Carlos H. Spurgeon ha dicho en cierta oportunidad, algo con que quisiera encabezar este sencillo escrito: “Durante el año pasado he admitido como miembros en mi iglesia a 45 niños. De los 2.700 miembros que forman mi iglesia me he visto en la necesidad de expulsar a muchos, con el correr del tiempo; pero nunca jamás he tenido que expulsar a ninguno que fue recibido en la comunión de la iglesia siendo un niño”.
Estas palabras hablan por sí solas de la importancia que tiene la evangelización de los alumnos que forman las diferentes clases de la Escuela Dominical. El asunto, como se ve, es muy amplio y difícil de abarcar. Por ello nos limitaremos a la evangelización de los niños y mayorcitos de nuestras Escuelas Dominicales. Los jóvenes y adultos están en circunstancias algo diferentes y es necesario reconocer que ellos tienen más oportunidades de ser evangelizados que las que tienen los primarios e intermedios. No hay duda que es más difícil también la evangelización entre los mayores que entre los niños. Por ello este sector de la Escuela Dominical, que son los primarios e intermedios, merecen más nuestra atención.
Debemos confesar que a menudo los pastores y los evangelistas y los maestros de la Escuela Dominical olvidan el hecho de que los niños de las Escuelas Dominicales en edad de tomar decisiones, necesitan ser llevados al conocimiento de Cristo. Los más firmes puntales de la iglesia y los líderes más capacitados de nuestra denominación, han sido primeramente asistentes asiduos de nuestras Escuelas Dominicales, y casi todos ellos bajo la influencia de un consagrado maestro de la Escuela Dominical poseído de verdadera pasión evangelizadora, fueron conducidos hasta los umbrales mismos de la decisión por Cristo, o bien el mismo Maestro los guio pacientemente a la determinación de aceptar al Señor Jesucristo como su Salvador personal.
La posición del maestro de la escuela dominical frente a sus alumnos, tiene ciertas ventajas para el éxito evangelista, que no las tiene el pastor u otra persona. Veamos algunas de ellas, especialmente en conexión con los primarios e intermedios:
El maestro tiene la admiración de sus alumnos
Es una verdad pedagógica por todos conocida, que los primarios e intermedios tienen para con sus maestros un cierto respeto especial que llega hasta la admiración. Ello es debido, entre otras cosas, a que el maestro se eleva en el alma del niño y adolescente, como un personaje digno de imitar. Generalmente el alumno comenta en sus hogares y en los juegos, las palabras, actitudes y movimientos y hasta los detalles más insignificantes de su personalidad. Esto es porque el niño admira al maestro. Ahora bien, ese sentimiento natural del niño, esa admiración cándida, ¿por qué no dirigirla por cauces positivos con verdadera finalidad o “desembocadura” espiritual?
El maestro tiene también la ventaja de disponer de la confianza del niño
Esta confianza no es fácil de ganar. Ello ha sido merced a sus constantes esfuerzos por comprender los problemas pequeños de sus alumnos y participar de sus inquietudes. ¡Es una maravilla de la pedagogía lo que el maestro puede lograr en tan sólo 25 minutos en que se coloca delante de la clase! Cada pregunta que el niño ha formulado a su maestro, y cada sabia contestación a ella, ha significado en el alma del niño un grado más de confianza en favor del maestro. Todos los que son maestros de alguna clase de primarios e intermedios en la Escuela Dominical, se dan cuenta de lo necesario que resulta, si es que desean realizar una labor efectiva de verdad, el ganar la confianza de los alumnos. Entonces es cuando el maestro debe hablarles con sencillez y toda naturalidad, sin frases rebuscadas, ni mímica prefabricada, del camino de la salvación. El niño seguramente hará para sí mismo este razonamiento, lógico y tremendo: “Si mi maestro me recomienda a Cristo, es porque debe ser algo bueno para mí creer en El; confío en mi maestro; él nunca me ha defraudado.”
Por último, el maestro tiene a su favor, el gran factor del CONOCIMIENTO DE SUS ALUMNOS. Nos referimos a este conocimiento, que es producto de una sabia observación y claro discernimiento de las necesidades espirituales de “sus muchachos.” Hay algunos entre la clase que seguramente serán más tardos que otros en entender las verdades. Hay otros, que tienen una mayor capacidad receptiva, para quienes el mensaje del Evangelio, resulta claro y fácil de entender. Habrá también otros que necesitarán para entender el contenido del Evangelio, la ayuda de ciertos “estimulantes” con los que reaccionan más favorablemente hacia la determinación por Cristo. Estos estimulantes suelen ser de carácter emocionales o imaginativos. Una ilustración que apele al sentimiento, o una historia, que despierte y avive la imaginación, producen en ciertos alumnos resultados sorprendentes en la hora de su decisión por Cristo. El maestro sabe bien todo esto, porque conoce a sus alumnos uno por uno. Cada lección tiene algún punto de contacto que servirá para hacer reaccionar al alumno hacia el problema de su relación personal con Cristo.
A grandes rasgos estas son las principales ventajas del maestro de la Escuela Dominical que le capacitan para hacer un trabajo evangelístico productivo.
Veamos ahora las ventajas que ofrece el niño o adolescente que está familiarizado con la Escuela Dominical. Aquí es menester borrar de nuestras mentes falsas conclusiones a que a menudo se llega en relación a la capacidad espiritual y material del niño en cuanto al problema llamado “religioso.” Se suele decir, que un niño primario o intermedio, no puede “convertirse” por dos razones: La primera, porque un niño o adolescente, no tiene de qué convertirse, desde que no posee una conciencia de pecado desarrollado como sucede en el caso de un joven o adulto.
En esto hay algo de verdad, y mucho de error. Ciertamente un niño no entiende todo lo que significa un cambio de vida. Pero ¿podemos con verdad, decir que los mayores lo entendemos mucho más? Jesús se refirió a la conversión como a una obra que realizaba el Espíritu Santo que “como el viento, sopla de donde quiere sin saber de dónde viene ni adonde vaya». Con ello el Señor no está dando una lección de meteorología antigua, sino que está diciendo que en el proceso de la conversión entran factores que es imposible abarcar con definiciones humanas y por lo tanto resulta difícil de entender. Volvamos al ejemplo del viento. Los árboles grandes, sienten más fuertemente el impacto del viento. Pero es también una verdad que los arbustos pequeños también lo sienten, aun cuando por su poca altura, el impacto del viento es mucho menor. El viento del Espíritu Santo, también puede hacer sentir en el alma del niño o adolescente su fuerza, y convertirlo. El gran Policarpo se convirtió cuando tenía solo nueve años. El comentarista famoso de las Escrituras, Mathew Henry, tenía once años. Jonathan Edwards, el famoso predicador, solo tenía siete años cuando se entregó a Cristo. Isaac Watts, tenía nueve años y Enrique Drumond, tenía también nueve. ¿Qué tenemos que objetar a la conversión de estos grandes campeones del cristianismo? Seguramente que no entendieron mucho de lo que significaba la conversión en su terminología teológica, pero ¡fueron convertidos!
No es necesario insistir en que el niño tiene un conocimiento, relativo, pero real, del problema del pecado. Todos los padres saben que la conciencia del bien y del mal se despierta en sus hijos muy temprano. ¡Más de lo que los mismos padres lo quisieran! Es cierto también que el pecado en ellos, no significa lo que es para el adulto, pero con todo, saben los niños que necesitan ser limpios de sus sentimientos, palabras o hechos. Saben que son pecadores. El pecado no les ha hecho descender tan bajo como a los mayores, pero los gérmenes del mal son videntes, como para negar este triste hecho. El maestro que desee ganar a sus alumnos para Cristo, no debe perder de vista esta realidad.
Otra ventaja que tiene el alumno de la Escuela Dominical es que puede recordar y entender muy bien la historia del amor de Dios en Cristo. El relato de los sufrimientos y muerte de Cristo en favor de los niños y adolescentes, no puede sino despertar en el corazón de ellos, un sincero sentimiento de amor por Jesús. Nunca lo podrán olvidar, aun cuando olviden mucho de lo que se les ha enseñado.
Hace 25 años, una maestra de Escuela Dominical, muy amable y comprensiva, nos explicó con palabras claras y sencillas, que Jesús había venido al mundo para morir por todos los niños y mayores. De aquella clase no puedo recordar ahora nada más. No sé ahora quiénes otros la componían. He olvidado también muchas otras cosas de aquella mi primera Escuela Dominical. Pero, es también cierto que no puedo olvidar que fue en aquella clase y aquella maestra, donde por primera vez escuché de labios de una consagrada servidora de la Escuela Dominical, que Jesús murió por mí, ¡Eso nunca lo olvidaré!
No olvidemos los maestros de Escuelas Dominicales que el Evangelio es la más tierna y conmovedora historia de amor redentor y que esa historia puede adaptarse magistralmente al corazón y mente de todo niño. Ellos también se conmueven; ellos también la entienden. Busquemos la ocasión propicia para obtener de los niños y adolescentes de nuestra clase una sincera decisión por Cristo. Tal vez detrás de cada alumno de nuestra clase de primario o intermedio, se halle en potencia, un Policarpo, un Jonathan Edwards, un Mathew Henry o un Enrique Drumond, que espera el toque de amor de su maestro y su voz que le diga en las palabras de aquel hermoso himno infantil:
“Ven oh, niño ahora
Al Señor Jesús,
En la primavera
De tu juventud.”
El maestro frente a su clase, no sólo es un excelente comentador de las lecciones bíblicas; con la ayuda de Dios, puede convertirse en un poderoso evangelista de la niñez.
El Promotor de la Educación Cristiana, 1952