La Biblia, el libro de la esperanza

Escrito por un revisor de la Reina-Valera 1960

La Biblia no es un libro muerto. En la Biblia se opera el milagro de un eterno florecimiento a lo largo del tiempo; el correr de los siglos no amenguan su luz, sino le dan fulgores nuevos, matices luminosos más intensos. La Biblia tiene tradición, pero se proyecta siempre hacia el futuro; es el Libro de ayer, pero es también el Libro de hoy y será el Libro de mañana. Si fuera solamente el Libro de ayer, no sería el Libro de la Esperanza; los hombres de hoy volveríamos el corazón anhelante hacia un libro cargado de una tradición gloriosa, pero sepultado definitivamente, inútil y estéril bajo el polvo de los siglos.

La Biblia es el Libro de la Esperanza porque es el Libro de Dios, y Dios es la eterna esperanza del hombre; Dios ha expresado Su voluntad por medio de Su Palabra, y los hombres de las generaciones pasadas, y los hombres de nuestra generación y los de las generaciones futuras, han saciado, sacian y saciarán en ella, sus hondas inquietudes espirituales, su hambre de vida eterna, su necesidad intensa de salvación y de regeneración.

Es la presencia viviente de Dios la que se siente palpitar entre las páginas del Libro, y eso le da al mensaje de la Biblia un sentido siempre actual, un carácter de permanencia y de futuro, una realidad pletórica de esperanza y de seguridad.

El hombre se sentiría abrumadoramente solo y perdido en el universo, trágicamente aplastado por el poder del mal y abandonado por entero a las circunstancias, de no haber aprendido por las páginas de la Biblia que Dios es el Supremo Creador y Conservador de todo lo que existe; que Dios se ha preocupado y se preocupa constantemente por el hombre; que nosotros, como criaturas de Dios, hemos sido hechos a Su imagen y semejanza; que el pecado es una realidad, y que estábamos condenados, pero que en medio del océano de tinieblas resplandeció la luz divina del amor de Dios en Cristo Jesús, y que por el sacrificio de Cristo en el Calvario, todo lo que parecía un caos enorme y profundo en torno al hombre, todo lo que parecía un camino cerrado de desesperación, se convirtió por la gracia del amor divino en la puerta iluminada de la esperanza.

No hay desesperación humana, por grande que parezca, que no encuentre en la Biblia el mensaje que la redima; no hay dolor humano, por más abrumador que sea, que no encuentre en las páginas del Libro palabras de consolación y de fortaleza; no hay pecado demasiado tenebroso, que no pueda ser iluminado por el mensaje redentor del perdón que surge en los Evangelios como un faro gigantesco de esperanza para los hombres cargados de tinieblas.

La Biblia es capaz de encarar cualquier situación en cualquier época; tiene soluciones para todos los tiempos. Es el Libro de la esperanza precisamente porque Dios lo inspiró para el hombre, para orientarlo en medio de sus perplejidades y conflictos espirituales, para conducirlo de la mano por entre los caminos tortuosos del mal; para asegurar la liberación de su alma, para mantenerlo unido a la fuente eterna de la vida; y el hombre es el mismo en cualquier latitud de la tierra y no importa en qué siglo viva o haya vivido.

Es maravilloso pensar en la Biblia como el Libro de la esperanza; no de una esperanza cualquiera, no de una esperanza ficticia, no de una esperanza temporal, no de una esperanza inalcanzable, no de una esperanza abstracta, no de una esperanza humana; sino de la esperanza eterna que es Dios; esperanza que es realidad, esperanza al alcance de nuestra mano, esperanza concreta, esperanza que nutre y vigoriza el alma humana y que convierte los pozos secos de los hombres en fuentes de aguas vivas.

A través de las páginas de la Biblia nos encontramos con experiencias de hombres y mujeres hechos del mismo barro humano que nosotros, con los mismos problemas, con las mismas tentaciones, con las mismas inquietudes, con las mismas rebeldías, con las mismas necesidades, con las mismas miserias de la carne pecadora; y por medio de ellos Dios nos muestra el camino de liberación, Dios nos señala la ruta que conduce directamente hasta Él, Dios nos dice que hay misericordia, que hay perdón, que hay posibilidades inmensas de redención, que somos sus hijos, que como el “padre se compadece de los hijos, así se compadece Jehová de los que le temen”; que este mundo no es un mundo huérfano porque Él es nuestro Padre; que el universo no está abandonado al acaso porque Él rige los destinos de toda la creación. Por medio de esas experiencias de hombres y mujeres que cobran vida entre las páginas del Libro, encontramos respuesta segura a toda incertidumbre, solución a todo problema, orientación a toda confusión, esperanza a toda situación que aparentemente no tiene ninguna [solución].

La Biblia en América Latina. Oct-Dic. 1953

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