Salvando almas de la muerte

Texto: “El que hubiere hecho convertir al pecador del error de su camino salvará una alma de muerte.” Sant. 5:20

Estas son palabras conmovedoras—palabras sorprendentes. ¿Hay almas en peligro de morir? Sí las hay. ¿Dónde? Cerca de nosotros, en cualquiera parte, Cada alma que se ha extraviado de la verdad está en camino de muerte, y a menos que se le convierta perecerá para siempre. La oscuridad de la muerte eterna pronto caerá sobre él. Puede ser en diez años; puede ser en un año, puede ser en un mes, puede ser en una semana, puede ser en un día. Quizá mañana antes de la salida del sol, alguna alma errante que está hoy a nuestro alcance para convertirla y salvarla, pasará fuera de nuestra vista y entrará a la desesperación y ruina eternas. Pero si nos despertamos y con el poder de Dios convertimos esa alma del error de su camino, podemos salvar un alma de la muerte.

La muerte del alma

Es un gran privilegio salvar una vida humana. Un día estaba sentado en la cubierta de una embarcación. La vela se agitó rápidamente y arrojó a un muchacho al agua. Yo me incliné hacia abajo y lo cogí por el cuello de la chaqueta y le ayudé hasta que lo puse en el bote. Yo estaba contento con la idea de que quizá había salvado a un compañero de la muerte. Pero ¿qué será salvar un alma de la muerte? La vida que salvamos, puede ser quitada después de todo. El joven a quien me refiero fue herido accidentalmente por una bala pocos años después. Una alma salvada para la eternidad es de más valor que un millón de vidas salvadas por diez, quince, veinte o cincuenta años. Y cuánto más digno de respeto es aquel por el cual un alma es salvada. La muerte natural no es en sí misma una cosa tan espantosa. Si uno está preparado para morir, puede decir como el Sr. Moody, cuando cerraba sus ojos a este mundo, “¿Esto es morir? Esto no es malo. Es una bienaventuranza. Es glorioso.” Pero la muerte del alma—es algo tan imponente que no se puede decir. Cuando el cuerpo muere, hay todavía una esperanza más allá; pero cuando el alma muere finalmente, no hay esperanza ni aun lejana. No hay más que la obscuridad de media noche.

Yo he visto la manera de morir de un cristiano y he preguntado “¿por cuánto tiempo muere?” No por mucho. Por un corto espacio verdaderamente si pensamos en las cosas providenciales que Dios hace, no por años, sino por edades. En verdad, por lo que al espíritu toca, él nunca muere del todo. El hombre interior va a estar con Cristo desde el momento que deja el cuerpo. Y ese mismo cuerpo se levantará otra vez en nueva belleza, poder espiritual, glorioso con la propia vida de Cristo en la resurrección del cuerpo. Pero considero la muerte del alma y digo, ¿por cuánto tiempo es? Y entonces viene sollozando desde los profundos abismos de la eternidad la respuesta, “Para siempre.” Es indecible, no se puede expresar lo horrible de la muerte del alma. La muerte no es solamente la no existencia, como la vida no es meramente la existencia. Esto lo dice San Pablo en su admirable descripción de una persona “que viviendo está muerta.” (I Tim. 5:6) “Vida,” es existencia verdadera, existencia recta, existencia santa, existencia feliz, existencia que agrada a Dios y que pertenece a Dios. Muerte es la existencia ficticia, la existencia del error, la existencia impura, la existencia desgraciada, que agrada al diablo y pertenece al diablo; el envilecimiento, ignominia, vergüenza y ruina de la existencia, si la persona no está salvada para la eternidad.

El valor de un alma

I. Ahora, notad que uno que convierte al pecador del error de su camino, salva una alma de todo esto, salva un alma de la muerte eterna. La otra noche estuvo alguno de vosotros sentado al lado de un hombre y le señaló en la Biblia el error en su camino. Le mostró que era un pecador perdido y que Jesucristo era un Salvador divino, y lo horroroso de su pecado de rechazar al glorioso Hijo de Dios. Consiguió que dejara su pecado y su indiferencia para Jesucristo su Salvador y Señor. ¿Sabéis lo que hizo? Salvó un alma de la muerte. Al que lo hizo no le pareció una gran cosa cuando volvió a su hogar; pero fue un hecho tan glorioso que las alturas resonaban con las exclamaciones de júbilo. Salvó una alma de la muerte. Si hubiera salido y visto un edificio devorado por el fuego, y pasando a través de las llamas y del humo, salvaba seis hombres, mujeres y niños de ser quemados, no realizó acto tan grande y bueno como cuando salvó esa alma. Dios nos ha hecho conocer por una parte el valor de un alma y por la otra el infinito espantoso de que ha sido salvada cuando se convierte. Hay hombres y mujeres que hacen dos o tres esfuerzos para convertir y salvar a alguno, y si no tienen resultado lo dejan. Pero si reconocen el valor de un alma y la importancia de salvarla, si hacen un ciento de esfuerzos y fallan, y entonces hacen todavía uno más y entonces tienen éxito, podemos percibir que compensa un millón de veces por todos nuestros fracasos. Es cosa de valor el esfuerzo que se hace en la vida para salvar un alma una vez, pero si somos de fe podemos cada uno de nosotros salvar a una muchas veces.

Antes que comience con la siguiente parte de mi tema, dejadme repetir mi texto una vez más, y quiera Dios que arda en vuestros corazones: “El que hubiere hecho convertir al pecador del error de su camino, salvará un alma de muerte.”

II. ¿Quién puede salvar almas?

Ahora llegamos a la pregunta, “¿Quién puede convertir pecadores y de esta manera salvar almas?” A esto responda, cada uno de nosotros. Es Dios, por supuesto, en último análisis quien convierte a los pecadores y salva las almas; pero el texto declara que este glorioso trabajo está encomendado a nosotros. “Hermanos, si alguno de entre vosotros errare de la verdad, y alguno le convirtiere, sepa ese tal que el que hubiere hecho convertir al pecador del error de su camino, salvará una alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados.” Hay algunos que esperan sentados hasta que Dios vea a algunos aptos para convertir al pecador. El labrador podría sentarse y esperar que Dios viera todo listo para dar la cosecha. De contado, es Dios quien da la cosecha. Sin Dios todos nuestros arados, trabajos y siembras serían en vano; pero Dios no da la cosecha a menos que nosotros aremos, cultivemos y sembremos. Y Dios no salva las almas sin nosotros. De los hombres en la tierra que no son salvos todavía, el número de ellos que alcance la salvación, depende enteramente de la fidelidad de aquellos que ya son salvos.

Nuestro deber de ganar almas

Depende de vuestra constancia y de la mía. Este es un pensamiento abrumador pero es la verdad y lo trataremos por un momento. El número de hombres, mujeres y niños no salvados hasta hoy y que pueden ser traídos a Cristo y salvados del infierno, depende en gran parte de cada hijo de Dios de los que están en esta reunión. Depende de cada estudiante en el instituto. Depende de cada cristiano sentado en estas sillas y bancas. El día ha llegado en que cada estudiante inteligente de la Biblia, pensará que el trabajo de convertir hombres del error de su camino y así salvar almas de la muerte no pertenece sólo a los ministros. Santiago no escribe a los ministros, sino a todos los cristianos, cuando dice: “Hermanos, si alguno de entre vosotros errare de la verdad, y alguno le convirtiere,” — la palabra interpretada “uno” es precisamente la misma de la frase “alguno” en el mismo versículo. Una interpretación literal sería, “Si uno de vosotros errare de la verdad y uno le convirtiere.”

Convertir pecadores es un trabajo que Dios presenta a todos los cristianos, y una responsabilidad que Dios ha puesto sobre todos los cristianos. Si algún cristiano se presenta a Dios sin haber convertido a otros, esto le será tomado en cuenta. Permitidme hacer esta pregunta a cada uno de vosotros, ¿Habéis llevado a Cristo recientemente algún convertido del error de su camino? Si no, hacedlo desde luego.

III. ¿Cómo podemos convertir pecadores del error de su camino y salvarlos?

Venimos a otra pregunta muy importante, pero de fácil contestación. ¿Cómo podemos convertir pecadores del error de su camino?

1. Lo primero de todo es la oración. El Espíritu Santo dice por medio del Apóstol Juan, “Si alguno viere pecar a su hermano pecado que no es de muerte, demandará a Dios y él le dará vida; digo a los que pecan no de muerte.” La oración tiene una ventaja sobre todas las cosas para la conversión de los pecadores. Algunos pecadores han sido convertidos sin esfuerzo muy directo y definido de otros. Yo dudo que un pecador haya sido convertido alguna vez sin algunas oraciones. Ninguno hizo un esfuerzo muy directo, definido e inteligente por mi conversión; pero por oraciones directas, yo estoy aquí esta mañana predicando el evangelio y no en el infierno llorando mi perdición.

Hay un grande poder de convertir en la oración solícita y persistente. No quiero dar a entender, por supuesto, el mero hecho de ir a la presencia de Dios y pedirle convierta a algunos individuos y entonces olvidarme de ellos. Yo quiero ver en vuestro semblante la determinación de que algunas personas serán convertidas, y salvadas y entonces no dejar de pedir a Dios hasta que este hombre se convierta. Dios me dio después de mi conversión uno de los hombres más incrédulos para orar por él, y yo oré cada día quizá por quince años. Por mucho tiempo no hubo signo de conversión en este hombre, pero vino más tarde. El trabajo fue largo, pero cuando un hombre nace en la familia de Dios hay gozo en las alturas. Este hombre está ahora en el cielo, y Dios lo usó para convertir a otros antes que se fuera. Hermanos y hermanas, pedid a Dios os dé hombres y mujeres para orar por ellos. Tomadles decisivamente sobre vuestro corazón, y no deis descanso a Dios día y noche hasta que ellos se conviertan. Entonces pensad en otros.

Cómo podemos adquirir y ganar almas

2. En segundo lugar podemos convertir a otros del error de su camino y salvarlos, llevándolos al lugar donde puedan oír la Palabra de Dios predicada con pureza y poder. Allí hay algunos lugares vacíos. Buscad gente para ellos. Traed a las personas que van a otra parte. Traed a los que van ahora a donde la Palabra de Dios no es predicada. Siento decir que hay muchas iglesias que se suponen ortodoxas donde no se predica la Palabra de Dios. Ganad a los ministros de tales iglesias si podéis—y todas las veces que se pueda orad y esforzaos—pero si no se puede sacad la congregación de esos lugares y traedlos a las iglesias donde puedan ser alimentados y convertidos. El que gana a otro trayéndolo al lugar donde se convierte y salva, tiene una parte tan importante en la salvación de esa persona como el hombre que predica el sermón o habla la Palabra por la que se convierte. Una mujer recientemente convertida vino después del culto con mucho gusto y me dijo, hablando de un hombre que había sido convertido esa tarde, “Yo invité a esa persona.” Bien podía regocijarse. Le había traído bajo la influencia de la verdad por la que sería salvo. Su parte era tan completa e importante como la mía.

3. Podemos convertir pecadores del error de su camino y así salvar sus almas de la muerte, dándoles la Palabra de Dios en el poder del Espíritu. No podréis tal vez predicar, pero podéis hacer trabajo personal. Podéis familiarizaros con unos pocos (o si es posible con muchos) pasajes de la Biblia que Dios ha bendecido especialmente en la salvación de los hombres, y pedir al Espíritu Santo los conduzca a un hogar y les dé poder para la convicción y conversión de aquellos a quienes los da. La Palabra de Dios es el instrumento que Dios ha señalado para la conversión de los hombres del error de su camino. Es la Espada del Espíritu y está lista para dar a cada hijo de Dios capacidad para usarla. Puede ser que no tengáis argumentos, pero no se necesita argumentar; dad solamente a los hombres no salvos la Palabra de Dios y dejadla trabajar en su alma.

El poder de la Palabra de Dios

Saliendo una noche de una reunión, di a un joven burlador el texto de Isa. 57:21. “No hay paz para los impíos.” La siguiente noche estaba arrodillado en busca de perdón. Llenad vuestras mentes con la Palabra de Dios y dadla a otros pidiendo al Espíritu Santo la bendiga, orando con instancia a Dios que la haga fructificar.

Si no podéis ayudar personalmente s otros llevadlos a uno mejor dotado y así tendréis una parte en el glorioso trabajo si él se convierte y se salva. Si tenéis fe en la voluntad y poder de Dios de usaros siempre, seréis empleados siempre más allá de las más audaces esperanzas. Pocos hombres hay que hayan comenzado su trabajo con menos probabilidades de éxito que el Sr. D.L. Moody, pero él hizo lo mejor que pudo noche y día; ¡y cuán maravillosamente lo bendijo Dios! Tuvo el privilegio admirable de convertir pecadores y salvar sus almas. Procurad hacer lo mismo. No os desaniméis si fracasáis cien veces. Poned el fuego de la Palabra de Dios en los hombres, pidiendo y esperando de Dios que os ayude en vuestra aspiración, y algún día conseguiréis vuestro objeto. ¡Cómo recuerdo yo mis tropiezos cuando intenté mis primeras empresas; pero qué día tan maravilloso fue para mí aquel en que definidamente tuve buen éxito en convertir un pecador. Nunca olvidaré ese día.

Podemos convertir pecadores y así salvar almas dando testimonio de lo que el Señor ha hecho por nosotros. Cada día creo más en el poder e importancia del testimonio de los cristianos. Cristo envió a sus Apóstoles para que fuesen sus testigos, y su testimonio ganó a otros. Últimamente he estado leyendo algo acerca del gran movimiento en Irlanda el año de 1859. En gran parte fue debido al testimonio de los que ya se habían convertido, así se extendió el avivamiento y millares fueron salvos. Si yo he obtenido una buena cosa y hablo a otro de ella, este deseará tenerla. Una vez mencioné incidentalmente en un sermón, por vía de ilustración, un alimento que había yo tomado para los nervios y el cerebro con muy buenos resultados. No recuerdo cuantos se acercaron a mí después de la reunión para preguntarme el nombre de aquello. Hombres, decid lo que Jesús ha hecho por vuestra alma—decidlo en las reuniones—decidlo en la calle—en la tienda y donde quiera que tengáis oportunidad. Estoy seguro que nunca pecaréis por dar demasiado testimonio.

4. Hay otra manera por la cual podemos convertir pecadores del error de su camino y así salvar las almas de la muerte, es a saber por el uso de folletos y libros. Si no podéis hablar mucho, podéis dar a otros un folleto y animarlos a que lo lean. Tal vez alguno que no lea un folleto leería un libro. Haceos de unos cuantos libros como Juanito y su Organo, La Biblia Prestada, El Camino Hacia Dios y hacedlos que circulen. Haced que los lea uno y luego otro. Muchos hay ahora a quienes agrada leer los sermones de Moody. Tal vez lo hagan por una mera curiosidad; pero vosotros orad porque Dios los bendiga.

Estas son algunas de las maneras de salvar almas. Hay otras más; pero con estas podéis principiar. Principiad luego. Principiad hoy y seguid trabajando mientras viváis. ¡Oh, qué cosa tan maravillosa es salvar almas de la muerte! ¿No será una cosa gloriosa encontrar allá en el cielo alguien que nos tome de la mano y nos diga: «A vos os debo el estar aquí?” ¡Oh, qué bueno será que alguno nos diga así! Mas es posible que no sea solamente uno sino varios los que digan esto. Puede haber, un hombre que diga, “Vuestra invitación para ir a la iglesia D … me condujo a la salvación.” “Aquel texto de la Escritura que me dijisteis, salvaron mi alma.” “Aquel tratado que pusisteis en mis manos me condujo a Cristo.” … ¡Oh, qué cosa tan gloriosa es ésta! Un día vino a verme un joven y me dijo, “Yo estoy en la obra cristiana y deseo que me conduzcáis a Cristo.” Aquella persona me era enteramente extraña. No la conocía. “¡Oh,” me dijo, “no he hablado con Ud. pero lo he oído hablar. Yo era un miserable pero ahora estoy rendido.” ¡Qué cosa tan placentera! pero no es comparable con el gozo que sentiremos en la eternidad cuando comprendamos claramente cuánto es el valor del alma y lo que es la muerte. Cuántos de nosotros cantaremos llenos de gozo por las almas que hemos salvado de la muerte!

Haced que este texto inunde vuestra alma todos los días y principiad a trabajar según lo que dice. “El que convirtiere a un pecador del error de su camino salvará un alma de la muerte.” Hagámoslo. Hagamos uso de todas nuestras fuerzas en ello. Entreguémonos con ardor a esta obra gloriosa.

El Faro, 1912

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