El Libro Inmortal

Introducción del traductor

David O. Mears (1842–1915) fue un pastor presbiteriano de una talla conservadora en su teología. Él fue dotado de una elocuencia que se manifiesta a través de todo el escrito actual. Él escribió otros libros, tales como Inspired through suffering (Inspirado a través del sufrimiento), el cual esperamos traducir en el futuro.

Al que llegue a pensar que este escrito eleva un escrito al nivel de idolatría, o “bibliolatría”, la Biblia afirma en Sal. 119:113 ¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Este escrito por Mears no ignora ni minimiza a Jesucristo, quien selló nuestra redención por su obra en la cruz. En este libro solo se elogia la Biblia; el único que debe recibir adoración es el Señor (Lucas 4:8).

La presenta obra no es una traducción completa del libro The Deathless Book. Ha sido editado en el sentido que seleccionamos lo que nos parecía lo mejor, y dejamos a lado porciones que se desviaban un poco del tema o los cuales resultarían en traducción dificultosa. Se ha traducido aproximadamente un 70 por ciento de su libro.

Título en inglés:
The Deathless Book by David O. Mears
Boston, The Pilgrim Press, 1916

Porciones seleccionadas
Prohibido su uso comercial sin permiso del traductor

El Libro Inmortal por David Mears

Los libros, como los hombres, son mortales. Las grandes bibliotecas parecen ciudades: los nichos de los últimos volúmenes están abarrotados, como calles atestadas, mientras que las de generaciones pasadas yacen silenciosas como los sepulcros del polvo de sus escritores; las visitas a una son casi tan raras como a la otra. Los catálogos antiguos son inscripciones monumentales de glorias pasadas. Hablamos de la norma, no de las excepciones.

Es probable que no más del uno por ciento de toda la literatura se considere digna de ser reimpresa cinco años después de su publicación. Hay más de un millón de volúmenes en la Biblioteca Imperial de París, reunidos desde el siglo XIV, pero de este inmenso catálogo setecientos mil se han dejado de imprimir.

Hablaremos del Libro Inmortal, clasificándolo con los volúmenes de los siglos para marcar su poder. Los eruditos nunca han dejado de llorar la pérdida del setenta por ciento de las Historias de Tito Livio; del ochenta por ciento de Tácito y de Eurípides; y de la proporción aún mayor de Esquilo y Sófocles; mientras que contra tal pérdida se encuentra la preservación de los libros del Nuevo Testamento, como se registra en el canon. Sin embargo, más atrás que la literatura de la Edad de Oro se ve el triunfo del Libro de los libros.

En vano nos preguntamos qué tesoros contenía la famosa Biblioteca de Alejandría destruida accidentalmente por la antorcha de César; su gloria se apagó con las llamas. Meros fragmentos de toda la riqueza literaria de Grecia y Roma han abierto camino a lo largo de los siglos, mientras que los escritos de Salomón, David y Moisés, profetas y escribas, han mantenido su lugar estable.

El libro de Génesis es anterior a todas las demás literaturas del mundo. Contiene la única historia auténtica de la raza antes del Diluvio. Este libro único cubre un período de más de dos mil años de tiempo. Los comienzos de la historia humana se proyectan sobre un trasfondo en el que se formó el universo; sus mundos creados por la palabra de Dios; sus soles arrojados en el espacio cuya oscuridad nunca había sido perturbada. Se les dio forma a firmamentos enteros; los cielos estaban alados de multitudes, cuyo más pequeño gorrión el gran Dios jamás ha olvidado; los mares ondulados se convirtieron en mundos acuáticos llenos de criaturas vivas; mientras que los pastos y las hierbas y los árboles de la tierra se convirtieron en el apoyo y escondite de las bestias y los reptiles. Corona la tierra con su paraíso cuyas arenas eran doradas, cuyo rocío era néctar, cuyo aire estaba cargado de perfumes, cuyos árboles eran de conocimiento y de vida, pero aun el paraíso, como el universo, era incompleto e imperfecto hasta que allí anduvieron en sus campos y valles la imagen terrenal de Dios: el hombre.

Las mentes más grandes han sido sus estudiantes más profundos. Las reglas de la vida más elevada, declaró Burke, estaban en los Evangelios de Cristo. La luz del sol y las sombras de Shakespeare en cuanto a la vida moral se toman prestadas de sus páginas. Era el tesoro de Coleridge; le dio a Dante el tema por el cual dominó a Italia; inspiró a Tasso; Wordsworth y Tennyson poseían su poder. Ha sido el libro de la cabaña y el palacio; el consuelo de pobres y ricos, formando los personajes que han dado forma a la historia. Sus enemigos y amigos reafirman lo que tan bien dijo Theodore Parker: “Algunos miles de escritores famosos surgen en este siglo para ser olvidados en el próximo. Pero el cordón de plata de la Biblia no se suelta, ni su cuenco de oro se rompe mientras el tiempo narra sus decenas de siglos transcurridas. … Algunas de las más grandes instituciones humanas parecen estar basadas en la Biblia; tales cosas no se asentarán sobre montones de paja, sino sobre montañas de roca”.

No es nuestro objetivo actual buscar la fuente de tal poder. Un examen de sus propias relaciones con los hombres llevará a la convicción de que por encima de las páginas escritas, u obrando a través de ellas, hay Uno cuya indagatoria ya está respondida: “¿Qué es la paja para el trigo? … ¿No es mi palabra como un fuego? dice el Señor; y como martillo que quebranta la roca?

Entre todas las religiones del mundo, sólo hay tres que descansan sobre un libro: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. “Ninguna otra religión”, dice DeQuincey, “puede decirse que descansa sobre un libro; o necesita un libro; o incluso admite un libro”. Bien ha continuado la misma autoridad contra la suposición de los institutos humanos; “Estos son libros que se basan en la religión, no libros sobre los cuales se construye la religión”. …

La preservación de la Biblia es una maravilla en la historia. Cuanto más amplio es su renombrado poder, más profundos son los obstáculos que debe enfrentar. Las declaraciones de su autoría divina necesariamente someterán cada página a críticas, críticamente frías. Los que se oponen a sus doctrinas han intentado impugnarla en todos los puntos. El tiempo es un experto en separar lo falso de lo verdadero. La Biblia ha vivido a pesar de los hombres. Ha puesto a prueba la ley de “la supervivencia del más apto”: un Libro vivo leído en doscientos cincuenta idiomas y dialectos de hombres, con una demanda cada vez mayor. Ha viajado por los caminos del tiempo, más de cuatro mil años desde sus primeros libros. Ha ceñido al planeta en seco. “Examine el curso por el que ha luchado en su misión solemne”, dijo el gobernador Bullock en un discurso ante la Sociedad Bíblica de Massachusetts, “viajando hace eras del este al oeste, del hebreo al griego, del griego al idioma de la raza latina, desde el latín a través de toda la confusión de lenguas en el período oscuro y medio, hasta que emergió a la luz accesible e inteligible de la literatura moderna, en la que lo tenemos, lo atesoramos y lo hacemos circular este día”.

Este Libro Inmortal ha sobrevivido a tres grandes peligros: la negligencia de sus amigos; los falsos sistemas construidos sobre ella; la guerra de los que la han odiado. Cualquiera de estos tres fue una dura prueba de su vitalidad, pero los tres juntos no han resultado más pesados ni dañinos que un copo de nieve que cae sobre una cornisa de granito.

A veces ha parecido que su destrucción estaba casi asegurada. Incluso la copia manuscrita de las propias manos de Moisés, perdida durante el reinado de los reyes malvados, necesitó la búsqueda cuidadosa del sumo sacerdote Hilcías antes de encontrarla. Fue el último rey de Judá quien primero intentó destruir cualquier porción de la palabra escrita, cortando la profecía con su navaja y luego arrojándola al fuego. La reescritura de esta profecía, así quemada, nos la ha salvado. Cien años antes de Cristo, Antíoco IV, conocido en toda la historia como “el Loco”, para vengarse de los judíos reunió todas las Escrituras que pudo encontrar y las quemó. Trescientos tres años después de Cristo, Diocleciano ordenó por edicto imperial que todas las copias de las Escrituras fueran arrojadas a las llamas. Contra tal negligencia y odio, la Palabra ha sido sagradamente guardada.

Sus verdades han sido distorsionadas en falsas doctrinas, pero todo sin ningún propósito. No se ha eliminado ningún texto de todos sus manuscritos puros; es un libro completo para todos los tiempos. ¡Qué pasaría si los pastores, los pescadores, los labradores y los fabricantes de tiendas escribieran al lado de los escribas y los reyes! Incluso los hombres ignorantes, como agentes de Dios, han trastornado el mundo. La verdad divina hace poderosos a los pescadores. El deseo de Erasmo se ha hecho realidad; ya que ahora “viajeros y tejedores examinan las Escrituras en su trabajo”. Hace mucho que amaneció el día predicho por Tyndale, cuando el muchacho del arado conoce más que nunca a los sabios de la época del gran traductor.

Voltaire se jactó de que, si bien se requerían doce hombres para escribir el cristianismo, probaría que un solo hombre podía derrumbarlo; y se puso a la tarea; pero incluso la imprenta, en la que en Ferney publicó sus ataques virulentos, se empleó después en Ginebra para imprimir la Biblia; —y el libro eterno todavía vive, mientras que sus tomos tamaño enciclopédicos nunca han llegado a una edición completa en inglés. La casa en la que Gibbon escribió la parte final de “Decadencia y caída”, en un intento de socavar el cristianismo, fue transformada después de su muerte en un hotel, sobre una de cuyas habitaciones estaba el letrero: “Este es un depósito de Biblias”; mientras que los ingresos de una gran parte de la propiedad se empleaban en hacer circular los mismos Evangelios que Gibbon había odiado. Fue la profecía de Hume que a principios del siglo XIX triunfaría la filosofía, y la “superstición”, con la que se refería al cristianismo. Hume murió un mes después de la Declaración de Independencia, y el más de un siglo de revoluciones y cambios ha dejado su filosofía como sinónimo de hombres pensadores entre quienes el cristianismo está dando frutos.

El salón de Lord Chesterfield, donde solían reunirse los miembros de su club de incrédulos, se convirtió después en una sala de oración y alabanza. En Florencia, donde los Madiai fueron encarcelados por leer la Palabra, se completó y se envió desde allí una de las primeras traducciones de la Biblia al italiano en 1864. La jactancia de Diocleciano, de haber destruido por completo el cristianismo se ha repetido a menudo, y muchas veces se ha puesto a sonrojar a la vergüenza.

El libro vivo ha resistido los incendios de Smithfield y Oxford; los reyes han sonado en vano su sentencia de muerte. Es casi una parodia de la historia que la Casa de la Biblia de Londres esté construida en el mismo lugar donde se encontraba la famosa Iglesia y Monasterio de los Frailes Negros, cuyo Sínodo condenó hace más de cinco siglos la circulación de las Escrituras traducidas por Wickliffe. Por una extraña historia, la destrucción del Libro ha sido la ocasión de aumentar su circulación. Los factores de este crecimiento han sido habitualmente los mismos; “la primera Biblia en inglés fue comprada y quemada; los que compraron las Biblias aportaron capital para hacer nuevas Biblias; y los que quemaron las Biblias las anunciaron.” ¡Dios usa la misma ira del hombre para su propia gloria y poder!

Compare por un momento los pergaminos del Nuevo Testamento con los de los clásicos respecto a la antigüedad. Existen unos mil doscientos manuscritos de la totalidad o partes del Testamento griego; y de estos “cincuenta por lo menos tienen más de mil años; y se sabe que algunos tienen al menos mil quinientos años.

Frente a estas listas se coloca el hecho de que no existe un manuscrito de los clásicos de mil años de antigüedad. De los manuscritos de Heródoto y Platón, los dos más importantes de tales escritores, existen menos de treinta.

Tischendorf declara que “La providencia lo ha ordenado para que el Nuevo Testamento pueda apelar a un número mucho mayor de todo tipo de fuentes originales que el resto de la literatura griega antigua”. Agregue a estas declaraciones el hecho de que el primer libro impreso con tipos de metal cortado fue una Biblia. Bien ha dicho el Sr. Hallam en su “Historia literaria de Europa”: “Es una circunstancia muy llamativa que los nobles inventores de este gran arte (la imprenta) intentaran desde el principio un vuelo tan audaz como la impresión de una Biblia entera, y lo ejecutó con un éxito asombroso. Era Minerva saltando sobre la tierra con su fuerza divina y su armadura radiante, lista en el momento de su nacimiento para someter y destruir a sus enemigos”. Después de todos estos siglos de la imprenta enviando ejemplares de la Palabra que nadie puede numerar, sigue siendo cierto que el libro más provechoso para los editores es la Biblia, porque la demanda nunca cesa. ¡El libro no puede morir!

El testimonio de Sir William Jones, que conocía la mayor parte de los mejores libros en veintiocho idiomas, se confirma en toda la historia: “Este volumen, independientemente de su origen divino, contiene más sublimidad, más pura moralidad, más importante historia y líneas de elocuencia más finas que las que se pueden recopilar de todos los demás libros en cualquier idioma en que hayan sido escritos”.

La historia, la ciencia, la filosofía y la religión se unen para darle un nombre: el Libro inmortal.

Los soles resplandecientes de todo el universo nunca han atenuado su luz. Los geólogos nunca han encontrado los estratos o el fósil que inviertan o controviertan las afirmaciones de la primera página de este libro más antiguo. Los arqueólogos se han visto obligados a admitir las verdades de su historia. “Si desenterramos Nínive”, dice uno, “solo desenterramos el testimonio de la palabra de Dios”. Las antiguas tumbas y templos egipcios están verificando sus registros. Babilonia, Tiro y Sidón son comentarios sobre su confiabilidad. Todas las naciones que ha tocado le rinden tributo. Enfrentó las supersticiones de Persia. Enfrentó las filosofías de Grecia; y tiene su propia epístola a los Romanos. Desde el Edén hasta Patmos fue su camino, ¡y todo ese camino da testimonio, aun en ruinas, de su vida y poder!

Los egipcios tenían sus pirámides; pero no hay nada en ellos excepto el silencio de los misterios no revelados. Las esfinges contemplan los páramos del desierto con ojos que no parpadean en las tormentas de arena; bestias y reptiles se arrastran entre las ruinas de ciudades muertas hace mucho tiempo; el sitio de la “hija de Sidón” es mayormente barrido por el mar –su gloria se ha ido. El soliloquio del gran erudito alemán Max Müller, en sus “maderitas de un taller alemán”, servirá para una conclusión: “¿Qué nos dicen las tablillas de Karnak, los palacios de Nínive y los cilindros de Babilonia sobre los pensamientos de los hombres? Todo está muerto y estéril; en ninguna parte un suspiro, en ninguna parte una broma, en ninguna parte un atisbo de humanidad. Sólo ha habido un oasis en ese vasto desierto de la historia asiática antigua, la historia de los judíos”.

Han surgido grandes naciones; brillaron en esplendor, y luego murieron. Las mentes más brillantes de Grecia y Roma nos han dejado obras que son ciertamente clásicas, pero impotentes para dar vida. Sobre los funerales de las naciones, velando por encima de la decadencia de la grandeza del más alto pensamiento no inspirado, ha estado y todavía está el Libro INMORTAL. Tal es su carácter; pero como se adapta a todos los pueblos, y ha probado su poder en todas las edades, el pasado da a conocer cuál será su futuro, la herencia de la raza; EL LIBRO DEL MUNDO.

La muerte de las naciones es un hecho sorprendente. Los caminos de la historia están obstruidos por las ruinas de grandes pueblos. Nación tras nación ha surgido, florecido y luego muerto.

Entre el antiguo Egipto y el Egipto de hoy no existe una conexión tangible. La Grecia que el mundo conoció, está muerta; su lenguaje está muerto. Italia tiene su Tíber; sus Apeninos todavía guardan su guardia silenciosa; sus costas proporcionan puertos para las flotas del mundo, pero el poderoso imperio ha caído. Su edad augusta es del pasado. Las siete colinas de Roma no pudieron salvar al pueblo de su propia destrucción. Cartago se enfrentó hace mucho tiempo al destino de destrucción decretado en su contra por la vengativa Roma, desapareciendo para siempre de la vista de los hombres. Persas y medos apenas han dejado vestigio de su esplendor y poder. Babilonia, que una vez fue reina de las naciones, se ha convertido en ruina total, según la profecía; nunca habitada, nunca reconstruida. Ningún árabe ha plantado su tienda donde se asentaba la ciudad orgullosa; pastores y vaqueros nunca han llevado allí sus manadas y rebaños. Sus palacios, jardines y llanuras han sido “barridos con la escoba de la destrucción”. Los escorpiones se arrastran donde dormían los hombres; dragones moran en sus palacios; el silencio es quebrantado sólo por los gritos de las bestias y pájaros de la noche; todo es perfecta desolación. Lo que es cierto para un pueblo o nación es cierto para todos. La tumba de Asiria es tan profunda como la de Egipto. La luz de Atenas se apaga y las huellas del poderío romano se cubren con basura.

Está en el recuerdo de los hombres vivos cuando una embajada africana, que llevaba costosos regalos a la reina de Gran Bretaña, fue recibida con honores reales. En respuesta a la pregunta que trajeron de su príncipe sobre el secreto de la grandeza de Inglaterra, Victoria consiguió una copia lujosamente encuadernada de la Biblia y la devolvió con este mensaje: “Dile al príncipe que este Libro es el secreto de la grandeza de Inglaterra”.

Los hombres y las naciones necesitan lo que ofrece un libro así. Ni siquiera exige un asentimiento al volumen como de Dios, al reconocer lo que Pascal descubrió hace tanto tiempo: “la gran diferencia entre un libro que se hace y se arroja entre un pueblo, y un libro que por sí mismo hace un pueblo”. El gran crítico literario inglés, Matthew Arnold, seguramente no será acusado de un sesgo demasiado favorable en su testimonio no buscado: “Sin embargo, ciertamente de la conducta, que es más de las tres cuartas partes de la vida humana, la Biblia, independientemente de lo que la gente pueda pensar y decir, es el gran inspirador”.

M. Taine, el ensayista francés de renombre mundial, no podría ver Inglaterra sin su Libro. En toda la riqueza literaria del imperio “sobre el cual el sol nunca se pone”, vio un viejo folio, la traducción de la Biblia Tyndale con todos sus venerables preceptos, y así escribió: “De ahí ha surgido gran parte del idioma inglés, y la mitad de los modales ingleses; hasta el día de hoy el país es bíblico; fueron estos grandes libros los que transformaron la Inglaterra de Shakespeare”.

Seguramente no estamos apelando a ningún admirador extravagante del libro al repetir la declaración del profesor Huxley: “durante tres siglos, este libro se ha entretejido en la vida de todo lo que es mejor y más noble en la historia inglesa; se ha convertido en el épico nacional de Gran Bretaña, y es tan familiar para los nobles y los sencillos, desde La Casa de John O’Groat hasta Land’s End, como lo fueron Dante y Tasso para los italianos”.

Más allá de toda cavilación o duda, este Libro Inmortal es el libro de la civilización más auténtica.

Los hombres pueden apelar al Zend Avesta, pero sus páginas no atraen a los vivos. Podemos apelar al budismo, pero en sus doctrinas más elevadas hay un vacío fatigoso; no hay vida en ello. Ha estado de moda citar a Confucio; pero no hay resplandor de piedad en sus dichos sentenciosos. Sus escritos tratan solo de lo visible y temporal; y con todo su poder no pueden elevar al gran pueblo adormecido. “Cada una de estas grandes religiones étnicas están llenas por un lado, pero vacía por el otro”. El Corán puede ser juzgado por sus frutos; suficiente de la Escritura prestada para mantenerse con vida, mientras que su humanidad degrada cada alma que cae bajo su barrido.

En sus “Diez Grandes Religiones” el Dr. Clarke ha expresado así concisamente estos hechos: “Las religiones de Persia, Egipto, Grecia, Roma, han llegado a su fin, habiendo compartido el destino de la civilización nacional de la que cada una formaba parte. Las religiones de China, el Islam, Buda y Judea han sido detenidas y permanecen sin cambios y aparentemente inmutables. Como grandes navíos anclados en una corriente, la corriente del tiempo pasa a su lado, y cada año están más atrasados con respecto al espíritu de la era, y menos en armonía con sus demandas. El cristianismo es el único de todas las religiones que parece poseer el poder de mantenerse al día con el avance de la civilización del mundo. … El Evangelio de Jesús continúa el alma de toda cultura humana”.

Si bien la Biblia es el libro más sagrado, también es el más humano; no pone brillo a la naturaleza humana. Tiene en sí mismo el único carácter impecable; todos los demás son imperfectos. Casi todos los nombres contienen algo que debe evitarse. Solo hay un carácter digno de ser modelado implícitamente; Uno solo ha tenido derecho a decir ¡Sígueme! Es un registro de las luchas humanas contra las dolencias; trata de los principios sobre los cuales se construyen los caracteres, y sostiene esos principios como la guía de la conciencia. Es el único libro que al mismo tiempo dignifica y reprende al hombre.

No hay pecado en todos los siglos que no condene; no hay un crimen que no prevea; no hay una virtud que omita mencionar. No ha surgido un nuevo vicio, ni una nueva virtud desde que se dejó su última pluma. Las formas del mal y del bien pueden haber variado ligeramente con los siglos, pero la sustancia de todo ha sido escrita. El Libro no está abrumado con las costumbres de ninguna época, aunque los hábitos y modas de los hombres resplandecen en todas sus páginas. Sus personajes son humanos, no solo judíos.

No hay disposición posible que no coincida. Su Judas aún no ha sido abordado, y ningún niño en toda la cristiandad ha llevado su odiado nombre; su Pedro es la personificación de las culpas más profundas superadas y perdonadas; su Pablo es el milagro de lo que la gracia puede hacer: el mayor de los pecadores se convierte en el mayor santo. Los José y Samuel y Daniel en la historia humana son demasiado raros. La astucia en todas las generaciones sucesivas se ha escondido bajo el nombre de Jacob. Es la marca enfática de la debilidad humana que el gran líder del éxodo no siempre pudo dominar a sí mismo. El rey caprichoso, con la locura brillando como su jabalina, poco imaginaba que debía pasar a la historia como el Macbeth bíblico. El pecado de David le brindó la “guía del pecador”, el Salmo 51, el consuelo de todos los tiempos.

Es imposible comprender el poder de este Salmo sobre la raza. Reyes, eruditos y campesinos lo han leído con el mismo provecho espiritual. Fue el canto de muerte de los protestantes franceses en tiempos que en crueldad han tenido pocos iguales. Fue cantada por George Wishart cuando fue hecho prisionero, antes de su martirio en Saint Andrews. Su verso inicial era el grito de muerte del mártir escocés, Thomas Forret, cuya tumba estaba verde un cuarto de siglo antes de que Escocia se liberara de la tiranía eclesiástica. Su grito de misericordia fue repetido por Lady Jane Grey en el fatídico día de su propia muerte y la de su esposo. Sus ardientes palabras brotaron de los labios de Juan Huss en el lugar de su ejecución cerca de Constanza. John Rogers repitió sus confesiones y sus cantos triunfantes de camino a las hogueras de Smithfield. Estas palabras del salmista hebreo fueron pronunciadas por Sir Thomas More, “el más famoso en toda Europa por su elocuencia y sabiduría”, mientras apoyaba su cabeza sobre el bloque. …

Las críticas destructivas, aplicadas durante siglos, no le han hecho daño. Las pirámides se van desmoronando poco a poco, pero el Libro es más duradero que el granito. El obelisco de Egipto, tallado por hombres a quienes Moisés miró, puede estar debilitándose bajo las tempestades y las heladas de su lugar de descanso en el parque central, pero el Libro sobrevive a todos los cambios; su misión es tan poderosa entre los campos de hielo del Norte como bajo el sol tropical. Convierte los páramos áridos en jardines de cultura; sus verdades son piedras angulares de nuestras grandes instituciones de aprendizaje; es el libro de la escuela, de la iglesia y del hogar. Sus escritores no fueron descuidados. Se ocupa de la vida que ahora es y de la que ha de venir. El mundo no sabe nada de la vida futura excepto lo que revela el Libro. Penetra en los misterios que ningún viajero que regresa ha descrito. Es el único Libro que ilumina la cámara mortuoria, la única esperanza de los afligidos. Es el naranjo entre los bosquecillos de cipreses; un oasis de verdor en un desierto de desesperación.

Es un Libro universal, que toca la vida por todos lados. No puede morir hasta que la naturaleza humana sea barrida del planeta, porque es más fiel a las esperanzas, temores y luchas de los hombres que todos los demás libros.

Hay vida en sus páginas; un corazón en sus palabras. Un miserere de desesperanza se respira en la acusación de Goethe contra la naturaleza: “Arroja a sus criaturas de la nada, y no les dice de dónde vienen ni adónde van. …

Ella envuelve al hombre en tinieblas y lo hace anhelar para siempre la luz; pero para cada grito de desesperación, el Libro tiene su respuesta. Ningún otro volumen satisface tanto las demandas del alma, probando sus verdades sobre el futuro mediante la demostración de sus verdades en el tiempo.

Es el Libro tanto para los moribundos como para los vivos. Sus páginas son hojas del árbol de la vida; sus frutos visibles son las bendiciones de la civilización; su mejor fruto es eterno. Hace frente a la degeneración de los hombres por sus principios de regeneración. Lo que el hombre ha perdido lo ayuda a salvarse, a recuperarse, a reponerse. Es el Libro regenerador para los hombres y razas degeneradas; no es que sus meras declaraciones puedan regenerar; sin embargo, para las almas dispuestas se convierte en el poder y la sabiduría de Dios. Es el instrumento, pero no el agente; el martillo por el cual la roca es hendida bajo los golpes de un brazo todopoderoso.

Dos pensamientos importantes pueden revelar los métodos de la Biblia en el cumplimiento de su propósito. Sus verdades no son meras abstracciones, sino que están preparadas para vitalizarse humanamente. El objeto es hacer de cada hombre que acepta sus verdades, una Biblia viviente.

La prueba del poder de la Biblia está en el individuo. Todo el libro está escrito casi como si fuera para un hombre, para todos los hombres. Si hubiera una persona en todo el mundo cuyas necesidades no pudiera alcanzar, sería un fracaso entre las razas de los hombres. Si hubiera una degradación tan profunda en una sola alma como para estar más allá de su poder, esa excepción probaría su debilidad. Si hubiera un corazón salvaje que sus verdades no pudieran ayudar, ese corazón salvaje, impotente para aceptar sus verdades, sería una prueba decisiva contra sus afirmaciones.

Sin embargo, tal excepción nunca se ha encontrado. No nos referimos a una falta de voluntad para recibir, sino a una incapacidad. El alma que puede pisotear sus propios intereses y despreciar todas las leyes de la moralidad, puede rechazar este Libro. Protegerse contra el sol no impide que el sol brille. Rechazar una verdad, u oponerse, no debilita la verdad, pero tal proceder perjudica a quien asume el riesgo.

No es un argumento en contra de la Biblia que algunos no la acepten. Mientras se hacía una demostración ante un cuerpo erudito, probando la imposibilidad de cruzar el océano por el poder del vapor, ¡un barco de vapor estaba realmente arando el camino hasta entonces inexplorado!

La tribu más baja encontrada hasta ahora no ha tenido a un hombre demasiado degradado para hacer la excepción. Los caníbales se han convertido en santos. Los frutos de su fe han sido iguales entre todas las razas. Los mártires de la verdad se han contado por centenares entre los pueblos que tenían sed de sangre.

Nunca se ha forjado ningún bien permanente entre ningún pueblo sin este Libro. Henry Martyn se desmayó en su viaje de mil millas, empeñado en dejar su traducción a los pies del Shah. Si la afirmación de ese eminente pensador, John Locke, es cierta, no podemos dudar de los resultados: “Las Escrituras tienen a Dios por autor; la eternidad por su objeto; y la verdad sin ninguna mezcla de error por su tema”.

La conversión del apóstol Pablo es un milagro de la historia; pero repetido en innumerables instancias desde su día. El poder que podría transformar a Juan Bunyan, o Juan Newton, es tan poderoso como el que hace oscilar las estrellas en su curso sin sacudirse ni colisionar. La naturaleza humana dice, “mi voluntad”; el Libro nos enseña a decir “tu voluntad, no la mía”. La naturaleza humana se ama a sí misma; el Libro ha obrado una revolución cuando ha enseñado un amor por el prójimo tan fuerte como por uno mismo. La mayor reforma es la del individuo; y sobre tales reformas descansa la sociedad. Si el objeto de la voluntad de Napoleón se hubiera desviado de sí mismo al bien de los demás, tendríamos un mapa diferente de Europa. Los hombres no se reforman en masa, sino uno por uno; y en el gran día se rendirá igualmente la cuenta, uno por uno. La ley moral es un asunto personal; toda la fuerza de tal ley se aplica a una sola alma.

En todos los esfuerzos por la reforma del mundo, el hombre con el Libro ha tomado la delantera. Así como la reputación de Nazaret se basa en su gran profeta, las ciudades y las naciones en los últimos días se han vuelto famosas por alguna vida poderosa. Toda Europa poseía el dominio de Ginebra, pero el único cetro en Ginebra era el Libro en manos de Calvino. Max Müller llama nuestra atención sobre “el sombrío estudio de un pobre monje agustino” [Martín Lutero] y nos pide que “veamos a ese monje salir de su estudio sin más armas en la mano que la Biblia, sin ejércitos ni tesoros, y, sin embargo, desafiando con su voz clara y varonil tanto al Papa como al Emperador, tanto al clero como a la nobleza”, e intuitivamente aceptamos su veredicto: “No hay espectáculo más grandioso en la historia”. Labios elocuentes han dibujado la semejanza de los peregrinos y puritanos como “agentes armados de la Biblia”.

Cromwell condujo a sus huestes a la batalla en Marston Moor, Naseby y Dunbar, llevando una Biblia en cada mochila y cantando, como lo hizo el ungido del Señor, el Salmo 68. Ningún juramento en todo ese campamento; nada más que alabanzas. Las Biblias estaban en sus mochilas, pero la verdad estaba en sus corazones: ellos mismos se convirtieron en Biblias vivientes, conocidas y leídas por los hombres. Pilato dio su juicio, pero la verdad aún vive. Los tiranos han emitido decretos; y prelados, anatemas; ¡todo en vano! El Libro permanece intacto por las llamas; sin cortar por cimitarra; sin mancha de toda la sangre de sus defensores; un poder inmortal en el progreso humano.

Los principios de la Biblia han revolucionado y están revolucionando el mundo.

No necesitamos cuestionar ahora la posibilidad de que algunas de sus verdades estén registradas en otros lugares; ni investigaremos el origen de tales verdades. Sin duda, hay verdades eternas que ni siquiera el paganismo puede arruinar. Hay enseñanzas en la naturaleza tan sagradas como su autor. Confucio ignoró todas las afirmaciones de inspiración, pero estuvo cerca de descubrir la Regla de Oro. Es imposible definir claramente el poder de Sócrates sobre la especulación griega a través de la filosofía que Cicerón afirmó que fue “traída de los cielos a la tierra”; había mucho de verdad en ello.

No negamos la recepción de verdades fuera de la Biblia. El autor de Apocalipsis es el Dios de la naturaleza. Los días y las noches tienen voces; y el lenguaje del firmamento es de Aquel que los hizo, y que llama a cada estrella por su nombre.

No debemos cuestionar la existencia de verdades fuera de la Biblia; pero esto sí observamos, la Biblia es el único libro que contiene los principios simétricos entre sí que son consistentes con el progreso humano. Entre el confucianismo en una nación estancada y el cristianismo en la más alta civilización, no hay analogía, como no puede haberla entre los dos libros que simbolizan su pensamiento. Consideraremos que la Biblia representa lo mejor en moral y verdades; por conveniencia identificándolo con el cristianismo, aunque los dos no son lo mismo.

Todavía no hemos llegado al límite del poder forjado por los preceptos desarrollados en el Libro de los libros; vamos a ser testigos de sus conflictos en caminos más severos. Debemos marcar su progreso por el choque de los ejércitos, y escuchar su amén a la verdad en el rugido de los cañones. Nos hemos detenido en las fuentes silenciosas del poder, el derecho a la vida y los derechos de los desvalidos tal como se revelan en la obra de la caridad cristiana. Tomamos la pregunta y su respuesta de Theodore Parker como propias. “¿Cuánto ha hecho la Biblia por la humanidad? Ningún abuso nos ha privado de sus bendiciones. Se traza su camino a través del mundo desde el día de Pentecostés hasta este día. Como un río que nace en el corazón de un continente arenoso que tiene su padre en los cielos y su lugar de nacimiento en lejanas montañas desconocidas; mientras el arroyo rueda, ensanchándose, haciendo en ese árido páramo un cinturón de verdor dondequiera que toma su camino; creando palmerales y fértiles llanuras donde el humo de las cabañas se encrespa con la marea baja, y las ciudades de mármol envían el brillo de su esplendor al cielo; tal ha sido el curso de la Biblia en la tierra. … Ha dejado una marca más profunda en el mundo que la rica y hermosa literatura de todos los paganos”.

Los pilares de la civilización descansan sobre estas dos piedras angulares; lo sagrado de la vida y el poder edificante del amor, son las dos verdades fundamentales que coexisten debajo de todas las páginas del Libro de los libros. Sobre estos se construye todo lo que hay de progreso en los imperios. La vida que es sagrada tendrá sus derechos sagrados. Sin éstos no puede haber libertad ni progreso. Cada pregunta desconcertante de los tiempos modernos se mide por su cercanía o distancia de estas grandes verdades; cuestiones de guerra y paz; libertad y esclavitud; capital y trabajo; teología y fanatismo.

Los hombres que niegan la religión reconocerán su poder. “Francia debe tener religión”, dijo uno de los primeros ministros a Louis Philippe; “el único fundamento verdadero de una nación es la moralidad, y el fundamento de la moralidad es la religión; y esto nuevamente se basa en la Biblia”. En el momento más solemne de la vida de Girard, discípulo de Voltaire, dejó escrito por su “testamento” que ningún eclesiástico, misionero o ministro de ninguna secta, tuviera jamás relación alguna con el colegio que debía llevar su nombre; ni deben traspasar sus instalaciones como visitantes; pero como si pudiera haber moralidad aparte de la religión, quiso que se enseñaran los principios más puros de la moralidad. Fieles a su confianza, los guardianes de tal institución se vieron obligados a adoptar la Biblia que él despreciaba como el mejor libro de moral.

El escepticismo de Thomas Jefferson no le impidió copiar en un volumen manuscrito de cuarenta y seis páginas, para su uso privado, todos los preceptos éticos de Jesús de Nazaret. Estas son sus palabras: “De todos los sistemas de moralidad, antiguos y modernos, que han estado bajo mi observación, ninguno me parece tan puro como el de Jesús”. Habiendo hablado nuevamente de eliminar todas las demás porciones de las Escrituras excepto las que contienen las palabras de Jesús, continúa: “Se hallará que queda el código de moral más sublime y benévolo que jamás se haya ofrecido al hombre”.

Similar a tal estimación es la de Franklin con respecto a Jesús de Nazaret: “Creo que su sistema moral y su religión, tal como nos los dejó, es el mejor que el mundo haya visto jamás, o es probable que vea”.

La multiplicación de testigos no añade a la verdad. El Libro como poder moral ha desafiado a sus opositores. Fue el gran expositor de nuestra Constitución quien dijo en su oración de Plymouth: “Todo lo que hace a los hombres buenos cristianos los hace buenos ciudadanos”; una opinión compartida por el gobernador Seward cuando declaró: “el gobierno actual de este país nunca podría haber existido de no haber sido por la Biblia”.

No derribamos ninguna historia para exaltar el Libro que era venerable antes de que comenzara la historia griega. Contra el mundo, si no fuera por Palestina, Grecia estaría sola. Sus escritores podían señalar el Valle de Tempe, pero no Getsemaní; el monte jactancioso era el Olimpo, y no el Calvario; sus oráculos dudosos e inciertos no eran una palabra inmarcesible e imperecedera; de sus filósofos ha ganado la corona el apóstol de los gentiles. Ella tenía a su Sócrates cuya sabiduría se ha desvanecido ante la del Nazareno; tenía cerebro, pero no corazón. Roma también tenía su lugar y su hora. Ella también fue pesada y encontrada deficiente. Sus caminos, desviándose del mojón dorado, se perdían en tierras lejanas. Sus águilas eran el terror del mundo. Como la Babilonia de antaño, se sentó como reina.

La estrella de Belén brilló en sus campos. Su Herodes fue el asesino de Juan el Bautista. Los pies calzados con sandalias del Cristo pisaron sus tierras. La transfiguración brilló en su dominio. El Cristo se paró ante ella Pilato para su sentencia. La ley romana sancionó su muerte. Los soldados romanos apostaron por su abrigo sin costuras. Roma guardó silencio cuando el odio judío trenzaba la corona de espinas y ponía una caña sin valor en la mano sagrada como cetro. Risas brutales saludaban cada acto de aquella solemne farsa; pero en su mano hay un cetro; en su frente hay una corona, y ante Él el mundo se arrodilla. El paganismo y el judaísmo se regocijaron cuando lo vistieron de escarlata, pero el manto que le echaron encima se convirtió en su propio velo.

Las dos ideas maestras en todos los movimientos benéficos han sido Dios y la libertad; tal fue la enseñanza de Everett, ese par entre eruditos, oradores y estadistas. No repetimos la influencia resultante sobre nuestra concepción del carácter divino; ni podemos imaginar una historia en la que batallones de guerreros o multitudes de eruditos hayan servido para apartar de los acontecimientos humanos la mano dispuesta de Dios. Dios no está muerto; ni necesita defensores humanos.

No podemos negar las funciones del Libro en la historia de la libertad más de lo que podemos apagar los rayos del sol. La historia del verdadero patriotismo debe emular su fuente; como nuestro propio Samuel Adams escribiendo su última producción a favor de la verdad cristiana. En la medida en que las personas han renunciado su devoción al Libro, también han retrocedido. No fue menos estadista que Daniel Webster quien dijo: “Si nos atenemos a los principios que se enseñan en la Biblia, nuestro país seguirá prosperando y prosperará; pero si nosotros y nuestra posteridad descuidamos su instrucción y autoridad, nadie puede decir cuán repentinamente nos puede abrumar una catástrofe y sepultar toda nuestra gloria en una profunda oscuridad”.

El Libro de la civilización es la Biblia; y todos los demás libros se multiplican en proporción al grado de civilización. No se puede decir que la Biblia comienza el trabajo que queda para que terminen otros libros, ya que en relación con todos los demás, la Biblia ocupa su lugar supremo. La ley de la oferta y la demanda revela su poder. Es el Libro del hogar, de la iglesia y de la escuela.

El valor de cada libro es proporcional a la grandeza de sus pensamientos. La sublimidad de esta verdad parece brillar en las palabras de Kepler cuando dio al mundo la obra que contiene la tercera de sus célebres leyes; “Bien puede esperar un siglo por un lector, como Dios ha esperado seis mil años por un observador”. Toda gran verdad, necesariamente, causará una gran impresión. La Biblia, entre otros libros, se destaca por la grandeza de sus enseñanzas. Sus historias están cargadas de las verdades de una filosofía sublime. Las mejores ideas de los clásicos son solo como paja para el trigo puro de la verdad de la Biblia. Lejos de nosotros subestimar el dominio de la literatura ateniense; y, sin embargo, la belleza de la dicción puede no revelar la verdad. La literatura pagana se ocupa en gran medida de dioses y diosas más volubles que los propios escritores, más sensuales, más brutales. Sólo el sermón del monte supera infinitamente en sublimidad, belleza y esperanza a todas las producciones paganas y clásicas jamás escritas. Las filosofías de Platón y Aristóteles, a pesar de su influencia alternativa sobre los hombres, deben juzgarse desde el punto de vista de la baratura de la vida humana. Sus filosofías fueron sopesadas en las palabras de Juvenal: “La raza humana es maldecida por la oscuridad que se cierne sobre el futuro”. Mucho se ha dicho de las Biblias de las naciones, pero a ningún clásico se le ha dado tal título. Sir Walter Raleigh ha señalado pasajes de Homero cuyos pensamientos han sido tomados de las Escrituras Hebreas; pero con todos sus temas prestados, la relativa escasez de ideas en el gran poeta es indudable. Monseñor Lowth ha trazado con su pluma crítica las referencias de Virgilio, especialmente en la Égloga Cuarta, a Isaías, demostrando su conocimiento del gran profeta; sin embargo, esto no es suficiente para colocar el título de “sagrado” al poeta de Mantua.

Cuando reflexionamos sobre las verdades bíblicas sobre el carácter de Dios, la dignidad y, sin embargo, la degradación del hombre, la importancia del tiempo en la redención del mundo, todas las cuales verdades se enfatizan en la palabra “eternidad”, aún no apreciada, bien podemos repetir la conclusión reverente de un profundo estudiante de historia, el señor Winthrop: “Hay libros individuales de la Biblia, hay capítulos individuales de la Biblia, no, hay versículos individuales de la Biblia, que valen todo lo que se haya escrito o dicho, antes o después, por plumas o labios humanos”. Un incrédulo, orgulloso en su presunción, señala una copia de Shakespeare como su Biblia, olvidando si alguna vez ha leído hasta ahora, la nerviosa verdad pronunciada por el director Shairp: “El brillo, la sombra, el color del mundo moral, Shakespeare miró, todos fueron causados o lanzados por el Sol de Justicia del cristiano”.

Al observar las relaciones de la Biblia y aprender dos verdades reflexivas, parecen correr paralelas; a saber, la relación del saber con el Libro, y del Libro con el saber. El poder del Libro se perpetúa, en cierto sentido, en las fuerzas que pone en movimiento. Para ilustrar: nadie puede dejar de reconocer la agencia del idioma griego en la transmisión de las enseñanzas del volumen y, sin embargo, el Libro no debe su preservación al idioma que incluso ahora se llama “muerto”. A riesgo de caer en la pedantería, citamos el juicio del Sr. Everett sobre este punto: “No fue el conocimiento del latín y el griego lo que impidió que la Biblia pereciera, mientras que fueron vehículos temporales de su circulación; fue el estudio de las Escrituras y el trabajo de los hombres cristianos lo que contribuyó principalmente a evitar que esos idiomas se extinguieran”.

De la misma manera, la Biblia ha sido la principal fuente de aprendizaje, mientras que, al mismo tiempo, cuanto más reverente es el aprendizaje, mejor se entiende el Libro. Lord Bacon reconoció que la fuente de su filosofía está en las Escrituras, en sus memorables palabras: “Tus criaturas han sido mis libros; pero tus Escrituras mucho más”. Se ve claramente que en la elevación que su filosofía le dio al mundo, el Libro que la inspiró obtendría un dominio aún más profundo sobre la gente. Así, en cierto modo, el Libro es a la vez su propio sirviente y amo. Todo lo que crea se suma a su poder. Inglaterra abrió su Abadía de Westminster para la tumba de Sir Isaac Newton, demostrando su derecho al título de “el más grande de los filósofos naturales”; y hasta el día de hoy su fama está en ascenso; pero en todas sus obras hay indicios de una altura que no pudo alcanzar, un poder que no pudo igualar, una luz que no pudo asimilar. En sus propias palabras leemos la fuente de esta influencia: “Estimo las Escrituras de Dios como la filosofía más sublime”. Justo en proporción a la influencia de la filosofía newtoniana, se incrementó el poder reflexivo de estas mismas Escrituras.

El secreto del poder intelectual de la Biblia radica en la sublimidad de sus temas. Las grandes verdades obligan a los grandes pensamientos. Los tópicos no despiertan entusiasmo. Las ideas, que antes producían revoluciones, ahora son lugares comunes, porque han dejado de asombrar, no siendo más avanzadas para los tiempos. Siempre que el intelecto humano ha dominado la verdad, el libro que contiene esa verdad deja de vivir como libro, aunque su vitalidad y verdades sean reconocidas en todas partes. El tratado de Harvey sobre la circulación de la sangre rara vez se lee, aunque a ese libro se le debe una completa revolución en la ciencia de la medicina. Lo mismo ocurre con multitud de otros volúmenes, y todo esto es en su honor. La muerte de los libros es una gloria cuando las verdades que una vez estuvieron entre las tapas han resucitado en la vida de la raza.

Sin embargo, por encima de todos estos ejemplos se encuentra el único volumen cuyas verdades nunca se pueden quemar. A lo largo de los siglos han ido brotando “luces nuevas”; o más bien, nuevas y mejores concepciones de sus enseñanzas. La plenitud de significado en un “Así dice el Señor” nunca ha sido alcanzada por el intelecto humano. La naturaleza del hombre nunca puede ser completamente comprendida. Los comentarios humanos sobre el Libro se han vuelto anticuados en las generaciones de sus escritores, pero todo el volumen permanece tal como fue escrito al principio. En los cuatro mil años desde que se le dio al mundo algún fragmento, la humanidad entera no ha podido agotar ni una sola de sus verdades, ni dejar esa verdad de lado. Fue Jean Paul quien dijo: “La primera hoja del registro mosaico tiene más peso que todos los folios de los hombres de ciencia y filosofía”. Contra esa hoja los escépticos han estado objetando durante siglos en vano. Todavía no han terminado de referirse a los errores de Moisés; pero Moisés aún vive. Ha sido objeto del escrutinio incisivo de los pensadores más científicos de todos los tiempos. Los hombres la han atacado con ira, y cuando terminaron sus asaltos, su ira ha probado nuevamente la invencibilidad de la verdad.

¡A qué infinitas profundidades nos conducen las primeras palabras! “En el principio”, ningún mundo arriado ardía aún en su gloria matinal, ni siquiera había uno solo de los hijos de Dios que regocijara. “En el principio, Dios”, ¡qué mente mortal lo ha medido! ¡Qué palabra en labios humanos es digna como su nombre! “En el principio creó Dios”: ¡cuán parecido a una marcha de eternidades es el pensamiento de la obra de los dedos Omnipotentes! Un suspenso sin aliento persiste en la revelación del Eterno, arrojando sobre el firmamento mundo tras mundo, sol tras sol, hasta que a todos los cielos añadió esta pequeña tierra. “Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió”. Ya sea que los hombres lo crean o no, los pensamientos están llenos de sugerencias que no se pueden abandonar.

La arqueología y la filología, la geografía, la historia y la poesía, la ciencia y la filosofía, todas han sido probadas para aprobar o condenar este único Libro. Aparte de todas sus enseñanzas morales y vista meramente desde el punto de vista humano, la Biblia, como lo expresó Luthardt, “es la obra literaria más magnífica que existe en todo el mundo. … Contiene en sí todo un mundo de pensamientos; es un universo de la mente”.

¿Se discute esta influencia de la Biblia sobre el aprendizaje sólido? Entonces aplicaremos una prueba segura. El deseo de conocimiento se da a conocer en la fundación de escuelas y colegios. Hay, sólo en nuestra república, cuatrocientas una universidades y colegios autorizados por ley para conferir títulos. ¿A cuántos de estos ha fundado la incredulidad? Ni uno. Varias de ellas son universidades estatales; otros pueden haberse alejado de la fe de los fundadores; pero en cada uno de todos estos asientos de aprendizaje, la Biblia y la religión tienen un lugar. Lo que es verdad en esta tierra se obtiene en el continente. El viejo mundo en sus cien universidades no ofrece ninguna excepción solitaria a la misma ley. Los eruditos no cristianos pueden buscar estas ventajas del aprendizaje, sin embargo, deben su agradecimiento a los hombres temerosos de Dios por lo que disfrutan. En diferentes matices de pensamiento, estos venerables y nuevos lugares de aprendizaje se basan todos en el único Libro principal que invita a la crítica más aguda con reverencia de espíritu. Cada gran institución de aprendizaje en el mundo es un monumento del poder de la fe humana como se revela en las enseñanzas del Libro de libros.

Debe observarse además que el aprendizaje sólido es esencial para la religión y es exigido por ella. La Biblia invita a la lectura de todos los demás libros. Da la bienvenida a cada nuevo avance en la investigación científica, la investigación filosófica y la historia como parte de su propia misión. Es precisamente con este propósito que ha fundado colegios y universidades además de escuelas de grados inferiores. El puritanismo, aferrándose al Libro, se aseguró de que el aprendizaje no fuera enterrado en las tumbas de los antepasados.

Contrasta con esta elevación de la raza la experiencia y confesión de aquellos que se han mofado de estas grandes verdades. Sus escritos son relativamente poco leídos. El aprendizaje no lo es todo. Hobbes, que se enorgullecía del nombre Filósofo de Malmesbury, después de toda su vida de noventa años no pudo decir más que esto: “Estoy a punto de dar un salto en la oscuridad”. Era la expresión favorita de Voltaire, el gran enciclopedista, siempre que se mencionaba el nombre del Redentor: “¡Aplastad al miserable!” Pasó su vida tratando de hacer realidad su maldición, pero todo fue en vano. A los aduladores incrédulos, los maldijo en sus caras. En un momento delirante contra Dios y el hombre, este gran escéptico en otro momento se alejaría con lastima de énfasis y suplicaría: “¡Oh Cristo! ¡Oh, Señor Jesús!” La agonía de su tortura mental hizo que incluso su médico retrocediera ante sus visitas, mientras que su enfermera declaró que “a pesar de toda la riqueza de Europa, nunca verá morir a otro incrédulo”. Hume no ocultó su infidelidad, ni de palabra ni de pluma. Él también había terminado su obra y se sentó a la mesa de juego cuando la muerte se acercaba. La masculinidad misma parecía haber desaparecido mientras el filósofo moribundo bromeaba sobre el gran cambio que se avecinaba, como si la eternidad no fuera más que una fábula; y, sin embargo, en otras ocasiones su cuerpo, temblando de miedo, sacudía la misma cama debajo de él en su terrible desesperación.

Todos son conscientes de los intentos realizados para borrar el remordimiento que ennegreció la cámara mortuoria de Thomas Paine. Una parodia lúgubre sobre el poder intelectual sin un apoyo moral, persiste en tales experiencias. Un aprendizaje sólido exige para su estabilidad una armonía con el Libro de los libros.

Anteriormente nos hemos referido a la influencia de los libros anteriores sobre la raza, pero se le dio una nueva fuerza en la adición de los Evangelios y las Epístolas del Nuevo Testamento. Por lo tanto, el Libro como un todo no puede ser juzgado hasta que esté completamente terminado y aceptado por la iglesia cristiana. Por lo tanto, la pregunta legítima busca una respuesta en cuanto a la influencia del Libro sobre el aprendizaje durante todos estos dieciocho siglos cristianos: ¿Por qué debería haber habido “edades oscuras” si tal poder reside en el Libro?

A pesar de todos los errores de la Iglesia Católica, hay que confesar que siempre hizo algún uso del Libro. Pero, ¿en qué sentido? El período que se extiende desde los primeros padres hasta la Reforma se llama con razón “eclesiástico”. La Iglesia aspiraba a la supremacía y al poder. Reclamaba el derecho incluso de coronar y destronar reyes. El reino de Cristo se estaba convirtiendo gradualmente en un gran poder material, más que espiritual.

Para lograr su fin, la Iglesia hizo uso de la Inquisición para aterrorizar y destruir a todos los que se oponían a su gobierno, y por un tiempo tuvo éxito. Los más santos a menudo caían bajo su prohibición. Corruptos se apoderaron de sus oficinas, y las calles a veces se teñían de carmesí con la mejor sangre de la tierra. No se permitió que nada se interpusiera en su camino. Se rompía la pluma que escribía una palabra contra su tiranía; el escritor fue excomulgado o condenado a muerte, y el libro prohibido y destruido. Un método de procedimiento que provoca la indignación de Milton contra la presunción de que “San Pedro les había legado las llaves de la imprenta y del paraíso.” Y, sin embargo, esto no era todo; la Iglesia, todavía profesando ser guiada por el Libro, quemó cada copia que pudo encontrar en las manos de la gente. Las casas fueron inspeccionadas por oficiales, para que no se ocultara ni una página de su contenido. Más que por incredulidad, el Libro ha sufrido en manos de aquellos que se han llamado a sí mismos por el santo nombre. ¿Qué significa esto?

La respuesta es muy clara. Para una iglesia que busca una supremacía y afirma que sus líderes son infalibles, en la medida en que el Libro debe tener un poder, ese poder debe usarse para la Iglesia. Hasta la Reforma, que fue un ataque a la Iglesia organizada en aquel entonces, la Biblia era el libro de la Iglesia. Sus papas, cardenales y sacerdotes podían leerlo, si así lo deseaban, pero no podía ser confiado al pueblo, excepto como la Iglesia debiera interpretarlo para ellos.

El Concilio de Toulouse en 1229 promulgó el siguiente decreto: “Prohibimos también a los laicos poseer cualquiera de los libros del Antiguo o Nuevo Testamento, excepto, quizás, el Salterio o Breviario para los Oficios Divinos, o las Horas de la Santísima Virgen, que algunos, por devoción, desean tener; pero que alguno de estos libros se traduzca a la lengua vulgar, lo prohibimos estrictamente”.

La Reforma, en cambio, puso el Libro en manos del pueblo. En lugar de ser el libro, en la medida en que se usaba, se convirtió en el libro de toda la humanidad. Antes de la Reforma, la Iglesia era la autoridad final en todas las cuestiones de conciencia y libertad; pero desde entonces, en todas las tierras protestantes, la Biblia es la norma; y hasta este tiempo presente toda la cristiandad está dividida en estas dos divisiones generales; el uno guiado por el sacerdocio, el otro, por el Libro.

Como cuestión de historia, el Renacimiento del aprendizaje y la gran Reforma protestante fueron contemporáneos; cómo relacionados, consideraremos de ahora en adelante. Entonces, ¿cuál fue la actitud de la Iglesia antes del Renacimiento del aprendizaje, dado que debe reconocerse que la Iglesia tenía el control dominante en la edad media? Durante toda la edad media hubo eruditos devotos. A esos relativamente pocos hombres fieles se debe la gratitud de los corazones devotos de todos los tiempos. El brillo de la luz no se debe al candelabro; ni siquiera la pestilencia puede alejar a las Hermanas de la Misericordia; la ignorancia de un continente no oscurecerá las investigaciones de Becket o Abelardo. El venerable Beda, Anselmo, el teólogo escolástico Bernardo, el monje ermitaño de Cluny; Tomás de Aquino, el Doctor Angélico, ¡qué nombres son estos que representan una piedad y una erudición que brillan aún más debido a la densidad de la oscuridad que los rodea!

Las excepciones, sin embargo, no constituyen la Iglesia. Una jerarquía egoísta doblegó el Libro a su propia voluntad. No había objeción al saber de ningún hombre, hasta que ese saber se opusiera a algún dogma o regla de la Iglesia. Hasta ese límite, un Galileo podría ser libre, pero no más allá. La erudición gratuita estaba restringida y la época se hundió nuevamente en un barbarismo. La promulgación de un nuevo pensamiento fue la señal de que se descubrió un nuevo mártir. Justo en proporción a la arrogancia del papado, también estaba en peligro el aprendizaje.

Era la época de la escolástica. Las enseñanzas de los primeros padres cristianos fueron moldeadas por las de Aristóteles, hasta que ni ellos ni los discípulos del gran filósofo pudieron reconocer lo que se había enseñado. La escolástica era la erudición más elevada; y sus creadores y maestros estaban en la Iglesia. Era una filosofía pobre; pero tal como era, pertenecía a la Iglesia. Era un intelectualismo soñador de poco valor práctico. Fue un día oscuro para la verdad cuando “la voluntad” fue declarada superior al intelecto. El resultado lógico se vio en la voluntad de la Iglesia, algunas de cuyas especulaciones llegaron al problema; cuántos ángeles podrían bailar sobre la punta de una aguja. Cuanto más especulaban los hombres, más oscuro era el día; pero se acercaba un amanecer más brillante, ya la luz de ese día, nos volvemos a observar las íntimas relaciones entre el Libro y el renacimiento del saber. …

La Reforma, por encima de todos los demás eventos, debe su principal poder a la Biblia solamente. Este fue siempre el gran Libro de texto. Fue la fuente del poder de Wickliffe, el más grande de todos los reformadores, antes de la Reforma. Erasmo, bien llamado el “rey de las escuelas”, hasta entonces el mayor erudito desde la caída del imperio romano, forjó más mediante su Testamento griego que todos sus otros escritos. “Contribuyó más a la liberación de la mente humana de la esclavitud del clero que todo el alboroto y la ira de los muchos panfletos de Lutero”.

Sin mencionar los nombres de los grandes pensadores y actores en los dos siglos anteriores, y también en la lucha de la Reforma, observamos algunos hechos, a saber: estos grandes movimientos fueron dirigidos por eruditos prominentes en las universidades; con ellos estaba la gran mayoría de los sabios; y el centro de todos sus pensamientos y escritos era la Biblia, confirmando la afirmación de que la Biblia invita al estudio de todos los demás libros. No está envuelta en sí misma; sus verdades están en armonía con todo verdadero conocimiento y aprendizaje.

Repetimos en este punto, de la manera más breve, los hechos fundamentales en los que se han basado nuestros pensamientos. El Libro de la civilización es la Biblia; las Biblias se multiplican en proporción a la pureza de la civilización; sus grandes pensamientos se convierten en opinión pública y encuentran expresión; el Libro invita al aprendizaje que confirma su poder; el secreto del Libro está en la sublimidad de sus temas; las oposiciones que ha encontrado la prueban como la obra literaria más grande que existe; le ha dado al mundo todas las instituciones de aprendizaje; ya a su vez, el buen aprendizaje es fundamental para una mejor comprensión de lo que enseña. La historia confirma las verdades anteriores en la relación de la Reforma con el Renacimiento del saber. Los más grandes pensadores se han basado en sus enseñanzas, demostrando la verdad citada por un historiador francés: “Dondequiera que la Biblia no se convierte en la piedra fundamental de la educación, de la sociedad y de toda forma de vida, no hay literatura para niños o para la gente”.

Este Libro no contiene más en cantidad que la trescientasima parte de lo que cubren los clásicos y las literaturas antiguas, y sin embargo ha retenido los pensamientos del gran mundo pensante más que todo lo demás junto.

En el homenaje que la literatura rinde a la Biblia, descubriremos las razones por las que los más eruditos de la nobleza del mundo han reconocido en las enseñanzas del Libro de los libros, las verdades vitales que la erudición más verdadera y la erudición más profunda no pueden permitirse perder. Los discípulos eran hombres sencillos e iletrados, pero fue su contacto con el Maestro lo que los hizo grandes. Incluso el nombre de Pilato recoge su triste historia porque se vio obligado a juzgar o absolver a Cristo. Las edades no borrarán, no podrán borrar la declaración de Cristo: “la palabra que he hablado, ella lo juzgará en aquel día”. Nos preocupamos por ella en el tiempo, y encontraremos sus verdades en la eternidad.

Vimos el Libro como un poder en el desarrollo de la mente y el aprendizaje. Nos afirmamos en la fuente y manantial del conocimiento. Estábamos en la primavera anticipando algo de la cosecha que ahora vamos a contemplar. Estábamos calculando del Libro mismo qué innumerables bibliotecas crearía y enriquecería; ahora, con la literatura del mundo a nuestros pies, leemos hacia atrás, viajamos hacia atrás, y en todo el camino, las flores y los frutos que cautivan el ojo más rápidamente y encantan más, crecen de las semillas de verdad del Libro de los libros. No hay estante en ningún rincón de ninguna biblioteca en todo el mundo civilizado que no contenga alguna referencia al Libro más antiguo del mundo. La ciencia reverente le cede su lugar; la historia está llena de su poder; la filosofía busca establecer o invalidar sus pretensiones; la poesía obtiene sus tesoros más ricos de los pensamientos escritos por hombres cautivados. Las imágenes de Byron a menudo se tomaron prestadas de sus páginas. Voltaire siempre está levantado para ver el Libro del cual estaba decidido a escribir. Hume y Gibbon sólo podían insinuar su incredulidad señalando sus verdades como si fueran fábulas. La infidelidad hoy toma prestados sus temas del Libro que finge despreciar; y sobre esos temas prestados mantiene su juego de ingenio barato. Los temas básicos de la incredulidad son: “Los errores de Moisés”; “¿Hay un Dios?” y similares. Toman prestado el plumaje, anuncian su presencia, y el drama está hecho.

Ninguna literatura tiene permanencia excepto cuando satisface las necesidades de todos los hombres. La debilidad de los libros de otras religiones radica en su exclusividad. El libro que deja a una nación fuera de sus enseñanzas no tiene ningún valor. Lo mismo debe ser verdad del individuo también. Si hubiera un camino para el hombre cuyas necesidades las Escrituras no pudieran satisfacer, esa carencia señalaría una imperfección inconsistente con su propósito. Justo en la proporción en que la Biblia supera a todos los demás libros en este aspecto, es más fuerte su dominio sobre la raza.

Tomemos, pues, los grandes problemas del progreso religioso. Cada época de transición ha tenido su propia literatura. Ahora prevalece una gran teología, y mañana surgirá otra. La historia de la iglesia no se puede aprender de ninguna de estas épocas; debe tomarse en su totalidad. Nada muestra más claramente la distinción entre teología y verdad bíblica que la manera en que se archivan los pesados volúmenes de discusiones teológicas, mientras que la Biblia es cada vez más buscada. La inmortalidad del Libro se prueba en la tensión que puede soportar de comentarios y opiniones falsas, mientras que su divinidad se manifiesta en las especulaciones humanas que tan rápidamente empuja al fondo del olvido: lo transitorio muere y atestigua en su muerte la permanencia de la verdad divina.

No hay condición posible del alma humana que la Biblia no satisfaga. Es el Libro del pueblo. Byron ha hablado del hombre como un péndulo que oscila entre la sonrisa y la lágrima; pero cualquiera que sea el arco de sus movimientos, las verdades del Libro lo incluyen a él. Más que esto, el Libro cumple con las aspiraciones de inmortalidad con la certeza de una vida más allá de este. No es posible arrebatar tal volumen de las manos de la raza. Ningún otro libro puede ocupar su lugar. Su permanencia está asegurada en su fidelidad a la vida humana. Cubre todas las experiencias posibles en la vida de cualquier hombre, y está escrito para toda la humanidad.

La permanencia de la literatura se ve en su superioridad en el tiempo. Todo libro vivo es una profecía. Las grandes verdades siempre están por delante de su día. Roger Bacon, el “Doctor Mirabilis” del siglo XIII, predijo, seis siglos antes de su cumplimiento, el tiempo venidero en que los barcos navegarían por el océano sin velas, los carruajes correrían sin caballos, y el cielo se convertiría en el camino para los viajeros. Cuanto más extendidas son las anticipaciones de la historia, más viven. Mientras haya una reforma aún no realizada, las obras que son proféticas de éxito vivirán. En el momento en que cualquier obra se comprende cabalmente, ese momento termina su misión principal. Podemos aprender lo que no comprendemos. La verdad a menudo está por encima de la comprensión humana. Las profundidades de la moralidad nunca se sondean. El sermón del monte tiene el alcance de las eternidades en sus sublimes enseñanzas. El pastor de Leyden tenía razón en su conocimiento de las verdades ocultas que aún brillan en el Libro del Peregrino. Lo que él no podía ver, alguien lo descubriría. Después de todos estos siglos, la Biblia está tan fresca como si, en cada página, no se hubiera utilizado el microscopio de la crítica hostil. Fue Humboldt quien dijo que las respuestas de la ciencia moderna no son más satisfactorias que lo que nos ha dado el libro de Job.

Como poder literario, hemos marcado su influencia en las historias nacionales de más de tres mil años. No es un pequeño testimonio de su reinado, que sus temas son vitales para el intelectualismo de la actualidad. Su estándar de moral, ganando el homenaje de aquellos que disputan la posibilidad del sobrenaturalismo, está en ascenso. Este libro vitalizador ha sobrevivido a los ataques virulentos del tiempo y de los críticos que buscan fallas. Se ha convertido en el poder transformador en naciones que se apresuraban a decaer. Por su mediación se han civilizado los pueblos más degradados. Ningún bien permanente se ha forjado donde el Libro ha sido olvidado. Sus enseñanzas en cuanto a la inmortalidad han conducido a las hazañas más grandes y sublimes en el tiempo. De sus páginas han brotado las más verdaderas concepciones de la vida. Retrata la vida de un precioso mendigo como la de un arcángel. Ha dado la filosofía de la esperanza en lugar de la desesperación; el heroísmo más elevado encuentra fuerza en sus verdades. Ha llamado a una generosidad tan profunda como el corazón humano en sus caminos de luz.

El Libro se ha convertido en la piedra angular de la libertad. A la libertad propia ha enseñado los derechos de los demás, proclamando la realeza de cada hombre. El comercio de alas blancas se cierne cerca de las islas del océano tan pronto como sus bárbaros comienzan a leer las páginas del Libro. El refinamiento personal y la pureza existen solo donde este volumen ha allanado el camino. Las constituciones nacionales se han elaborado a partir de sus principios. El código mosaico es una maravilla de la habilidad estatal como las naciones no pueden despreciar con impunidad. Los mejores juristas del mundo reconocen su valor trascendente.

Las instituciones de aprendizaje se construyen sobre las verdades que ha revelado. Conserva los lenguajes de los hombres, en lugar de ser conservados por ellos. El escepticismo ha embotado y roto sus armas de asalto contra el primer capítulo del Libro. Las fuentes de la filosofía moderna son cristianas; las mentes maestras de los siglos han ponderado sus temas; los grandes reformadores han sido sus alumnos. Como literatura, es el libro mundial. El arte supremo habla su idioma. El granito eterno se ha convertido en “templos de libros” con voces que son casi divinas. Las esperanzas y aspiraciones que enseña han sido moldeadas en “música congelada” de canteras del mármol más puro.

Nos vemos obligados a concluir que el Libro afirma ser el Libro de Dios. Pretende dar lo que está más allá del poder del hombre para originar.

Para declararlo falso en cuanto a sus declaraciones, debemos investigar si los hombres han probado que no es confiable. No necesitamos repetir los ataques incansables de los siglos, en todos sus variados métodos, mediante la cual llegaron a sus conclusiones. Tomamos el Libro tal como soporta los temas con los que los hombres afirman estar familiarizados.

En cuanto a la historia. Aparte del tema central del Libro, la Redención, podemos señalar que las cuatro quintas partes del volumen son historia y biografía. Las Escrituras no son un libro de ley, sino de vida. Tratan con hombres y naciones. Pasajes como los Salmos reflejan la vida interior de su autor. Las profecías nunca desconectan el futuro de los eventos de los tiempos de los profetas. Las epístolas, con todas sus instrucciones, complementan la historia de las iglesias apostólicas.

Hemos tenido expertos en historia por miles, pero ¿cuál es el resultado de sus críticas? ¿Qué página ha sido eliminada? ¿Qué narrativa demostró ser falsa? Ninguna. En la generación que ha traído a la vista la momia del Faraón que oprimió a Israel, no se da evidencia más fuerte que la que el mundo ha conocido antes. Layard ha hecho por los registros bíblicos lo que el Dr. Schliemann ha hecho por la antigua Troya. Las autoridades clásicas estándar son testigos irrecusables de porciones de las Escrituras. Pirámides, obeliscos y tumbas revelan la certeza de una historia que sobrevivirá incluso al granito. La verdad sagrada se manifiesta en las ruinas y la desolación de ciudades muertas hace mucho tiempo.

¿Qué hemos tenido que era contemporáneo con esas escrituras hebreas? ¿Qué había por lo que podían ser confirmados? … Egipto no tenía nada, solo unas pocas líneas de un historiador rescatadas por el historiador cristiano Eusebio. Babilonia y Nínive no habían salvado nada, ni una línea excepto fragmentos similares de un historiador preservados por Josefo o Eusebio. ¿Persia? Persia solo comenzó a ser cuando la historia judía estaba terminando. ¿Grecia? ¿Roma? No existía Grecia ni Roma cuando los espléndidos profetas judíos proclamaban al único Jehová. … Ya no un registro solitario, el Antiguo Testamento está respaldado por los registros exhumados de los reyes de Egipto, Babilonia, Nínive y Moab. Ahora se nos muestra en el Museo de Boulaq el cuerpo mismo del rey egipcio que oprimió a Israel. Conocemos los nombres del padre y del abuelo de Arioc, rey de Elasar que luchó en la confederación contra el rey de Sodoma. En cien puntos se han extraído pruebas confirmatorias de las ruinas asirias. En el día en que el Libro solitario fue atacado por la incredulidad, surgieron de la misma tierra, huestes de defensores. La providencia de Dios apoya su Libro. Como historia, el Libro es intachable.

En cuanto a la ciencia. Que la Iglesia en ocasiones se ha opuesto a una erudición científica, nadie lo negará. Las interpretaciones falsas no son bíblicas. El Libro, por tanto, es su propio testimonio de lo que enseña. Está dentro de la memoria de esta generación que muchas teorías, que alguna vez se consideraron de gran importancia, han sido demolidas. Muchas premisas científicas falsas que alguna vez sostuvieron hombres honestos se han estremecido. Las falsas interpretaciones de hombres bien intencionados y las teorías infundadas de hombres científicos no forman parte de la Biblia.

Los hombres han tardado en aprender que la Biblia ni siquiera pretende enseñar ciencia; y, sin embargo, la ciencia nunca ha contradicho con éxito sus afirmaciones.

Lo que dijo de la astronomía el cardenal Baronius es cierto para todas las demás ciencias naturales: “¡La intención de la Sagrada Escritura es enseñarnos cómo ir al cielo, y no cómo van los cielos!” Las Escrituras no son ni el creador ni el guardián de ninguna teoría del sistema solar. De Quincey, después de razonar en su “libro de notas” sobre el efecto denigrante sobre los hombres si las Escrituras hubieran revelado a los indolentes lo que para su propio bien deberían descubrir por sí mismos, bien dice: “Con desdén, por lo tanto, toda persona reflexiva debe considerar la noción de que Dios podría interferir deliberadamente en sus propios planes al acreditar embajadores para revelar la astronomía, o cualquier otra ciencia que haya ordenado a los hombres, al calificar a los hombres para que la revelen por sí mismos”.

Fue Sir John Herschel quien dijo: “Todos los descubrimientos humanos parecen haberse hecho solo con el propósito de confirmar cada vez más la verdad contenida en las Sagradas Escrituras”. El Sr. Gladstone afirma que el orden bíblico de declaración en cuanto a la creación puede tomarse como una conclusión demostrada y un hecho establecido”. Está el testimonio de un experto en las palabras del profesor Dana: “El gran y antiguo Libro de Dios sigue en pie, y esta vieja tierra, cuanto más se le den vuelta y se medite sobre sus hojas, más sostendrá e ilustrará la Palabra sagrada”. Los estudiantes consumados de la naturaleza y del Libro están leyendo las verdades consistentes dadas a conocer por la misma gran mente creadora. ¡Dios nunca se contradecirá a sí mismo!

En cuanto a la moral. Mencionamos esta clasificación solo para referirnos al testimonio inigualable de aquellos que, mientras niegan una revelación, han reconocido que la moralidad más alta que el mundo conoce está en este Libro. No hemos apelado a testigos prejuiciosos sobre este tema.

En acuerdo con las opiniones de muchos cuyas palabras han añadido peso a estas páginas, están los sentimientos de nuestro ex-ministro de la corte de Saint James, —poeta y estadista— James Russell Lowell. Se habían hecho comentarios despectivos con respecto a la fe cristiana cuando, entre otras cosas, dijo: “La peor clase de religión es no tener religión en absoluto, y estos hombres que viven en la comodidad y el lujo, se entregan a la diversión de vivir sin religión, pueden estar agradecidos de vivir en tierras donde el Evangelio que descuidan ha domesticado la bestialidad y la ferocidad de los hombres que, de no haber sido por el cristianismo, podrían haber comido sus cadáveres hace mucho tiempo como los isleños de los mares del sur, o cortado sus cabezas y curtido sus pieles como los monstruos de la revolución francesa. Cuando la búsqueda microscópica del escepticismo, que ha atravesado los cielos y sondeado los mares para desmentir la existencia de un Creador, ha vuelto su atención a la sociedad humana y ha encontrado un lugar de diez millas cuadradas en este planeta donde un hombre decente puede vivir cómodamente y en seguridad, manteniendo y educando a sus hijos sin contaminación ni mala influencia; un lugar donde se reverencia la vejez, se respeta la infancia, se respeta la masculinidad, se honra la feminidad y se tiene en cuenta la vida humana; cuando los escépticos puedan encontrar un lugar así diez millas cuadradas en este universo, donde el Evangelio de Cristo no ha ido y despejado el camino y sentado las bases y hecho posible la decencia y la seguridad, será entonces para los literatos escépticos mudarse allí y ventilar allí sus puntos de vista. Pero mientras estos hombres dependan de la religión que descartan para cada privilegio que disfrutan, bien pueden vacilar un poco antes de tratar de robar al cristiano su esperanza, y a la humanidad su fe en ese Salvador que solo ha dado al hombre esa esperanza de vida eterna que hace tolerable la vida y posible la sociedad, y despoja a la muerte de sus terrores y a la tumba de sus tinieblas”.

Dado que, por la historia, por la filosofía, por la precisión científica, y por los ataques a su moralidad los hombres no han podido impugnar al Libro, ¿cómo pueden debilitar sus pretensiones en algún aspecto? No pueden probar que una sola declaración importante es falsa en lo que respecta a los asuntos más prácticos de la vida diaria. El viejo proverbio francés les da una sabiduría para sus dolores: “Cuanto más se dedican en golpearme, más martillos gastan en hacerlo”.

Debido a estas dos razones generales, las afirmaciones del Libro de Dios deben permanecer indiscutibles; a saber, la imposibilidad de que cualquier declaración falsa logre a través de estos miles de años solo lo que es para el mayor bien del hombre; y la absoluta incapacidad de sus más acérrimos oponentes para destruir o probar que es falso en cualquier particular.

Además, puesto que sólo en este Libro se encuentran los principios y leyes para la elevación de la humanidad, ¿cómo es que los hombres disputarán los registros? Incluso el deísmo afirma su creencia en un Dios que gobierna los asuntos de los hombres; entonces ¿cómo es que el registro de esos hechos es motivo de alguna posible sorpresa? Es la más natural de todas las inferencias, que Aquel que gobierna en los asuntos humanos, de alguna manera revelará su voluntad a los hombres.

Las afirmaciones del Libro de Dios se enfatizan en los métodos y la conducta de los escritores. El Libro está compuesto por sesenta y seis producciones diferentes de cuarenta o más escritores. Estos escritos abarcan un período de más de mil quinientos años. Sus escritores tenían muy poco en común de interés natural. Eran reyes, estadistas, escribas, pastores, agricultores, pescadores y similares. Apenas dos fueron contemporáneos. Estos escritores hablaron en tres idiomas diferentes, que representan tres civilizaciones distintas.

Su estilo era peculiarmente propio. No habían sido entrenados en ninguna escuela distintiva. Eligieron la forma de poesía o narración común, como les pareció mejor. Eran historiadores dando los registros de la verdad en el estilo más sencillo. Eran maestros que expresaban la verdad en las formas líricas y dramáticas más elevadas. La visión de todos era sobre el futuro más que sobre el presente.

Los escritores del Nuevo Testamento, con excepción de Pablo, eran hombres sin educación, como en su época se consideraba la erudición. Con la excepción de Moisés y posiblemente Salomón, lo mismo debe decirse de los escritores del Antiguo Testamento. Los judíos eran cualquier cosa menos un pueblo literario. Casi toda su literatura está en la Biblia. Las pocas obras que les quedan son pueriles, en comparación con estas varias porciones del Libro que obligan a la admiración del mundo. La pregunta surgirá como respuesta: ¿Cómo podrían tales hombres producir tal Libro?

La perplejidad se profundiza cuando observamos la unidad de todo lo escrito. Aquí hay cierta literatura entre cuyos primeros y últimos escritores han intervenido casi dos mil años; sin embargo, en las sesenta y seis producciones no hay choque de declaraciones. Un tema central los impregna a todos. Alguien ha dicho: “El Antiguo Testamento conduce de Dios a Cristo, y el Nuevo Testamento de Cristo a Dios”; pero la historia, la poesía, la profecía, todas concuerdan en sus declaraciones principales. Tal hecho no es cierto de ninguna otra obra, ni puede serlo. Sería imposible recopilar tal volumen de la selección más cuidadosa de los clásicos. Es posible hacer citas sobre temas similares, pero la Biblia no es un Libro de “citas familiares”. Desde la promesa inicial en Génesis hasta el último versículo de Apocalipsis, el tema es la redención.

Con un epítome de la historia antigua, el Nuevo Testamento se abre en el mismo plano: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. De la misma manera, Lucas comienza su evangelio con el (supuesto) hijo de José, cuya genealogía termina solo con el primer Adán, “que era hijo de Dios”. El Nuevo Testamento tiene en sus páginas unas seiscientas citas o referencias directas al Libro hebreo. En la medida en que aceptemos la autoridad de Cristo, debemos ver cómo el Libro entero es un volumen vivo, una unidad en su propósito y en sus resultados. No es un mosaico de fríos tamices literarios, sino que de principio a fin es una unidad como si una sola mano lo hubiera escrito.

Una vez más; estos hombres estaban escribiendo mucho que no fue bien recibido por sus propios contemporáneos. Los profetas no eran, por regla general, los favoritos de los funcionarios prominentes de la corrupta Iglesia judía. El pueblo degenerado, llamándose a sí mismo elegido de Dios, mató a muchos de estos hombres fieles “de los cuales el mundo no era digno”. El pase de lista de los muertos en ese notable capítulo del libro de Hebreos es una prueba concluyente de que el Antiguo Testamento no fue producto de autores que buscaban su propio placer.

En una palabra, el carácter de todos aquellos por cuyas plumas se ha dado el Libro, se ve mejor en el heroísmo por cuya verdad escribieron. Todo escritor del Nuevo Testamento era judío; y debido a su discipulado sabían que no había nada más que sufrimientos y muerte ante ellos. Los hombres no están dispuestos a morir por lo que no creen. Los escritores del Nuevo Testamento fueron hombres honestos que desafiaron el odio de sus parientes y de la cruel jerarquía que había asesinado a su Maestro con las terribles agonías de la crucifixión. Con una sola excepción, todos estos escritores posteriores murieron por su fe. Fueron estrictamente honestos en todo lo que escribieron, juzgados por cada crítica; demostrándose dignos de los profetas de los siglos anteriores.

Sin excepción, estos hombres no conocían objeto de sus labores sino el reino de Dios. Nunca se presenció una abnegación más perfecta que la que se manifestó en sus vidas. Consideraron todas las cosas terrenales como pérdida para el Maestro al que servían. No eran suyos; eran mayordomos de Dios. Con una ausencia tan perfecta de todo egoísmo, en igualdad de condiciones, sus personajes declaran la sinceridad tanto de sus enseñanzas como de sus afirmaciones.

Ningún otro libro “sagrado” tiene más de un autor; y la producción de otro libro similar es imposible. Sobre la línea de tal argumento, el estudiante no puede agotar el análisis completo de una obra tan aguda como la de Henry Rogers sobre el tema que es en sí mismo concluyente: “El origen sobrehumano de la Biblia es inferida de sí misma”.

El Libro de Dios debe, por necesidad, ser diferente a todos los demás libros; y en esto el Libro es fiel a su nombre. Contiene lo que satisface las necesidades y condiciones de todas las clases de hombres. Fija la atención de los filósofos más profundos, mientras que sus vívidas imágenes de la vida fascinan las mentes inquietas de los niños pequeños. Era un hermoso dicho de Coleridge: “La flor más hermosa en el marco de una casa de campo no es ni la mitad de hermosa que es la Biblia que brilla a través de los cristales inferiores de la ventana”.

Las pretensiones del Libro de Dios se manifiestan en la historia de Cristo. No pedimos ningún privilegio en la afirmación de que la persona más importante de toda la historia es Jesús de Nazaret. La incredulidad no puede fechar sus movimientos sino a partir del nacimiento de este más grande entre los hombres. No hay en todo el mundo civilizado nacimiento, matrimonio o muerte; ni un título de propiedad ni una transacción comercial; ni una publicación, ni siquiera la más vil; ni una batalla o coronación; ni siquiera un debate para vilipendiar la historia a fin de que la religión no sea honrada: ninguno o ninguno de estos excepto cuando se da su tiempo –“En el año de nuestro Señor…”

El acontecimiento más grande de esta vida más grande y, por tanto, el acontecimiento más grande de toda la historia, es la resurrección. Sobre tal hecho venidero basó Jesús la prueba de la certeza de su misión; y sobre ella descansó la verdad de sus palabras. En una civilización que ha hecho de la pascua su día más gozoso, aceptamos el testimonio de Aquel que habló como nunca habló hombre alguno.

Sobre tal testimonio aceptamos el Libro como de Dios. Los labios sagrados, mediante repetidas apelaciones a la declaración y la promesa de las Escrituras, enseñaron a sus discípulos, así como confrontaron a sus enemigos, con la certeza cubierta por las palabras: “La Escritura no puede ser quebrantada”. A lo largo de su ministerio les recordó cómo en su propia vida se estaba cumpliendo la Escritura. Señaló a los discípulos en su camino a Emaús cómo incluso sus sufrimientos y su muerte habían sido predichos. Había poder en sus palabras suplicantes: “Escrito está”; o, “Escrito está nuevamente”.

Frente a Su vida como testimonio de la verdad bíblica, coloque otra prueba de la sabiduría profética y sobrehumana, en las declaraciones de los acontecimientos que vendrían después de que se añadieran siglo a siglo en los tiempos lejanos.

Las profecías en cuanto a la persona y vida de Cristo han sido paralelas al cumplimiento de otras predicciones hechas en cuanto a las naciones. Babilonia, Nínive, Tiro y Sidón son testigos muertos de una verdad viva que ningún poder del escepticismo puede romper. El Libro sella su propia naturaleza y origen en el cumplimiento de la historia tocante a sus acontecimientos profetizados. No se puede eludir la declaración de Pedro: “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”. La profecía es el presagio divino de lo que las manos de Dios llevarán a un cierto cumplimiento.

El Libro de Dios debe tratar de cosas eternas como su Autor. La divinidad del Libro se evidencia en la forma en que trata el hecho de la vida inmortal. Un argumento intentado para convencer de la inmortalidad es humano; todos los escritores del Libro asumen el hecho, más allá de la posibilidad de duda. Los meros libros humanos tienen especulaciones para satisfacer una curiosidad lasciva; no hay nada de eso en el Libro de Dios. Es humano imaginar lo que hay en el cielo; los hombres, asumiendo el poder de la intuición espiritual, han dado minuciosas descripciones de lo que ningún ojo ha visto; pero, en el Libro de Dios, el carácter aquí es de mucho mayor importancia que una revelación del cielo mismo.

El origen sobrehumano del Libro, revelado en las palabras de Cristo y en el cumplimiento cierto de lo profetizado, llama la atención cuando se supone que la inmortalidad del alma está más allá de toda cavilación o duda. Nuestra creencia en la revelación de lo que vendrá está obligada por la verdad de las enseñanzas de la Biblia en cuanto a esta vida. Prueba la certeza de sus enseñanzas acerca de la vida venidera, por su autoridad indiscutible sobre la vida presente. Las intuiciones del alma en cuanto a la vida inmortal, manifestadas incluso en los clásicos, están selladas como verdaderas en este Libro de Dios.

Con respecto al modo de tal inspiración dada a través de los hombres, no damos ninguna sugerencia. Frente al hecho universalmente reconocido del poder de la mente sobre la mente, no nos conviene negar el mismo hecho que existe entre Dios y los hombres. Las verdades espirituales dependen para su eficacia de un poder espiritual que las reciba. Más que esto, quizás, no necesitamos decir. Los escritores de los pensamientos de Dios no estaban en una condición frenética. “Pienso en Tus pensamientos, oh Dios”, fueron las palabras de Kepler, cuando las cosas de Dios ocultas durante tanto tiempo amanecieron en su visión; palabras tal vez sugerentes de la parte de los escritores en dar el Libro.

No hacemos ninguna comparación en cuanto a los grados de inspiración. Entre la iluminación vivificada de nuestros escritores literarios más puros y la inspiración del apóstol Pablo, no sacamos ninguna conclusión. El Libro, por sus propias afirmaciones, está certificado como verdadero en toda la historia. Se mantiene intacto frente a las implacables críticas de cada siglo; nuestro único Libro terrenal de la vida. Diga lo que queramos de los modos de inspiración, el Libro que ha sido inspirado por Dios ha dado el impulso más sublime a la raza de los hombres en todos los siglos.

El Libro de Dios, demostrando su poder con los vivos, es al mismo tiempo el consuelo en la más oscura de todas las horas terrenales cuando las cosas más brillantes comienzan a desvanecerse. Sus palabras sirven de guía a los fieles, hasta que, más allá de la lectura de sus páginas, brotarán sobre la visión inmortal las glorias que, incluso a los hombres devotos, el Libro de Dios no puede revelar. La historia de todos los hombres es como la del doctor Johnson cuando dijo: “No puedes concebir con qué aceleración avanzo hacia la muerte”. La revelación de la vida y la inmortalidad se encuentra en un solo Libro, “la lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino”.

En la Iglesia de Newport en la Isla de Wight, hay un monumento que emociona al espectador con una historia que respira en su frialdad de mármol. La historia es de la hija de Carlos I, la princesa Isabel. Durante las guerras de la Commonwealth, languideció sola en el castillo de Carisbrook, lejos de la compañía de todo lo que más amaba. De la severidad de su encarcelamiento, llegó por fin una liberación. Su asistente la encontró una mañana, con la cabeza apoyada en la Biblia abierta, y de la página en la que había encontrado consuelo por última vez, estaban estas palabras de Alguien que había estado cansado: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. El dedo de mármol en ese monumento está señalando para que las edades lean, las palabras que sobre todas las vicisitudes de una vida infeliz habían dado paz al espíritu atribulado; palabras destinadas a todos.

Hay algo en este Libro que guarda para sí mismo el homenaje de los hombres más sabios. Los eruditos devotos y no devotos pueden buscar mediante la crítica un conocimiento más verdadero de su forma de revelación; pero más que esto no pueden hacer; no pueden añadir ni quitar de las enseñanzas que da. Es probable que cada cámara mortuoria haya tenido entretejidos en su memoria pensamientos que han caído del Libro divino al alma de alguien. No entramos en tal historia en la que, como con un verso del Libro en sus labios, las vidas de multitudes se han desprendido de las moradas de barro y han desaparecido de la vista.

En todos los siglos no ha habido un hombre que se haya elevado como maestro reconocido de verdades por encima de los escritos en este único Libro inmortal. Ha revelado a través de sus escritores lo que todo hombre tiene el privilegio de aprender por sí mismo; la cercanía de Dios a todos los hombres. Ninguna experiencia reverente disentirá jamás de lo que allí está escrito. El Libro imprime su divinidad sobre el alma humana.

“Los cielos cuentan la gloria de Dios”; mientras que bajo nuestros pies cada lirio y la hierba de los campos son reflejos de la incomparable sabiduría y poder del Dios que los hizo. Las peñas de los montes tienen voces, hablando de Dios. “Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría”, pero el discurso y el conocimiento son de Él, a quien se entiende claramente “por medio de las cosas hechas”. La gloria que puede brillar en una estrella y resplandecer en el rostro de un lirio no debe sorprendernos cuando se asiente en el alma humana. No hay escape de la presencia que sabemos está cerca. “Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba Y habitare en el extremo del mar, Aun allí me guiará tu mano, Y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; Aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, Y la noche resplandece como el día; Lo mismo te son las tinieblas que la luz”.

En vista de la armonía de la ciencia con todas las enseñanzas del volumen; en reconocimiento de la deuda de la historia con sus principios; en la certeza de que los principios que declara son la única base segura de una vida exitosa; en su maravillosa adaptación a las necesidades de todos los hombres; en las pruebas contenidas en sus páginas que corroboran sus afirmaciones, leemos lo que nadie ha negado con éxito todavía: ¡El Libro Inmortal del mundo es el Libro de Dios!

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