La realidad de la salvación

Por Francisco Estrello, un revisor de la Reina-Valera 1960

La realidad de la salvación implica otra realidad, la del pecado. Si el pecado no existiera, no habría entonces necesidad de salvación. Pero el pecado es una tremenda realidad; sus efectos son demasiado evidentes como para empeñarse en negarlo.

La salvación del pecado se hace posible mediante el Sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz del Calvario. Ese sacrificio del Hijo de Dios habla con una elocuencia dramática y eterna de la realidad de la salvación. Porque Cristo no murió como el mártir de una causa; su muerte fue el precio que la justicia de Dios reclamaba para nuestra redención. Fue un acto eterno de amor, pero al mismo tiempo fue la vindicación de la justicia de Dios.

Nadia puede negar el hecho histórico de la crucifixión del Señor Jesucristo, aunque haya muchos que no acepten Su divinidad. También Su resurrección constituye un hecho evidente, por más que los escépticos y los incrédulos no lo admitan.

Muerte y resurrección del Hijo de Dios no tuvieron otro propósito que liberarnos de la maldición del pecado. El plan de nuestra salvación se fue madurando a lo largo de los siglos, hasta que llegó el momento en que se hizo realidad. “EI Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros».

No hay cuadro profético más realista en relación con nuestra salvación que el que presenta can pinceladas maestras Isaías:

Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentando en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos.

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.

Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados.

Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

A lo largo de las Escrituras, como alguien lo ha expresado ya, corre un hilo carmesí. Todo el que acepta la Biblia como la Palabra de Dios, descubre en sus páginas pruebas irrecusables de la realidad de nuestra salvación. “De tal manera amó Dios al mundo – dice Juan -, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él crea, no se pierda, sino que tenga vida eterna».

«Y dará a luz un hijo, y se llamará su nombre JESUS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados,” es el mensaje del ángel a José.

Y los pastores escucharon aquella noche de milagro estas palabras cargadas de promesa que no eran sino el anuncio de algo que acababa de acontecer: “No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”.

Zaqueo el publicano verificó la realidad de la salvación en su propia vida, y fue en su casa donde Cristo pronunció aquellas palabras que son puerta abierta de esperanza para todos los pecadores que le reciban y le acepten como Zaqueo: “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido».

Los coterráneos de la pecadora de aquel pueblo de Samaria dieron testimonio de esta realidad cuando le dijeron a ella, en actitud rendida s Cristo:

«Ya no creemos por tu dicho; porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo».

Y de su profunda experiencia al lado del Señor, nos dice Juan: “Y nosotros hemos visto y testificado que el Padre ha enviado al Hijo para ser Salvador del mundo».

Y así podríamos continuar, porque la Palabra de Dios está saturada de este hecho que tiene trascendencia eterna.

Pero hay además otra evidencia formidable de la realidad de nuestra salvación: es nuestra propia vida y la de millones de hombres y mujeres que han sido alcanzados por la gracia maravillosa de Dios. Porque la salvación se traduce en vida actual que pierde los rasgos del hombre viejo, del hombre pecador hecho de tinieblas, y adquiere rasgos nuevos, los del hombre que ha nacido otra vez en un mundo iluminado a torrentes por la luz esplendorosa del cielo, por la presencia viva de Cristo el Señor.

Ningún escéptico, a memos que en su tozudez cierre los ojos y endurezca el corazón, podría negar el milagro repetido millones de veces en hombres y mujeres: el milagro que consiste en una transformación total de la vida porque la realidad de la salvación se ha hecho manifiesta en ellos.

La realidad de la salvación sigue teniendo vigencia hoy, porque Aquel que la hizo posible mediante precio de sangre, el de la Suya propia, así lo prometió con garantía que no puede mudar.

Cortesía de «La Biblia en México» Enero-junio 1959

 

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