El rey Uzías afligido con lepra

2 Crónicas 26

Uzías era un muchacho de no más de dieciséis años de edad cuando fue coronado rey de Judá. Su reinado fue largo, extendiéndose por más de cincuenta y dos años. Fue bueno para él cuando se sometió a la influencia divina y visión clara de Zacarías, cuyo mensaje fue: “Así ha dicho Dios: ¿Por qué quebrantáis los mandamientos de Jehová? No os vendrá bien por ello; porque por haber dejado a Jehová, él también os abandonará” (2 Crón. 24:20). ¿Quién puede contar el valor total de esa vida, que ha sido iluminada con un mensaje definido de Dios? La palabra de Zacarías había ardido en el corazón del joven Uzías, porque en sus días “persistió en buscar a Dios” (2 Crón. 26:5). La historia de su vida nos revela:

I. Un testimonio alentador. El escritor de segunda Crónicas nos dice que “mientras buscó al Señor, Dios lo hizo prosperar” (2 Crón. 26:5). Mientras Dios tenía su verdadero lugar en la vida y obra de Uzías, no hubo interrupciones en la marcha constante de su creciente prosperidad. Toda prosperidad verdadera y permanente es obra de Dios, y su condición es buscar saber y hacer su voluntad. Observe que fue “mientras buscó al Señor”, y la bendición divina no dependía en Uzías y en sus obras. Nuestra parte consiste de seguir confiando; el suyo es de seguir bendiciendo.

II. Una confirmación aseguradora. “E hizo en Jerusalén máquinas inventadas por ingenieros, para que estuviesen en las torres y en los baluartes, para arrojar saetas y grandes piedras. Y su fama se extendió lejos, porque fue ayudado maravillosamente, hasta hacerse poderoso” (2 Crón. 26:15). Dios le ayudó contra los filisteos y contra los árabes (2 Crón. 26:7), y en construir torres y cavar muchas cisternas (2 Crón. 26:10). También le dio un gran ejército de guerra “de trescientos siete mil quinientos guerreros poderosos y fuertes, para ayudar al rey contra los enemigos” (2 Crón. 26:13). La ayuda de Dios es intensamente práctica. Los que son ayudados por Dios siempre son ayudados de forma maravillosa. Sin duda, el propósito de Dios es hacer que los que lo buscan sean fuertes, para que se haga su voluntad en ellos. Dios todavía les dará testimonio, tanto con señales y maravillas, como también con diversos milagros y dones (distribuciones) del Espíritu Santo (Heb. 2:4). “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Ef. 6:10).

III. Una caída terrible. “Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso” (2 Crón. 26:16). Es un gran privilegio ser ayudado por Dios y ser fortalecido, pero cada privilegio tiene su correspondiente tentación y peligro. Pedro tuvo la fuerza para caminar sobre el mar, pero incluso entonces comenzó a hundirse. Elías tuvo la fuerza para vencer las obras malvadas de Acab, pero luego huyó ante la ira de Jezabel. Sí, Uzías cayó.

1. La causa. “Su corazón se enalteció”. Se enalteció a través del orgullo y la confianza en sí mismo. Mientras buscó el honor del Señor, Dios le levantó, pero ahora que busca honrarse a sí mismo asumiendo el cargo sacerdotal, cae de la gracia de Dios (2 Crón. 26:18). Su posición como rey no le dio derecho como sacerdote. La posición mundana de un hombre no le da autoridad o aptitud para el ministerio santo. Uzías, en su presunción, estaba dejando a un lado la voluntad revelada de Dios. Debía haber sabido que los levitas habían sido escogidos por Dios de entre los hijos de Israel para llevar acabo el servicio del tabernáculo. También se le había dado una advertencia solemne: “El extraño que se acercare, morirá” (Núm. 18:6-7). Pero guiado por su propia fuerza y nombre, su orgullo le llevó a su caída. La naturaleza de la justicia propia desprecia la obra y el cargo del Salvador sacerdotal.

2. El efecto. “Así el rey Uzías fue leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso en una casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de Jehová; y Jotam su hijo tuvo cargo de la casa real, gobernando al pueblo de la tierra” (2 Crón. 26:21). Se enojó, y no quiso volver cuando el sacerdote Azarías le reprendió, pero cuando el Señor le hirió con lepra “se dio prisa a salir” (2 Crón. 26:20). En lugar de que su trabajo fuera aceptado por Dios, fue afligido con una maldición y expulsado de su presencia con una marca de pecado de por vida sobre él. Como muchos otros leprosos, la plaga estaba en su frente. Al haber sido afligido con un sentido de su presunción y pecado, Dios no necesitaba expulsarlo de su lugar santo, porque él mismo se apresuró a salir. La santa presencia de Dios no es un lugar de consuelo y descanso para el pecador que no ha sido perdonado. El cielo no es un hogar para aquellos que ignoran la obra de Cristo, que es nuestro gran Sumo Sacerdote. Él es el único mediador entre Dios y los hombres; el Camino, la Verdad y la Vida; Ningún hombre puede venir al Padre sino por él. Fue el propio pecado de Uzías la causa por la que “fue excluido de la casa de Jehová” (2 Crón. 26:21). El pecado de poner el orgullo propio en lugar del Ungido del Señor es lo que enciende la ira de Dios y le quita al alma la comunión con él. El hombre que deja de lado el modo de vida designado por Dios lo hace para su propia destrucción. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech. 4:12).

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