Recibimos una carta que dice: «Soy estudiante de un instituto bíblico. Dentro de unos meses tendré que enfrentarme con las tareas propias de un pastor. Y anhelo ejercer un pastorado fructífero. Espero recibir de usted algunos consejos que me ayuden a convertir en realidad mi aspiración.»
Le aconsejamos, en primer lugar, que considere siempre un privilegio el haber sido llamado por el Señor a predicar el evangelio y pastorear una congregación. El pastor debe hacer lo posible por sentirse contento en el lugar a donde ha sido llamado. Si se siente disgustado y amargado, si tiene su mente y corazón puesto en otro lugar, su ministerio será un fracaso.
Conocemos a un pastor que, poco después de haber salido del seminario, fue llamado a pastorear una iglesia (era la segunda iglesia que pastoreaba). Al mes de estar allí, nos vimos, y me expresó lo siguiente: «Me siento realmente descontento. El pueblo es pequeño. La casa pastoral ofrece pocas comodidades. Y no veo perspectivas de poder hacer allí un gran labor.» Después de meditar por unos días en su estado de ánimo, le escribí una carta, dándole el siguiente consejo: «Trata por todos los medios de sobreponerte a las naturales dificultades del campo de trabajo. Piensa que el Señor te ha puesto al frente de una congregación que necesita un pastor. Hazte la idea de que estás en el lugar que el Señor te ha situado. Sirve al Señor ahí como si este fuese tu campo para toda la vida, y como si el futuro eterno de las almas que componen ese pueblo dependiese de tu predicación y tu labor pastoral. Si lo haces así, el Señor bendecirá tu trabajo, las almas se salvarán, la congregación crecerá y puede suceder que otra iglesia mayor y en un campo de más perspectiva te llame a su pastorado. El pastor vago, descontento y amargado, tiene que permanecer donde está o dejar el ministerio. No encuentra iglesias que le llamen. Pero el que trabaja en buen estado de ánimo, y es activo, siempre encuentra iglesias que le invitan a ser su pastor». Nos place decir que el pastor en cuestión nos agradeció el consejo; y al cabo de un año fue llamado por otra iglesia.
Le aconsejamos, en segundo lugar, que acepte la Biblia desde el Genesis hasta el Apocalipsis, como la Palabra de Dios escrita bajo inspiración divina. Y que predique «todo el consejo de Dios», sin temor a los hombres. El pastor debe ser fiel al Señor, a la iglesia, y a su denominación. Pero ni la denominación ni la iglesia deben dictarle el mensaje. Debe sentirse en plena libertad de predicar lo que Dios quiere que predique. Trate de armonizar la prudencia con la valentía. La humildad con la autoridad.
Algunos dicen que Dios está muerto, que la iglesia debe morir, que no debemos llamar a los pecadores al arrepentimiento, y que en lugar de preocuparnos por el reino de los cielos, debemos tratar de convertir este mundo en un paraíso. Se está perdiendo o se ha perdido ya la noción del pecado, y de la necesidad del arrepentimiento y la regeneración. Parece que algunos no creen en la realidad del cielo y del infierno. Hay pastores que se sienten llamados a predicar el evangelio del ecumenismo, y no el evangelio de la cruz; dicen que Cristo murió por todos, y que, en tal virtud, todos han sido reconciliados con Dios; y que todos los que reconocen la existencia de Dios son hermanos. Los que piensan así, los que creen convertidos a todos, no tienen mensajes para las almas inconversas.
Este pastor asistió hace poco tiempo a una reunión ecuménica en la que predicaron un pastor presbiteriano y un sacerdote católico. Con el sacerdote y el pastor estaban los coros de sus respectivas iglesias. El sacerdote dijo que evangélicos y católicos somos hermanos en la fe. Y el pastor dijo que católicos y evangélicos somos uno en Cristo. El predicador que piense que todos los católicos son realmente cristianos, acaba por no tener mensaje de salvación ni para los católicos ni para los que no lo son.
«Es muy de temer que la predicación de los tiempos modernos haya perdido su profundidad y poder. El arado no corta profundamente. No hay profunda convicción de pecado. No vemos profesiones de fe con lágrimas». En estos tiempos de alarmante apostasía, el Señor está buscando predicadores que sientan el celo de Elías, que los impulse al ardiente valor de Juan el Bautista. Hombres conscientes de que el poder está en Dios. Por lo tanto, al levantarnos de la cama, debemos arrodillarnos de corazón, y decir: «Señor, tú eres el Alfarero, yo soy el barro. Tómame en tus manos y moldéame y úsame como quieras».
Le aconsejamos, en tercer lugar, a ese joven pastor, que sea disciplinado, estudioso y activo. Por regla general el pastor no tiene a su lado un capataz humano que le vigile. Puede levantarse de la cama cuando le parezca, y hacer durante el día lo que estime conveniente. Permítame expresar aquí que mi horario de trabajo diario termina a las diez de la noche. El pastor que quiere tener éxito debe dedicar tiempo a la oración, al estudio y a la visitación. El pastor que no estudia languidece espiritualmente. Los que no brindan a sus almas el necesario alimento, no pueden alimentar a otros. Los que no se sienten constreñidos no podrán constreñir. Los que no lloran no podrán arrancar lágrimas.
Una vez estábamos en una iglesia oyendo a un predicador que había venido de otra ciudad. Y un hombre, que estaba a nuestro lado, dijo: «Mo compadezco de la congregación que tenga a este hombre como pastor. Lo noto más frío que las losas del piso». Todavía no hemos visto el primer caso de un muerto que pueda despertar a otro muerto.
A ese joven pastor le aconsejamos, en cuarto lugar, que trate de mantener un espíritu sensible a la voz de Dios, y de experimentar verdadera compasión por las almas perdidas. Ofrezca a su iglesia mensajes recién confeccionados. Permítame expresar aquí lo siguiente. Le dije: En los últimos treinta años de mi vida he pastoreado una misión y tres iglesias. Por regla general, a través de estos treinta años, he hecho todo lo posible por presentarme el domingo ante la congregación con «un plato caliente», mañana y tarde.
Una de las tentaciones del pastor es la de no doblar el lomo al estudio y la meditación y presentarse en el púlpito con sermones viejos y fríos. Las congregaciones se quejan con frecuencia de que el mensaje carece de sazón y de calor. Y los predicadores sabemos que es una queja justificada. El pastor que quiera alcanzar un ministerio fructífero, confeccione sus sermones cada semana. El Señor le ha puesto al frente de una congregación para que le brinde el alimento necesario y oportuno. Y otro aspecto muy importante es el siguiente: Ame a la congregación que el Señor le ha encomendado. Si usted la ama, se sentirá amado por ella.
Le aconsejamos, en quinto lugar, a nuestro joven ministro, que vaya edificando la iglesia con buenos materiales. El ideal es una iglesia pura, santa, sólida, armoniosa y misionera, donde sus miembros se puedan comparar con el oro, la plata y las piedras preciosas. Satanás hará todo lo posible por introducir en la iglesia materiales inconsistentes, elementos destructivos. Algunos edifican con mucha madera, heno, y hojarasca. Levantan congregaciones grandes en poco tiempo; pero, con el correr de los años, menguan con el mismo ritmo que han crecido. No se preocupe mucho por los números y las estadísticas. Preocúpese por la solidez de la congregación. Con el inconverso que entra a formar parte de la iglesia puede ocurrir una de dos cosas: que se vaya de la iglesia, o que sea una espina dentro de la congregación.
Le aconsejamos, en sexto lugar, que se dé a respetar para que lo respeten. El pueblo y la congregación deben ver en el pastor a un siervo de Dios, que procede en todo como se requiere de un embajador del Rey del cielo. Hay pastores que fracasan por su mal comportamiento: falta de reverencia, de seriedad y de la palabra. Una señora nos dijo una vez: «Tengo un Nuevo Testamento que me ha costado cincuenta pesos» (equivalente a dólares). «¿Y cómo ha pagado tanto por él, señora?», le pregunté. «Pues le diré», dijo ella, «mi esposo tiene una tienda, y el pastor de la iglesia se marchó debiéndonos cincuenta pesos, y dejándonos el Nuevo Testamento». Esto es sencillamente indigno y vergonzoso. Dios no puede bendecir a un hombre que le deshonra (1 Sam. 2:30).
Conocimos a un pastor que era vago y mal administrador. No hacía caso de las quejas que expresaba la congregación, y esta acabó por despreciarlo. Al encontrarnos en un campamento de verano, nos dijo:
-Te invito a que nos prediques durante cuatro noches sermones de consagración. Necesito meter la iglesia en cintura.
-Pues creo que es demasiado tarde para ti. Acabo de enterarme que tu iglesia está buscando otro pastor.
Él se mostró sorprendido con la noticia que le dimos; pero era cierta, y la iglesia lo desocupó; y él no encontró otra iglesia que le quisiese como pastor.
Le aconsejamos a ese nuestro hermano y joven pastor, en séptimo lugar, que se enfrente a los problemas con prudencia, sabiduría, y autoridad. El pastor que no hace frente a los problemas, acabará porque los problemas lo echarán a él de la iglesia. Por regla general, no hay iglesia en la que no surjan dificultades. A veces el pastor opta por volver la espalda a los problemas y marcharse. Nosotros pensamos que el pastor que ame a la congregación debe enfrentarla al problema, y brindarle una oportunidad de rectificación o cambio de actitud.
La iglesia que pastoreábamos en 1959 terminó el año con diecisiete nuevos miembros; pero con varios problemas: Falta de armonía, descontento de algunos, y desgano y frialdad en otros. Nuestro primer sermón de 1960 encaró la situación, y enfrentó la iglesia con la siguiente disyuntiva: O la iglesia cambia de actitud o cambia de pastor. La iglesia prestó atención a la amonestación y cambió de actitud.
El pastor necesita de mucha oración, paciencia, prudencia, y sabiduría para enfrentar las dificultades. La mayoría de los problemas tienden a dividir la congregación. Si el pastor no tiene sabiduría y buen tacto, puede suceder que ahonde más la división. Pero el que tenga buen tacto y prudencia tratará de cerrar la brecha y de buscar la armonía y la cooperación.
Finalmente, el pastor debe inspirar a la congregación con su pasión por las almas, su trabajo personal, y su predicación. Las iglesias están listas a respaldar al pastor que las alimenta, instruye e inspira. El que en verdad trabaja a conciencia delante de Dios y de los hombres verá fruto de su labor. «Los que siembran con lágrimas, con regocijo segarán». Los vagos, en cambio, son infieles al Señor y a los hombres. Pero, como bien dice el refrán: «En el pecado va la penitencia». Porque «Dios honra a los que le honran».
El Pastor Evangélico, 1972