La Biblia y la ciencia

El hombre siempre desea investigar cuanto ve, y el Creador le ha dotado de las facultades para conocer todo. Desgraciadamente, el hombre no sólo tardó largos siglos en hacer el debido uso de esas facultades, sino que también se ha equivocado, muchas veces, no solamente en sus investigaciones, sino todavía más en las conclusiones que ha sacado de los conocimientos que ha logrado adquirir. Viendo Dios que los hombres no llegaban a conocerle por sus obras en la naturaleza, aunque eran inexcusables, tuvo compasión de ellos y les hizo una revelación más directa de su voluntad inspirando a diversas personas a preparar los escritos que tenemos coleccionados en la Santa Biblia.

Así es que tenemos dos revelaciones de Dios y de las cosas invisibles, es a saber, la Naturaleza y la Biblia. La ciencia no es otra cosa que el sistemático arreglo de lo que se haya llegado a saber de las cosas, o sea el conjunto de los conocimientos humanos. Resulta, forzosamente, que no debe haber oposición ni siquiera divergencia entre la ciencia, o sea la revelación objetiva y la Biblia que es la revelación escrita; puesto que ambas tienen el mismo autor y el mismo objeto.

¿Cómo es, entonces, que casi siempre ha habido serios conflictos entre grande parte de los cristianos y muchos de los más aventajados estudiantes de las ciencias? Y ¿por qué existirá la creencia general de que las dos cosas están en abierta pugna?

No vacilamos en afirmar que todo esto se debe a errores por parte de los unos o de los otros, o de ambos. O se habrán equivocado los estudiantes de la ciencia en cuanto a algunas de las cosas que asientan como hechos positivos o en las conclusiones que han querido sacar de ellos; o por el otro lado, se habrán hecho indebidas interpretaciones de la Biblia. En muchos casos de conflicto, si no en todos, es probable que se hayan hecho las dos cosas, y que ambos partes tengan razón en parte, y en parte carezcan de ella. Hay que tener presente el hecho, del que tenemos amplias pruebas en la historia humana y en la experiencia diaria, de que existe una natural divergencia entre lo antiguo y lo nuevo; entre la juventud y la ancianidad. La Biblia es antiquísima y ha llegado a nosotros acompañada de una inmensa herencia de interpretaciones, comentarios y tradiciones; herencia riquísima, en verdad, pero que no por esto deja de ser antigua y con probabilidades de estar adaptada en parte a condiciones que ya no existen.

La colección de los escritos de que se compone la Biblia fue concluida en un tiempo cuando no existió ciencia alguna en el sentido en que empleamos la palabra en el día de hoy. En verdad se puede afirmar que el estudio de la Biblia contribuyó, más que otro elemento alguno, al renacimiento literario, científico artístico que vino a poner fin al obscurantismo de la Edad Media. La circulación de las sagradas letras siempre produce un despertamiento en todo sentido entre pueblos y naciones, como lo prueban incontables casos que la Historia nos refiere. Siendo así que las ideas que se tenían de las ciencias naturales y de la Historia eran muy deficientes y aun erradas, era de esperarse que se dieran incorrectas interpretaciones a diversas partes de la Biblia.

Por otra parte, es bien conocido el hecho de que la mente humana tiene la casi irresistible tendencia a dar rienda suelta a su imaginación y remontarse en extensos vuelos de locas suposiciones, siempre que alguno descubre una verdad que sea nueva para él. A medida que se han venido también formulándose multitud de hipótesis más o menos plausibles. De estas, algunas han sido eliminadas por posteriores investigaciones; otras quedan todavía en cuarentena, otras son aceptadas en parte, y algunas están ya incorporadas entre las leyes fundamentales que rigen las operaciones de la naturaleza. También debe tenerse presente el bien conocido hecho de que testigos presenciales puedan relatar con perfecta exactitud los incidentes de algún acontecimiento de tal modo que parezcan incompatibles sus afirmaciones. Además de esto, el lenguaje humano siempre da lugar a diversas interpretaciones, según la capacidad y las preocupaciones del que lee un escrito. Por ejemplo, uno de los más famosos historiadores ingleses era Macauley; pero, no hace mucho, otro historiador dijo que no es posible escribir verdades en un estilo tan florido como el que usaba Macauley. Se puede escribir historia no sólo en estilo florido sino aun en forma poética; pero no se debe insistir en interpretar un poema del mismo modo en que se entendería una simple narración condensada de hechos.

En diversas épocas, se emplean diferentes modos de expresar las ideas y también se miran los hechos desde diferentes puntos de vista. Antiguamente, se veía todo como obra directa y personal de algún ser sobrehumano; hoy, nos fijamos más en las operaciones de las leyes naturales, pero sin negar que el Creador que hizo esas leyes vigila y dirige la operación de ellas.

Uno de los pasajes más criticados de la Biblia es el primer capítulo de Génesis; pero conviene ver el asunto primero desde otro punto de vista, es a saber: ¿Cómo era posible que se haya escrito un relato de los incidentes de la creación con tan general acuerdo con las afirmaciones de la ciencia más avanzada? En el tiempo en que fue escrito ese capítulo, aunque admitiéramos las conjeturas más exageradas de los críticos, no existían en el mundo tales ideas sobre el orden de la creación. Basta comparar este capítulo con cualquiera otra cosmogonía para que se vea que tanto supera lo que la Biblia da, que no puede explicarse sino por confesar que debe haber habido una inspiración divina que influía sobre el autor. En esto y en todos los puntos en que se haya criticado la Biblia, poniendo en duda sus afirmaciones, la constante tendencia de los avances de la ciencia, de los descubrimientos de monumentos, inscripciones y otros datos, viene a corroborar la veracidad de la Biblia.

Se necesitarían varios tomos para tratar ampliamente todos los puntos en que se ve esta confirmación. A la vez, ha habido una constante modificación de las tradicionales interpretaciones de algunas partes de la Escritura, sin perjuicio de la veracidad general de ella; porque se va comprendiendo que algunas de las antiguas interpretaciones se debían a la falta de datos, a erróneos conceptos científicos, o al hecho de haber desatendido el estilo poético o la intención del autor.

Con mucha frecuencia se nos presentan verdades que parecen ser contradictorias entre sí, lo que no puede ser, porque una verdad no puede pugnar con otra. En tales casos, siempre procuramos hallar como reconciliarlas, seguros de que debe haber modo de hacerlo, y que las verdades que a primera vista parecen ser diferentes, o son mal entendidas o son complementarias una de otra, de modo que su reconciliación nos dará conceptos más amplios a la vez que más correctos de las verdades de que se trata. Se debe hacer lo mismo con pretendidas divergencias entre la Biblia y la ciencia. Si algún hecho científico o histórico que no es una simple suposición sino que está bien comprobado, parece estar en pugna con lo que parece ser el sentido de la Biblia, hay que ver cómo se puede cambiar esa interpretación para que desaparezca la aparente contradicción.

Lejos de temer las investigaciones científicas e históricas, los cristianos deben desearlas; porque no pueden, por fin, tener otro resultado que la confirmación de la Biblia o la corrección y amplificación de las interpretaciones que se le han dado. La ciencia está todavía muy lejos de tener bien comprobados todos los hechos y principios que ella propone. Entre tanto que ella llegue a tener mayor seguridad de esos puntos, podemos proseguir nuestros estudios bíblicos, seguros de que, pronto o tarde, se hallará el modo de exponer la ciencia e interpretar la Biblia para que cada una ilustre y confirme la otra.

El Faro, 1918

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