¿Podemos criticar al pastor?

Tal vez el crítico que se acerca con los ojos centelleantes y como un cazador que se arroja sobre su presa es en verdad un amigo disfrazado.

Un pastor celoso considera con cuidado la forma en que su plan de trabajo está siendo recibido. ¿Es aceptable la nueva serie de sermones? ¿Está predicando por sobre la cabeza de sus oyentes? Permitámosle investigar.

Recuerdo a un pastor que no tuvo necesidad de investigar, porque una hermana se acercó a él el domingo en la mañana, después del sermón, y le dijo: «Ahora no predicó usted por sobre mi cabeza.»

Durante la semana, esta mujer se acercó al pastor algo apenada y le dijo: «Espero no haberlo ofendido con lo que le dije el domingo», a lo que él contestó: «No; pero ahora le diré algo que no le dije el domingo: Cuando mi sermón pase por sobre su cabeza, levante la cabeza, hermana».

Bienaventurado es el ministro que puede aceptar la crítica y aprovecharla. No necesitamos referirnos aquí al hombre que no está dispuesto a aceptar ni un consejo, y que sigue cometiendo los mismos errores, practicando amaneramientos chistosos y malos entendimientos, ciego a toda opinión que no sea la suya.

Desde luego permitidme declarar que lo que voy a decir no es para apoyar a los que se jactan de conocer bien a los pastores, que descubren dificultades donde no las hay y empiezan a menear la cabeza con sólo pensar en ellas.

A los que necesitan la crítica, no les gusta que se les critique; y aquellos que menos la necesitan, con gusto la solicitan y la reciben.

Por otra parte, para algunos que puedan estar pensando en el mandato: «No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas» (1 Crónicas 16:22), permitidme decir que este mandato no se aplica a aquellas ocasiones en que se critica con el objeto de ayudar, no de estorbar. Con frecuencia los ungidos del Señor pueden prestar mejor servicio cuando reciben oportunamente una palabra de advertencia o de admonición benigna. Y el deseo que el pastor tenga de recibir tal ayuda es una evidencia de que en realidad él es ungido de Dios.

Creo que el pastor puede aprovechar grandemente cuando recibe crítica legítima y constructiva. Por supuesto, no me refiero solamente a que se le encuentren defectos. La práctica constante en muchos hogares, de servir a la hora de la comida el domingo un «platillo especial de pastor asado» ha hecho que muchos jóvenes se vuelvan contra su pastor, y contra la iglesia y contra Dios. Sin duda hay ocasión y lugar apropiados para tales discusiones, pero el lugar no es la mesa del comedor el día domingo.

Pienso más bien en el significado verdadero de la crítica: un consejo basado en la habilidad para discernir y distinguir. Tal habilidad no debe evaluarse ligeramente.

En nuestra iglesia hay una señora que siempre descubre las palabras equivocadas. No se le pasa ningún infinitivo, ni tampoco se le pasa verme al terminar el servicio. Nuestra meticulosa hermana ofrece una corrección tan bondadosa que cualquier pastor podría apreciar a una aliada de esta naturaleza.

Esta clase de crítica no solamente descubre que hay algo mal, sino que sabe dónde está la dificultad. Temo que muchos tengan la primera cualidad, pero que les falte la segunda. No defiendo la crítica que meramente empequeñece, sino la que estimula y fortalece.

El ministro sabio esperará crítica y esperará beneficiarse con ella. Esto es verdad en primer lugar porque seguramente encontrará diferencia de opiniones. Cuando los hombres buenos y fieles que forman la comisión ejecutiva entran en el estudio del pastor para tener la reunión mensual, no lo hacen con el objeto de lisonjearse unos a otros, ni de lisonjear al pastor, sino que han ido para tratar de manera práctica los problemas de la iglesia.

En la comisión ejecutiva de la iglesia tenemos la regla de que cada uno debe declarar su opinión si difiere de la forma general de pensamiento de los demás. El ambiente es saludable cuando una persona sabe que tiene libertad para expresar su opinión, aun cuando ella sea la única que la sostenga. En cambio, cuando se acallan las opiniones de los hombres, se acumulan los sentimientos de manera que llegan a hacer explosión. Muchos de nosotros podemos recordar decisiones que se tomaron cuando la persona que difería de la opinión de los demás era la única que tenía razón.

El mero hecho de que un hombre no pueda estar de acuerdo con el método del pastor o con la sugestión que él hace no quiere decir que se oponga a su director espiritual. El conocimiento particular de la iglesia local, o tal vez un diferente punto de vista, es motivo para tener desacuerdos amistosos. Dios ha dotado a nuestros oficiales con visión y sabiduría, y no toda la prudencia está en los pastores.

El ministro sabio también espera crítica por causa de su puesto directivo. En mi propia denominación, la responsabilidad se delega en la comisión ejecutiva, de la cual el pastor es el presidente. Cuando todo sale bien, los miembros de la comisión admiten que ellos tomaron parte en aquello; pero si se acumulan las nubes sobre un proyecto favorito, apenas los demás sabios reconocerán su responsabilidad. Sin embargo, por regla general, cuando los asuntos se resuelven fácilmente, al pastor se le encomia por lo que merece; y cuando la dificultad oscurece el horizonte de la iglesia, se le culpa más de lo que merece. A pesar de ello el pastor consciente no permitirá que el temor a la crítica lo desvíe del cumplimiento de su deber. Y la congregación sabia reconocerá que su pastor hará el mejor trabajo solamente cuando tenga la confianza y el apoyo de su congregación.

Hay ciertos problemas espinosos que son de la jurisdicción particular del pastor. Por ejemplo: si aquellos que no asisten a los servicios deben tener puestos en la iglesia. Seguramente que no, y es responsabilidad del pastor (en mi denominación) como presidente de la comisión de nombramientos, ver que no se les vuelva a nombrar para ocupar un puesto. Pero su comisión debe apoyarlo en tal asunto. Un pastor se enfrentó con esto y con dirección sabia y espíritu diplomático, condujo a la comisión a nombrar personas capaces espiritualmente. Después los miembros de esta comisión tuvieron temor, llamaron a otra reunión y se retractaron. No es de sorprender que al poco tiempo el pastor dejara aquella iglesia, y que también el que le sucedió en el puesto lo haya abandonado.

Además, ¿qué diremos de aquellos que están impedidos por falta de salud o incapacitados por su edad? ¿Deberán continuar teniendo puestos cuando ya no pueden prestar servicio? Ciertamente que no; pero ¿quién se enfrentará con este espinoso y perenne problema? ¿Y quién va a aplicar la disciplina? Este es un tema olvidado, pero muy necesario, en la actualidad. En tales casos el pastor tiene una responsabilidad especial y los oficiales deben estar dispuestos a apoyarlo.

Con frecuencia los que están menos capacitados son los primeros para criticar. Otros que están capacitados y tienen un juicio más prudente, vacilan. ¿Cuáles son, pues, las señales de la persona que está mejor capacitada para hablar en lo que concierne al ministerio de un hermano?

Tal persona estará tan lista para recibir la corrección como lo está para darla. Estará dispuesta a reconocer de vez en cuando que él estaba equivocado, y dará gracias a Dios porque su pastor tenía razón.

El que se atreve a reprobar, también tendrá la visión de discutir las cosas privadamente. Si todavía no ha aprendido que la crítica es mucho mejor cuando se da en privado y a solas, no está listo para tal empresa.

Hay también quienes solamente están buscando faltas. Recuerdo a un joven pastor de California, EE. UU. de A., que estaba comprando sus provisiones después del oscurecer, porque su congregación estaba indebidamente interesada en saber lo que compraba. Sin embargo, un día, el abacero dijo a un oficial de la iglesia que el pastor había comprado helado la noche anterior. «Entiendo que usted compró un litro de helado la otra noche,» le dijo el oficial a la siguiente vez que se encontraron.

Valientemente el joven pastor dijo que sí lo había hecho, a lo que el «santo» replicó: «Medio litro habría sido suficiente», y se salió.

Recuerdo también al pastor que se había cambiado a una iglesia nueva. Durante seis meses consecutivos todas las mañanas, regularmente a las diez, una señora que era miembro de la iglesia llegaba para preguntarle: «¿Ya se levantó su esposa?» Nos parece que esta señora merecía que desde el principio se le hubiera contestado de una manera terminante a esta crítica innecesaria y perjudicial.

El predicador no está tan abajo que pueda ser fácil presa de cualquier dispéptico que está a la expectativa; ni tampoco está tan arriba que no pueda ser alcanzado por el comentario constructivo.

El pastor no es un dios de plomo que deba ser adorado, ni un ídolo de dinamita que deba ser temido: es un hombre de Dios que hace lo mejor que puede para Dios.

Las congregaciones y los ministros también necesitan reconocer esto. ¿Por qué en el hogar y en la oficina, en la fábrica y en la hacienda podemos tratar francamente asuntos que con frecuencia dentro del círculo de la iglesia no queremos tratar? Esta misma franqueza practicada diariamente por los hombres en el comercio es un ejemplo que debe adoptarse en las relaciones de la iglesia. Unas cuantas palabras de admonición salvarán una amistad, no la cortarán.

Puesto que por mucho tiempo he estado en condiciones tanto de criticar como de ser criticado, estoy convencido de que cualquier cosa que sea necesario decir puede decirse si se hace con un buen espíritu. Una voz calmada, una actitud que no pierde nada de su firmeza por su amabilidad, una disposición para escuchar todo, éstos son los ingredientes de un apogeo feliz.

La discusión franca generalmente producirá mayor información, y esto generalmente reducirá la inflamación. Ciertamente la crítica abierta y bondadosa afirma la amistad. ¿Qué hombre no se ha sentido un poco más atraído hacia un hermano que espontáneamente le dio una palabra apropiada de dirección en una hora de crisis?

Algunas veces nosotros los pastores nos consideramos muy importantes. Había un joven tan nuevo en el ministerio que la tinta de su título apenas si se había secado, y creía que debía tener una respuesta para cada pregunta que le presentaban. Por lo mismo adoptaba un aire de sabiduría y valientemente procuraba contestar todo. Su buena esposa lo volvió a la normalidad porqué en broma, en lo privado, lo llamaba «Enciclopedia Presuntuosa».

Al concluir este artículo sé que los miembros de mi iglesia lo leerán, y que los oficiales de mi iglesia lo leerán por lo menos dos veces. Ellos saben que su pastor no es perfecto y continuarán ayudándome por medio de la crítica. Me están ayudando a aprender estas lecciones a medida que nos sentimos más unidos y que continuamos forjando estos principios en el yunque de la experiencia cristiana.

Traducido originalmente de Moody Monthly
El Pastor Evangélico, 1957

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