Los creyentes en Tesalónica se habían convertido de los ídolos «para servir al Dios vivo y verdadero» (1 Tes. 1:9). Enfatizamos la frase «para servir», ya que contrasta con el concepto de convertirnos para ser salvos. Claro está que no se trata de una contradicción, sino de un concepto más desarrollado. Es verdad que recibimos la vida eterna al creer en el Señor Jesucristo, pero es preciso notar que este momento cumbre de nuestras vidas se describe como una «conversión» -una media vuelta- que nos encamina por una ruta nueva: la del servicio a quien nos salvó.
Una y otra vez surge en nuestras conversaciones el tema del servicio cristiano, y generalmente, se asocia con obreros que se han dedicado totalmente a la obra o con guías que asumen responsabilidades en la iglesia local.
Quizá no se define muy claramente, pero se supone que estos hermanos -los siervos del Señor- tienen motivos especiales «para servir al Dios vivo y verdadero». Esto podría ser verdad -y no se trata de criticar a nadie- en iglesias institucionalizadas, cuyo ministerio se limita prácticamente a personas especialmente preparadas para el tipo de servicio que se cree conveniente en su denominación. Sin embargo, no puede ser verdad en iglesias que aceptan las enseñanzas de 1 Cor. caps. 12-14, ya que todos los creyentes se describen como miembros del Cuerpo Místico de Cristo, declarando Pablo que «Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el Cuerpo, como él quiso (1 Cor. 12:18). Uno se compara con el oído, otro con el ojo, otro con la mano, etc., pero cada uno necesita del otro y cada cual tiene su importancia en el conjunto del «Cuerpo». Dios quiere que cada miembro sea activo y útil en el conjunto de la Iglesia.
Desde el punto de vista personal del hermano o hermana el servicio brota del reconocimiento de las maravillas del amor de Cristo para con él o ella, pudiendo exclamar con Pablo: «El Hijo de Dios, el cual me amó y se dio a sí mismo por mí… El amor de Cristo nos constriñe… Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo por basura para ganar a Cristo (Gál. 2:20; 2 Cor. 5:14; Fil. 3:8).
Sacamos esta clara consecuencia de estas citas: el servicio cristiano es el privilegio y la obligación de todo verdadero creyente ya que es la respuesta lógica de cada uno al amor que su Señor le ha mostrado, llegando a dar su Vida de valor infinito por la de cada una de nosotros. La devoción es una pura hipocresía si no nos lleva al servicio. Un himno nuestro presenta perfectamente la devoción del alma que contempla la Cruz, pero, ¿nos lleva la devoción a la entrega de nuestro ser al Maestro para su servicio?
«¿Y qué podré yo darte a TI,
A cambio de tan grande don?
Todo es pobre, todo ruin…
¡Toma, oh Dios, mi corazón!»
El «corazón» es la sede de los deseos y de las decisiones del ser humano, de modo que su «entrega» es una metáfora que señala nuestra sumisión al señorío del Maestro. Y tras la entrega del corazón viene el «sacrificio vivo» de nuestro cuerpo, como instrumento para el servicio de quien nos salvó (Rom. 12:1).
A veces nos excusamos diciendo: «Yo no puedo identificarme con el servicio de esta iglesia mientras vea defectos en su testimonio. Tendría que haber una labor de pastoreo más perfecta y mensajes de la Palabra a otro nivel. Es preciso que los hermanos muestren más claramente su amor los unos para con los otros». Por supuesto, es muy de desear que superemos los niveles actuales en todos los aspectos del testimonio de la iglesia local, pero tu aprecio de lo que otros han conseguido -o dejado de conseguir- no puede condicionar tu servicio. Servimos porque somos «comprados por preció», viviendo bajo el señorío de Cristo y no porque el hermano es así, o ha dicho esto, o no ha hecho lo otro. Seguramente los defectos serían menos y los éxitos espirituales más si todos fuésemos constreñidos por amor al servicio que Dios ha puesto delante de nosotros. El servicio puede ser muy variado, y, sin duda alguna, Dios te da oportunidades para actos de servicio positivos y útiles, pues no se trata sólo de «entregar algo a Cristo» al hermano y al amigo a tu lado. Que primeramente tengamos nuestro encuentro con el Maestro, dejando que él determine el modo y manera de nuestro servicio, y después veremos que no es tan difícil, después de todo, coordinar nuestra labor con la de otros.
Pensamiento Cristiano, 1972