Sermón: Dos conceptos de la vida

«Contra mí son todas estas cosas». (Gen. 42:36)
«Todas las cosas ayudan a bien». (Rom. 8:28)

Un vapor navegaba en alta mar, pero con la tierra a la vista. Desde a bordo los pasajeros contemplaban una nube negra sobre la tierra donde jugaba el relámpago, y de donde las aguas se derramaban sobre la tierra. Los que estaban debajo de la nube podían ver todo eso, pero nada más. Los pasajeros desde la distancia podían ver el sol que brillaba en los cielos, y arriba de esa nube negra, el lado hacia el sol era como un mar de oro. Así, para los que estaban en tierra, debajo de la nube, todo era oscuridad y tempestad, pero para los que la contemplaban desde lejos, era una escena grande y majestuosa, como una ciudad de Dios, descendida del cielo. Todo dependía del punto de vista desde donde se la miraba.

Asimismo es la vida con sus luces y sombras. Algunas veces no vemos sino negrura y tempestad. Otras veces los ojos traspasan la oscuridad y el brillo del lado divino aparece. Nuestro concepto tomará su color según el punto de vista desde donde la contemplamos.

En nuestros textos tenemos los dos conceptos. Jacob no veía sino el lado oscuro y dijo, «Contra mí son todas estas cosas». Pablo penetró hasta el otro lado y dijo, «Todas las cosas ayudan a bien». Tal vez nos ayudará si consideramos estos dos conceptos en contraste, para descubrir el error y resultante infelicidad del uno, y la verdad y resultante bendición del otro.

I. El cristiano en la sombra

En esto vemos un concepto errado de la vida. Los hijos de Jacob acaban de volver de Egipto, trayendo el mensaje de José sobre Benjamín, y contando como Simeón tuvo que quedarse como prenda de buena fe. Al oír todo esto el patriarca exclama en angustia: «Habéisme privado de mis hijos; José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis; contra mí son todas estas cosas». No era así, porque, como ya sabemos nosotros, todas estas cosas eran para bien. Su grito de angustia resultó de cuatro causas, y al considerar a cada una nos veremos a nosotros mismo puestos en relieve. Las causas eran:

I. Un conocimiento parcial. — Habló en ignorancia de los hechos, porque no vio todo. Dijo, «José está muerto». Eso no era cierto, porque José estaba vivo y sano. «Simeón está muerto». No era cierto, sino vivo y en salvo. «Llevareis a Benjamín». Cierto eso, pero ¿con qué fin? Para traer bendición a toda la familia. «Haréis descender mis canas con dolor a la sepultura». Muy al contrario; estos serán los diecisiete años más felices de su vida. Habló con ligereza y con conocimiento parcial y muy limitado.

Y nosotros ¿no es verdad que con frecuencia hablamos conclusiones grandes de conocimientos muy escasos? Sin saber todos los hechos y sus relaciones, con ligereza decimos: «Contra mí son todas estas cosas». Es admirable la ligereza con que nosotros los cristianos, pronunciamos adversamente con datos escasos, cuando si esperáramos con paciencia veríamos que todo estaba bien. En semioscuridad clamamos, «Contra mí son todas estas cosas». Otra causa era:

2. Una memoria defectuosa. — Contemplad ese desierto arenoso y aquel hombre andando de prisa por el camino. Llega la noche, y cansado el viajero se tiende en la tierra, descansa la cabeza sobre una piedra y luego duerme. Sueña y «he aquí una escala que estaba apoyada en tierra … y he aquí, Jehová estaba en lo alto y dijo … he aquí. Yo soy contigo». (Gen. 28:12, 13, 15). El día siguiente el viajero sigue su camino, consolado y refrescado. Pero ahora se ha olvidado aquella promesa, «No te dejaré hasta tanto que haya hecho lo que te he dicho», y así exclama, «Contra mí son todas estas cosas». Al contrario, son pasos en el cumplimiento de aquella misma promesa.

Cual Jacob, tenemos memorias muy cortas sobre la fidelidad de Dios a sus promesas. Nos olvidamos que él ha dicho, «Nunca te dejaré, ni te desampararé», y en nuestras horas de oscuridad decimos, «Contra mí son todas estas cosas». Otra causa era:

3. Una mente ilógica. — Jacob razonaba, pero no correctamente. Pensando solamente en lo que estaba visible y cercano, se olvidó de todo lo demás, y así limitó al Dios de Israel. Limitó el poder de Dios, y no hizo caso del carácter de Dios y su inmutabilidad, dando curso a sus sentimientos naturales, pero no razonables. Si un hombre contratara a construir un edificio en cinco años, ¿qué se pensaría de un hombre que a los cinco meses se pusiera a criticarlo como mal e inútil? El plan de Dios para Jacob era grande y de larga extensión de tiempo. Jacob pensaba solamente en lo presente, y en su error exclama, «Contra mí son todas estas cosas».

Nosotros, también, razonamos incorrectamente. Limitamos a Dios juzgando solamente de lo presente y visible, y así erramos grandemente. En Juan 11 vemos cómo Marta de Betania limitó a nuestro Señor en tres maneras. Le limitó en cuanto a lugar: Dijo: «Sí hubieres estado aquí, no habría muerto mí hermano». No alcanzó a pensar que él podría haber impedido la muerte de su hermano desde lejos. Le limitó en cuanto a tiempo: «Yo sé que resucitará en la resurrección en el día postrero». No lo creía posible en aquel momento. Le limitó en cuanto a poder: «Hiede ya, que es de cuatro días muerto». No pensaba posible la resurrección en esas circunstancias. Todo esto era razonamiento falso. Sí Cristo tenía poder para hacerlo, lo podía hacer sin hacer caso de lugar, tiempo, o dificultad. Y así en nuestro caso, lo que Cristo ha prometido, es poderoso para hacerlo, y lo hará. Así que nuestro razonamiento sea
válido, nuestro lógico real, basado en la inmutabilidad de Dios. Pero tal vez la causa principal era:

4. Un corazón falto de confianza. — Jacob no confió en el amor de Aquel que le había bendecido y guardado entre mucho pecado y peligro. La fe del anciano se descoyuntó, y le parecía imposible confiar en su Dios. Pero así deshonró al Dios que con tan ricas bendiciones le había bendecido, y desconfiando en su amor, exclamó, «Contra mí son todas estas cosas».

Y ¿no es así muchas veces con nos otros? ¿No es frecuente nuestra desconfianza en el amor de Dios? Oímos mucho en estos tiempos sobre que Dios es el Padre de todos. ¿Qué significa esto? ¿Quiere decir que Dios como un Padre es diferente, o peor que un padre terrenal? El decirlo es condenar un tal pensamiento. ¿Tendría deleite un padre terrenal en causar aflicción y dificultad para sus hijos? Si se permitiera que vinieran estas cosas, ¿no sería solamente por sentir un deber nacido de amor? Y nadie puede decir que Dios es diferente. Todos nos acordamos de aquella notable comparación que muestra el verdadero significado de que Dios es nuestro Padre: «Sí vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a nuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que le pidieren?» (Luc. 11:13). Este es el significado preeminente de Dios como Padre.

Dos cristianos estaban conversando de su experiencia, cuando uno dijo, «Es muy difícil confiar en Dios y creer que su mano está en las partes obscuras de la vida». «Mi hermano», dijo el otro, «si Ud. no puede confiar en un hombre fuera de alcance de sus ojos, él no vale mucho; y si no puede confiar a Dios en la oscuridad, es una muestra de que Ud. no le confía nada».

Y esto es verdad. Dios quiere nuestra amante confianza. ¿Ves aquel pollito debajo de las alas de la gallina? Mientras está allí abajo, no puede ver nada; solamente permanece allí abrigado en calor y seguridad. Y así el Salmo 91 no dice «Debajo de sus alas verás», sino «Debajo de sus alas estarás seguro».

Esto, pues es el concepto errado de la vida, que resulta de conocimiento parcial, de memoria defectuosa, de una mente ilógica, y de un corazón falto de confianza. Volvamos ahora, a considerar al otro, el concepto recto de la vida.

II. El cristiano en el sol

«Todas las cosas ayudan a bien».

Estas palabras forman parte del capítulo triunfante, el ocho de Romanos. En esto también veremos cuatro causas que resultan en esta declaración, todas las cuales son las contrarías de las anteriores.

1. La operación de la vida. — La vida se compone de muchas fuerzas, y éstas están en continua operación, aunque, al parecer, estén estacionarias por algún tiempo a veces. Los astros nos parecen estar estacionarios, pero en verdad están en movimiento muy rápido en sus órbitas. Muchos rincones en los bosques nos parecen completamente quietos, pero el ojo del naturalista son centros de mucha actividad. El niño en los días de escuela está ocupado con problemas y cuadernos y es probable que no alcance a entender su valor y relación. La niña poco ve la necesidad de todas aquellas escalas y ejercicios diarios en el piano. El aprendiz se fastidia bajo los años de disciplina y sujeción. Pero en cada caso la rueda de la vida está en movimiento, nada estacionario, nada sin su importancia. El valor de un toque con el pincel no es nada en sí, pero la sucesión de toques en una y otra parte muestra que el cuadro está adelantando hace la conclusión deseada. Mirad la operación de la vida en el caso de Moisés en Madián por los cuarenta años, de los años de Pablo en Arabia, y de nuestro Señor Jesús hasta los treinta años. Sí, el cristiano en la luz de Dios verá la operación de la vida.

2. Lo comprensiva de la vida. — A algunas personas les gusta distinguir entre las providencias generales y las particulares, ver la mano de Dios en los eventos grandes, pero no en los detalles menudos de la vida. Tenemos que reconocer, por supuesto, que Dios no tiene absolutamente nada que hacer con muchísimas cosas que suceden constantemente. Ellos son los resultados del pecado, de la porfía y de la iniquidad del hombre. No obstante, el verdadero cristiano puede distinguir la mano de Dios en tornar, en limitar, en proteger, aún en estas cosas, y así penetrar más allá de lo exterior y visible, y decir que todas las cosas o son de Dios, o son permitidas por él como parte de un vasto plan. Pueda que no, es seguro que no podremos ahora explicar cómo puede ser esto, pero tenemos derecho de deducir de toda nuestra experiencia pasada con fe y seguridad que es así,

Acordémonos de aquel mensaje notable que se mandó a nuestro Señor tocante a Lázaro, «El que amas está enfermo». Cuando oyó que estaba enfermo, ¿fue al momento? «Quedóse aún dos días en aquel lugar donde estaba». ¿Era aquello amistad? ¿Era aquello simpatía? ¿No era indiferencia? Ah, no; era una parte del plan comprensivo de la vida. Hubiera ido de una vez y sanado a Lázaro, poco se habría oído del asunto. Pero, como lo hizo los resultados eran grandes. Los discípulos fueron animados, la gente atraída, y la fama del Señor fue extendida. Toda cosa en la vida tiene su valer directo o indirecto, y el cristiano que está en la luz de Dios verá lo comprensiva de la vida.

3. La armonía de la vida. — ¿Será posible que el viento frío armonice con las brisas tibias? ¿Pueden armonizarse el sol y los aguaceros? Sí. Es la capa de nieve que protege las raíces de las plantas; es la caída de la flor que da origen a la fruta. Muchos casos se podrían presentar en demostración de esta verdad. La misma prisión que Pablo sufrió en Roma era conducente a la extensión del evangelio, aún hasta el palacio de César.

Hacen muchos años un ingeniero francés fue detenido en el Mediterráneo por una desagradable y muy molestosa cuarentena. Para un hombre activo era una detención muy aburridora. Pero se ocupó en la lectura; y el libro que ocupó su atención en esos días de prisión, por decirlo así, le dio dirección a sus pensamientos para concebir el Canal de Suez, que después lo construyó, y le hizo renombrado, a más del gran servicio que ha sido ese canal al mundo. ¿Es posible que después el señor de Lesseps lamentara esos días de cuarentena? Y si nosotros realizáramos mejor la constante presencia y dirección de un Padre amoroso nos sería más fácil reconocer que en verdad todas las cosas ayudan a bien al cristiano que anda en la luz de Dios, y veríamos la armonía de la vida.

4. El objeto de la vida. — La verdadera razón de todas las cosas, por oscuras y difíciles que parezcan es «para bien». La escala en la torre de una iglesia puede ser oscura y con vueltas, pero cada peldaño es más alto que el anterior, y al terminar hay una vista preciosa abierta a nuestros ojos. Necesitamos tener presente que el un objeto primordial de nuestra vida cristiana es la disciplina de nuestra voluntad para que armonice y coincida con la de Dios. Este es el objeto de toda disciplina, y requiere tiempo.

Para doblar maderas para los distintos usos de la industria, se sabe que al hacerlo de un golpe sería quebrar e inutilizarla; pero con las distintas operaciones y con el tiempo se consigue todo lo deseado. Así una voluntad puede quebrarse en un rato, pero para ser doblado requiere tiempo. De manera que hay necesidad de continuos actos de sumisión a Dios, diciendo, «Que se haga tu voluntad y no la mía». Sí, «todas las cosas ayudan a bien», y lo veremos un día si solamente confiamos y esperamos. «Es verdad que ningún castigo al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; mas después…». El que trabaja en brillantes tiene que trabajar mucho hasta que todo el brillo aparezca.

Aunque hay mucho en la vida que es oscuro y misterioso, hay una «necesidad» que algún día entenderemos. El florista pone las papas del jacinto en la oscuridad para que las raíces vayan para abajo, antes de permitirlas en el sol para producir los brotes y las flores. Si se la pone al sol antes de tener las raíces bien desarrolladas abajo, la flor es muy débil. Así el alma necesita sus tiempos de crepúsculos para afirmarse, si es de producir lindas flores para la gloria de Dios. No nos desesperemos, sino continuemos creciendo raíces de paciencia, de fe y esperanza, acordándonos que «todas las cosas ayudan a bien».

Somos propensos a decir muchas veces, «¿Por qué es esto, y por qué es aquello? ¿Por qué no terminar el asunto de una vez?» La lección más difícil para nosotros es aprender que no sabemos todo, que no somos infinitos, que hay mucho que no sabemos. Vemos solamente una pequeña parte y aún esa parte con poca claridad. Pero hablamos como si supiéramos y entendiéramos todo.

Un hombre en una ocasión tuvo el capullo de una mariposa imperador, que tiene la forma de un frasco con una boca muy angosta por donde la mariposa tiene que forzar su salida. Se supone que es la fuerza que gasta en pasar por esa angostura que sirve para dar fortaleza a la mariposa, especialmente de las alas. Este hombre la contempló en sus esfuerzos para pasar por la apertura estrecha, y parecía que no adelantaba nada. Por fin pensó que la ayudaría, y con la punta de sus tijeras cortó unas hebras que amarraba, para que saliera con más facilidad. Al momento con perfecta facilidad hizo la pasada. Esperó con interés la operación de extender las alas y por fin montar el aire como Dios había dispuesto para aquellos insectos. Pero no lo vio. El hombre se había creído más sabio que el Hacedor, y más misericordioso; y su errada ternura fue la ruina de la mariposa, porque nunca pudo volar, sino
tuvo siempre que arrastrarse como un gusano.

Sí, pensamos cuando vemos el pecado, la miseria, la tristeza, la injusticia de la vida, que somos más misericordiosos que Dios, y de buenas ganas acortaríamos la aflicción. Pero el amor de nuestro Padre es demasiado verdadero para ser flaco, su sabiduría demasiado grande para ser parcial, su justicia demasiado exacta para ser apurada. Algún día él se justificará delante de todo el mundo, y no tenemos por qué temer el resultado, porque el cristiano en la luz de Dios verá el objeto de la vida.

Estas, pues, son las cuatro verdades que enseñan el correcto concepto de la vida, su operación, su comprensión, su armonía y su objeto. Pero ahora acordémonos que el texto se completa con «para aquellos que aman a Dios». Hemos tratado de aquel concepto de la vida que concierne solamente al cristiano. Del hombre del mundo que deliberadamente permanece sin Cristo, el primer texto es triste verdad — contra él son todas las cosas. La ley de Dios está contra él. Dios mismo está contra él mientras permanece lo que es. Pero Pablo dice: «Pero de vosotros, oh, amados, esperamos mejores cosas, y más cercanas a salud, aunque hablamos así». (Heb. 6:9). Y por eso preguntamos, ¿Amamos a Dios? ¿Podemos decir, «Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo?» Si se pregunta cómo podemos saber si le amamos, respondemos con hacer otras preguntas. ¿Hay un aumento del sentir de la presencia y cuidado de Dios en nuestro corazón? ¿Hay un aumento en la sensibilidad al pecado en nosotros y en otros? ¿Un aumentado temor al pecado? ¿Sentimos que sus mandamientos exigen nuestra obediencia? ¿Son una delicia para nosotros su día, su Libro, su pueblo? Si son así estas cosas podemos estar seguros que amamos a Dios, y que este amor irá en aumento.

Si hubiere uno en quien no son así las cosas, el amor en toda su plenitud y bendición le es ofrecido gratuitamente ahora. Cristo Jesús, quien es la manifestación del amoroso corazón de Dios, está esperando que se le acepte en amorosa sumisión. El alma que confía pronto hallará la bienaventuranza y la grandeza de la vida.

Empeñémonos a vivir siempre en este amor de Dios. Mientras más confiamos, más amaremos, y mientras más amamos, más completamente confiaremos. La vida es oscura, pero el amor puede ver a Dios por todo el camino. El amor comprenderá la más delicada sugestión de Dios. El amor comprenderá los secretos de Dios y espera con calma el desarrollo de todos sus planes. Pues, si queremos entender, amemos, porque solamente el amor puede ver. El amor ve a Dios a través de todas las causas secundarias. Los tres en el horno en Babilonia no se detuvieron para discutir sobre el amor de Dios: confiaron, se olvidaron de sí mismos y sólo vieron a Dios. Pablo y Silas en la cárcel en Filipos no se ocuparon en analizar la justicia de Dios en permitirles pasar semejante prueba; confiaron y alabaron hasta que la cárcel resonaba con su hacimiento de gracias. Se olvidaron de las circunstancias y sólo vieron a Dios. Por lo tanto, confiemos y esperemos nosotros. Tenemos a un Cristo vivo, un Cristo personal, un Cristo todopoderoso, un Cristo amante, un Cristo que todo lo ve, un Cristo eterno — y en su amor y sabiduría podemos descansar y esperar con paciencia. Así seremos fuertes y sin temor, así nos apoyaremos en nuestro Dios hasta que apunte el día y huyan las sombras, hasta que vemos como somos vistos, conocemos como somos conocidos. Entonces, al repasar el sendero variado de la vida, no lamentaremos ni una sola sombra, sino con gozo y regocijo diremos, «Él ha hecho bien todas
las cosas».

Traducido de Sunday School Times, 1931

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