Sara, la compañera

En este mundo hay que ser seguidores tanto como líderes. Todos los movimientos de avance necesitan dirección brillante y agresiva, pero también demandan el apoyo de seguidores que estén listos para permanecer desconocidos y no ensalzados por la historia. Más importante que seguidores, sin embargo, son camaradas del servicio. El corazón y la mente de un camarada verdadero que entiende su misión, son indispensables al desarrollo más alto y completo de cada líder y su obra.

La mujer siempre ha encontrado aquí un campo amplio de servicio. En ella el hombre busca y a veces sin número, encuentra el consuelo e inspiración necesarios a su trabajo. Este no es su único campo de servicio, pues muchas mujeres se han probado pensadoras tan originales como cualquier hombre; líderes tan inspiradas e inspiradoras. Pero la capacidad del compañerismo existe en la naturaleza de la mujer, en un grado excepcional. Este es un departamento de la vida al cual ella libremente se admite y en donde puede servir sin restricciones. No tiene que luchar para entrar ni para funcionar una vez entrada.

El segundo capítulo de Génesis dice: «Le haré una ayuda idónea para él». Seguramente ninguna mujer nunca ha cumplido mejor con este destino que Sara, la esposa de Abraham. En todos sus viajes, en cada esfuerzo que él hizo para realizar su llamamiento a una nueva vida y experiencia religiosa, ella le ayudó, siempre lista para confortarle y aconsejarle en cada emergencia. Para la mujer es más difícil que para el hombre dejar su hogar y a sus seres amados. Es la mujer la que ama las posesiones de la casa, porque es ella la que las cuida. La casa y el jardín, las cosas familiares, y por lo tanto queridas, todo lo que se relaciona con la vida diaria es suyo, porque ella es la encargada de cuidarlo y conservarlo. Para ella es entonces una tarea difícil dejar atrás estas cosas para buscar una vida nueva en un país nuevo y desconocido. El hombre y no la mujer, es el explorador natural. A él y no a la mujer, lo nuevo y todavía no explorado, llama insistentemente; pero él necesita su ayuda y fuerza en la vida nueva, tanto como en la vida anterior. Si ella tiene el valor para ir con él, para ser su compañera en el camino nuevo, él tiene diez veces la seguridad de éxito y felicidad
que de otro modo tendría.

Tal mujer era Sara. Salió de Ur de los Caldeos con su esposo, aparentemente con buena voluntad, pero sin la misma visión y llamamiento celestiales que hicieron a Abraham fácil la salida. Solamente su fe en él y su determinación de no faltar en su misión de ayudante, la sostuvieron e hicieron posible su sacrificio de hogar y amigos. Esta es la suerte del camarada; confiar a veces sin visión y llamamiento definitivos; seguir a veces ciegamente, pero con el gozo y confianza que el compañerismo perfecto da. Este es el requisito necesario para admisión al grupo de compañeros cuyos nombres pueden ser olvidados; pero cuya ayuda solamente ha hecho posible los grandes acontecimientos de la historia.

PREGUNTAS:

1. ¿Qué son más necesarios, líderes o seguidores?
2. ¿Es honorable dedicarse solamente a la misión de ayudar a otros en cumplir con una gran misión?
3. ¿Qué es mejor, realizarse a sí mismo, o ayudar a otros en la realización de una tarea noble?
4. ¿Qué vale más–la alabanza humana o a la aprobación de Dios?
5. ¿Cómo podemos hacernos dignas de ser compañeras de Dios para llevar a cabo sus planes para el mundo?

La Voz Bautista, 1929

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