“Ven y ve”

Estas fueron las palabras de Felipe a Natanael (Juan 1:46) cuando habiéndole anunciado que habían encontrado al Cristo, y al saber que era de Nazaret, el segundo expresó su prejuicio de que creía era imposible que de ese lugar pudiera salir algo bueno. Cediendo a la invitación de su amigo, Natanael fue, y la presencia y trato de Jesús disipó completamente la nube de su preocupación. La actitud de los hombres hacia la Biblia es muy diversa, y bien pudiéramos clasificar a todos los hombres en tres bandos:

1. Los que ignoran la existencia o el valor del libro. Hay muchos que no saben que exista la Biblia, y esto no sucede solamente entre los pueblos enteramente paganos, sino aun en los países que llevan el nombre de cristianos, por ejemplo, en nuestra república. Todas estas personas no harán el más ligero esfuerzo por comprar una Biblia o pedirla prestada, pues están lejos de suponerse que hay un libro que contenga la voluntad revelada de Dios, y que haya sido dado a los hombres para que conozcan a Cristo, y por medio de él puedan llegar al Padre. Estos necesitan que un cristiano, como Felipe, lo lleve a la lectura de la Biblia, que les hable de su origen, bondad y eficacia. De otra manera permanecerán siempre indiferentes.

2. Los que saben que existe la Biblia pero están preocupados contra ella. Se suponen que es un libro para encadenar el pensamiento, que es inmoral, que es contrario a la ciencia, que es cuando más apropiado para los timoratos, las viejas y los niños; pero que los hombres intelectuales nada tienen que hacer con este libro. Por lo regular esta clase de personas nunca han sido, no decimos estudiantes, ni siquiera lectores de la Biblia. Han leído citas de ella hechas por los enemigos de cierta manera para crear una preocupación en contra; pero personalmente no han tenido el libro en sus manos, no lo han leído del principio hasta el fin, no han leído lo que los amigos del libro han dicho en su favor, sino como Natanael creen que es un libro que no puede servir para nada bueno.

3. Hay otra clase de hombres que intelectualmente saben el origen de la Biblia, que la han leído un poco, que conocen varios de sus pasajes y aun su significado; pero su modo de vivir es opuesto a la enseñanza del libro, y entonces como Félix que temblaba delante de Pablo cuando este razonaba de la continencia y del juicio, tiemblan y dicen como aquel: “Por ahora vete, que en teniendo lugar te oiré otra vez”. Como no tienen propósito de reformar su vida, aplazan oír para cuando estén dispuestos a verificar tal reforma. Hay muchos de los que conocen el libro que no tienen otra razón para no leerlo sino ésta, que sus pensamientos y propósitos son opuestos a las enseñanzas del libro y por lo tanto lo hacen a un lado, no queriendo ser reprendidos, amonestados, y les repugna verse retratados con colores tan tristes.

Bien podemos decirles a estas tres clases de personan las palabras de Felipe, “Ven y ve”.

A los primeros podemos poner el libro en sus manos y decirles que lean el mensaje de su Padre celestial, el libro que contiene las buenas nuevas, de lo que quedarán seguros si leen el libro con cuidado, y hemos de hacer esto con la seguridad de que el libro no nos hará quedar mal, dará evidencia de sí mismo y se recomendará por sí ante las almas sencillas.

A los segundos podemos decirles lo mismo, “Ven y ve”. Que lean el libro desde el principio hasta el fin, que aplacen por un poco de tiempo sus preocupaciones, que pongan en práctica algunas de las enseñanzas del libro, y de esta manera quedarán convencidos de que el libro no es inmoral, ni enteramente oscuro, ni opuesto a los descubrimientos de la ciencia, y que su lectura imparte consuelo, despierta y alimenta la esperanza. Con esta clase de personas también podemos abrigar la seguridad de que si leen el libro, que si se familiarizan con él, y que si practican sus principios, desaparecerán sus preocupaciones y llegará un día en que sepan apreciar la Biblia. A los últimos podemos decir las mismas palabras. Ya sabemos dónde estriba su repugnancia, pero es bueno que piensen que es una situación muy crítica para ellos. Con retirarse del libro, con cerrar sus páginas, con aplazar su conversión no consiguen nada bueno. Si leen el libro, juntamente con las censuras, con las amenazas, con la perspectiva de juicio, verán las palabras de aliento, los llamamientos cariñosos, las promesas gloriosas y muchos motivos para la vida cristiana, que no verán si obstinadamente cierran los ojos.

El Evangelista, 1918

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