Perfeccionando la santidad

“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.”  II Corintios 7:1

Dios  quiere que pongamos la meta en perfeccionarnos pero no hay nadie que llega a la perfección.  Hay algunos que equivocadamente enseñan que podemos llegar a la santificación completa.  Los que creen así tienen que negar la enseñanza del Apóstol Pablo que dijo, “No hay justo, ni aun uno”.  (Romanos 3:10)  Somos justos en Cristo pero en nosotros mismo, no.

El motivo de perfeccionarnos se encuentra en las promesas.  Estas promesas son los del final del capítulo anterior.  Dios dijo, “Yo os recibiré, y seré por vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”.  (6:17-18) Es lamentable que hay tantos creyentes que no se preocupan en tener una relación íntima con Dios.  Tal vez, en parte, es porque muchos que dicen que son creyentes realmente no son salvos.  Pero es posible que un creyente deje a su corazón enfriar y así no tiene un anhelo de conocer a Dios más y mejor.

Estas promesas se tratan de una relación fraternal para con Dios.  Dios promete ser para nosotros por Padre y de recibirnos como sus hijos.  Para comprender el gran valor de esta relación, nos conviene tratar de verla del punto de vista de un niño.  Por desgracia, hay muchos niños que carecen de un padre en su hogar.  Esto deja un gran hueco en su vida.  Dios hizo a los niños de tal forma que necesitan el amor de ambos, padre y madre.  La ausencia de uno de los dos produce drama emocional en su vida.  Hay una gran falta de seguridad cuando papá no está en casa.  Aun que su papá está ocupado y no presta mucha atención a ellos, igual, para ellos, es una consolación saber que papá está.  Para el hijo de Dios también hay una consolación saber que Dios está cerca.  Si mi padre celestial está a mi lado no hay razón de temer si tengo que andar por un camino oscuro.  Así puedo vivir confiadamente.  “Aunque afligido yo y necesitado,  Jehová pensará en mí. Mi ayuda y mi libertador eres tú;  Dios mío, no te tardes”  (Salmo 40:17).

Pablo nos exhorta a limpiarnos.  Es algo que nosotros tenemos que hacer.  Hace falta la limpieza de la corrupción que nos deja sucios.  Es una limpieza en dos esferas.  Primero él dice “de carne”.  Estos son pecados que cometemos con los miembros del cuerpo.  Son hábitos o indulgencias que nos dejan contaminados.  Lo que nos deja sucio está mal.  No es cuestión de si está aprobado por la cultura, sino si está aprobado por Dios.  Hay mucho que la cultura aprueba que nos deja contaminados; por ejemplo, el de tomar bebidas alcohólicas.  Es bien conocido que el alcohol estorba nuestra capacidad a pensar bien.  Bajo su influencia soy capaz de cometer muchos errores.  Si estás consciente de un hábito malo, la limpieza se efectúa por confesarlo como pecado y pedir la ayuda de Dios para vencerlo.

Hay también corrupción del espíritu.  Esto se trata de pecados del hombre interior.  Se trata de odio, celos, un mal genio, orgullo, etc. Podemos perjudicar la paz y tranquilidad del hogar a través de estos pecados.  Hay mucha razón por limpiarnos de estos pecados también.

El  limpiarnos exige de nosotros un esfuerzo.  No es suficiente tener deseos de perfeccionarse.  Entre los chinos hay un viejo proverbio que dice, “Cada gran alma tiene una gran fuerza de voluntad.  El alma débil no tiene nada más que ganas.”  Depende de ti.  La Biblia te desafía.  Cristo es tu maestro.  El Espíritu Santo te dará el poder.

La meta es la de perfeccionar la santidad.  La corrupción retrocede cuando la santidad procede.  La contaminación sale cuando la santidad entra.  La santidad no es únicamente la ausencia de la corrupción.  Es el Espíritu Santo obrando adentro produciendo los frutos de amor, gozo, paz, paciencia, bondad, etc.  Son las características que nos hacen atractivos y fructíferos.  Es tener una vida con propósito.

Esta limpieza y perfeccionamiento es algo que tenemos que efectuar a través de la fe y en el temor de Dios.  Por fe creemos que Dios cumplirá sus promesas si hacemos nuestra parte.  Tenemos fe que podemos vencer sobre los vicios y malos hábitos.  “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.  (Filipenses 4:13)  Hay una diferencia entre creer y tener fe.  Hay muchos que creen en Dios pero no han puesto fe en Dios.  Hay los que creen que es prudente cuidar su salud en comer comida nutritiva pero esto no les impide de comer comida basura.  Es posible creer que Dios existe y que él es galardonador de los que le buscan (Hebreos 11:6), pero no les sirve para nada si no ponen su fe en él.  La creencia resulta de un concepto, pero la fe resulta de una decisión.  La creencia resulta de una conclusión, pero la fe produce acción.

El de apartarse de la corrupción de este mundo y acercarse a Dios resultará en grande ganancia.  Será por tu bien en esta vida y te capacitará a guardar tesoros en los cielos.  Esfuérzate.

 

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