El lugar llamado Calvario

Lucas 23:24-48

¿Quién no preferiría ser Simón de Cirene, quien se vio obligado a llevar la cruz de Jesús, y no Pilato, de túnica púrpura, quien, a través del miedo, se vio obligado a entregar a Jesús a la voluntad de la gente? (Luc. 23:24-26). Pero aparte de la debilidad cobarde de Pilato, Dios ha entregado a su Hijo a la voluntad de la gente. Y cada vez que escuchamos el evangelio de Cristo, estamos en nuestros corazones honrándolo o deshonrándolo (Jn. 1:12). Los pensamientos profundos y solemnes de esta parte pueden enfocarse fácilmente en el lugar llamado Calvario, lo cual significa “calavera” en griego. (Luc. 23:33).

I. Lugar de culpa. “Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos” (Luc. 23:32). Cristo fue crucificado entre los ladrones, como si él fuera el mayor criminal. Los transeúntes contaban los malhechores como uno, dos, tres. Verdaderamente “fue contado con los pecadores” (Isa. 53:12). Sí; él ha “llevado el pecado de muchos” (Isa. 53:12).

II. Lugar de compasión. Jesús dijo: “Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34). ¡Qué oración de una víctima coronado de espinas! ¡Qué revelación del amor y la misericordia de Dios, brotando a través del corazón quebrantado de Cristo, su Hijo! Amó a sus enemigos y bendijo a los que le maldijeron (Hch. 7:59).

III. Lugar de burla. “Y el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios. Los soldados también le escarnecían, acercándose y presentándole vinagre, y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Luc. 23:35-37). El hecho de que él salvó a otros no disminuyó de ninguna manera su enemistad ni disminuyó la ira de ellos, sino que intensificó su ira diabólica. No pudo “salvarse a sí mismo” porque vino con el único propósito de “dar su vida en rescate por muchos” (Mar. 10:45).

IV. Lugar de testimonio. “Había también sobre él un título escrito con letras griegas, latinas y hebreas: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS” (Luc. 23:38). Estas palabras se escribieron arriba de él. Aunque escritas y leídas con burla y desprecio, estas palabras eran absolutamente verdaderas; aunque atribuidos a la ironía de Pilato, fueron en verdad el testimonio del Espíritu de Dios. Habían crucificado a su Rey, a su Mesías, al Hijo del Altísimo. El Calvario revela la enemistad natural del corazón humano contra la imagen de Dios.

V. Lugar de salvación. “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). Este ladrón penitente fue el primero en entrar al paraíso a través de la sangre del Cordero. La suma de la obra redentora de Cristo se encuentra en esta sencilla palabra, “conmigo”. Este malhechor moribundo se reconcilió con Dios a través de la muerte de su Hijo. Aquellos que están con él ahora en espíritu y en vida, estarán con él en el futuro en su poder transformador (1 Jn. 3:2).

VI. Lugar de milagro. “Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad” (Luc. 23:44-45). La rotura del velo y el oscurecimiento del sol fueron símbolos sobresalientes de la bondad y la severidad de Dios personificada en la cruz de Cristo. Las tinieblas declaran su severidad contra el pecado, el velo rasgado indica un camino preparado por Dios a través de los sufrimientos de Cristo, en su propia presencia (Heb. 10:20).

VII. Lugar de muerte. “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Luc. 23:46). Se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Una muerte que ha sacado a la luz la vida y la inmortalidad; que ha hecho la paz con Dios, y que todavía hace que los hombres pecaminosos “golpeen el pecho” al contemplarla (Luc. 23:48); una muerte que quita nuestros pecados, y es la muerte de la misma muerte.

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