la ortodoxia. Los otros no tenían nada qué hacer sino creer lo que los rabíes tenían a bien enseñarles. Otros lo sentían, pero guardaban silencio. ¿Qué podrían ellos decir ahora?

Jesús estaba muerto. Esto afligió el alma de María, su madre, como una lluvia incesante. ¿Qué había dicho el ángel Gabriel? ¡Y ahora esto! Era demasiado para que su corazón de madre lo entendiera. Era profeta; obraba milagros; afirmaba que era el Mesías, el Hijo de Dios. Ella lo creería contra todo el mundo. Además de esto Juan el Bautista dijo que era el Mesías. Sin embargo, ha muerto. Las otras mujeres estaban demasiado apesadumbradas para consolar a la madre. ¿Y qué podían decir?

Los discípulos estaban esparcidos como ovejas sin pastor. Judas, el traidor, se había suicidado. Pedro, que le había negado, lloraba en secreto. Juan, suprimía su propio dolor cumpliendo con la súplica del Salvador moribundo. Los otros discípulos no habían sido vistos desde el arresto en el jardín. Pero sabían lo que había sucedido aunque le habían abandonado en la hora de su necesidad. Juan sólo había sido completamente fiel y valeroso todo el tiempo, Juan y las mujeres; las esperanzas de los discípulos estaban sepultadas en el sepulcro de José. Ya no habría más disputas triviales sobre los lugares principales del Reino. Les parecía que el Reino estaba muerto, así como el Rey. Ya no había futuro para el cristianismo porque el reino del mundo había triunfado. La esperanza del mundo estaba sepultada en el sepulcro.

Manifiestamente los enemigos de Jesús habían triunfado. Es el triunfo de Satanás y él lo sabe. Los del Sanedrín no eran sino instrumentos en sus manos, aunque ellos piadosamente imaginaron que estaban sirviendo a Dios por lo que habían hecho.

Hubo gozo en el infierno y en Jerusalén ese sábado. Cristo había escogido la batalla en lugar de transigir y esta es la respuesta de Satanás. ¿Se quedará Jesús en aquel sepulcro? ¿Se quedó en aquel sepulcro? La luz del mundo se ha apagado. ¿Volverá a salir aquel Sol de Justicia con salud en las alas? De la respuesta depende el futuro del cristianismo y el futuro del mundo. Durante el sábado nadie lo esperaba. Todos habían perdido la esperanza y habían olvidado cuanto había dicho Jesús sobre el asunto. La teología de los discípulos se hundió bajo el terrible hecho de su muerte. Fue el hecho prominente que ensombrecía sus mentes, y no podían deshacerse de él. El tañido funeral de las solemnes horas del sábado hirió los sangrados corazones y mentes desesperadas de aquellos a quienes Jesús había escogido para este mismo día. Pero no podían levantarlo del sepulcro, y para ellos un Cristo muerto era un cristianismo muerto. Es fácil para otros ofrecer simpatía doctrinal en la hora de la muerte mientras los terrones que van cayendo sobre el ataúd producen el eco de nuestro pesar. Pero en esta tumba estaba sepultada la más preciosa flor de la raza, la esperanza de los que le habían confiado su todo. Poneos junto a aquel sepulcro e imaginad lo que podríais haber dicho. Es vano acordarse de las promesas de un Cristo muerto.

CAPÍTULO VIII

EL TRIUNFO FINAL DE JESÚS

 

«El Señor verdaderamente ha resucitado» (Lucas 24:34).

SOBRE LOS discípulos pesaban las tinieblas de la desesperación. La noche fue larga y no había estrellas. Es verdad que Jesús había dicho que se levantaría al tercer día, pero nadie pensó en esto excepto sus enemigos, y no lo creían. El hecho cruel, y abrumador de la muerte del Maestro se les representaba a cada momento. Es verdad que había levantado a Lázaro de la muerte después de que éste había estado en el sepulcro cuatro días, pero ahora el sepulcro tiene en sus fuertes garras a Jesús mismo. Juntamente con él habían enterrado todas sus esperanzas. No era un eclipse momentáneo del destino lo que les había sobrevenido sino una noche eterna. Es importante comprender plenamente esta situación para que uno pueda comprender claramente que cualquier luz sobre el asunto tenía que venir de otro que no era un discípulo. No es concebible ninguna conspiración de parte de estos discípulos desanimados para revivificar el cristianismo con el anuncio de que Jesús vivía. Si el cristianismo volvería a nacer por la creencia de un Salvador resucitado, debe uno entender cuán difícil era para que los discípulos llegaran a creer esto.

Si se dice que las mujeres imaginaron que habían visto a Jesús y a los ángeles, restaurando así las esperanzas a los discípulos, es de observarse que los discípulos no creyeron a las mujeres. Si se dice que las narraciones son contradictorias, debemos acordarnos de que esto muestra la independencia en el testimonio. Si se dice que esto es lo que los discípulos pensaban después, que es su interpretación teológica, debemos recordar el hecho de que las narraciones relatan sin vacilación sus propias equivocaciones, falta de perspicacia, falta de fe, dificultad para creer en la resurrección de Cristo Jesús. Es la verdad sencilla que no se ha propuesto todavía ninguna teoría que se armoniza con el hecho de la revivificación de un cristianismo muerto con excepción del hecho de la resurrección de Cristo. Los discípulos vieron a Jesús. Decir que vieron su espíritu, en lugar de su cuerpo, no hace más fácil la creencia. Es un milagro ver un espíritu desencarnado. Detengámonos sobre las narraciones fragmentarias de aquellos cuarenta días. Las esperanzas de la raza humana se basan en lo que se verificó en este tiempo. Observemos los pasos que conducen hacia la luz.

1. El Hecho del Sepulcro Vacío. Este fue el descubrimiento de las mujeres y fue admitido por todos. Es el primer hecho cardinal en la nueva situación. Los enemigos de Cristo habían ido más allá de lo necesario al haber obtenido el sello romano sobre el sepulcro y la guardia romana para cuidarlo. La guardia garantizó que ningún hombre pudo robar el cuerpo de Jesús. Cuando los soldados asustados huyeron hacia el Sanedrín, no hacia Pilato, dijeron la verdad. Dijeron que Jesús salió del sepulcro. ¿Creyeron los del Sanedrín en Jesús? De ninguna manera. Cristo había dicho que no creerían aunque se levantara uno de los muertos. El Sanedrín había muerto a Jesús, y ahora se proponía matar el hecho mismo de su resurrección. Un hecho es la cosa más difícil de destruir en el mundo, y tiene poder perpetuo para rejuvenecerse. Es mucho más fácil matar a un hombre que un hecho. Pero Jesús no apareció al Sanedrín, y los integrantes de éste dejaron de mortificarse porque los soldados fueron compelidos a decir lo que se les decía que dijeran. Se puede observar, de paso, que si los soldados estaban dormidos, no sabían nada de lo que había sucedido. El Sanedrín los aseguró en cuanto a Pilato. Pero volvámonos a las mujeres. Muy tarde, el sábado, las mujeres fieles se permitieron el triste privilegio de mirar otra vez el sepulcro. Por algún motivo no notaron a la guardia romana, tal vez porque no se acercaron lo suficiente. Después de la puesta del sol compraron especias para ungir el cuerpo de Jesús, y luego descansaron hasta la mañana. Al amanecer salieron, sin duda, de Betania, y antes de llegar al cerro que está al norte de Jerusalén, el sol había salido. No habían hecho ningún plan para quitar la piedra, y de repente se inquietan por eso. iPero, he aquí la piedra ya se había quitado! ¿Qué significaba esto? ¿Había sido robado su cuerpo por los enemigos? Su ignorancia de que la guardia estuviera allí haría que semejante sugestión les fuera natural. Entraron tímidamente al sepulcro abierto y vieron a dos varones. Con una sola mirada ven que Jesús no está allí. Este es el primer hecho indisputable que nos presenta. El sepulcro vacío demanda una explicación.

2. La Narración de los Ángeles. Los dos varones resultan ser dos ángeles y tienen una interpretación de la situación. Ofrecen una explicación del sepulcro vacío. La fuerza de esta evidencia es debilitada por algunas mentes por el hecho de que estos ángeles son presentados en la narración. Pero si hay hombres que pueden levantarse de la muerte, puede ser posible que los ángeles aparezcan también. Sin embargo, las mujeres solamente han oído decir a los ángeles que Jesús ha resucitado. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¡No está aquí sino que ha resucitado!» (Lucas 24:5). Son los ángeles quienes procuran recordar a las mujeres la promesa olvidada de que se levantaría el tercer día. Ahora comienzan a entender. Es extraño que antes no hubieran pensado en ello. Se les encarga a las mujeres que lleven un mensaje a los apóstoles y especialmente a Pedro. Jesús promete encontrarlos en Galilea como había dicho antes de su muerte que lo haría (Marcos 14:28). Naturalmente las mujeres estuvieron agitadas. Asombro, miedo, temblor, gozo y prisa se apoderaron de ellas y corrieron en silencio para cumplir con el encargo. ¿Sería todo esto verdad? Al menos las mujeres parecían estar convencidas de que Jesús vivía. ¿Pero qué pensarían de ello los discípulos?

3. La Intuición de Juan. Los escépticos acerca de la resurrección de Jesús eran sus propios discípulos. El problema del Cristo resucitado entonces era el de convencerles de este hecho. Era imposible revivir la fe y la esperanza en ellos mientras creían que Jesús estaba muerto. La resurrección del cristianismo dependía del Cristo resucitado como un hecho y como una fuerza. María Magdalena pronto se dio cuenta de que el sepulcro estaba vacío y se apresuró a ir, sin ver a los ángeles, para decirlo a Pedro y a Juan. Ahora Pedro ya está con Juan, ya no está solo. El dolor común ha hecho a Pedro volver. Ambos están muy afligidos por la idea de que el cuerpo de Jesús haya sido robado del sepulcro, como suponía María. Tenían que ver primero si era verdad. Juan llegó primero al sepulcro, ambos dejando a María muy atrás, pero vaciló para entrar después de ver los lienzos puestos hacia un lado. Pedro no vaciló para entrar, y viéndolo Juan, hizo lo mismo. Juan notó que el sudario que había estado, sobre su cabeza no estaba con los lienzos, «sino, envuelto aparte en cierto lugar solo» (Juan 20: 7). Para este temperamento sensitivo y espiritual esto era evidencia de que Jesús se había levantado del sepulcro. No había habido robo del sepulcro, no había señal de una lucha con la guardia ni de apresuramiento para quitar los lienzos, los cuales, en verdad, probablemente no habrían sido quitados de esa manera en semejante caso. Jesús mismo puso cuidadosamente el sudario a un lado. «Vio y creyó.» Pero Pedro era más práctico y dudaba todavía. Pedro y Juan habían olvidado la promesa de Jesús de que se levantaría el tercer día. Habían olvidado la gloria del monte de la transfiguración. Pero si había resucitado ¿dónde estaba? Nadie había visto a Jesús. Era todavía un misterio no resuelto. Sólo los soldados sabían lo que había sucedido y ellos no lo dijeron a los discípulos sino al Sanedrín. Las bocas de los únicos testigos oculares de los hechos sobresalientes fueron cerradas. Es posible que los saduceos no hayan creído lo que habían dicho los soldados, pero los fariseos lo habían tomado más en serio. La situación, considerándola toda, era muy grave. ¿Habían de ser contrariados al fin? Quizás, sin embargo, había aparecido solamente como espíritu, desapareciendo después para no molestarlos más.

4. Jesús y María. Después de haber dejado Pedro y Juan el sepulcro vacío María llegó, porque habían corrido demasiado aprisa para ella. Otro hecho interesante es el de que los ángeles no aparecieron a Pedro ni a Juan sino que volvieron a aparecer a María. Se podría argumentar que esto prueba que las mujeres originaron todo en su imaginación excitada, pero nadie creería a las mujeres hasta que su testimonio fuese confirmado. De modo que otra explicación tiene que buscarse, aunque yo no tengo ninguna que ofrecer. Gabriel apareció a José así como a María. María estaba parada afuera, llorando con dolor inconsolable. La cosa era bastante triste antes, pero ahora es mucho más triste. Haber deshonrado el cuerpo de él robándolo, era llegar al colmo de la ignominia. Se inclinó y miró adentro del sepulcro. Los ángeles se sorprenden por su pesar y ella por el gozo de ellos. Dio a los ángeles la misma respuesta perpleja acerca de lo que se había hecho con el cuerpo de Jesús, y entonces se volvió y vio a uno a quien creía ser el jardinero. Aquí, tal vez, haya un rayo de luz. Es posible que él haya cambiado el cuerpo de Jesús a otra parte del jardín. La misma alma de María habló cuando ella dijo: «Señor, si tú le has quitado de aquí, dime dónde le has puesto, y yo me lo llevaré» (Juan 20:15). Fue un ruego patético. La respuesta fue la primera palabra de la cual se sabe que Jesús habló a un ser humano desde su resurrección y fue simplemente «María». Pero fue el acento y el tono de voz de otros días. No había pensado que era posible que Cristo viviera, y no lo reconocía. Además de esto Cristo tenía hasta cierto grado otra apariencia. No era fácil comprenderle al principio, y a veces estorbó a los discípulos, en cierto sentido, para que no le reconocieran. Pero ahora no había duda. Junto al sepulcro abierto María vio a Jesús. No pudo decir otra cosa sino, «Rabboni». Quiso tocarle tiernamente con la mano, pero él se lo prohibió. Sólo está aquí porque no ha ascendido aún al Padre.

Jesús está en el camino desde el sepulcro hasta la gloria y se detiene algunos días con los discípulos. Los llama «Mis hermanos» y se identifica ante ellos, en su relación con Dios el Padre, por simpatía con ellos mismos. Les envía el mensaje de que va a ascender al Padre. Las otras mujeres tenían la promesa de él de que las vería en Galilea. Ambos mensajes eran verídicos y las pondría a prueba. María arde en gozo por la maravillosa realidad y viene corriendo a los discípulos con las tremendas palabras, «¡He visto al Señor!» (Juan 20:18). Pero nadie la creía. Si Juan oyó esto, guardó silencio. La duda ligaba a los apóstoles. Simplemente, no podía ser la verdad. Fue alguna nueva ilusión que se había apoderado de María. Tal vez pensaron que los demonios se habían posesionado de ella otra vez.

5. Jesús y las Otras Mujeres. Jesús encontró a las mujeres en el camino del sepulcro con el mensaje de los ángeles antes de que hubieran visto a los discípulos, aunque Lucas 24:9 puede indicar que ya habían entregado dicho mensaje. Jesús les repite el mensaje de los ángeles, el de que los encontraría en Galilea. Y sin embargo pronto había de verlos en Jerusalén. ¿Sería que paulatinamente los preparaba para verle? Antes de la gran reunión en Galilea necesitarían estar muy confortados. Todas sus apariciones a ellos en Jerusalén eran de la naturaleza de una sorpresa. Los sinópticos todos se refieren a la promesa de Galilea y a algunas de las apariciones en Jerusalén también en este primer día. Tampoco creyeron los apóstoles el testimonio del grupo de las mujeres. Y para ellos sus palabras parecían un desvaría (Lucas 24:11).

6. Luz Inesperada Sobre el Problema. Cleofas y un amigo vivían en Emaús, a distancia de como diez kilómetros de Jerusalén. Habían venido a la ciudad este primer día de la semana para ver si había algo nuevo en la situación. Era ya avanzada la tarde y volvían con pies pesados y con corazones tristes a su población. Al andar hablaban del asunto. Era una ocasión para revisar toda la carrera de Jesús de Nazaret. Cada uno procuraba explicar la obra de este maravilloso hombre y hacía al otro, preguntas sobre puntos difíciles. ¿Por qué había tanta promesa si todo habría de acabar así?

Un extraño se unió con ellos y escuchó su plática. Al fin les preguntó de qué hablaban «Y ellos se detuvieron con rostros entristecidos» (Lucas 24:17). ¿Dónde había estado ése en estos días para no haber oído hablar de Jesús de Nazaret? ¿Había vivido solo en Jerusalén? En estos días nadie hablaba de otras cosas sino de Jesús. Brevemente narraron la historia del Nazareno, sus obras, su carácter, y su fin. Agregaron lo que había sido la esperanza de ellos acerca de él, una esperanza ahora sepultada en su tumba «Mas nosotros esperábamos que era aquél que había de redimir a Israel.» La esperanza de la nación no se había tardado en apoyarse en él. En un tiempo parecía que él fuese el Mesías por tantos siglos esperado. Pero ya se ha acabado todo esto porque ya hace tres días que está muerto. Es verdad que algunas de las mujeres relataron que el sepulcro estaba vacío, lo que resultó ser cierto, pero nadie creía lo que ellas decían acerca de una visión de ángeles que afirmaron que Jesús vivía. Cuando ellos partieron de la ciudad, nadie había visto a Jesús mismo.

El extraño comenzó a hablar entonces. Se refirió al Antiguo Testamento y explicó cómo la carrera de Jesús, según la bosquejaron, estaba de acuerdo con la descripción que del Mesías hay en las Escrituras. Hasta argumentó diciendo que era necesario que el Mesías sufriera. Era para ellos una nueva y muy interesante interpretación y la tomarían en consideración. Era maravillosa, porque sus corazones ardían mientras él hablaba. Nunca habían oído a nadie expresarse de esa manera. Pero ahora han llegado a casa y tienen que detenerse. El extraño vaciló e hizo como que iba más lejos. Mas por la invitación persistente de ellos, él se detuvo para comer la comida de la tarde. Se sentaron en derredor de la mesa y él tomo el pan y dio gracias. Oyeron la voz y vieron el encanto de otros días. iSe miraron unos a otros y él desapareció! Era Jesús, y le habían visto. Después de todo, las mujeres tenían razón. Cristo se había levantado de la muerte y vivía. Debían decirlo a los hermanos en Jerusalén para regocijar sus corazones.

7. Una Conferencia Sobre la Situación. Esta se verificó en aquel mismo aposento alto donde se habían reunido en aquella noche triste cuando Jesús había predicho todo cuanto había sucedido. Es probable que Simón Pedro haya motivado la reunión. Las mujeres habían traído un mensaje especial de los ángeles para él enviado por el Maestro. Pero, para colmo de todo, Jesús mismo había aparecido a Simón Pedro. La nueva creó la más alta excitación entre los apóstoles. Él era el más prominente y seguramente no sería engañado, aunque las mujeres lo fuesen. Era una crisis del cristianismo, la crisis de todas las crisis. Si verdaderamente Cristo se había levantado de la muerte, entonces no se había perdido todo: en verdad, todo se había ganado. Habría un futuro glorioso para el cristianismo. Era importante que los apóstoles no se desbandaran. Debían reunirse desde luego con los discípulos que podían verse y conferenciar sobre el siguiente paso a dar. Probablemente María y las otras mujeres estaban presentes también, pero Tomás estaba ausente; posiblemente no podía ser hallado porque los otros tenían que apresurarse a hacer algo. Ciertamente todos estos testigos oculares del hecho de que Cristo vivía tendrían una conversación interesante. Tal vez María, las otras mujeres, Pedro, todos, relataron cómo se vio Jesús y lo que dijo. ¿Qué había dicho Jesús a Pedro? Era la primera vez que Pedro había visto al Maestro desde su negación. Los demás pesarían ansiosamente todo cuanto se decía. ¿Era evidencia válida? ¿Era conclusiva? ¿No podrían estar, después de todo, equivocados? En medio de la conferencia vinieron los dos discípulos de Emaús con su maravillosa historia. Antes de que pudieran relatarla, los otros les anuncian gozosamente: «El Señor verdaderamente ha resucitado y ha aparecido a Simón» (Lucas 24:34). Lo último fue el punto de más importancia para los discípulos. Entonces los dos presentaron su notable confirmación. En verdad parecía ser la verdad, por más extraordinaria que fuese. Las puertas habían sido cerradas por temor a los judíos, porque no querían arriesgar nada.

Hablando ellos de Jesús, de repente se presentó él en medio de ellos. ¡Se había levantado de la muerte! ¿Pero, ahora estaban ya convencidos? Una extraña reacción les sobrevino, pues se atemorizaron, suponiendo que veían un espíritu o fantasma, precisamente lo que afirman ahora algunos críticos modernos. Toda esta aparición como es narrada por Lucas y Juan se opone a la idea de que no era sino el espíritu de Jesús, lo que fue visto por los discípulos. Les mostró sus manos y su costado y especialmente afirmó que no era un mero espíritu, sino que hasta tenía «carne y huesos» (Lucas 24:39).

Tenemos que admitir que este pasaje aumenta la dificultad, porque la carne y la sangre no entrará en el cielo. El cuerpo de la resurrección es un cuerpo espiritual. Pero tenemos que acordarnos de que el caso de Jesús es enteramente excepcional. Pasó cuarenta días sobre la tierra entre la resurrección y la ascensión. Su cuerpo no estaba como había sido ni como sería. ¡Podía pasar por puertas cerradas, y no obstante comer pescado asado! Tenemos que dejar este misterio no resuelto, como tenemos que hacerlo con todos los misterios más profundos de Dios y de la naturaleza. Pero después de todo esto no es más difícil que el hecho de la resurrección, y podemos ver cómo este estado de transición podía ser una ayuda poderosa para la fe de los discípulos. Su duda era tan grande en esta ocasión que Jesús les reprendió por su falta de fe. Como ha dicho uno de manera original, «Ellos dudaron para que nosotros creyésemos.» Al fin nuestro Señor había convencido a sus propios discípulos de que ya no estaba muerto, sino vivo. Afortunadamente para nosotros la prueba es conclusiva, porque la resurrección de Jesús es el fundamento de todas nuestras esperanzas y luchas. Cristo los ha convencido pero esto no es sino el principio. Están comisionados para que vayan y conquisten el mundo. Como el Padre le había enviado a él, así él ahora los envía a ellos (Juan 20:21). Han de anunciar a los hombres los términos de perdón. Su tarea es ahora la de convencer a otros. ¿Pueden probar a otros que Jesús vive, que el cristianismo también vive y está destinado a conquistar el mundo? Tienen al menos un requisito: ellos mismos lo creen. Tienen esperanza y fe, pero les falta experiencia y poder.

8. El Caso de Tomás. Pronto encuentran a Tomás, quien estuvo ausente en la noche del domingo cuando Jesús apareció a la compañía en el aposento alto. Procuraron convencerle diciéndole: «Hemos visto al Señor» (Juan 20: 25), y dejaron completamente de vencer su incredulidad. Estaba tan escéptico, como lo habían estado ellos antes de la experiencia de Pedro, y de ver las señales de los clavos en las manos y los pies de Cristo. Yo no creeré, dijo Tomás bruscamente, hasta ver lo que vosotros afirmáis haber visto. Después de todo, Tomás no era mucho más escéptico que lo que los demás habían sido con Jesús en su misma presencia. Es verdad que él tenía su testimonio agregado al de todos los otros. Es dudoso cuál sea el enemigo de toda credulidad. El cristianismo es el enemigo de la superstición ociosa así como de la infidelidad vocinglera. El cristianismo desea que sus adherentes examinen los hechos. Sin embargo todos los discípulos habían dudado demasiado y por eso fueron reprendidos abiertamente por Jesús. Tomás no es un consuelo para el hombre que se enorgullece de su escepticismo. Jesús se mostró bondadoso para con Tomás. El domingo siguiente los discípulos vuelven a reunirse en el mismo aposento alto donde Jesús les había aparecido exactamente una semana antes. No le habían visto durante la semana, porque Cristo no se quedó con ellos corporalmente aunque estaba con ellos en espíritu. ¿Vendrá esta noche? ¡Quién sabe! No han ido todavía a Galilea porque todavía no ha llegado el tiempo. No han vacilado en su convicción de que Jesús está vivo. No han formulado ningunos planes para el futuro del cristianismo, sino que están esperando que se desarrolle más el asunto. De nuevo están cerradas las puertas, porque es preciso que los gobernantes ignoren la situación. Tomás está con ellos esta noche.

De repente Jesús vuelve a presentarse y habla con Tomás. Había aceptado el reto de la duda y mostró sus manos y su costado. Bastaba, y Tomás no pudo decirle sino «Señor mío y Dios mío» (Juan 20:28). Si Tomás había dudado más tiempo que los otros apóstoles su fe ahora crecía más rápidamente que la de ellos. Saluda a Jesús como Señor y Dios sin ninguna reserva. Cristo permitió que se le declarara divino, y agregó que la fe más grande sería la que llegara a esta altura sin haberle visto, la fe de aquellos que «no han visto y sin embargo han creído.» Esta bienaventuranza nos pertenece a todos los que estamos convencidos de la resurrección y deidad de Jesús. Juan añade aquí, como para cerrar su Evangelio, que ésta es la razón por la que ha escrito, para producir este estado de fe en Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios. Seguramente su ambición ha sido realizada de una manera noble no obstante que su Evangelio por esa misma razón ha sido atacado fieramente al través de los siglos. Pero, para decir verdad, Juan nos ha dado un retrato de Cristo tal, que le haría, si no fuera genuino, el más grande artista creativo de todos los siglos; cosa que nadie cree.

9. Junto al Mar de Galilea. Pasaron los días y los discípulos volvieron el rostro hacia Galilea. El tiempo no había llegado para que Cristo se revelara al cuerpo de creyentes (había como, según Pablo, más de quinientos de ellos) sobre el monte señalado en Galilea. No podían hacer nada sino esperar en medio de las escenas que habían presenciado tantas obras de Cristo. Cada vez que pasaran por la ribera del amado lago se acordarían de Jesús. En estas mismas riberas lo habían abandonado todo para seguir al nuevo Maestro. ¿Había valido la pena? ¿Qué tiene el futuro para ellos ahora? En verdad ha sido maravilloso. La mayor parte de ellos habían sido pescadores, y por lo mismo una noche Pedro tomó la iniciativa y dijo que iba a pescar. Eso bastaba para recordarles los días anteriores. Seis de ellos inmediatamente ofrecieron ir con él. Pescaron toda la noche y tuvieron la suerte de los pescadores, esto es no cogieron nada. Estaban acostumbrados a esto y se dirigían a la ribera al amanecer cuando vieron una figura en la tenue luz que andaba en la costa. Les llegó una voz que era extrañamente familiar, aunque la palabra «hijos» aplicada a ellos parece haber sido inusitada, pero el fino sentido espiritual de Juan percibió la, verdad, y dijo: «Es el Señor» (Juan 21:7). Lo impulsivo de Pedro correspondió a la intuición de Juan y pronto estuvo en la playa al lado de Jesús.

La escena entre Jesús y Pedro ocurrida en la playa a la hora del crepúsculo matutino es verdaderamente maravillosa. Fue después del almuerzo de pescado y pan cuando Cristo se volvió hacia Simón. Otra mañana había estado sentado junto a una lumbre, y esto por sí mismo era significativo para Simón, pero Jesús le habló tan claramente que trajo a su memoria ya muy viva, toda la escena de la negación. Se aprovechó del momento para probar el corazón de Simón con tres preguntas escrutadoras. Era Simón quien había hablado por los discípulos en Cesarea de Filipos. Era Simón quien había dicho en la noche de la traición que, aunque todos los hombres abandonaran a Jesús, sin embargo él sería fiel hasta la muerte. El tiempo pone a prueba al jactancioso y ahora Simón tiene vergüenza de hablar una sola palabra. Jesús lo trató con suavidad, aunque con persistencia, apelando a su amor superior y aun poniendo en duda si tendría simple amor, con la palabra escogida por Simón. Le hizo una pregunta por cada negación y cada una le hirió el corazón. El resultado fue verdaderamente satisfactorio y reveló en Simón una humildad que no se había visto antes, pero que vuelve a aparecer en I Pedro 5:1-11. Ya está convertido después de ser zarandeado por Satanás y las oraciones de Jesús por él habían prevalecido. Jesús le exhorta a que apaciente las ovejas, y más tarde él instará a los ancianos «a que pastoreen la grey de Dios» (I Pedro 5:2). En una ocasión Pedro había prometido a Jesús que moriría como mártir si fuese necesario, y en seguida volvió la espalda y huyó vergonzosamente. Pero ya que está humillado morirá como mártir algún día. Pero Simón es Simón todavía en sus características personales, y su curiosidad le hace hacer una pregunta acerca de Juan: «Señor, ¿qué hará éste?» (Juan 21:22). La pregunta de Pedro era casi impertinente y fue duramente reprendida por Jesús, aunque no quería decir que Juan realmente viviría hasta la segunda venida, equivocación que Juan pone cuidado en corregir. Santiago y Juan en una ocasión habían tenido la temeridad de decir que podían soportar el ser bautizados, con el bautismo de la sangre de Cristo, y en efecto Santiago pronto había de beber esa copa.

10. Sobre una montaña en Galilea. No sabemos cuál montaña era ésta, ni sabemos la fecha exacta. Sin duda la mayor parte de los creyentes estuvieron reunidos allí. Había habido tiempo para que la noticia les llegara. Fue una ocasión notable, porque allí estuvo reunido el pueblo que representaba el fruto visible del ministerio de Jesús, algo más que quinientos discípulos. El grano de mostaza había comenzado a crecer y al fin cubriría la tierra. Esto lo sabía Jesús. Había unos pocos que todavía dudaban, sosteniendo una batalla dura, pero la mayor parte de ellos ya habían llegado a una fe militante en el Redentor Resucitado. Jesús vino al encuentro de esta buena compañía como el capitán de una hueste que conquistaría al mundo. Ningún estadista alguna vez bosquejó un programa tan magnífico como éste que Jesús les propuso, la carta cristiana para la conquista del mundo. Ningún general alguna vez tuvo más seguridad de la victoria. El sublime optimismo de Cristo es trascendental cuando se recuerda que sus discípulos no tenían dinero, ningunas armas, ni ninguna influencia. Tenían, sin embargo, el mensaje supremo y la presencia y el poder de Cristo por el Espíritu Santo. Se objeta por algunos críticos que la gran comisión es demasiado eclesiástica para ser genuina, pero el bautismo es la única cosa contra la cual semejante objeción puede hacerse y ningunas direcciones detalladas se dan aquí para la ejecución de aquel mandato. Todo esto lo encontramos en otra parte. Es una propaganda misionera la que Jesús impone en los corazones de los quinientos hombres y mujeres, primeramente sobre ellos como miembros del Reino de Dios, como individuos redimidos. La iglesia local es el medio señalado por Dios para llevar a cabo la obra del Reino, pero la responsabilidad descansa sobre cada creyente, en caso de que falte una iglesia al cumplimiento de su deber. Los discípulos son la sal de la tierra, la esperanza del mundo; el futuro del cristianismo descansa sobre sus hombros.

11. En Jerusalén de Nuevo. Los apóstoles ahora vuelven a Jerusalén, el escenario de su triste desconcierto, sí, pero también el escenario de la resurrección triunfante de Cristo. Desde ahora Jerusalén, en lugar de Galilea, será el lugar de su actividad. Procurarán establecerse en Jerusalén misma, porque ahora saben que Dios estará con ellos hasta el fin. Santiago, el hermano de Jesús, había recibido una manifestación especial y es ahora un creyente devoto así como Juan y los demás. María, su madre, tiene un nuevo canto en su corazón. Puede cantar un nuevo Magnificat, con una fe más diáfana y firme. Había en verdad visto la salvación del Señor. Ya existe, pues, un núcleo en Jerusalén. Lázaro ya no aparece más en la historia, debido, tal vez, al odio implacable de los gobernantes contra él por haber salido del sepulcro.

Jesús vuelve a encontrar a los discípulos en Jerusalén y pone cuidado en darles una última lección en la interpretación del Antiguo Testamento, porque él sabía el Antiguo Testamento. Era, y es, el gran intérprete de la Escritura en todos los tiempos. Se halló a sí mismo en los escritos de Moisés, en los profetas y en los Salmos, aunque tuvo que abrir la mente de los discípulos antes de que pudieran verlo (Lucas 24:45). La mente abierta es tan necesaria como la escritura abierta y más difícil de alcanzar. La mente cerrada es el enemigo principal de la verdad. Jesús espera que usemos la mente al estudiar la Biblia. Una vez más Cristo los insta a la conquista del mundo. Esta es la cosa principal. Las misiones son la misma vida del cristianismo. Por cierto que tenían que esperar en Jerusalén hasta recibir poder de lo alto con el que podrían conquistar el mundo. El dinamo espiritual es absolutamente necesario. Pronto recibirán el Espíritu Santo y entonces deberán dedicarse a esta empresa mundial. Sin embargo, no han de quedarse en Jerusalén hasta que todo Jerusalén se haya ganado. ¡Esto no se ha realizado todavía! Ciertamente no están listos para esta misión mundial porque todavía esperan un reino temporal (Hechos 1:6), un error que el Espíritu Santo les quitará cuando venga. De hecho, los discípulos entenderán a Jesús mejor cuando esté ausente.

12. La Última Vista Sobre el Monte de los Olivos. Jesús condujo los discípulos fuera de la puerta oriental, pasando Getsemaní con sus recuerdos trágicos, subiendo el declive familiar hacia Betania, la amada Betania. La vista era sublime en toda dirección, el Jordán, el Mar Muerto, el Monte Nebo, Jerusalén, el Mediterráneo. Miraban hacia arriba (Hechos 1:9) y Jesús les daba una bendición de despedida. Una nube pasó y le arrebató de la vista de ellos. Mucho tiempo después de desaparecida la nube los discípulos, extáticos, siguieron mirando hacia el cielo, a donde Jesús había ido.

13. Hasta que Él Venga. La mirada hacia arriba fue interrumpida por la palabra de los dos ángeles que «este mismo Jesús» así vendrá del mismo modo (Hechos 1:11). El mismo lo había dicho. Ahora saben que se ha levantado y creen que volverá. Dentro de poco tiempo estarán bajo la dirección del Espíritu Santo y llegarán a entender la naturaleza espiritual del Reino de Dios. Y adoraron a Jesús (Lucas 24:52) con gozo y alabanza. La tarea de los discípulos es la de entender, interpretar, y obedecer a Jesús. El mundo cristiano está todavía ocupado en hacer estas cosas. Su vida y sus enseñanzas, su muerte y su resurrección, su poder sobre todos los hombres para elevarlos y hacerlos semejantes a Dios, la cosa más grande de todas, todavía llenan el horizonte del mundo moderno. La ciencia ha hecho maravillas, pero la ciencia es estéril comparada con la vida de Jesús. Ha soportado la luz escrutadora de la minuciosa investigación histórica. Sobre todo soporta la prueba de la vida. Su mirada llena de piedad está todavía fija en nosotros, su Poderosa mano todavía se extiende para salvar. Cuando vino la primera vez le crucificaron; cuando vuelva a venir será coronado Rey de Reyes y Señor de Señores. Entre tanto que reine en todos nuestros corazones. «Amén: ven Señor Jesús.»

2 comentarios sobre “Libro: Épocas en la vida de Jesús”

  1. Gracias por permitir la lectura de este libro, que me hace considerar desde otro enfoque, el gran amor de Dios hacia la humanidad. Dios les bendiga siempre.

  2. medito en una Clase de misionologia . Animar a un misionero a ser misiones sin pensar que el mejor misionero fue el Señor Jesus. Un predicador que excluye a Cristo en su bosquejo, (Homiletica). QUE BENDICION ESTE LIBRO!

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