Roma: se acerca el día de pago

Roma es el nombre de una ciudad; pero es más que eso, es un símbolo, una mística. Teniendo esto en cuenta, puede ser que algún aspecto de este mensaje choque con los sentimientos de alguno de nuestros lectores; y pensando en esto, les rogamos que lean con espíritu de imparcialidad, ya que todo lo que vamos a decir se basa en las Sagradas Escrituras y en la historia.

La leyenda atribuye la fundación de Roma a Rómulo, su primer rey, 753 años antes de Cristo. Roma fue por espacio de 500 años la capital política del mundo. Se decía en aquellos tiempos que todos los caminos del mundo conducían a Roma, porque partían de Roma hasta los confines del imperio. Al derrumbarse el imperio romano, el año 476 de la era actual, Roma continuó como centro del mundo, desde el punto de vista religioso.

Como señora del mundo político, Roma fue también Cabeza y centro del paganismo religioso. Sus dioses mitológicos eran una especie de genios protectores, cuyo equivalente contemporáneo son los «santos patronos» que vemos en muchos pueblos y ciudades. Los romanos tenían dioses protectores del mar y de la tierra, de los montes y los valles, de la siembra y de la cosecha, de la infancia y de la vejez, del día y de la noche, de la paz y de la guerra, del cielo y del infierno. Y en medio de tan fecundo panorama de dioses y diosas, prevalecía la más crasa superstición, al extremo de que sus augures o adivinos constituían un organismo de carácter oficial. Allí donde todo se divinizaba, acabaron por divinizar a sus emperadores, rendir culto a monstruos como Calígula y Nerón, y enviar al cadalso a los cristianos que se negaban a ofrecer sacrificios al emperador de turno.

Cuando Roma fue dueña y señora del mundo, la ciudad se enriqueció con los cuantiosos recursos de los pueblos conquistados y despojados. La población de Roma se acercaba entonces al millón y medio de habitantes, la mitad de los cuales eran esclavos. En la misma proporción en que se habían acrecentado sus riquezas, había descendido la moralidad de los romanos. Los historiadores describen las condiciones morales y sociales de aquellos tiempos, diciendo que Roma reclamaba de sus emperadores dos cosas: pan y circo. El apóstol Pablo nos describe, en el capítulo primero de la Epístola a los Romanos, el estado de degeneración moral a que había descendido la sociedad pagana que tenía a Roma por capital y centro.

Roma persiguió a los cristianos en dos largos períodos de su historia: bajo el gobierno de los Césares, y en los tiempos de la Inquisición. El primero de estos períodos duró 242 años, desde el 64 de la era actual hasta el año 306. El segundo período fue más largo: duró 637 años, desde 1183 a 1820.

Detengámonos brevemente en el primero de estos períodos que comienza bajo el reinado de Nerón, cuando vivían los apóstoles Pedro y Pablo. Nerón subió al poder en el año 54. En cuanto a su carácter, se ha dicho que era un personaje carnavalesco, una mezcla de loco y de bufón, revestido de la omnipotencia terrenal y encargado de gobernar al mundo. Para él la virtud era una hipocresía, y en el mundo no había otra cosa de valor sino el teatro, la música y las artes, y él, por supuesto, se creía una artista; aunque no era más que un desgraciado embriagado de su propia vanagloria, y consagrado a buscar los aplausos de una multitud de aduladores.

Su crueldad no tenía límites, como lo evidencian los siguientes hechos: Mató a su madre, Agripina; a su primera esposa, Octavia; a su medio hermano, llamado Británico; y a la bella Popea, su segunda esposa, a quien mató de un puntapié en el vientre.

Roma fue devastada por un horroroso incendio que comenzó simultáneamente en varios lugares de la ciudad el 19 de julio del año 64. Las llamas avanzaron en todas direcciones durante nueve días. Todo lo que hacía de Roma una gran ciudad quedó reducido a escombros y cenizas. Nadie preguntaba quién era el autor del incendio; todos convenían en que aquello era obra del propio emperador. Nerón trato de desviar el índice acusador ofreciendo al pueblo una víctima propicia: dijo que se había comprobado que los cristianos eran los autores del incendio. La inmensa mayoría del pueblo no creyó en la veracidad de tal acusación; pero el paganismo romano no veía con buenos ojos a los cristianos, y aunque no los creía culpables del incendio de Roma, deseaba, no obstante, deshacerse de ellos, a causa de su religión. Así que cuando el emperador lanzó a vuelo las campanas de la acusación, el pueblo romano se lanzó con furia incontenible contra los seguidores de Jesucristo.

No sabemos a cuántos ascendió el número de cristianos que perecieron en aquella persecución. Pero Dios tomó cuenta de ello y lo tiene anotado. Lo que nosotros sabemos es que actos de la más brutal crueldad se llevaron a cabo contra hombres y mujeres. Tácito, el historiador romano, ha descrito en sus Anales algunos aspectos del salvajismo y crueldad a que fueron sometidos los que no habían cometido otro delito que amar a Dios y seguir a su Hijo Jesucristo. El citado historiador romano nos dice que los cristianos eran envueltos en pieles de animales y arrojados a los perros para ser comidos por éstos; muchos fueron crucificados; otros arrojados a las fieras en el anfiteatro, para apagar la sed de cincuenta mil espectadores; y para satisfacer las locuras del emperador se alumbraron los jardines de su mansión con los cuerpos de los cristianos convertidos en teas o antorchas vivientes; en efecto, impregnaban sus cuerpos con substancias combustibles, los ataban a postes y les prendían fuego en los momentos en que el emperador se paseaba triunfantemente ente aquellas antorchas humanas, seguidos por una multitud de romanos que aplaudía delirantemente el espectáculo que les brindaba su emperador.

Después de Nerón otros nueve emperadores desataron otras tantas persecuciones contra los cristianos, algunas tan crueles como la que acabamos de exponer. La sangre de cristianos que Roma ha derramado tan profusamente pesa sobre la mencionada ciudad; y Dios se dispone a darle el pago que merece.

Las acusaciones que Dios hace a Roma, y la sentencia de su destrucción están escritas en los capítulos 17 y 18 del Apocalipsis, que es el último libro de la Biblia. El apóstol Juan, que escribió el Apocalipsis, comienza el capítulo 17, diciendo: «Vino entonces uno de los siete ángeles … y habló conmigo, diciéndome: Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera … y vi una mujer sentada sobre una bestia y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata … y en su frente un nombre escrito, un misterio: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE … DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA. Vi a la mujer –sigue diciendo Juan– ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y cuando la vi quedé asombrado.»

Esta mujer que el ángel de Dios mostró a San Juan es símbolo o representación de algo o de alguien. ¿A quién representa? Los autores católicos responden unánimemente que representa a Roma. He aquí algunas opiniones al respecto:

Un Nuevo Testamento, versión católica, con notas explicativas escritas por Monseñor Juan Straubinger. En la página 802 aparece una nota relacionada con la mujer en cuestión, que dice: «La gran ramera … es representante del mundo anticristiano, en particular de la ciudad de Roma.» Y agrega: «Varios autores, entre ellos San Belarmino, creen que en los últimos tiempos Roma volverá a jugar el mismo papel que en los tiempos de los emperadores.» Tenemos a la vista las opiniones de varias autoridades más –todas católicas– y podemos afirmar que todas opinan que la gran ramera representa a Roma. Esta conclusión se basa en la narración del propio capítulo 17 del Apocalipsis. Cuando el ángel de Dios vio a Juan sumido en tan grande asombro, le dijo: «¿Por qué te asombras? Yo te diré el misterio de la mujer.» Y la explicación relaciona a la mujer con la ciudad de las siete colinas, que es Roma.

¿Qué tiene Dios contra la mencionada ciudad o lo que ella representa? En Apocalipsis 17 y 18, el Altísimo señala cuatro pecados:

Primero: Dios la acusa de ser la madre de todas las rameras y de las abominaciones de la tierra.
Segundo: Dios la acusa de haber engañado a todas las naciones (18:23).
Tercero: Dios la acusa del pecado de comerciar hasta con las almas de los hombres.
Cuarto: Dios la acusa de haber derramado la sangre de los santos y de los mártires de Jesús.

A causa de estos pecados, Dios ha dictado sentencia sobre la ramera o lo que ella representa. En Apocalipsis 18:4-8, nos dice el apóstol Juan: «Oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella … porque sus pecados han llegado hasta el cielo, Y Dios se ha acordado de sus maldades. Dadle a ella como ella os ha dado, y pagadle doble, según sus obras … por lo cual en un solo día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre, será quemada con fuego, porque poderoso es Dios el Seño, que la juzga.»

Para Roma viene el día del pago; pero no es solamente para Roma, viene ese día para todos los seres humanos.

Amigo, que estás leyendo: Todos los hechos de tu vida están anotados en los libros de Dios. Si Dios te juzga por esos hechos, ¿qué pago recibirás? Si crees que el pago no va a ser muy agradable, hay remedio: arrepiéntete de tus pecados y acepta a Jesucristo como tu Salvador personal y él te perdonará todos tus pecados, y te abrirá las puertas del cielo.

El Pastor Evangélico, Enero-Marzo de 1968

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