La parábola de la perla de gran precio

Mateo 13:45-46

El alcance de esta parábola es muy similar al anterior; pero hay una diferencia marcada y hermosa, que mientras que el “tesoro” es su posesión, la “perla” es para el adorno personal. La iglesia aquí no es solo una “posesión adquirida”, sino una perla de gran precio y belleza para adornar a su persona y reflejar la gloria de su carácter. Si Cristo es la perla—como algunos lo interpretan—entonces el pecador, como comerciante, tiene que comprar a Cristo vendiendo todo lo que tiene. Es bastante claro que esta no es la enseñanza de la Escritura. El precio es pagado por Jesucristo como el Redentor, no por el hombre, pues se encuentra en una bancarrota espiritual por su pecaminosidad. “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19).

I. El mercader es Cristo. Él es un comerciante, un hombre involucrado en el negocio de llevar a cabo el comercio celestial. El vino a establecer su empresa de buscar perlas preciosas. “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49).

II. La perla es la iglesia. La iglesia es la esposa del Cordero (Apoc. 21:9), y ha sido comprada a un precio elevado. “…La iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hch. 20:28). “La redención de la posesión adquirida” (Ef. 1:14). “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Ef. 5:25). Asimismo como Booz encontró a Rut y la redimió a sí mismo, la desposada de Cristo es una perla para él que no tiene precio. Ella será para él como diadema de gloria a través de todas las edades venideras. “Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero” (Ap. 21:9).

III. El precio fue su propia vida. “Vendió todo lo que tenía” (Mat. 13:46). “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor. 8:9). Él murió por nosotros. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Cor. 6:20). “Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres” (1 Cor. 7:23). Cristo puede verdaderamente decir de su iglesia: “He hallado la perla de gran precio”.

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