Las cuatro escalas de la oración por Cipriano de Valera

La oración es un familiar coloquio y plática que el alma fiel tiene con su Dios, en la cual le muestra todas sus necesidades, para que no solamente las oya, como Señor, más aun como Padre las provea; y cree que su majestad así lo hará; y así lo hace. La oración es una elevación del alma a Dios. La oración es una escala, por la cual el alma sube desde este valle de lágrimas, desde este profundo de miserias, y penetra todos los cielos, y no para hasta presentarse delante de Dios, y proponerle todas sus necesidades, creyendo que como buen Padre las ha de proveer. Esta escala de la oración tiene cuatro escalones.

Escala de la oración
  1. La necesidad nos constriñe a orar.
  2. El precepto de Dios lo manda.
  3. La promesa nos hace ciertos de ser oídos.
  4. La fe alcanza lo que se pide.

El hombre es de tan mal natural y condición, es de sí mismo tan altivo y soberbio, que nunca se sujetaría a Dios, ni lo invocaría, sino es que la necesidad lo constriña. Por eso decía David: Bueno es para mí que me has humillado (o abatido); y un poco antes había dicho: Antes que yo fuera humillado (o abatido), yo erraba. El bien que de este abatimiento sacó David (el cual debe sacar todo Cristiano), es que se humilló delante de Dios, y lo invocó. Los santos, viéndose oprimidos con aflicciones y angustias, reconocen sus faltas, e invocan a Dios. Así lo hizo David cuando dijo: A Jehová llamé, estando en angustia, y él me respondió. Pero los impíos cuando son afligidos, blasfeman contra Dios, y desesperan. Esta es una marca con que los hijos de Dios se diferencian de los que no lo son.

El segundo escalón es, que Dios manda que lo invoquemos. Invócame en el día de la tribulación.

El tercer escalón es, que la promesa nos hace ciertos de ser oídos. Y así, cuando Dios manda a David que lo invoque, le promete que lo librará; y añade, que cuando el afligido invoca a Dios, le hace gran servicio; y honrarme has, dice. Ítem, Sal. 91:15 dice: llamarme ha, y luego promete; Yo le responderé; con él estaré yo en el angustia; escaparlo he, y glorificarlo he. La sagrada Escritura promete en diversos lugares, que el que invocare el nombre del Señor, será salvo; pero en ningún lugar promete, ayuda, socorro ni salud al que invocare a otro, por santo que sea, que a Dios.

El cuarto escalón es: La Fe alcanza lo que se pide. Todo lo que orando pidieres (dice Cristo), creed que lo recibiréis, y os vendrá. Esta Fe tenía David, cuando decía: Jehová oirá, cuando yo clamare a él. La epístola a los Hebreos, capítulo undécimo, confirma esto muchos ejemplos. Leed este capítulo; porque en él se pinta al vivo la virtud y eficacia de la Fe; sin la cual (dice), que es imposible agradar a Dios. Si el corazón no es sincero, simple y cándido, por más que grite a Dios, no lo oirá; como no oyó a Esaú, aunque con lágrimas pedía; ni oyó a Saúl, ni a otros muchos de doblado corazón. Y para hacer al corazón sincero sola la Fe basta. Ella, pues, es la que alcanza lo que pedimos. El precepto que nos manda orar, es de Dios, y no de las criaturas; la promesa, que nos hace ciertos que seremos oídos, Dios la hace, y no las criaturas; la fe, que alcanza lo que se pide, es fe en Dios, y no en las criaturas. De aquí, y con gran razón, concluiremos, que esta escala de la oración, que tales escalones tiene, no nos lleva a las criaturas, sino al Creador, al solo Dios omnipotente. A él solo, pues, adoremos, a él solo invoquemos, a él solo oremos. Porque haciéndolo así, estaremos ciertos que no seremos confusos. Él nos haga la gracia que sintamos de veras nuestra necesidad y miseria, y así sintiéndola lo invoquemos, ciertos que por su bondad, promesa, y por el sacrificio con que su unigénito Hijo nos reconcilió con él, nos oirá.

Extracto del libro de Cipriano de Valera Los Dos Tratados del Papa y de la Misa

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