La solemnidad del culto

El acto de adoración a Dios en la forma del culto público debe ser solemne. Todo ha de contribuir a crear una atmósfera propicia para esa solemnidad. No debe haber nada que sugiera pensamientos distintos de lo que convienen a un acto de tal naturaleza. Detalles tan pequeños como el arreglo de las flores, merecen especial atención.

El comportamiento de aquellos que están en la plataforma del templo y los miembros de coro, afecta de una manera favorable o adversa, el espíritu solemne de adoración que debe prevalecer donde quiera que haya cristianos reunidos para glorificar a Dios.

La limpieza, el orden, el adorno discreto del santuario, son factores que cuentan para hacer del culto un acto solemne. Un templo sucio, con telarañas, donde hay cosas fuera del lugar, himnarios descuadernados, con hojas de menos y manchados; adornos extravagantes; macetas en profusión que convierten la plataforma en un rincón de selva; flores artificiales de papel, desteñidas y llenas de polvo; estandartes y banderas ajados, motivos decorativos de Navidad que se quedan allí tres o cuatro meses después, el piano lleno de himnarios de música, que parece un librero, etc., etc., son todos ellos elementos negativos que conspiran contra la solemnidad del culto y la reverencia de los que participan en él.

Los himnos que tienen música sandunguera, ritmo movidito de son afrocubano o de huapango, son himnos que deben desterrarse del culto aunque la letra sea muy bella, inspiradora y adecuada. En todo caso, hay que buscarles a tales letras otra música más de acuerdo con el respeto y la reverencia que Dios nos merece.

La lectura de la Biblia hecha con despreocupación, descuidadamente y con torpeza, es otra de las cosas que le restan grandeza y solemnidad al culto. La Biblia debe leerse con dignidad con habilidad, dándose cuenta cabal de que es la Palabra de Dios que se lee para el pueblo que está congregado en función de adoración.

Las largas oraciones de pastores o congregantes provocan cansancio, bostezos e incomodidad que se traducen en una disminución patente de la reverencia.

Sermones improvisados, monótonos, sin vida, y por añadidura kilométricos, son motivos de que la solemnidad del culto se debilite en vez de que sea más profunda y más grandiosa.

Y los anuncios… ¡Esos anuncios! En muchas iglesias sale sobrando el boletín, porque de todas maneras se toman a veces hasta diez minutos del servicio para repetir los anuncios que ya están impresos o para machacar sobre alguno de ellos. Y muchos de tales anuncios están totalmente fuera de tono con el culto, por no decir que en términos generales, todos. Se anuncia una excursión, una comida, papeletas para una fiesta, qué sé yo. Pero, ¿qué tiene que ver todo eso con el culto de adoración? ¿Por qué no habrán entendido nuestros pastores y nuestros laicos que dirigen el programa del culto que hay muchas otras maneras de comunicar las noticias, de proporcionar los anuncios?

Pero no toda la responsabilidad por la solemnidad del culto recae sobre los que lo dirigen. Cada uno de los que se reúnen para adorar ha de contribuir con su actitud para que el acto de adoración sea digno de Dios. Los cuchicheos las risitas, la falta de atención, el vestir extravagante o llamativo, todo eso y más, destruyen la atmósfera religiosa sin la cual el culto no es culto o es un culto indigno que Dios no puede aceptar.

La actitud del que adora tiene que ser sincera y reverente. Y la actitud de todos los que contribuyen a formar esa atmosfera de que vinimos hablando; por eso es tan importante que los pensamientos de todos se unifiquen en el solo propósito de alabar y glorificar a Dios, y de dejar el alma abierta a Su dirección e influencia a Su inspiración y luz.

Heraldo Cristiano

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