¿Qué dice la Biblia sobre sanidad?

En estos últimos tiempos muchos creyentes se han preguntado si Dios no querría obrar ahora milagros de sanidad física como lo hacía en el tiempo del Nuevo Testamento. Hay quienes piensan que en la actualidad no se producen milagros de sanidad, debido a la poca fe de los creyentes, y que es posible rehabilitar los hechos de la época apostólica mediante un nuevo un nuevo impulso de fe y una mayor espiritualidad. Este punto de vista, aunque interesante y atractivo, no deja de ser una opinión humana.

Es lamentable que muchas personas interpreten las Escrituras influidas por los sentimientos y por la propaganda y las campañas de los movimientos de sanidad que han surgido últimamente con distintos nombres. De esta manera, se invierte el orden lógico mediante el cual se deben juzgar los sentimientos y los «movimientos» de sanidad a la luz de las Santas Escrituras.

La desorientación y confusión en que han caído muchos creyentes al confrontarse con la prédica de sanidad y las campañas de sanidades, se debe sin duda a la falta de raigambre en el conocimiento de la Biblia.

A fin de evitar ser llevados de aquí para allá «por cualquier viento de doctrina», y para poder «contender eficazmente por la fe que una vez fue dada a los santos», es menester un estudio serio e inteligente de las Escrituras para la corroboración de nuestra vida espiritual y el afianzamiento y estabilidad de nuestra experiencia cristiana.

LA FACULTAD DE SANAR

En Marcos 16:17, 18 leemos: «Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.»

Con la salvedad de que existe un problema con respecto a este pasaje, puesto que el párrafo comprendido en los versículos 9 al 20 no se encuentra en los manuscritos más antiguos y algunos otros textos, pero sin entrar a considerar su autoridad, destacaremos que entre las señales que acompañarían a los que creyeren está la siguiente: «sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán». Esta era una facultad de todos los creyentes incondicionalmente ya sea que tuvieran poca o mucha fe.

[Nota de editor. Para otro punto de vista textual en cuanto a Marcos 16:9-20 (tratado con brevedad), véase
https://www.literaturabautista.com/critica-de-la-critica-textual/#el-trato-del-fin-del-evangelio-de-marcos-como-ejemplo-de-la-obsesion-de-la-critica-textual-con-los-codices-sinaitico-y-vaticano]

EL PROPÓSITO DE LA SANIDAD

La sanidad, junto a las demás señales, siguió pero no indefinidamente, sino hasta que se cumplió el propósito divino que la hizo necesaria. Tres cosas observamos al respecto.

1. Cada milagro de sanidad realizado por un apóstol, era una oportunidad para que el pueblo escuchara el evangelio de salvación. En Hechos 3:9, 11, dice: «Y todo el pueblo le vio andar;» «todo el pueblo atónito, concurrió a ellos al pórtico». Los apóstoles lejos de prometer sanidad, dijeron: «Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados» (v. 19).

2. En este punto está implícito el anterior. La sanidad era una señal para conocimiento del poder de Jesucristo a fin de que las almas se convirtieran y salvaran. La sanidad fue un medio, la salvación era el fin. En los Hechos leemos: «Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron»; «Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo»; «Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres» (Comp. 4:4; 5:12, 14). Cuando Pedro sanó a Eneas «le vinieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor (Hechos 9:35). Lo mismo sucedió en el caso de Dorcas: «Esto fue notorio en toda Jope, y muchos creyeron en el Señor» (Hechos 9:42).

3. Los enfermos sanados representaban una figura cada uno en su dolencia, de la condición espiritual del pecador.

EL DON DE SANIDAD

Dos cosas deben reconocer y aceptar los que citan Marcos 16:17, 18 en apoyo del ministerio de sanidad. Primero: que el Espíritu Santo ha impartido a algunos el don de sanidad. Véase 1 Corintios 12:9, 28-30. Esto lo establece claramente Pablo en esta epístola escrita alrededor del año 57 d. de J. C., es decir unos veintisiete años después de la ascensión de Jesús. Segundo: que si sólo algunos recibieron este don, es claro que no todos los creyentes tenían ya la facultad de sanar que el Señor les diera anteriormente, según Marcos 16:17, 18, y por consiguiente la susodicha promesa fue cumplida y ya había perdido vigencia en tiempos de Pablo para dar lugar a esta nueva modalidad del ministerio de sanidad limitado a quienes el Espíritu Santo, soberano, quiso impartirlo.

LA ORACIÓN DE FE PARA SANIDAD

Entramos ahora en otra etapa. Parece que no sólo han dejado los creyentes de poseer la facultad de ejercer la sanidad, sino que los pocos que recibieron el don de sanidad ya no lo poseen. Es evidente a la luz de los últimos años del Nuevo Testamento que no había creyentes ni con la autoridad de Marcos 16:18, ni con el don de 1 Corintios 12.

Varios años después de escribir a los corintios (ocho quizás), le escribe Pablo a Timoteo: «A Trófimo dejé en Mileto enfermo» (2 Tim. 4:20). El mismo Pablo, que tuvo poder para volver a Eutico a la vida (Hch. 20:9-12), no pudo sanar a un colaborador en el ministerio. ¿Es verdad que el Apóstol ya no tenía fe? Tiempo antes, en seguida de ser puesto en libertad de la prisión le aconseja a Timoteo: «Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades» (1 Tim. 5:23). No es difícil advertir que en la iglesia no había personas con el don de sanidad, de otra manera, ¿por qué Timoteo, a pesar de su juventud, debía estar siempre enfermo? Es honesto reconocer que tales dones, si Dios no los había retirado por lo menos los había restringido.

Pero Dios, que es todopoderoso, seguía obrando maravillas en el mundo del espíritu, Y también sanaba enfermos de acuerdo con su soberana voluntad. A él nadie lo gobierna ni lo limita. En Filipenses 2:26-30 Pablo da cuenta de un compañero suyo en la milicia de la fe que estuvo al borde de la muerte. Ni Pablo ni nadie en la iglesia ejerció el don de sanidad para con él, pero «Dios tuvo misericordia de él.» No cabe duda de que se trata de la respuesta divina a las oraciones de los hermanos a favor de la salud de Epafrodito.

Dios obra amorosamente y nos ha dejado el valioso y eficaz recurso de la oración.

Santiago escribe a doce tribus que están en la dispersión. Su escrito probablemente sea el primero del Nuevo Testamento, y sin embargo no menciona el don de sanidad ni manda practicarlo; sólo se limita a recomendar a los enfermos llamar a los ancianos de la iglesia para que oren por ellos. Y agrega: «La oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará» (Stg. 5:14, 15).

Recientemente el autor de este artículo asistió a unas campañas de sanidad y vio a muchos enfermos paralíticos, sordomudos y víctimas de toda suerte de males, salir de las reuniones igual que como habían entrado. Oyó a algunos comentar «me siento peor que antes». Era dramático y desgarrador el cuadro que presentaban los que habían sido invitados con la promesa de ser sanados pero que salían tan enfermos como siempre. Esto nos recordará cuán distinta era la experiencia de los apóstoles, pues en Hechos 5:15-16 leemos: «Sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre algunos de ellos. Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados.

La excusa que ofrecen los predicadores de sanidad por su fracaso es que los pacientes no tienen suficiente fe. Pero, ¿no será falta de fe del dirigente religioso, del que ora? ¿No dice Santiago «la oración de fe, salvará»? ¿Por qué, si la oración es de fe, los enfermos no sanan? Según el razonamiento de ellos Dios siempre quiere sanar y la oración de fe indefectiblemente sanará. Por lo visto lo que falta al parecer, es la oración de fe puesto que la gente no sana.

ERRORES SOBRE SANIDAD

Seguidamente exponemos algunos de los énfasis utilizados en las «campañas de sanidad», señalando su desviación doctrinal:

1. Que Jesús en la cruz hizo expiación para nuestra enfermedad.

Si esto fuera cierto, las campañas de sanidad estarían de más, puesto que al creer en Jesucristo y recibirle en el corazón como Señor, el creyente sería instantáneamente sano y salvo, a no ser que se necesite más fe para ser sano que para ser salvo. Este error fundamental se basa en una interpretación equivocada de Is. 53:4 que dice: «Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores.» La consideración de este asunto merece un capítulo aparte, pero baste decir aquí que según Mateo 8:5, 16, 17 Jesús cumplió esta profecía en Capernaúm y no en el Calvario.

2. Que toda enfermedad es resultado de algún pecado y obra del diablo.

Cuando le preguntaron acerca del hombre ciego de nacimiento: «¿Quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?» Jesús respondió: «No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él» (Jn. 9:2, 3).

La Biblia enseña que así como Dios cura, también hiere. En efecto, san Pablo le dijo a Elimas: «Ahora, pues, he aquí la mano del Señor está contra ti, y serás ciego … e inmediatamente cayeron sobre él oscuridad y tinieblas» (Hch. 13:11). Así que, en este caso, la enfermedad fue obra de Dios.

3. Que la voluntad de Dios es siempre sanar.

Así como el Señor permitió que Lázaro enfermara y muriera, con un propósito ignorado por sus hermanos y amigos, que era glorificar a Dios mediante la resurrección manifestando el poder de Cristo sobre la muerte, también permite que algunos de sus más santos hijos sufran alguna penosa enfermedad con un propósito desconocido para nosotros. San Pablo rogó tres veces a Dios que le quitara un mal: «un aguijón en mi carne», y Dios le contestó: «Bástate mi gracia» (2 Cor. 12:7-9). Muchas veces la enfermedad de un hijo de Dios ha servido para enseñar, corregir, acercar al enfermo a Dios, e inspirar a otros.

4. Que el que no sana es porque le falta fe.

Tampoco hay fundamento para tal aserto: ¿Qué fe tuvo Malco para que Jesús le sanara la oreja? (Luc. 22:50-51). ¿Qué fe tuvo el paralítico mendigo para que Pedro ordenara su sanidad? (Hch. 3:1-10). Aquí vemos el que tuvo fe para efectuar el milagro (v. 16).

5. Que usar medicinas es falta de fe.

Esto es circunscribir a Dios a un solo método. Pero Dios sana sobrenatural y naturalmente; sin medios y con medios; sin médicos y con médicos. Jesús dijo que los enfermos necesitan médico (Mar. 2:17) y San Pablo recordó con gratitud a Lucas como «el médico amado» (Col. 4:14). Las leyes de nuestro ser están escritas en la Biblia como en la estructura de nuestro ser. ¿Cómo puede ser mala la ciencia médica cuando trata de ajustar nuestra vida a esas leyes?

6. Que la falta de señales es evidencia de poca fe.

Si esto fuera cierto entonces habría que creer que San Pablo tenía menos fe cuando no pudo sanar a Trófimo que cuando hizo prodigios y señales en los albores de su ministerio. También habría que creer que los creyentes de Corinto que tenían abundancia de dones, tenían más fe que los filipenses y los efesios. Habría que creer además que los mártires del cristianismo tenían menos fe que los creyentes del Nuevo Testamento. Hay quienes creen así, pero no lo podrán probar con la Escritura. Y aun si se pudiera probar, no habría razón para atribuir la falta de señales a la poca fe, porque es más sensato pensar que Dios, en su soberanía, va obrando como le place, conforme a sus altos designios; y si bien «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Heb. 13:8), no está por ello obligado a hacer siempre las mismas cosas.

CONCLUSIÓN

Ningún creyente debe desconocer el poder de Dios, pero sí debe reconocer el derecho de Dios a hacer su santa voluntad. Dios se ha valido de distintos métodos según los tiempos y las circunstancias, para llevar a cabo sus eternos propósitos de amor redentor. Él nos ha dado la razón y el sentido común de su gracia, a fin de que sepamos conducirnos en lo que respecta a la salud de nuestro cuerpo. También nos ha dejado el recurso inapreciable e inagotable de la oración a fin de que pidamos con fe, y él nos contestará de acuerdo a su divina voluntad. El Expositor Bautista, B. A., Argentina

El Pastor Evangélico, Julio a Septiembre, 1968

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