Eugenio Nida en cuanto a cómo comunicar el evangelio a católicos latinos

[Nota introductoria: No recomendamos todos los escritos de Eugenio Nida, porque no se mantuvo en la misma línea teológica toda su vida y llegó a ser muy ecuménico a pesar de sus escritos anteriores. Ha habido interés en sus creencias debido a su participación en la revisión 1960 de la Reina-Valera, no como revisor, sino como asesor al comité en su capacidad como secretario de traducciones de la Sociedad Bíblica Americana. El material traducido a continuación de la década de los 1950 nos ofrece una visión de algunos de sus puntos de vista durante esta etapa de su vida. Los estudios universitarios de Nida se centraron en la lingüística y la antropología, no en la teología, lo que explica por qué aborda las cuestiones desde ese ángulo en muchos de sus escritos.]

La comunicación del Evangelio a los latinoamericanos (selección)

En el catolicismo romano Jesucristo ha sido destruido como un símbolo de Deidad al cual los hombres pueden acudir con una esperanza viva y con identificación vital, pues él ha sido exhibido casi exclusivamente como el Cristo moribundo y muerto. En lugar del “Cristo muerto”, la Iglesia Romana ha, en parte, substituida al niño Cristo (como un bebé dependiente) en los brazos de su madre (la iglesia protectora). Además de esto, la naturaleza inaceptable del símbolo del “Cristo muerto” también ha conducido a la exaltación de María como la “Madre de Dios”, pues este símbolo femenino, como epítome de la vida, la belleza y la benevolencia, encaja perfectamente en el contexto de la sociedad latina, dominada por la mujer, donde es la madre de familia quien representa el centro psicológico de la lealtad y la mediadora de los beneficios para los hijos de un padre severo. En lugar del símbolo débil del infante dependiente o el símbolo de fertilidad de la madre misericordiosa, los evangélicos deben presentar un símbolo vigoroso de un Cristo vivo y reinante, que murió pero también resucitó y que viene en victoria final “cuando todos sus enemigos hayan sido puestos bajo sus pies”. Este es el símbolo viril del héroe conquistador que obtuvo la victoria sobre Satanás en la cruz, pues convierte el sufrimiento en triunfo y la tentación en fuerza. Además, es alguien que nunca defrauda a sus seguidores. Por lo tanto, los hombres que se identifican con él pueden seguirlo con firmeza y poder sobrenatural.

Este debe ser el Cristo de la tumba abierta y el velo rasgado, que rompió las ataduras de la muerte y entró de una vez por todas en el Lugar Santísimo para ofrecerse como sacrificio por los pecados del mundo. Este es el Dios verdadero y Dios mismo, y el único mediador entre Dios y el hombre: Jesucristo hombre. Esta última palabra, hombre, es importante, pues en la mentalidad latina, Jesús no es un hombre, sino una imagen; no es humano, sino un semidiós. En toda nuestra insistencia en su Deidad, no debemos olvidar que Latinoamérica necesita ver a Jesucristo como hombre perfecto, además de Dios mismo. La razón de esto es que, en su visión, Dios se ha alejado tanto (al interponer tantos intermediarios de sacerdotes y santos) que el hombre no puede tocarlo. Allí está, velado en el misterio del ritual. Pero ahora debe manifestarse mediante la proclamación de su Hijo, pues así como los hombres lo conocen, también conocen al Padre.

Este anuncio de Cristo vivo es esencial para cualquier comunicación relevante dirigida a personas que se relacionan principalmente con personajes, más que con abstracciones, y que necesitan redescubrir emocionalmente la realidad de un Dios personal. Además, Jesucristo es nuestro único mensaje, la única razón de nuestra existencia y el único tema relevante de nuestro testimonio.

En segundo lugar, el cristianismo debe presentarse no como una respuesta intelectual a una serie de formulaciones doctrinales indiscutibles, sino como la respuesta del corazón al amor de Dios. Esto significa presentar a Jesucristo ante los hombres con palabra y vida, y no simplemente impartir conferencias sobre teología protestante. Todos los argumentos para probar a Dios, reivindicar la Biblia o defender nuestra teología sistemática deben subordinarse a la proclamación significativa de Jesucristo como la respuesta, mediante la fe, a los problemas de la vida. Esto no significa que la teología sea irrelevante, sino que, para comunicar el mensaje de las Escrituras a los latinoamericanos, debe llegarles en su forma verdaderamente bíblica, como la proclamación de las Buenas Nuevas de vida, en la que los factores teológicos se subordinan al encuentro realista de Dios con los hombres. En cuanto a lo que la Biblia se refiere, la dificultad del hombre es su pecado, lo cual no es un error de la mente, sino una rebelión del corazón. Por consiguiente, la salvación no proviene del asentimiento intelectual a ideas correctas, sino a través del corazón, lo cual en fe le dice que sí a Dios.

En tercer lugar, la Biblia debe presentarse a la gente como un relato realista de Dios y del hombre, no generalizado ni abstracto mediante nuestras pulcras formulaciones doctrinales y esquemas temáticos, ni despojado de su verdadero mensaje por enseñanzas tipológicas y alegóricas indebidas (como si Dios se deleitara en ocultarnos la verdad), sino vibrante, dramática y real. Debe enseñarse en un contexto de lucha, prueba, respuesta y acción: el relato de Dios que entró en la historia y obró para llamar a un pueblo hacia sí mismo, y la historia de hombres que, en respuesta a un Dios soberano, encontraron gozo mediante el servicio y libertad mediante la obediencia.

La verdadera tarea no es simplemente enseñar la Biblia, sino enseñar a ciertas personas lo que la Biblia les dice. Al hacerlo, no debemos dejarnos tentar por esquemas aliterados ni explicaciones simplistas, ni debemos pensar que los hombres responderán a argumentos basados ​​en ataques a hombres de paja. Además, debemos estar preparados para declarar todo el consejo de Dios con total abandono al punto de vista bíblico, tal como se desprende del contexto cultural en el que este mensaje fue dado a los hombres.

El alma latina anhela verdadero alimento espiritual, no esquemas de sermones pre-digeridos. Anhela representaciones realistas de los grandes héroes de la fe: Abraham, quien se atrevió a ir a una tierra desconocida en respuesta a Dios; Moisés, quien enfrentó el desafío y el peligro de identificarse con una minoría despreciada; Josué, quien se declaró a sí mismo y a su familia por Dios en medio de la creciente oposición de seguidores celosos y rebeldes; David, quien conquistó una nación, pero cayó víctima de su propia lujuria; Jeremías, quien pronunció en nombre de Dios la verdad que hirió, no solo a otros, sino a sí mismo, y así sucesivamente. La Biblia es un libro de vida, pues surge del contexto de la vida y se dirige a ella. No debe ser escondida en nuestras formulaciones doctrinales protestantes, como tampoco debe ocultarse el rostro de Dios mediante los elaborados rituales de la Iglesia Romana.

Nida, Eugene A. Practical Anthropology #7, 1961, págs. 152-153.

 

Cómo María mantiene su lealtad

Por Eugenio Nida

Un antropólogo cristiano analiza qué hay detrás del interés centrado en la Virgen María.

Dentro de la Iglesia Católica Romana, la mariología ha atraído rápidamente la atención mundial. Se han establecido numerosos santuarios. Los supuestos milagros han recibido amplia publicidad. Numerosos libros y artículos han destacado la importancia de María en el mundo moderno. Y la Virgen de Fátima ha sido intensamente promovida como protectora de la cristiandad contra el comunismo. La reciente promulgación de la doctrina de la Asunción de la Virgen ha fortalecido el estatus teológico de María, y la doctrina, tan debatida, de María como corredentora con Jesucristo parece estar ganando influencia dentro de la Iglesia Católica Romana.

Los protestantes han discutido este desarrollo de la mariología principalmente en términos de sus implicaciones teológicas. Pero no han observado las implicaciones culturales más amplias.

Para comprender y apreciar mejor lo que está sucediendo dentro de la Iglesia Romana, este extraordinario énfasis en María debe verse a la luz de la antropología.

María vive, pero Cristo continúa muriendo

La creciente atención a María resulta casi inevitable de hacer que Cristo sea cada vez menos atractivo para la gente.

Cristo no es retratado como un “héroe cultural” victorioso (en términos puramente antropológicos), sino como una víctima derrotada y moribunda. Un Cristo así genera sentimientos de piedad y compasión, no de confianza y esperanza.

Cristo en la cruz recuerda al pecador sus pecados, pero este símbolo no basta para que la persona promedio desee identificarse con el Salvador sufriente. La contemplación de Cristo moribundo, si bien evoca fuertes emociones, tiende a agotar la energía nerviosa.

Compare este retrato de Cristo moribundo con la imagen de la radiante y hermosa María, la persona benévola, siempre accesible y generosa.

Es María quien siente compasión por la multitud; y es la contemplación de este símbolo la que brinda seguridad, esperanza y bienestar. Como mediadora entre el adorador y Cristo o Dios, se convierte en dadora de vida, fuente de salud y fuente de poder. Como resultado, el centro del culto en la iglesia romana se desplaza fácilmente de Cristo a María, pues la gente prefiere identificarse con una María viva que con un Cristo moribundo.

Este contraste entre la muerte y la vida se ha acentuado aún más en el desarrollo romano de la misa. En su forma temprana del Nuevo Testamento, la misa reflejaba el alimento de la alianza del Antiguo Testamento, pero durante los primeros siglos se asimiló casi por completo, en muchos aspectos, a los ritos de fertilidad de las religiones místicas. Ya sea que reflejaran los ritos de Eleusis, Isis, Osiris o aquellos centrados en el culto a Astarté, prevalecía el mismo principio dominante: el ahijado moribundo resucitado mediante el principio de la productividad femenina.

A medida que la misa se desarrollaba, dejó de ser una fiesta conmemorativa para convertirse en una recreación milagrosa del derramamiento de sangre. Al adorador no se le recordaba simplemente lo que Cristo había hecho (su muerte y resurrección), sino que Él moría constantemente por el pueblo, y que este participaba de su propio cuerpo y sangre, ya sea directamente o en la persona del sacerdote. Este símbolo reforzaba la identificación de Cristo con la muerte, y no con la vida.

La falta de atractivo emocional de este procedimiento dejaba un vacío espiritual y psicológico. Y este vacío fue llenado por el símbolo de la Virgen, fácilmente tomado de las religiones paganas de misterios e incorporado con muy poca adaptación, pero con cierto refinamiento teológico, a las prácticas de la iglesia.

Qué significa esto en una cultura latina

El hecho de que el símbolo de Cristo sufriente y moribundo fuera reemplazado gradualmente por el de María, amorosa y viva, es solo una parte de la historia, particularmente para Latinoamérica. Allí, los acontecimientos tienen un significado aún más profundo.

En la cultura iberoamericana (excluyendo los elementos indígenas), la iglesia y la sociedad parecen encajar a la perfección. Esto es comprensible, ya que ambos crecieron juntos. La cultura latina se ha desarrollado en gran medida gracias a las enseñanzas de la iglesia, y esta se ha adaptado a sus características específicas.

Tres factores subyacen a esta estrecha relación entre la iglesia romana y la sociedad latinoamericana.

1) La cultura latinoamericana está orientada hacia la mujer. Con esto no queremos decir que esta orientación sea la única ni la dominante. Pero, a diferencia de otras culturas que podrían describirse como orientadas al sexo, la cultura latinoamericana ciertamente muestra una tendencia dominante hacia la orientación femenina.

En la cultura estadounidense, así como en la de la antigua Grecia, el elemento dominante parece ser más una cuestión de sexo en sí que de interés por lo femenino. Estas diferencias se pueden observar en características como (1) menor homosexualidad que en nuestra cultura, (2) mayor atención a las características sexuales femeninas y (3) mayor interés en provocar la respuesta femenina que en simplemente satisfacer los impulsos sexuales. Además, la mayor distinción entre los roles masculinos y femeninos tiende a reforzar la naturaleza femenina de la sociedad latina.

2) En la sociedad latinoamericana, la madre es el centro emocional de la familia. Se espera, en mayor o menor medida, que el padre tenga relaciones extramatrimoniales, ya sea con prostitutas o amantes. De hecho, en algunas regiones de Latinoamérica, el número y la calidad de las amantes es un factor más decisivo para ganar prestigio que el número de autos. Dado que se espera que el padre tenga lealtades divididas y otros vínculos emocionales, los hijos sienten un mayor apego emocional a la madre, aunque puedan respetarle profundamente.

Ciertamente, no todos los hombres latinoamericanos tienen relaciones extramatrimoniales. Algunos son muy fieles a sus familias, especialmente algunos en los grupos de ingresos medios y bajos. Sin embargo, la actitud general es que, si estos hombres son infieles, no deben ser condenados con demasiada severidad. Además, se supone que la esposa debe ser más o menos tolerante con tales relaciones y aceptar la competencia con ecuanimidad.

Una consecuencia más o menos natural del rol de la madre como otorgante de beneficios es que ella continúa funcionando de esa manera, a medida que sus hijos crecen. En lugar de ser la fuente directa de ayuda, se convierte en la intercesora de los hijos ante el padre menos accesible. De hecho, se supone que los padres sean algo distantes y las madres, más indulgentes.

Por lo tanto, el “mito” o la realidad del padre más distante y la madre intercesora se convierte en un marco cultural en el que el concepto de un Dios exigente y una María benevolente puede tener sentido.

3) El estatus de la esposa en una sociedad aparentemente monógama es mantenido por la iglesia, que niega la validez del divorcio. De hecho, en algunos países latinoamericanos la iglesia romana ha tenido tal influencia que es imposible obtener un divorcio legal.

La amenaza de excomunión se aplica a los divorciados, pero no a las amantes ni a los adúlteros. Y así, se mantiene el estatus de la esposa.

Comprensivamente, la esposa y madre busca reforzar la autoridad de la iglesia. Como madre fiel e intercesora, se identifica con la Virgen y encuentra su confianza en la fuerza de la única institución que mantiene su estatus y parece defender su rol.

No solo las mujeres encuentran en María un tipo cultural con el que pueden identificarse, sino que muchos hombres, consciente o inconscientemente, tienden a transferir sus sentimientos de dependencia hacia su madre al culto a la Virgen Madre.

La lealtad a la Virgen, por lo tanto, proviene menos de la instrucción eclesiástica que de los patrones subyacentes de la vida latina. Esta puede ser la razón principal por la que la Iglesia romana sigue siendo tan fuerte, a pesar de los fuertes movimientos liberales e intelectuales en Latinoamérica.

Una y otra vez, los jesuitas han sido expulsados ​​de varios países. En muchas zonas existen fuertes movimientos anticlericales. Pero a pesar de todo esto, la devoción a la Virgen continúa siendo un símbolo inconsciente de la vida del pueblo latino.

Cada país o región principal de Latinoamérica tiene una Virgen patrona. Aunque cada zona también puede tener santos patronos, el apego predominante es a la Virgen.

La crítica más frecuente contra los protestantes es que no creen en la Virgen. Los argumentos de los católicos romanos no revelan ninguna preocupación teológica especial por la Virgen. Simplemente, no comprenden lo que parece ser una grave falta de respeto, gratitud y lealtad filial.

Para el católico romano latino promedio, la Virgen no es principalmente el personaje histórico que vivió en Nazaret, dio a luz a Jesucristo y lo crio hasta la edad adulta; la Virgen es la proyección simbólica de una serie de actitudes emocionales que se forman en los primeros años de vida de un niño. Este apego a la Virgen es una de las experiencias psicológicas más profundas y tempranas.

Este apego surge en gran medida sin un razonamiento explícito, aunque puede formularse en doctrinas memorizadas y expresarse en actos de oración. El hecho de que la adoración a la Virgen sea en gran medida implícita en el marco cultural aumenta considerablemente su influencia en la persona, pues cualquier rechazo a la Virgen está ligado al rechazo del amor materno, del hogar y de la familia.

En gran medida, los misioneros protestantes en Latinoamérica no han comprendido esto. Han intentado emplear argumentos teológicos contra lo que han denunciado como «mariolatría».

Sin embargo, en su mayoría, los católicos romanos se han mostrado impasibles ante tales argumentos. ¿Por qué? Porque aprendieron a creer en la Virgen no a partir de argumentos teológicos, sino por relaciones familiares. Aunque a veces admiten la validez de los argumentos bíblicos, los católicos romanos siguen siendo emocionalmente incapaces de considerar rechazar a la Virgen.

Pero si romper con el símbolo de la Virgen es tan difícil, ¿cómo se explica la presencia de cinco millones de protestantes latinoamericanos?

Existen algunas razones “antropológicas” más o menos evidentes:

1) Reacción al autoritarismo de la Iglesia;

2) Ventajas educativas especiales que ofrecen las misiones protestantes;

3) Resentimiento personal contra el comportamiento de personas identificadas con la Iglesia católica;

4) Un sentimiento de frustración que termina en un desafío inconformista al statu quo y todo lo que este representa.

Y probablemente existan otras razones similares.

Pero hay una razón mucho más importante que cualquiera de estas causas “desencadenantes”. Esta es la sustitución del símbolo del Cristo victorioso y vivo por el del Cristo derrotado y moribundo.

La Biblia misma comunica este nuevo símbolo con mayor eficacia que cualquier otra cosa. Repetidamente, los católicos romanos han comentado al leer las Escrituras que no se habían dado cuenta de que Cristo vivía. Lo habían considerado solo moribundo. El hecho de que su vida estuviera tan llena de servicio e identificación con la gente, y que, aunque sufrió, resucitara de entre los muertos y ascendiera a la gloria, parece una revelación casi incomprensible.

Además, en las Escrituras, los católicos romanos descubren que fue Dios quien se identificó con el hombre en Cristo (Dios ya no está oculto por la omnipresente Virgen) y que fue Cristo quien se identificó plenamente con el hombre. Es esta identificación de Cristo con el hombre (Él era uno como nosotros) la que finalmente llega a los hombres y mujeres.

Los católicos romanos también se sorprenden al saber que este Cristo que vivió también vive hoy y por su Espíritu camina con los hombres. Aquí reside la plenitud de la comunión y la certeza que siempre envuelve los esfuerzos bienintencionados, aunque a veces frustrados, de la bondadosa Virgen-símbolo.

En su mayoría, los católicos romanos no se convierten al protestantismo de la noche a la mañana. De hecho, durante el proceso de aprendizaje sobre el Cristo vivo, a menudo recurren repetidamente a la oración a la Virgen, y en momentos de grave crisis familiar sienten un impulso casi irresistible de buscar refugio en las oraciones y las velas a la Virgen.

Cuando finalmente se separan (a veces después de varios años), lo hacen solo cuando el símbolo (y la realidad) de Cristo como intercesor vivo ha sustituido por completo al símbolo anterior de la Madre intermedia como intercesora.

Por qué las palabras son confusas

Quizás una de las tareas más difíciles para el misionero protestante en Latinoamérica sea comprender la naturaleza e importancia de los símbolos, ya sean verbales o visuales. Esto no significa que el protestante no posea varios símbolos; lo hace. Pero en su mayor parte, sus símbolos son principalmente palabras y descripciones verbales de personas y eventos.

Cuando el protestante piensa en San Pedro, inmediatamente le vienen a la mente toda una serie de imágenes: la negación en el juicio, las tres preguntas de Jesús tras la Resurrección, Pedro cortándole la oreja a Malco, etc.

Para el católico promedio en Latinoamérica, San Pedro significa una estatua en una iglesia, un santo patrón de un pueblo cercano, una estatua ante la cual reza en momentos de enfermedad familiar, un personaje en el cielo que intercede ante María, quien a su vez se acerca a Cristo.

Si un católico ha leído la Biblia, puede tener imágenes mentales similares a las del protestante, pero en general, incluso si protestantes y católicos usan la misma palabra “San Pedro”, es muy probable que se refieran a cosas completamente diferentes.

Varios símbolos protestantes son palabras que representan creencias importantes. Estas palabras simbolizan experiencias importantes en su vida y doctrina que él considera indispensables para la fe: arrepentimiento, conversión, redención, bendición, Espíritu Santo, justificación, santificación, el Salvador moribundo, la sangre, la cruz, el sepulcro abierto, los santos, la confesión, la oración, la fe, la esperanza, la seguridad, etc.

Para el católico romano, varias de estas palabras se asocian con objetos (o imágenes) específicos que puede ver o ritos en los que participa abiertamente: la sangre (el vino en la comunión o la pintura roja en el crucifijo), el Salvador moribundo (el crucifijo), la cruz, los santos (intercesores celestiales e imágenes en el hogar y en la iglesia), las oraciones (no es casualidad que el católico “rece” o “recite”, pero el protestante “ore”), la fe (como una lista de doctrinas), la confesión (al sacerdote), etc.

Para que un misionero se comunique eficazmente con el católico romano, debe superar la brecha psicológica que existe entre dos sistemas, eligiendo palabras y símbolos que ayuden al católico romano a comprender las creencias protestantes. En lugar de usar palabras con poco significado, necesita emplear figuras que se aproximen al grado de simbolización objetiva, tan común entre los católicos romanos.

Uno de estos símbolos, muy importante para comunicarse con los católicos romanos, es el del velo rasgado. Mediante este símbolo se puede indicar la importancia del Mediador de la nueva relación con Dios.

El símbolo de la cena de la alianza, consagrada por la muerte de Aquel que se ofreció a sí mismo, puede ayudar a explicar el significado bíblico de la comunión.

El símbolo del Señor resucitado puede ayudar a transformar el crucifijo y dar la seguridad de que la muerte es absorbida por la victoria.

Una de las razones del espectacular éxito de las iglesias pentecostales en Chile reside en su rico uso de símbolos verbales. Estos símbolos ayudan a crear en su feligresía la vívida impresión de eventos y personajes bíblicos, con quienes la gente, en sus dramáticos momentos de oración y manifestaciones unidas, se identifica psicológicamente.

En la atmósfera relativamente poco atractiva y seria de las iglesias protestantes de América Latina, se debería intentar encontrar sustitutos verbales compensatorios mediante los cuales el simbolismo llegue a ser lo más significativo posible y la comunión grupal tan emocionalmente gratificante como la correspondiente sensación de belleza y pompa en los edificios y ritos católicos romanos.

Para el misionero, uno de los elementos más esenciales es comprender adecuadamente los factores subyacentes que influyen en el comportamiento. Sin este conocimiento, a veces nos quedamos paralizados, sin saber qué decir ni adónde acudir.

Nuestra comprensión de los conceptos fundamentales de la vida latinoamericana es aún muy rudimentaria, pero debemos esforzarnos al máximo por comprender y apreciar la naturaleza básica de cualquier sociedad si queremos tener un éxito apreciable en comunicar a estas personas el significado pleno de Cristo como Salvador y Señor.

Nida, Eugene. “How Mary holds allegiance” Eternity. December 1957, págs. 18-19; 36-38.

El mensaje en la vida de la gente (selección)

Eugenio Nida

Sea cual sea el mensaje o la audiencia, el misionero debe tener algún punto de contacto. Es decir, debe comenzar con aquellos a quienes se dirige. Esto no significa que el punto de contacto se convierta en el fundamento de un sistema religioso. Las creencias animistas no son el fundamento del Evangelio, pues «no hay otro fundamento que el que fue puesto en Cristo Jesús». Además, estamos pisando terreno peligroso si intentamos equiparar las creencias animistas con la revelación de Dios en el Antiguo Testamento. El interés del misionero en los sistemas religiosos nativos no es un medio para construir una superestructura cristiana sobre una conciencia animista, sino para descubrir puntos de contacto y definir claramente las diferencias fundamentales.

El misionero que visita el hogar de un católico romano en Latinoamérica a menudo encontrará valioso preguntar por el nombre del santo venerado en el altar familiar o colocado en el nicho de la pared. Si el santo es un personaje bíblico, el misionero tiene inmediatamente un punto de contacto, pues en la mayoría de los casos el católico sabe poco o nada sobre su santo, excepto quizás que se vendió en cierta feria y que está garantizado que cura ciertas dolencias. De ser posible, el misionero debe mostrar a su anfitrión católico la porción de las Escrituras que habla de su santo, y de esta manera, el hombre a menudo querrá poseer el Libro que habla de él. Pero si comienza a leer, pronto descubrirá que el personaje principal de la revelación de Dios es su Hijo, no el santo; y finalmente Jesucristo se entroniza en el pensamiento y la vida del hombre.

Al buscar puntos de contacto, no implicamos que se deba adoptar la postura de que todas las religiones son esencialmente similares. El estudio de las religiones comparadas durante la última generación hizo mucho hincapié en la presunta identidad de los sistemas religiosos, e incluso intentó construir series evolutivas de complejidad cada vez mayor mediante las cuales se suponía que todos los sistemas religiosos se habían desarrollado. Los antropólogos son mucho más cautelosos hoy en día, y quienes han estudiado estos problemas con mayor profundidad se han impresionado cada vez más con algunas de las distinciones fundamentales que con las semejanzas superficiales. Especialmente en el campo de la soteriología, la Biblia presenta una forma única a Dios. Pues no es un proceso por el cual el hombre gana su salvación a través de privilegio hereditario, la práctica ritual, o la auto-subyugación, sino uno por el cual Dios no solamente salió a buscar al hombre, pero también ha provisto la manera y la forma de reconciliación a sí mismo.

El núcleo del mensaje del misionero es que «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo» (2 Corintios 5:19). Cabe destacar que no se trata de Cristo reconciliando por sí solo a un mundo desobediente con la moralidad superior de Dios, ni de Cristo reconciliando a un Dios irritado y enojado con un mundo rebelde. Dios mismo estaba en Cristo, reconciliando consigo al mundo. Aquí reside la unidad de la redención divina, que es destrozada por teólogos superficiales que no toman en serio la Trinidad.

El mensaje del misionero debe arraigarse en la presentación más profunda y, a la vez, más clara de la teología bíblica, un estudio que lamentablemente ha sido descuidado por muchos que han considerado las misiones como una iniciativa de buena voluntad o un programa de mejora social. Pero las misiones no pueden avanzar sin una presentación dinámica de cinco verdades teológicas cardinales: (1) la Trinidad, (2) la naturaleza pecaminosa del hombre, (3) el poder regenerador del Espíritu de Dios mediante la fe en la expiación de la Cruz, (4) la vida de santidad, y (5) la comunión y el ministerio de la Iglesia. …

Sólo en la Trinidad puede uno entender cómo uno puede ser el mismo Dios creador, redentor y santificador de la humanidad; cómo puede ser el Dios del cielo, Jesús quien vivió y murió en la tierra, y el Espíritu que mora dentro del creyente. Sólo en la Trinidad uno percibe al Dios que controla el universo y todavía en su tierna compasión toca el corazón del vil pecador. …

El poder regenerador del Espíritu mediante la fe en la expiación de la Cruz es el mensaje de salvación. Es la sencilla historia de Juan 3: «Os es necesario nacer de nuevo». Es la respuesta directa a los hechizos y fetiches, la magia y los sacrificios, las oraciones y las peregrinaciones. No niega las observancias religiosas, pero insiste en que la vida es por fe y que las obras reflejan la gracia salvadora, en lugar de constituir la base de la aceptación de uno ante Dios.

Nida, Eugene. “The Message in the Lives of the People” The Princeton Seminary Bulletin. Spring 1951, págs. 9-12.

Extra

En un seminario cristiano al acabar un discurso en 1994, el Dr. Nida permitió preguntas de los alumnos. Unos momentos después de que se le formuló la pregunta “¿Cómo puedes ganar personas para Jesús sin asociarte con ellas?”, él contestó con la siguiente aportación:

He estado en hogares, hogares católicos romanos, como invitado, y aquí hay un altar a San Pedro. Yo siempre le digo a la gente, “qué bonito, qué bello, qué hermoso”. “¡San Pedro! ¿Es este tu santo personal? Y ellos dicen: “sí, sí”. Se lo agradecen y comentan y lo demás. Luego digo: “Por cierto, ¿alguna vez has leído una carta que él escribió a algunas iglesias?” Ellos responden: “¿Una carta? ¿Él escribió una carta?” “¡Sí! ¡Y está en la Biblia!”. “¿De veras?” Y yo contesto: “Sí, te conseguiré una”. Así que les consigo una [Biblia], y se los llevo, y les muestro, y leo unas partes. Y señalo que este fue el “santo” que escribió este tipo de cosas, y están muy, muy impresionados. Y algunos de mis amigos dicen que eso es algo horrible para hacer. ¡No! No estoy ni un poco preocupado. Si obtienen la Biblia, pronto encontrarán leyendo versículos importantes allí, ¡que el Señor de San Pedro es Jesús! Entonces, ¿por qué no empezar dónde están? ¿Por qué no? No hay necesidad de entrar a la casa y [al ver el altar a san Pedro] decir “¡Uy!” Eso es casi como mis amigos piensan que debería hacer, pero no lo hago así.

Nida, Eugene A. Cults: Description and Methods. Asbury Theological Seminary. Kingdom Conference video, November, 1994.

Para la persona semicristianizada de origen católico romano, que a menudo ha oído mucho más sobre María que sobre el Hijo de Dios, el libro de Lucas es una introducción que lleva de la verdadera reverencia a María a la adoración de Aquel que redimió a la humanidad y es el único mediador entre Dios y el hombre.Nida, Eugene A. God’s Word in Man’s Language. New York: Harper & Brothers, 1952, p. 26

Más bien, [el católico] debe ser introducido a Jesucristo de tal manera que reconozca que solo él es el Señor. Entonces, y solo entonces, la Virgen asumirá el lugar que le corresponde en el pensamiento y la estructura emocional de la personalidad del creyente. En otras palabras, María no puede ser quitada de su lugar, pero Cristo puede ser interpretado para los católicos romanos de tal manera que ocupe el lugar que le corresponde como el “único mediador entre Dios y los hombres”. Solo cuando se acepte esta interpretación, María recuperará su legítimo papel bíblico.
Nida, Eugene A. Message and Mission. South Pasadena, CA: William
Carey Library, 1960, p. 132.

Pensamientos finales

No es suficiente con reeducar al hombre, éste debe nacer de nuevo. Debe convertirse en una nueva creación, porque sólo en Cristo “las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas”. Hemos llegado a darnos cuenta de que el “cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”, no es una fórmula vana de escape psicológico. Es el corazón mismo de las Buenas Nuevas, porque todo hombre que confía en el Jesús de las Escrituras y le reconoce como redentor de su vida, no sólo es rescatado de sus pecados abrumadores y de sus temores, sino que recibe vida nueva por el Espíritu de Dios.
Nida, Eugene A. “La Biblia nos Habla Hoy”. La Biblia en América Latina. octubre-diciembre 1956, págs. 671-672.

Hay los que se ríen de la doctrina de “la justificación” y la consideran como la fabricación de la conciencia embrujada del teólogo. ¡Todo lo contrario! Es el misterio de gracia revelada en las vidas de los hijos de Dios. Mora en el mismo corazón del evangelio, puesto que sin justificación la salvación no sería de gracia, sino de obras. Pero Dios no estará endeudado a ningún hombre.
Nida, Eugene A. God’s Word in Man’s Language. New York: Harper &
Brothers, 1952, pp. 145-146.

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