Nehemías como hombre de oración

“Y oré delante de Dios de los cielos.” Neh. 1:4

Aquí tenemos un hombre que surgió en la historia judaica sin que se nos diga quién era o de dónde vino. «Palabras de Nehemías hijo de Hacalías,» esto es todo lo que nos dice. Mas esto ¿qué importa? Los naturalistas toman los huesos de un animal extinguido hace mucho tiempo, y lo reconstruyen y nos cuentan la historia y los hábitos de ese animal. De la misma manera, en los pocos capítulos de este libro, «Palabras de Nehemías, hijo de Hacalías,» podemos saber mucho de quién era este hombre.

Quiero presentarlo primero como…

UN HOMBRE DE ORACIÓN

«Y oré delante del Dios de los cielos.» Josefo, el historiador secular de los judíos, nos da una relación pintoresca de la ocasión en que fue hecha esta oración. «Había un judío que fue llevado cautivo con otros, y que era copero del rey Xerxes; su nombre era Nehemías. Un día que este hombre andaba paseando por la ciudad de Susan, la capital del reino de Persia, oyó que acababan de entrar en la ciudad unos extranjeros que venían de muy lejos, que hablaban unos con otros en hebreo. Entonces Nehemías fue a verlos, les preguntó de dónde venían, y cuando supo que venían de Jerusalén, comenzó a preguntarles como estaban los judíos que vivían allá, y cuál era la condición de la ciudad. Entonces ellos le informaron que el estado de la ciudad era muy triste, que los muros estaban caídos, que las naciones vecinas estaban perjudicando mucho a los judíos, tanto que habían tomado cautivos a varios de estos, y que los caminos estaban infestados de ladrones. Entonces Nehemías comenzó a llorar al saber las calamidades que pesaban sobre sus paisanos.»

Nehemías nos dice lo que hizo cuando oyó esto, «senteme, lloré y ayuné,» mostrando así que era un hombre lleno del verdadero patriotismo. Él estaba en muy buena posición, pero no pudo menos que conmoverse de tristeza al tener estas noticias de su pueblo y país.

Mas debo decir que no conozco nada más impotente y de tan poco provecho que las lágrimas si no son más que lágrimas, por esto vemos que Nehemías se vuelve a lo que es el gran recurso del hombre cuando se encuentra en la aflicción —a saber, la oración al Dios de los cielos— la oración que es tanto una confesión de dependencia como una base de confianza. Aquí tenemos una oración digna de nuestro estudio tanto por su ideal como por su estructura, fue hecha comprendiendo bien las calamidades que han caído sobre su pueblo, y entendiendo bien la relación de Dios con esas calamidades. «Yo oré,» y su oración fue…

REVERENTE EN SU ACTITUD HACIA DIOS

«Ruégote, oh Jehová, Dios de los cielos, grande, y terrible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman, y guardan sus mandamientos» —expresión favorita de Nehemías. No quiere decir que Dios esté muy lejos, sino que expresa un concepto muy exaltado de Dios —pensando en Dios no como un Dios nacional cuyo dominio se limita a los montes y valles de Palestina, sino cuyo brazo alcanza hasta los límites de la tierra, supremo en todas partes, y que dirige la historia de las naciones, destruyendo monarquías y estableciendo nuevos imperios en el mundo.

El que pretende eliminar a Dios de los negocios humanos no es un patriota verdadero. La soberanía divina no es una ficción sino un hecho solemne. Nehemías creyó en un Dios de Providencia. «Miraba a Dios como aquel que forjaba cada uno de los eslabones de su historia; conociendo su mano en las cosas más pequeñas como en las más grandes; una providencia que restringe a los soberbios mientras guía a los obedientes; una providencia de que nada ni nadie queda fuera de ella; una providencia que gobierna las alas de los insectos y los átomos que flotan en la atmósfera, lo mismo que los planetas en sus órbitas y los vuelos de los ángeles; y ver esto clara, constante y experimentalmente en la vida divina, es tan raro como precioso.» Sin embargo esto es así en los hombres que andan con Dios.

Así lo creyó Nehemías y por tanto se volvió hacia Dios. Se volvió a Dios, y ¿cuántas veces? ¿Una vez y luego se sintió cansado y desmayó? No. Su oración fue…

PERSISTENTE EN SU DEMANDA

«Esté ahora atento tu oído, y tus ojos abiertos, para oír la oración de tu siervo, que yo hago delante de ti día y noche.» Pasaron cuatro meses entre el principio de su intercesión en el mes de Chileu, y el principio de su cumplimiento en el mes de Nisan. Todo este tiempo estuvo Nehemías de mandando sin cesar.

La persistencia incansable de este hombre nos revela dos cosas en él —el ardor de su propósito y su fe inconmovible. Nuestro Señor condena «las repeticiones vanas,» esto es, repeticiones cuyo valor no está en el pensamiento sino en su número, pues la oración no se estima aritméticamente. La oración que se sigue repitiendo con persistencia porque aquel que la hace no está satisfecho hasta que no obtiene la respuesta, esta no entra en la categoría de las «vanas repeticiones,» pues por el contrario es de mucho peso. Ordinariamente tal oración no dejará de obtener su respuesta. «Al reino de los cielos se hace fuerza.» Los hombres deben «orar siempre y no desmayar;» esta es la enseñanza de la parábola del amigo que vino a media noche y consiguió lo que quería por su importunidad, y del juez injusto que hizo lo que la viuda deseaba por las exigencias continuas de esta. Es una vergüenza que llamemos oraciones a peticiones dichas de prisa, en las que apenas toma parte el corazón, pidiendo por una cosa que en verdad no sentimos pesar sobre nuestro corazón, y en las cuales desmayamos tan pronto como no vemos respuesta. La oración persistente implica una fe inconmovible que más tarde o más temprano alcanzará lo que pide—y esta fe es un elemento importante en la oración vencedora. Se cuenta de un rey de la antigüedad que nunca concedió una petición que le fuera hecha con mano temblorosa, porque esto era señal de falta de confianza en su clemencia. «Creed en Dios,» dijo Cristo. «Por tanto os digo que todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis, y os vendrá.»

Spurgeon dice: «La oración tira de la cuerda desde aquí abajo, y las grandes campanas suenan arriba en los oídos de Dios. Algunas veces apenas medio suena la campana porque la oración es demasiado lánguida; otras tira una que otra vez de la cuerda; el que triunfa es aquel que tira de la cuerda y sigue tirando con todas sus fuerzas.» «Para oír la oración de tu siervo, que yo hago ahora delante de ti día y noche.»

La oración verdadera no solamente trata de insistir, sino también trata de ver si hay alguna cosa mala que impida el que Dios oiga. Por esta razón notamos que la oración de Nehemías contiene una…

CONFESIÓN HUMILDE DE PECADO

«Y confieso los pecados de tu pueblo Israel, que hemos pecado contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado; en extremo nos hemos corrompido, etc. «Si yo considero que hay iniquidad en mi corazón, tú no oirías,» dice otro siervo de Dios.

No hay porque orar cuando se vive voluntariamente y con todo conocimiento en el pecado. Nehemías sabía que la cautividad había venido sobre el pueblo por causa de su pecado. Esto era una de sus convicciones más profundas.

Por esta razón él no se queja de crueldad por parte de los enemigos de Israel—no obstante la triste situación que guardaban los judíos. Los enemigos verdaderos eran los pecados del pueblo, y la explicación de su condición actual se halla en su mala conducta pasada. Una vez un emperador edificó un muro al derredor de su palacio para tener mayor seguridad, pero en la noche oyó una voz que le decía: «¡Oh emperador, aunque hayas edificado estos muros hasta las nubes, con todo, el pecado que está dentro de ti te vencerá!»

Por eso Nehemías, en el espíritu de aquella intercesión ejemplificada idealmente en Cristo, pero que corresponde a todo creyente, se identifica con el pueblo y confiesa sus pecados, abriendo así el camino para que venga la respuesta a su oración. Al hacer la confesión no entra en muchos detalles. Es amplía y comprensiva. Lo importante es que él reconoce su carácter personal como una ofensa a Dios. «Nos hemos corrompido contra ti.» El hijo pródigo confesó que había pecado contra «el cielo.» No sentimos real y profundamente la naturaleza o lo malo del pecado hasta que lo miramos en su relación con Dios, y como un pecado contra Dios. También es cierto que cuanto más cerca estamos de Dios. Los defectos de la naturaleza moral aparecen con más claridad, y se percibe con mayor pena la indignidad personal y la falta de méritos. Así pasó con Manoah, con Isaías, con Pedro y con Juan en la Revelación. Cuando las almas que suplican acuden al trono de la misericordia, descubren faltas que no habían notado antes.

El Dr. F. B. Meyer nos dice que una vez fue a ver a una mujer de su congregación que lavaba ropa. Acababa de lavar un género de lino, y lo había colgado para que se secara, mirándose de un blanco muy hermoso. La mujer le sirvió una taza de té, y mientras se entretenía en tomarla, cayó una nevada. Al salir, el Doctor comparó la blancura de la nieve con la del género, y dijo: «Ahora me parece que vuestro género no es tan blanco como cuando vine.» «NO» dijo la mujer, «¿quién podrá parecer limpio delante del Dios Altísimo?». Así expresó de una manera inconsciente lo que hombres de los más santos sienten cuando se acercan a Dios. ¿Qué hacer entonces? Acercarnos a Dios lo más que podamos para alcanzar misericordia, con tristeza real en nuestro corazón, y con la confesión de pecado en nuestros labios. «Si quieres puedes limpiarme,» es un ruego que alcanzará respuesta. Nuestra falta de auxilio es una buena carta de recomendación para Dios. «¿Forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz, sí, haga paz conmigo,» dice Dios. El ejemplo siguiente puede aclararnos el asunto: Un padre está explicando la cosa a un hijo que ha cometido una falta que el padre siente está obligado a castigar. Lo llama, le explica la falta que ha cometido, y que tiene pena porque va a castigarlo. El hijo escucha en silencio, y entonces se arroja en los brazos de su padre derramando lágrimas amargas. Esto le conmovería hasta el grado de que primero se cortaría el brazo que castigar al hijo; esto sería quitar la fortaleza, y hacer la paz.

La confesión humilde del pecado cometido desarma el brazo de Dios. Además, en la oración de Nehemías encontramos que…

SUS RUEGOS ERAN CONFORME A LAS PROMESAS BÍBLICAS

«Acuérdate ahora de la palabra.» No hay otro argumento más poderoso para con Dios, como recordarle su palabra. Cuando los hombres honran la Palabra de Dios, éste no deja de oírlos. Cuando la oración de fe se funda sobre las palabras de la promesa, descansa sobre un buen fundamento. «Dios no es hombre para que mienta, ni hijo del hombre para que se arrepienta.»

Nehemías hace del cumplimiento de una parte de la palabra de Dios la razón para que se cumpla la otra. «Vosotros prevaricaréis, y yo os esparciré—y esta parte estaba cumplida. Nehemías razona así: «Acuérdate, Señor, que también dijiste, “Si os volviereis a mí, yo os juntaré.» Ojalá y que con este ejemplo nosotros aprendamos a usar las promesas de Dios y a creer en sus promesas. Dios ha dicho cosas muy graves sobre el pecado—«La paga del pecado es muerte»—y no hay manera de escapar, a no ser que recordemos y roguemos con la otra promesa—«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia.»

En seguida Nehemías hace de las misericordias pasadas la base de nuevos favores. —«Ellos pues, son tus siervos, y tu pueblo, los cuales redimiste con tu gran fortaleza, y con tu mano fuerte.» Retrocede hasta el nacimiento de la nación cuando salió de la esclavitud bajo la dirección de Moisés como el acto supremo de la gracia divina, y hace de esto la gran fuente de seguridad para pedir nueva ayuda: «Esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo y a la oración de tus siervos, quienes desean temer tu nombre.» El pasado inspira lo presente. El salmista dijo: «Por cuanto me has ayudado, confiaré en la sombra de tus alas.»

Nosotros, como cristianos y como hombres y mujeres que vivimos en la era cristiana, tenemos un gran suceso tras de nosotros—el de la Cruz de Cristo, como una de las grandes obras de Dios y como un mensaje de amor redentor, y eso debe ser para nosotros un manantial de confianza al pedir la ayuda diaria de la gracia divina en todo tiempo de necesidad. Tenemos la promesa: «El que a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por amor de nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con él todas las cosas?»

Así aun cuando veamos nuestros pecados, nuestra separación de Dios y nuestros sufrimientos por esta causa, si tenemos el verdadero arrepentimiento, también veremos a Cristo como nuestra esperanza.

Un hombre muy bueno dijo: «Por cuarenta años yo no he deseado más que dos cosas, conocer mi propia vileza, y la gloria de Dios en el rostro de Cristo; pues pienso que las dos cosas han de ser vistas según se ve en el caso de Aarón confesando todos los pecados de los hijos de Israel sobre la cabeza del macho cabrío. La enfermedad no ha de ser un obstáculo para aplicar el remedio; ni el remedio para que no se sienta la enfermedad.»

Después, sobre la base de la gran redención, Nehemías presenta su petición especial con la cual termina la oración, y así encontramos que su oración fue…

UNA PETICIÓN DEFINIDA

«Concede hoy próspero suceso a tu siervo, y dale gracia delante de aquel varón.» Ya esto es bien definido. Pide ayuda para una necesidad, y pide una ayuda inmediata—«hoy» para una necesidad particular, pues se propone interceder ante el rey Artajerjes por su pueblo, «gracia delante de aquel varón.» Aquí tenemos un ejemplo de oración especial. Esto es de mucha importancia en nuestros días. El punto especial adquiere importancia por razón de las circunstancias. Con este ejemplo debemos aprender a orar de una manera definida. Ordinariamente nuestras oraciones son tan vagas que aun al mismo Dios le ha de ser difícil saber qué es lo que deseamos.

«¿Qué deseas, hijo de Dios?» «Pues … lo que sea mejor y más útil.» «¿Qué deseas tú, miembro de la iglesia?» «Cualquier cosa que sirva para el avivamiento de la iglesia.» «¿Qué deseas tú, predicador?» «Cualquier cosa que sirva a mi pueblo y haga útiles mis sermones.» En estos casos, si la oración fuera contestada, lo sería en una forma indefinida.

La oración definida es la que obtiene respuesta. «¿Qué quieres, Nehemías?». «¡Gracia delante de aquel varón!» «¿Qué quieres tú, Juan Knox?» «¡Dame a Escocia o muero!» «¿Qué quieres tú, publicano que has subido a orar al templo?» «¿Que tengas misericordia de mí, pecador!» «¿Qué quieres tú, hombre ciego?» «¡Señor, que yo vea!» «¿Qué quieres tú, hombre leproso?» «¡Señor, si quieres puedes limpiarme!» «¿Qué quieres tú, madre llorosa?» «¡Señor, ten misericordia de mi hija!» «¿Qué quieres tú, ladrón pendiente de la cruz?» «¡Que te acuerdes de mí cuando vengas en tu reino!» «¿Qué quieres tú, hijo de Dios?». «¡Señor que me libres de este pecado que me acosa, y me hagas puro!» «¿Qué quieres tú, miembro de la iglesia?» «Que principie hoy el avivamiento en mi iglesia comenzando en mi corazón!» «¿Qué quieres tú, predicador?» «¡Que este sermón alcance a aquel corazón y ayude hoy a ese hombre!»

¡Oh Dios nuestro, enséñanos a orar!

El Faro, 1912

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