Carlos Spurgeon en contra de la inspiración parcial de la Biblia

El punto decisivo de la batalla entre aquellos que mantienen «la fe una vez dada a los santos» [Judas 1:3] y sus oponentes, radica en la verdadera y real inspiración de las Sagradas Escrituras. Esta es la [batalla de] Termópilas del cristianismo. Si no tenemos en la Palabra de Dios un estándar infalible de verdad, estamos en el mar sin brújula. Ningún peligro del clima tormentoso exterior puede igualarse a esta pérdida interior. «Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo?» [Sal. 11:3] Y esta es una pérdida fundamental de la peor clase. Cuando un hombre cae en un error, pero con reverencia concibe que lo encuentra en su Biblia, está en una posición muy diferente de la persona que dice que juzga por su conciencia moral, o alguna otra norma poco confiable, y declara que si la Biblia lo contradice, antes renunciaría las Escrituras que cambiar de opinión. Podemos tener una medida de comunión con un amigo equivocado que está dispuesto a inclinarse ante la enseñanza de las Escrituras en la medida en que pueda entender su significado; pero debemos separarnos por completo del errorista, que anula a los profetas y apóstoles, y prácticamente considera su propia inspiración como superior a la de ellos. Tememos que tal hombre no tardará en demostrar que es enemigo de la cruz de Cristo, tanto más peligroso cuanto que puede continuar profesando lealtad al Señor a quien deshonra.

El método aprobado del presente carnaval de incredulidad no es rechazar la Biblia por completo, sino plantear dudas en cuanto a partes de ella, y preguntas en cuanto a la inspiración uniforme de ella en totalidad. Aquellos que aceptan las Escrituras como infalibles son despreciados como si fueran culpables de «bibliolatría», aunque le dirían al que pregunta que no adoran al libro, sino a su Autor. Aquellas expresiones que describen los fenómenos naturales tal como aparecen se señalan como no científicas; mientras que estos mismos críticos saben que ningún escritor en prosa o poesía jamás pensaría en dar afirmaciones científicas al describir sucesos naturales que vieron. Estos hombres aplican a la Biblia del pueblo cánones de crítica que probarían que Milton fue un ignorante y Shakespeare un tonto. Todo esto no es más que la máscara que conviene más que oculta su enemistad de la voluntad revelada de Dios. El centro de ataque de los enemigos del cristianismo es la Palabra del Señor. Si se puede socavar la confianza en la Biblia, se llevará a cabo su propósito. Si la inspiración infalible puede dejarse de lado como la fábula de una anciana, entonces se habrá logrado su propósito destructivo. El uso de la navaja de Jehudí [Jer. 36] sobre el rollo sagrado, y el recorte de todo lo que es ofensivo para la orgullosa razón humana resultará en un arma con la cual apuñalar al evangelio en el corazón.

El giro final es quitarnos nuestras Biblias; pero por el momento sólo se proponen insinuar sospechas sobre sus partes. Los apóstoles del «pensamiento moderno» declinarían cualquier propuesta para filtrar las porciones no inspiradas y dejarnos solo la parte de la Escritura que es de Dios; eso arruinaría su pequeño juego, que apunta a hacernos dudar de toda la Biblia. Si quitaran lo que afirman que es paja, podríamos apreciar aún más el trigo restante; y eso es precisamente lo que objetan. Preferirían que tratáramos todo el montón como de calidad cuestionable. Si ponemos las Escrituras en un nivel de inspiración en el que puedan estar a la altura del Corán o de los escritos de Confucio, entonces ocuparemos nuestro lugar entre los pensadores respetables; pero entonces habrá desaparecido nuestro sólido apoyo y consuelo, y con él todos nuestros medios para salvar las almas de los hombres y glorificar a Dios.

Si no me equivoco mucho, debemos poca gratitud a las teorías de la inspiración [parcial]. Han servido al turno del enemigo en gran medida, y se han utilizado como máquinas para socavar los muros de Sion. Uno tras otro, hombres eminentes han profesado proporcionarnos pruebas del grado de inspiración de esta parte de la Escritura y de aquella, olvidando las palabras de nuestro Señor: «La Escritura no puede ser quebrantada». [Jn. 10:35] La Escritura sagrada es una, y permanece o cae como un todo. Los indicadores de autoridad implican una autoridad en sus inventores mucho más alta que en el libro a medir.

No puedo resistir el impulso de citar el lenguaje del Dr. Carson con respecto a uno de estos medidores de inspiración. En un estallido de indignación, exclama: «¿Se atrevería algún miserable mortal a dar un criterio de discriminación para determinar la autoridad de lo que está contenido en el Libro de Dios? ¡Hombres impíos, prestad vuestra ayuda al Todopoderoso y al Sabio en los planes de la creación y la providencia, donde vuestra necedad no puede estropear el consuelo del simple cristiano! Pero no impongáis vuestras teorías sobre el volumen que contiene las palabras de vida eterna y las instrucciones de la sabiduría celestial. No despojéis al cristiano ignorante de la alentadora convicción de que ‘Toda la Escritura es inspirada por Dios’. [2 Tim. 3:16] Deja que tu impío ingenio acumule laureles en los campos legítimos de la invención; prueba tus poderes en las artes y las ciencias, y por tu sagacidad rivaliza con la gloria del inventor de la máquina de vapor, ¡pero deja al pobre cristiano su Biblia entera y verdadera! No procures desconcertarlo con tu ignis faluus [incendio forestal en latín], o oscurecerlo con tus descubrimientos, o empobrecerlo otorgándole tus ‘riquezas’. No tengo palabras en el que pueda expresar adecuadamente mi aborrecimiento de tal teoría [de la inspiración parcial de la Biblia], mientras que es imposible reprimir las emociones de desprecio por su locura. ¡Qué blasfemia y qué absurdo implica la idea de un plan para permitir a los simples cristianos distinguir lo que pertenece a Dios en el libro que Dios mismo llama su propia Palabra!»

Si la Biblia no fuera inspirada en cada parte, la mayoría de los hombres sencillos no estarían mejor con ella que sin ella; porque nunca estarían seguros de si aquello en lo que confiaron estaba suficientemente inspirado o no. La infalibilidad es necesaria en alguna parte; y es mucho más para la gloria de Dios, y para nuestra seguridad, que se encuentre en la Escritura misma que en el juicio humano. Para el hombre espiritual es indecorosa la teoría que hace que el hombre sea el juez de Dios, y el espíritu de la época el rectificador del Espíritu de Dios. Prácticamente se trata de esto: que en lugar de recibir dócilmente lo que Dios nos dice, somos nuestra propia autoridad principal, y convocamos la revelación al tribunal de nuestro juicio. Sobre esta teoría [de la inspiración parcial], el hombre humilde, cuya educación es escasa, y cuya opinión de sus propios poderes es modesta, debe permanecer para siempre en una grave incertidumbre sobre un asunto que es para él de suma importancia para el tiempo y la eternidad. Seguramente, esto no puede ser el arreglo de un Dios infinitamente sabio y amoroso. ¿Debe el hombre iletrado correr continuamente hacia su ministro «culto» para preguntarle si puede creer con seguridad una promesa, obedecer un precepto o aceptar una doctrina? ¿Tendremos una nueva forma de sacerdocio, de la cual los más jóvenes y menos experimentados de nuestro ministerio deben ser los principales sacerdotes? ¿Debe el progreso moderno prestar así a la Sagrada Escritura la ayuda indispensable de su autoridad, o denunciarla con campana, libro y vela por su inteligencia superior? ¡Ay de los piadosos, si alguna vez las cosas llegan a esto!

Hace años, el nombre del Dr. Chalmers era una torre de fortaleza; pero suponemos que los modernos darán poca importancia a lo que ha escrito, ahora que han pasado por encima de todos los grandes hombres de la última generación. Sin embargo, no se nos impedirá recomendar su enseñanza sobre este tema, ni citar uno entre muchos pasajes abiertos:

«Ese venerable registro que ha llegado a través de una larga sucesión de profetas, y pasó la prueba de Cristo y sus apóstoles, y ha pasado de una edad a otra en el carácter incuestionable de ser la Palabra de Dios; no es una mezcla de las cosas divinas y las cosas humanas, sino que es a lo largo de una composición falible, o a lo largo y en todas sus partes el decreto del único Dios sabio y verdadero. Por todas partes tiene la fuerza y la fidelidad de la divinidad, o por todas partes la debilidad y falibilidad del hombre. Es la Biblia, o no es la Biblia. Mantenemos el término anterior de la alternativa. Consideramos sagrado todo el terreno que se encuentra dentro de los límites de este venerable registro, y que la cerca que se ha levantado a su alrededor no admite ninguna incursión hacia lo que es humano, entre lo que es pura, sagrada y enteramente divino. Está custodiado, e estrictamente y severamente guardado, por las amenazas de un Dios celoso, contra los pasos atrevidos de cualquiera que se entrometa dentro de su barrera, ya sea con el propósito de agregar o quitar. Ha hecho con la Escritura lo que hizo con el Sinaí, cuando fijó límites alrededor del monte y lo santificó, de modo que, si los sacerdotes o el pueblo se abrieran paso para colocar sus palabras a la par de las palabras del Señor, el juicio del Señor caería sobre ellos. … Corresponde a los cristianos levantarse como un muro de fuego alrededor de la integridad y la inspiración de las Escrituras, y mantenerlas tan intactas e inviolables como si se hubiera levantado un muro alrededor de ellas, cuyos cimientos están en la tierra, y cuyas almenas están en los cielos».

Aunque la evidencia que el Espíritu Santo da a la inspiración de la Biblia no tiene peso entre los no regenerados, tiene una gran influencia sobre las mentes espirituales. Para ellos está escrita la Palabra, y sólo ellos reciben sus enseñanzas; por lo tanto, no es un hecho muy inesperado que ellos disfruten de la mejor evidencia de su autoridad divina. Habiendo experimentado la influencia vivificadora del Espíritu divino en lo profundo de sus propias almas, perciben la mano del mismo Espíritu vivo y vivificante sobre la página sagrada. Mientras leen, lo profundo llama a lo profundo; y el Espíritu dentro de sus corazones responde al Espíritu dentro del Libro. Así «El Espíritu mismo da testimonio» [Rom. 8:16] y atestigua la escritura del Espíritu. De nada sirve poner esta evidencia ante la mente carnal: pero por eso no la valoramos ni un ápice menos: una lámpara no pierde nada de su valor para los que ven, aunque no es de utilidad para los ciegos.

Mediante este testimonio interno, nuestra fe en las Sagradas Escrituras se confirma constantemente y, sin embargo, aun así, no confiamos tanto en lo que sentimos como para convertirlo en nuestra razón principal para recibir todo lo que contiene el volumen inspirado. No vemos para creer, pero creemos para ver. Primero creemos porque Dios lo dice, y luego la experiencia obrada en nosotros por el Espíritu Santo agrega un testimonio corroborante, rico en consuelo para nuestros corazones. Hasta ahora, el Espíritu de Dios obrando en nuestras almas nunca ha desafiado una doctrina bíblica; el Dios de la verdad nunca ha estado en conflicto con la verdad de Dios. Nuestras dudas nos han llegado cuando seguíamos de lejos, pero se han desvanecido cuando, en comunión con Dios en el propiciatorio, nos hemos acercado a la fuente de luz espiritual. En la medida en que la piedad vital es vigorosa dentro de nosotros, tenemos la Palabra de Dios en alta estima; y por otro lado, a medida que apreciamos las Escrituras y vivimos de ellas, nos fortalecemos en las cosas celestiales.

La siguiente declaración del Dr. Howard Crosby, de Nueva York, expresa tan plenamente nuestra convicción y nuestra confianza, que gustosamente la transcribimos y la convertimos en nuestro párrafo final:

«A medida que los predicadores se apartan de la Palabra, su predicación se vuelve estéril y sin fruto. El Espíritu divino sólo acompañará a la Palabra divina. Su gran poder actuará sólo a su manera, y por sus propios medios. La Palabra es sobrenatural, y ¡ay del predicador que deja lo sobrenatural por lo natural; que pone a un lado la espada del Espíritu para usar en su lugar una hoja de su propio temple! Es un distintivo feliz de nuestros días, en comparación con los males de los que hemos hablado, que Dios ha hecho que su pueblo estudie la Biblia como nunca antes, y se están reuniendo en escuelas dominicales y clases bíblicas para contrarrestar las travesuras que se cometen en tantos púlpitos. El estudio fiel de la Palabra será bendecido para derrotar a los enemigos de la verdad, y una nueva generación se levantará fuerte en las Escrituras para purificar la iglesia y librarla de sus falsos maestros».

(Spurgeon, Charles. «Remarks on Inspiration» The Sword and the Trowel. May, 1988, pp. 205-208)

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