Los que sostienen la práctica antibíblica de bautizar niños, casi siempre salen con la inocentada de que la Biblia no prohíbe tal práctica. Sin embargo, es bien clara la prohibición en la Palabra de Dios. Del Compendio de Teología del Dr. Pendleton, copiamos lo siguiente que se relaciona con este asunto, y que merece leerse con cuidado.
El Salvador, revestido de perfecta autoridad, dijo á sus apóstoles: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto id, enseñad a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado». Mat. 28:18-20; «Id por todo el mundo, y predicad el evangelio á toda criatura. El que creyere, y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado». Mar. 16:15, 16; «Así está escrito, y así fue menester que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día y que se predicase en su nombre arrepentimiento, y remisión de pecados, en todas las naciones, comenzando de Jerusalén». Luc. 24:46, 47.
El lenguaje de esta comisión es bien claro, seguramente. Mateo nos informa que el hacer discípulos, (porque la palabra traducida «enseñar» significa hacer discípulos) ha de preceder al bautismo; Marcos establece la prioridad de la fe al bautismo, y Lucas relaciona el arrepentimiento y la remisión de los pecados, con la ejecución de esta comisión. En obediencia a esta comisión, ningún hombre puede bautizar a un incrédulo o a un niño inconsciente. El incrédulo no es discípulo arrepentido, y es del todo imposible que un infante se arrepienta y crea en el evangelio.
Puede asentarse como un principio de sentido común, recomendable para sí solo a cualquiera inteligencia sincera, que la comisión de hacer una cosa, autoriza solamente la ejecución de la cosa especificada. Al efecto hay esta máxima de ley: la expresión de una cosa, es la exclusión de cualquiera otra. Así debe ser, porque de otro modo, no habría limitación en los contratos, ni precisión en las disposiciones legislativas o en los decretos judiciales. Esta máxima puede ilustrarse de mil modos. Por ejemplo, Dios mandó a Noé hacer una arca de madera de cedro, Gén. 6:14. El mandamiento prohibía el uso de cualquiera otra clase de madera. A Abraham se le mandó ofrecer en holocausto á su hijo Isaac. Virtualmente se le prohibió ofrecer á ningún otro miembro de su familia. Aun más, no podía ofrecer un animal hasta que se revocara la orden por el mismo que la había dado; y fue necesaria una segunda orden para el sacrificio del carnero en lugar de Isaac. La institución de la Pascua proporciona una ilustración, ó más bien, una serie de ilustraciones. Había de sacrificarse un cordero, no una ternera; había de ser de un año, no de dos ó más; macho, no hembra; perfecto, no defectuoso; había de sacrificarse el día catorce del mes. No ningún otro día; la sangre tenía que ponerse en los postes y bates de las casas, no en otra parte.
Al hacer la aplicación del principio asentado, y de la máxima de la ley que se ha ilustrado, puedo decir que la comisión de Cristo al ordenar el bautismo de discípulos, de creyentes, prohíbe de hecho el bautismo de todos los demás. No bastará decir que no se nos prohíbe con todas sus letras bautizar infantes. Lo mismo pudiera decirse de los incrédulos, y aun de los caballos, del ganado, de las campanas.
Se dirá por los que se oponen a las doctrinas bautistas—y ya muchas veces se ha dicho—que si los infantes no se bautizan porque no pueden creer, tampoco se salvarán, por la misma razón. Si la salvación de los infantes depende de su fe, no pueden salvarse. Son incapaces de tener fe. Pero sin duda son salvos por la mediación de Cristo, y no por la fe. Nuestros contrarios no consiguen su objeto haciendo esta objeción á nuestras doctrinas. Deben intentar hacernos admitir la propiedad del bautismo infantil, o forzarnos á negar la salvación infantil. Pero nosotros ni admitimos aquél, ni negamos ésta. Cuando decimos que los infantes son salvos no por fe, sino sin fe, su objeción se desvanece.
La sofistería paidobautista nunca ha podido contestar con éxito esta argumentación tan sencilla, pero tan lógicamente fundada.
Juzgue ahora el lector imparcial si de veras puede apoyarse en la Palabra de Dios la práctica romanista del bautismo infantil.
EL BAUTISTA
1910