Una lección de canto

El Canto ha sido siempre parte importante en el culto cristiano.

En las Sagradas Escrituras se habla bastante acerca del canto; lo suficiente como para sacar lecciones provechosas sobre esta práctica tan importante de la vida cristiana.

Indudablemente no le damos al canto el verdadero valor que tiene, pues el temperamento nuestro, que se caracteriza por un temor exagerado al ridículo, hace que el canto sea poco usual. Una de las cosas que más llama la atención a los inconversos es el hecho de que cantemos en nuestros cultos. Lo que en muchos países del mundo es perfectamente normal y habitual, todavía causa algo de extrañeza entre nosotros, y nos parece que a veces este modo de pensar influye sobre los propios creyentes en su valorización y uso del canto. Sin embargo, es de gran importancia en la vida cristiana. Podríamos citar docenas de versículos que lo afirman o sugieren.

Claro está que hay en esto un peligro, que hay algunos para quienes el cantar de himnos es prácticamente lo único que tienen de religión, olvidando o descuidando las cosas fundamentales. Lo de ellos no es más que “algazara de cantar” alrededor del becerro de oro (Éxodo 32).

Pero, ¿qué nos enseñan las Sagradas Escrituras acerca del canto? Para poder desarrollar mejor este tema procuraremos contestar a cuatro preguntas que formularemos al respecto.

¿Por qué debemos cantar? Por muchas razones. Mencionaremos solamente algunas.

Porque es bueno. Así lo leemos en el Salmo 92:1: “Bueno es alabar a Jehová y cantar salmos a Tu Nombre, Oh Altísimo.” Tenemos esta preciosa verdad hermosamente expresada en el viejo himno:

¡Canta, oh buen cristiano!
Dulce es el cantar,
Hace el camino llano,
Y quita el pesar.
Canta en las noches tristes,
Canta en la clara luz;
Almas así salvadas,
Cantan de Jesús.

¡Cuánto bien hace el canto! Nos anima, nos reconforta, nos conmueve, nos predispone para las influencias del Espíritu de Dios. ¡Y qué poco se canta hoy en día en los hogares cristianos! La radio, maravilloso y útil invento sin duda, ha ayudado a desterrar de nuestros hogares la costumbre de cantar himnos en familia. Es lamentable que así sea. No estamos tratando de censurar a la radio. Hay usos y abusos. Cada cosa en su lugar. Pero tengamos cuidado de no perder lo que es bueno por lo que es, en la mayoría de los casos, muy pobre.

Debemos cantar, pues esto agrada a Dios. Los salmos están llenos de versículos que lo indican. Nuestros himnos, mal cantados tantas veces, suenan dulcemente en los oídos de nuestro amante Padre celestial. Si tenemos esto siempre en cuenta indudablemente realizaremos más el valor de este privilegio, que nos permite llegar, en alas de la canción, a la misma presencia de Dios.

Debemos cantar, pues es un testimonio. “Los que estaban presos los oían,” leemos en el relato de la conversión del carcelero de Filipos. No sólo Dios oyó las canciones de sus fieles siervos Pablo y Silas contestando con un terremoto salvador, sino que esta canción en la noche llegó a los oídos de los presos. Y así sucede con nuestros
himnos. ¡Cuántos “presos” han sido atraídos a las reuniones y finalmente al Señor por haber oído cantar algún himno! ¡Cuántos corazones han sido conmovidos por las palabras y por la dulce melodía de alguno de nuestros cánticos!

Hace falta que digamos más para contestar a la pregunta: ¿Por qué debemos cantar? Para nuestro bien, para el de los demás y para la gloria de Dios podemos y debemos hacerlo.

¿De qué debemos cantar? En otras palabras, ¿cuál debe ser el tema de nuestras canciones? Los móviles son innumerables. Pero fieles a nuestro propósito de usar las Sagradas Escrituras para nuestra lección, mencionaremos algunos pasajes.

En el Salmo 51:14 se habla de cantar de “la justicia de Dios.”
En el Salmo 57:9 se usa la palabra: “Ti,” o sea Dios mismo.
En el Salmo 59:16, 17 David canta de la fortaleza o el poder de Dios.
En el Salmo 66:2 leemos: “Cantad la gloria de su nombre.”
En el Salmo 89 el tema del cántico es: “las misericordias de Dios.”
En el Salmo 95:1 se habla de “la roca de nuestra salud” (Cristo).
En Isaías 24:14 se menciona: “la grandeza de Dios.”

¿No son estos motivos y temas suficientes para nuestros himnos? Y cuántas otras bendiciones nos ha dado el Señor que deberían hacer que fuera una realidad constante aquello de:

Feliz cantando alegre
Yo vivo siempre aquí
Si Él cuida de las aves
¡Cuidará también de mí!

¿Cuándo debemos cantar? Recurramos nuevamente a los Sagradas Escrituras. Job 35:10 habla de “Dios mi Hacedor que da canciones en la noche.” Algo parecido tenemos en Salmo 42:8. Y ¿no era acaso de noche cuando Pablo y Silas alababan al Señor en la cárcel? La noche nos habla de tristeza, de dolor, de prueba. En el Salmo 149:5 se dice que “los píos … cantarán sobre sus camas,” que da más o menos la misma idea. Aunque parezca raro, cuanto más tristes nos sentimos, más debemos cantar. “Hace el camino llano y quita el pesar.” ¡Cuántos santos de Dios han hallado consuelo y solaz en los momentos de persecución y prueba y aun de martirio al poder ahogar su dolor en un himno, en un salmo! Y ¿cómo no mencionar aquella ocasión, sagrada en nuestros recuerdos y afectos en que el mismo Señor cantó con sus discípulos “el himno”, antes de salir para el monte de los Olivos, con su Getsemaní, con su Judas, con su beso traidor, con su compañía de malvados, con su intensa agonía? ¡Cuánta emoción, cuánta angustia, cuánto sufrimiento, y, sin embargo, cuánto consuelo habrá significado para nuestro amado Salvador aquel himno!

Pero debemos cantar también en los momentos de gozo, y esto es más fácil. En medio del ambiente de alegría y felicidad de Cantares 2, leemos: “El tiempo de la canción es venido.” Sin embargo, a veces nos olvidamos de ello en los momentos de alegría y exteriorizamos nuestro gozo en otras maneras no tan buenas ni saludables.

Y ¿qué diremos de los momentos de consagración y dedicación especial? En Nehemías 12:27 tenemos algo al respecto. En la ocasión de la dedicación del muro, tenemos: “la fiesta con alabanzas y con cánticos,” y más adelante leemos de “dos coros grandes,” etc. En fin, en toda la ceremonia la música y el canto tenían una parte muy destacada.

¿Cómo debemos cantar? Con gracia, en primer lugar, según lo que leemos en Colosenses 3:16. En Ezequiel 33:32 habla del “gracioso de voz y que canta bien”; pero no es a esto lo que se refiere el apóstol. La misma gracia que debe permear toda nuestra vida, debe manifestarse en nuestro canto.

De corazón, leemos también en Colosenses 3:16 y Efesios 5:19. No sólo con los labios. Debe brotar de adentro, del corazón. Debe ser algo que realmente se siente. Cosa parecida es la que tenemos en 1 Cor. 14:15 donde habla de cantar con el espíritu.

Con inteligencia dice el Salmo 47:7, y el apóstol Pablo usa la palabra “entendimiento” para enunciar la misma verdad (1 Corintios 14:15). ¡Cuánta falta hace que prestemos atención a esto en las reuniones! Hay ocasiones en que debemos cantar suavemente; otras en que debemos hacerlo más fuerte. A veces es necesario lentamente y otras veces todo lo contrario. Nuestra inteligencia debe guiarnos en esto. La índole de la reunión, y la naturaleza del himno, etc., son factores que no deben olvidarse a este respecto.

Con alegría, leemos en varias partes de las Escrituras. ¡Qué mal efecto hace cuando cantamos desganados y sin vida! “Gozaos sin cesar”, es la enseñanza apostólica, y no debemos, olvidarlo al cantar.

Con la música nos sugiere 1 Crón. 15:21, etc., y 2 Crón. 23:13. Esto no quiere decir necesariamente que debemos cantar siempre con música, cuando la hay, o de acuerdo con el que dirige. En 2 Crón. 5:13 leemos: “Y cantaban todos a una”, o sea en armonía. Esto es lo que queremos decir. Nada de cantar cada uno para su lado. Nada de voces que alargan exageradamente una nota para destacarse. Con la música; en armonía. El cántico en nuestros cultos debe ser digno del Señor y de Su testimonio. Debe hacerse como todas las cosas en la vida cristiana, “decentemente y en orden.”

El resumen de todo esto lo tenemos quizás en el Salmo 33. En el versículo 3 leemos: “Cantadle canción nueva, hacedlo bien.” Y, sin embargo, ¡qué mal cantamos a veces! ¿Las razones? A veces es falta de oído, otras, falta de atención, y muy a menudo falta de ganas. No hay duda que un organista competente, o una dirección adecuada, o
los ensayos, o los coros, etc., pueden ayudar en cuanto a esto, pero nos parece que el remedio está en otra parte. Tratemos de encontrarlo. En Oseas 2:13-15, leemos del lamentable estado espiritual del pueblo de Dios en aquellos días. “Ibase tras sus amantes olvidada de Mí, dice Jehová.” ¿En “aquellos días” dijimos? ¿Y qué de nuestros días? ¿No hemos perdido el primer amor? ¿No nos hemos olvidado algo del Señor? Pero sigamos leyendo: “Empero he aquí, yo la induciré, y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón…. y allí cantará como en los tiempos de su juventud, y como en el día de su salida de la tierra de Egipto.”

Puerto Rico Evangélico, 1945

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